domingo, 30 de abril de 2017

Las canciones y el movimiento sindical

Hace mucho tiempo que no se cantan las viejas canciones del movimiento organizado de los trabajadores. Tampoco han surgido nuevas canciones que indiquen que el acto colectivo de cantar es una señal de pertenencia.

Siempre he mantenido que el sindicalismo debe rehuir el mito. Pero las canciones nunca fueron, por lo general, parte del mito. Eran una expresión del vínculo sentimental de un teorema: el de los trabajadores juntos entre-sí, un homenaje a una acción en pos de la transformación y humanización del trabajo, que se expresaba a través de la música. Un ejemplo de ello es la riqueza del cancionero del viejo sindicalismo de aquellos woobblyes norteamericanos (Industrial Workers of the World) o la gran musicografía italiana del Inno dei Lavoratori, Bandiera Rossa y otras muchas de potente inspiración verdiana. También en España hay una cierta tradición. Los hijos del pueblo, por ejemplo, es una bellísima composición, que cantaban los viejos confederales de la CNT.

Por el contrario, hoy sólo cantan, como expresión de pertenencia, los hinchas de cada equipo de fútbol.

¿Sería disparatado que los archivos históricos del sindicalismo contaran con una hemeroteca de las viejas canciones del movimiento obrero y sindical como parte, también, de la memoria histórica o, si se prefiere, de su propia Historia? Y, así de vez en cuando, se podrían organizar audiciones para general conocimiento.

Hacer esa hemeroteca es relativamente fácil. En youtube hay un buen manantial.

Radio Parapanda les ofrece una muestra de ello: el Inno dei Lavoratori y Los Hijos del Pueblo. 

https://www.youtube.com/watch?v=JSFnDJlEtJY

sábado, 29 de abril de 2017

El suicidio de la abstención en Francia el día 7

No fue pureza política sino estupidez, toneladas de estupidez. No pocos eruditos a la violeta, pijos de chanel número 5 o charlatanes de barrio propiciaron con su abstención la llegada de Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Fue a cosica hecha. Primó más la energía de los esfínteres que el relativo trabajo de pensar (con la cabeza) las consecuencias de esa abstención. Votar a la Clinton –parecían decir--  era perder la virginidad política. Perder lo que nunca tuvieron. En primera conclusión: que no se quejen ahora; y, si lo hacen, que sea de ellos mismos.

Puede pasar lo mismo en Francia. Le Pen podría ganar la segunda vuelta. Las cosas no están claras, según afirman analistas políticos de la mayor solvencia. Puede ganar, porque una pureza virginal recorre una parte del electorado de izquierdas. La pureza virginal de la estupidez. De la pose ´estética´. Del toreo de salón de esos gauchistes de garrafón.

Nos dicen que Macron es de la derecha neoliberal. No descubren el mediterráneo. Lo sabemos. Pero ese no es el problema. La cuestión es la consecuencia histórica de que gane las elecciones Le Pen y sus mesnaderos. No necesitamos, pues, las excusas para abstenerse. La bandera que se agita en el fondo es: conforme peor, mejor. Cuyas consecuencias –ayer y hoy--  son harto conocidas. Segunda conclusión: quienes de manera esforzada plantean la abstención nos están diciendo que «su Reino no es de este mundo».


En radical oposición a estos estetas de la nada, Varoufakis ha hablado alto y claro: «Hay que votar a Macron». Y lo argumenta: "Somos conscientes de los peligros que representa el programa de Macron para los equilibrios sociales, y estamos en profundo desacuerdo con su proyecto para Europa y la zona euro, que solo prolongará y agravará la situación desastrosa de la Unión Europea. Sin embargo, sus políticas podrían ser combatidas democráticamente en el marco de las instituciones europeas y de las luchas colectivas".

viernes, 28 de abril de 2017

El Parlament calla ante los desmanes de los Pujol

Es del todo claro que Jordi Pujol Ferrusola –Junior para sus íntimos-- mintió con todo desparpajo en el Parlament de Catalunya. Otro tanto podría decirse de su señora madre, Marta Ferrusola. Y, por ese camino, nos atrevemos a establecer la hipótesis de que el Viejo Patriarca hizo tres cuartos de lo mismo. De lo que sabemos hasta ahora sacamos esta conclusión. La decisión del Juez, enviando a prisión al primogénito de la familia, no deja lugar a dudas.

