martes, 19 de diciembre de 2017

Es un taimado y un cobarde



Oriol Junqueras aprieta pero no ahoga. Es elípticamente elegante en sus patadas al escroto de su socio y, sin embargo, adversario. Justamente lo contrario de algunos de sus cofrades que tienen la lengua –lo digo sin señalar-- en las uñas de los pies.

Junqueras ha declarado en la recta final de la campaña electoral: «Estoy en la cárcel porque no me escondo nunca de lo que hago y porque soy consecuente con mis actos. […] Hemos demostrado con los hechos que damos la cara». Dicho y proclamado coram populo desde Estremeras.

Junqueras tensa el arco y suelta la flecha. Y da en la diana. Él no se esconde, el otro lo hace. Atención al adverbio «nunca». Él es consecuente con sus actos; el otro no parece serlo. Él da la cara; el otro la pone en plasma. En apretada síntesis: Junqueras envía al otro a la sexta bolsa del círculo Octavo infernal de la Divina Comedia.

No se trata de pecadillos veniales, sino de otra cosa que viene de muy atrás. De algo que, siendo de naturaleza política, se ha enredado en una inamistosa relación personal.  Que está dejando una cicatriz en el movimiento independentista, obligado ahora a elegir entre papá y mamá.

Nunca se había dicho nada tan áspero contra un socio. Y, según dicen algunas fuentes generalmente bien informadas, nada tan esclarecedor de la personalidad del hombre de Bruselas. Que, según Junqueras, es cobarde y taimado. En resumidas cuentas, si se sigue a pies juntillas la doctrina Junqueras no tiene sentido que el Puigdemont sea el próximo president de la Generalitat. A menos que se quiera un cobarde y un taimado a la cabeza de tan importante institución. Oído cocina: que nadie saque conclusiones precipitadas: tampoco Junqueras es santo de mi devoción.






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