martes, 11 de abril de 2017

En la muerte de Carme Chacón

Se suele decir que en España enterramos bien a los muertos. Es lo que ha pasado con Carme Chacón. Las llamadas redes sociales, siempre tan desmesuradamente bronquistas, han tratado a la política socialista con admiración; quienes han tirado de bilis han sido insignificantemente minoritarios. La élite política se ha comportado con decoro. Largas colas en Ferraz y en las sedes socialistas de Barcelona y Esplugues de Llobregat haciendo su último homenaje a la desaparecida. O sea, la lucha política, siempre tan inmisericorde, al menos en esta ocasión, se ha comportado. La única excepción ha venido de sus propias filas. Ha habido –muy pocos, ciertamente—quien ha aprovechado la ocasión para recordar, en aparatosos tuitters, que la fallecida apoyaba la candidatura de Susana Díaz. Insignificantes excepciones dando la nota con el ánimo de rebañar adhesiones.

Me han llamado la atención dos comentarios de dos viejas amistades: Eduardo Saborido, que siempre la admiró, recordando el famoso «capitán, mande firmes» y el de la sindicalistas bajollobregatense Aurora Huerga, que comenta que cuando fue elegida secretaria general de CC.OO. de la comarca recibió una carta de felicitación de Carme Chacón. Y se lamenta de la pérdida de la joven socialista.

Cierto, en España enterramos bien. Pero nos cuesta llevarnos bien, incluso a la hora de expresar nuestros desacuerdos.

Me permito una anécdota personal. Un día nos encontramos fortuitamente. «Me ha dicho que te han operado recientemente», me dijo con una sonrisa benefactora. Le expliqué que era de cáncer en la vejiga. Casi no me deja terminar: «Eso no es nada, hombre. Tú y los médicos os lo coméis con patatas». Y me explicó que lo «suyo» sí era preocupante. Me quedé de piedra, porque, además, en aquella época (corría el año 2000) yo no sabía qué era tener el corazón al revés.

Carme Chacón o la pasión por la política.



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