Sin embargo, todavía es la hora de que la mayoría del Parlament de Catalunya diga que fue burlado, menospreciado hasta las cachas por la sagrada familia. Esta mayoría está ocupada en asuntos de mayor importancia, según parece. No le preocupa su propia dignidad. Es más, la principal fuerza parlamentaria (la vieja Convergència y sus masoveros) está intentando tapar el ingreso en prisión del llamado Junior y los nuevos registros en las diversas residencias de su familia. Lo intenta esconder, también, con el aprovechamiento de las amenazas de Lluís Llach a los funcionarios catalanes que no respeten la llamada desconexión. Un cantante que ha cambiado el pentagrama por la porra, convirtiéndose él mismo en pura «estructura de Estado».


Nota bene. La foto nada tiene que ver con el texto de esta brevería. Es un homenaje a mi compañero Paco Agüera. Sindicalista de raza.


miércoles, 26 de abril de 2017

TRABAJO Y CAMBIO TECNOLÓGICO: ¿SÓLO DESCONEXIÓN DIGITAL?



MIQUEL ÀNGEL FALGUERA BARÓ
Magistrado especialista TSJ Cataluña
En las últimas semanas han aparecido distintas informaciones sobre la posibilidad de implantación de la denominada desconexión digital en este país; por tanto,  el reconocimiento del derecho de las personas asalariadas a no estar pendiente de comunicaciones laborales fuera de su horario de trabajo. Se trata de un simple mimetismo de la descafeinada normativa francesa al respecto, tras la entrada en vigor de la denominada Loi El Khomri.

De entrada el lector puede tener la sensación de que se trata de una excelente idea, en tanto que esa posibilidad comportaría limitar el ámbito de las obligaciones de prestación de servicio a los concretos límites temporales a los que se circunscribe el horario laboral. Sin embargo, si reflexionamos un poco más sobre la cuestión emergen dudas importantes.

* Un cambio radical en las formas de trabajar

Las nuevas tecnologías están presentes en el mundo de las relaciones laborales desde hace ya más de tres décadas. Y lo están con creciente intensidad, en forma tal que las formas de trabajar actuales tienen escasa vinculación con las anteriores al cambio tecnológico.  
Uno empieza a tener ya cierta edad. Y si intento recordar cómo hacía un recurso de suplicación hace treinta y cinco años (era entonces un aprendiz de abogado) rememoro que me sentaba ante una máquina de escribir, colocaba los variados folios con su correspondiente papel carbón –teniendo a mano  aquél Tipex que te untaba de blanco los dedos- y así había que ir escribiendo poco a poco, meditando previamente cada frase. Pero antes, debía diseñar la “trama” del recurso y haberme provisto de las fotocopias de las sentencias y la normativa aplicables tras una búsqueda –a veces complicada- en los inagotables tomos de jurisprudencia y legislación. Un error en esa operación de confección del recurso devenía fatal, en tanto que obligaba a volver a empezar. El escrito así obtenido debía presentarse en el juzgado al día siguiente (o, entonces, en el juzgado de guardia, antes de las doce de la noche si finía el plazo)

Hoy un abogado que se enfrente a esa situación lo hace en forma radicalmente distinta: empieza a escribir por dónde quiere, rectifica lo que no le parece adecuando en el momento que cree oportuno, readecúa el texto cuándo le viene en gana, incluye –el maldito “corta y pega”- textos de sentencias, de legislación o de doctrina que obtiene fácil e inmediatamente de una base de datos on-line, etc. Y el recurso se presenta en el mismo momento de su finalización a través de LexNet.

