viernes, 5 de mayo de 2017

El cainismo de las izquierdas

Los socialistas nunca tuvieron un partido a su izquierda con tanta fuerza parlamentaria como ahora con Podemos. El PSOE estaba acostumbrado a un partido-competidor débil y sin posibilidad de ser su alternativa real. Ahora aquella vieja relación de fuerzas ha cambiado profundamente. Ambos se encuentran en una feroz competencia que no parece de utilidad para los intereses materiales de la ciudadanía.  Es más, sus consecuencias parecen claras: la debilidad de ambos partidos y la frustración de amplios sectores sociales que ven que, con la que está cayendo, la derecha no sólo no retrocede sino que repunta. Ciertamente, cada una de ellas endosará a la otra las culpas a su competidora como mero elemento de propaganda de cara al electorado.  Ni siquiera han sacado lecciones del brutal enfrentamiento entre CC.OO. y UGT a finales de los setenta y principios de los ochenta. Menos todavía han aprendido hasta qué punto fue fértil la reconsideración de aquella áspera pugna intersindical.

Es lógico y legítimo que cada fuerza política mire por sus intereses. Y es normal que se libre una fuerte disputa entre quienes pugnan por tener la mayoría del espacio de la izquierda. El problema es el carácter de la confrontación y el diapasón que va adquiriendo. Uno y otro se caracterizan, grosso modo, por considerar que la vida de uno es la muerte del otro: «mors tua, vita mea», de origen medieval. Las consecuencias que la izquierda ha cosechado con tal práctica son sobradamente conocidas; los perdedores siempre han sido las capas populares y especialmente los trabajadores y sus familias.

Sin embargo, no se escarmienta. Porque, en palabras de Luciano Lama, que fue secretario general de la CGIL, «el enfrentamiento en la izquierda se teoriza, mientras que la unidad se hace».  Quede claro: ni Lama, ni nadie con tres dedos de frente está hablando de una unidad de acción abstracta o, peor aún, sin contenidos claros. Tampoco de la unidad de acción que desdibuje los perfiles de nadie. Es la unidad de acción, que parte de la personalidad de cada cual y establece las zonas de confluencia de los diversos. Su contrario es la exhibición barroca de la reyerta, la exclusiva auto referencialidad de lo propio.  Se trata de un estilo que está calando incluso en el interior de cada organización.  

Los recientes acontecimientos están exasperando todavía más la sistemática confrontación entre el PSOE y Podemos. Llueve sobre mojado y no parece que la cosa tenga visos de escampar. Porque, entienden unos y otros que la lucha por la hegemonía en la izquierda se ventila con ese mors tua, vita mea. Porque el problema de fondo es la impotencia de ambas formaciones en elaborar un proyecto de regeneración de la vida política del país con un trayecto gradual; un proyecto de robustecimiento de la sociedad; un proyecto de transformación y humanización del trabajo. Ni el PSOE ni Podemos tienen ese proyecto. Ni siquiera una insinuación de proyecto. Un proyecto, en definitiva, acorde con las gigantescas transformaciones, que  están en curso desde hace tiempo. Mientras no lo tengan estarán dándose mamporros hasta la extenuación. A mayor gloria de las derechas económicas y políticas. Y para desgracia del objeto de la política, que no son los políticos sino la ciudadanía.

En ese sentido la moción de censura que auspicia Podemos, y todo lo que la rodea, es una anécdota. Todo lo importante que se quiera. Pero una anécdota. Lo que va de veras no es esa contingencia, sino el cainismo mutuo, basado en la desubicación de ambas formaciones de este paradigma de reestructuración y reconversión de la economía en un mundo globalizado. Lo que indica que no estamos en una época de cambios, sino en un cambio de época.


Así las cosas, todo seguirá más o menos igual hasta que se entienda que el problema no es quién tiene la hegemonía en la izquierda, sino la necesidad de la hegemonía de la izquierda.  De toda la izquierda. No de una parte de ella contra la otra.


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