martes, 3 de octubre de 2017

España es el enemigo, dicen.



Hay sectores del independentismo que tienen como objetivo el enfrentamiento de Cataluña con España. Digamos que es el independentismo de apostolado. Que, por lo general, está espoleado por los grupos dirigentes del independentismo político. Es el intento organizado de confundir a la opinión pública equiparando a España con su gobierno. O con los sectores ultras de la derechona o con los cenáculos de la izquierda que se disfraza de noviembre para no infundir sospechas. No es de ahora, cierto. Tampoco es de ahora que esto tiene su reciprocidad: los históricos y recientes despropósitos del independentismo son atribuidos a todos los catalanes por igual. El objetivo es, pues, que las brasas del rescoldo no se apaguen. Da votos a ambos lados del Ebro.

Y, sin embargo, la corriente de simpatía por Cataluña –en unos momentos más que en otros— nunca ha desaparecido. Tampoco ahora. No son pocas las ciudades que, fuera de Cataluña, han acompañado solidariamente el llamado derecho a decidir o ahora con manifestaciones de frontal oposición a la injustificada intervención de los cuerpos policiales durante el día 1 de Octubre. Decir que España está contra Cataluña no solo es una exageración a sabiendas y queriendas sino un arma interesada de confrontación política.

El problema es el Partido Popular y sus mesnadas de secano. El problema es la retroalimentación que, entienden, favorece a los hunos y a los hotros. O sea, las ganancias electorales que les depara ese enfrentamiento a través de los lenguajes. El problema es, también, los grupos dirigentes del independentismo de secano que, así mismo, quiere sacar –y saca dividendos--  de tanto disparate.

Permítaseme una evocación de tiempos antiguos. Los jóvenes comunistas de antaño teníamos un libro de culto: El único camino, de Dolores Ibárruri (Pasionaria). Ella era de familia minera. Nos contaba que los capataces en las minas azuzaban a los mineros navarros: los aragoneses sacan más carbón que vosotros. Y viceversa. Y aquellas almas de cántaro –jota va, jota viene--  se dejaban el lomo para demostrar quién estaba cargado de mayor virilidad y con atributos más potentes. Hasta que el sindicato minero empezó a poner un poco de orden, no sin fatigas y problemas. Con inteligencia y cojones.


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