Comparemos el resultado de ambos escenarios: mis recursos ocupaban, como mucho, cinco o seis páginas y tenía que dedicarles, con suerte, toda una tarde. El abogado de hoy puede escribir los suyos en menos tiempo con una extensión de muchas decenas de folios (para desesperación del ponente en el tribunal al que corresponda en reparto). Conclusión de esta breve reflexión propia: las formas de trabajar –y de pensar en el trabajo- de un abogado han sufrido un cambio radical por causa de las nuevas tecnologías. Y ello ha ocurrido en un sector en principio tan “artesanal” como el de los juristas…

Estas modificaciones en la forma de trabajar ya no son las microdiscontinuidades que caracterizan –como afirma el maestro ROMAGNOLI- nuestra disciplina: se trata de un cambio sísmico que está afectando a la orografía del iuslaboralismo.

*  Los inexplicables silencios del legislador, las insuficiencias de la negociación colectiva y el papel de los jueces

Pues bien, en esa tesitura no deja de llamar la atención que el legislador siga mirando hacia otra parte y permanezca ajeno a las implicaciones que ese choque en las capas tectónicas está teniendo en el contenido de derechos y obligaciones del contrato de trabajo. Si acudimos a la norma básica en materia de relaciones laborales, el Estatuto de los Trabajadores (ET), podremos comprobar como la mención a la tecnología es prácticamente inexistente. Aparte de la indeterminada referencia a la “técnica” contenida en los artículos 12,4 e), 39.2, 40.1 y 4, 41,1, 45.1 j), 47, 49.1 i), 51.1, 52 b) y 82.3) el ET únicamente  utiliza el término “tecnológico” en la letra b) del artículo 68 –en relación a la prioridad de permanencia de los representantes de los trabajadores, como sinónimo de causas técnicas-. Sólo el artículo 19.4 (como el artículo 19.1 LPRL) contiene una previsión normativa al respecto en materia de prevención de riesgos laborales (en un precepto, además, que no es otra cosa que la transposición de la Directiva 89/391/CEE). La conclusión resulta evidente: con la única salvedad de una puntual mención en salud laboral, la norma legal que por mandato constitucional deviene el eje central en la regulación del contrato de trabajo contempla el cambio tecnológico únicamente desde la perspectiva de lo que se conoce como flexibilidad interna o externa, situándolo en el marco de las medidas legales de reestructuración; esto es: el impacto del cambio tecnológico en las necesidades de gestión de mano de obra de la empresa. Ninguna mención a los derechos de los trabajadores ante el nuevo paradigma…

Podría pensarse que esa anomia ha sido cubierta por la negociación colectiva. Pero ocurre que no es así: si acudimos al Anuario de Estadísticas Laborales del 2015 publicado por el MEYSS podremos comprobar como apenas el 3,2 por ciento de los convenios registrados en ese período hacían mención a la regulación de la implantación de nuevas tecnologías (en porcentajes prácticamente inmodificados en los últimos años).

La inexistencia de una normativa reguladora del cambio tecnológico pone en evidencia un grave problema: el marco jurídico de las relaciones laborales está diseñado para un escenario que ya no es actual. Y en tanto que las garantías históricas devienen desfasadas –porque están pensadas sobre un modelo obsoleto- la desigualdad contractual entre las partes comporta que se incrementen en la práctica las potestades decisorias de los empleadores en detrimento de las tutelas las personas asalariadas.

Hace tiempo que he llegado a la conclusión que los silencios de la ley ante los grandes cambios del mercado de trabajo obedecen a una clara voluntad desreguladora. El legislador lleva casi un cuarto de siglo interviniendo, cual  elefante en cacharrería, en el complejo juego de derechos y obligaciones de lo que podríamos denominar “flexibilidad contractual”; pero lo ha hecho sólo en beneficio de una de las partes, negándose a regular el carácter bidireccional de esa flexibilidad (el empleador tiene concretos mecanismos de modificar horarios y condiciones de trabajo, pero esa opción no se contempla para el trabajador, más allá de declaraciones genéricas). Ese parcial intervencionismo se explica por razones de productividad y de adaptación de la producción. Sin embargo, la ley guarda un ominoso silencio ante los numerosos cambios del modelo de relaciones laborales; así ocurre, como se acaba de ver, respecto a los cambios derivados de los nuevos medios de producción. Pero ocurre también ante las nuevas formas de organización de la empresa (grupos de empresa, empresas-red, etc.) y de organización de la producción (externalización). Esas carencias del marco legal sólo son explicables por dos motivos: o una manifiesta ineptitud o, lo que se antoja más probable, una política no expresamente reconocida de potenciar la capacidad decisoria de los empresarios.

La obsolescencia de la ley obliga a jueces y tribunales a intentar adaptar –a martillazos- las antiguas tutelas al nuevo panorama, lo que provoca múltiples incertidumbres a los justiciables. Y a ello cabe añadir una creciente tendencia de la doctrina judicial de sustentar el progresivo deterioro de las garantías de las persona asalariadas, lo que se deriva del horror vacui y, por tanto, la negativa a suplantar el papel del legislador. Como prueba de esta afirmación: baste con observar la evolución de la doctrina casacional en relación con las capacidades empresariales de control del uso extraproductivo de los medios tecnológicos (no es lo mismo lo que se afirma en la STS UD 26.09.2007, Rec. 966/2006, que lo se indica en la STS UD 06.10.2011, Rec. 4053/2010) o respecto a la validez como prueba de los registros videográficos en el centro de trabajo (es suficiente comparar la conclusión de la STS UD 13.05.2014, Rec. 1685/2013, que la de la STS UD 07.07.2016, Rec. 3233/2014).

A ello cabe sumar que el propio Tribunal Constitucional –que sí tiene competencias para forzar la interpretación de la ley supliendo el papel del legislador- ha dejado de jugar en los últimos años el papel de impulsor del ejercicio de derechos fundamentales en las relaciones laborales que históricamente había venido cumpliendo. No está de más recordar cómo en la STC 114/1984, de 29 de noviembre se afirmaba que el secreto de comunicaciones no se limitaba únicamente al contenido de la misiva, extendiéndose asimismo a “otros aspectos de la misma, como la identidad subjetiva de los interlocutores o de los corresponsales”; y que la impenetrabilidad para terceros no se aplicaba únicamente respecto a los poderes públicos, sino que también era postulable en el ámbito interprivatus. A lo que se añadía que “el concepto de secreto en el art.  18.3 tiene un carácter formal, en el sentido de que se predica de lo comunicado, sea cual sea su contenido y pertenezca o no el objeto de la comunicación misma al ámbito de lo personal, lo íntimo o lo reservado”. Así el derecho constitucional al secreto de comunicaciones sólo podía ser afectado por una resolución judicial suficientemente motivada y con carácter proporcional.

Una lógica que también se aplicó en el terreno de las nuevas tecnologías (STC 173/2011, de 7 de noviembre). Sin embargo, cuando años después, el TC tuvo que aplicar su doctrina en el terreno de las relaciones laborales optó por una clara opción propietarista, aceptándose el acceso del empresario a ámbitos de privacidad del trabajador por el mero hecho de ser el titular del mismo (SSTC 241/2012, de 17 de diciembre, 170/2013, de 7 de octubre, etc.). El papel de cuasi legislador histórico –por tanto, de cubrir las carencias de la ley- del TC es claramente denotable en su sentencia 281/2005, reconociendo el derecho de los sindicatos a remitir información a los trabajadores, imponiendo, sin embargo, una serie de condicionantes. Por el contrario, la reciente STC 17/2017, de 2 de febrero, pone en evidencia cómo nuestro órgano de interpretación constitucional se ha negado a declarar contrario al derecho de huelga el esquirolaje tecnológico.

*  ¿Qué hacer?: no es sólo el derecho a la desconexión

Parece evidente que la inercia de potenciación de las competencias del empleador ante el nuevo paradigma tecnológico está afectando sensiblemente al juego tradicional de poderes del contrato de trabajo, rozando situaciones que en la práctica conllevan una limitación casi absoluta del ejercicio de derechos fundamentales por los trabajadores. Y ello sólo tiene una posible alternativa (obviamente, si lo que se pretende en un reequilibrio de fuerzas en el contrato de trabajo): una modificación legislativa. Se trata, pues, de regular por ley la incidencia del cambio tecnológico en las relaciones laborales. Ahí van algunas ideas:

- En primer lugar desde una perspectiva meramente contractual, hay que romper la tendencia propietarista del uso extraproductivo de las nuevas tecnologías en el trabajo. Ciertamente, el ordenador es propiedad del empresario; sin embargo, cuando ese ordenador se conecta a Internet es algo más: es un instrumento de comunicación. Por ello, las limitaciones que pueda imponer el empleador al respecto no son universales (en tanto que esto conlleva negar el ejercicio de un derecho fundamental) sino que deben ser causales, proporcionadas y objetivas. No está de más recordar, en este sentido, que la ONU ha declarado el acceso a Internet como un “derecho humano altamente protegido” (lo que ha empezado a aceptarse en algunos países, como México o Grecia.

- En segundo lugar, deben regularse los límites de las afectaciones de ámbitos de privacidad de la persona asalariada en el trabajo o en relación al mismo. Se trata, por tanto, de establecer las normas compositiva por la colisión del derecho a la libre empresa con los derechos al secreto de comunicaciones (acceso a los contenidos personales en el ordenador de la empresa), a la intimidad (grabaciones videográficas o de voz, instrumentos de seguimiento o reconocimiento, prueba de detectives, etc.), a la libertad informática (aspecto éste que tendrá que ser abordado por la trasposición del Reglamento 2016/79), a la libertad sindical (el tablón de anuncios virtual) y al derecho de huelga (esquirolaje tecnológico).

- En tercer lugar, parece imprescindible un cambio en la normativa procesal que regule plenamente aspectos como la prueba digital y su adaptación al régimen de recursos, así como la ilicitud de la prueba y su prueba.

- Por último, no estaría de más empezar a diseñar marcos legales ante fenómenos emergentes vinculados con la prestación laboral, como el teletrabajo (pese a los cambios experimentados en el art. 13 ET tras el RDL 3/2012 quedan aún múltiples aspectos del Acuerdo Marco por trasladar a nuestro ordenamiento) o la ubereconomia (que me resisto a llamar “economía colaborativa”).

Ni el mero propietarismo, ni el régimen de obligaciones contractuales justifican que el derecho a la libertad de empresa y el derecho a la propiedad enerven el ejercicio de otros derechos constitucionales (en especial cuando éstos tienen la condición de fundamentales). Es ésa una visión basada en la lógica de producción del paradigma fordista que, por tanto, está hoy en claro declive. El fin del fordismo no es únicamente predicable del contenido de la prestación laboral (la flexibilidad contractual), también se extiende a las formas de organización del trabajo y de la producción y al modelo de ejercicio del poder en la empresa. En otro caso, la subordinación autoritaria del anterior sistema deviene, por mor de las nuevas tecnologías, en una situación en la que se agudiza el sometimiento del trabajo a la esfera de poder del empleador.

En esa tesitura, iniciativas como la regulación de la desconexión digital pueden ser positivas… siempre que se acompañen de una efectiva normativización de las nuevas tecnologías en el trabajo. Lo contrario –quedarse ahí- conlleva un evidente mensaje implícito: mientras se está dentro de la empresa no existen derechos fundamentales (como escribió el gran Dante: “lasciate ogne speranza, voi ch'intrate”).

Empezar a regular las nuevas realidades productivas en el trabajo por la desconexión digital es, simplemente, empezar la casa por la ventana. La tendencia legislativa debería ser exactamente la contraria




martes, 25 de abril de 2017

¿Primero de Mayo o Uno de Mayo?

¿Primero de Mayo o Uno de Mayo? De un tiempo a esta parte las convocatorias del Primero de Mayo, 1º de Mayo, algunas convocatorias –manifiestos, carteles – hablaban del Uno de Mayo, 1 de Mayo. De ello se habló en este mismo blog en años anteriores. Ahora, se ha extendido y es raro ver un llamamiento que indique que el Día Internacional de los trabajadores se llama Primero de Mayo. O, para abreviar, 1º de Mayo. Incluso los órganos centrales de CC.OO. y UGT nos hablan del 1 de Mayo. Algo peor que una estupidez, es un error. Está ocurriendo igual que el Día Internacional de la Mujer trabajadora que, mutatis mutandi, se está convirtiendo en el Día de la Mujer. A secas. O sea, el día de la señora Botín y el de una trabajadora del textil Sabadell. ¿A qué se debe este cambio de carácter, que el sindicato ha ido asumiendo silenciosa y despreocupadamente. ¿Es irrelevante lo que estamos planteando? ¿Es una pejiguería propia de un viejo sindicalista?

El Uno de Mayo, 1 de Mayo, es solamente una fecha del almanaque con la misma personalidad que otro día del año. El Primero de Mayo, 1º, es la conmemoración de un acontecimiento histórico, la unidad ocasional de los trabajadores en el mundo entero, la celebración de un complejo itinerario de luchas en todos los países, y la oportunidad para reflexionar –renovando y repensando el sindicalismo--  sobre la transformación y humanización del trabajo. Este es el significado de un significante tan importante como el Primero de Mayo. Por el contrario, el significado y el significante del Uno de Mayo es irrelevante.

Me pregunto por qué se fue diluyendo el nombre de la cosa, y por qué nadie con mando en plaza ha llamado al orden. Esto del uno de Mayo es, sin duda, parte de una moda currutaca. Y que, de no corregirse, puede formar parte del almacén de aquellas denominaciones antiguas. Por ejemplo, las que intentaban disfrazar ese Día como San José Obrero o San José Artesano.


Lo nuestro es Primero de Mayo, Primer de Maig, Primo Maggio, Premier Mai. Lo otro es una gilipollescencia, que –sin querer, desde luego--  erosiona la fuerza de una conmemoración y de un proyecto. Por lo que se ruega encarecidamente un respeto a algo que es, además, memoria histórica. O, si se prefiere, historia. Perdón Historia. 



sábado, 22 de abril de 2017

La versión totalizante de Puigdemont


“Els 850 anys de l’Hospital de Martorell són possibles gràcies a aquesta gran estructura d’estat que és la nostra societat civil” (1). Tamaño disparate no es necesario traducirlo al castellano en ninguna de sus versiones geográficas. Ni siquiera hace falta ser becario de Metiendo bulla para saber que una cosa es la «sociedad civil» y otra el «Estado».

La primera consideración es la ignorancia caballuna del president de la Generalitat, que es periodista de carrera. La segunda es que la mitografía independentista es capaz de identificar «el Estado» con una talabartería que le sea afín. Estos son los tiempos y la lírica que tenemos en algunos recovecos de Cataluña.

Ahora bien, siendo preocupante lo anterior –la ignorancia y su hija putativa, la mitografía--  más lo son las consecuencias que se desprenden de lo uno y lo otro. A saber, el Estado ya no son sus necesarias estructuras convencionales que llamamos técnicamente los aparatos del Estado. En la versión de Puigdemont y sus masoveros la sociedad civil es también Estado y, por tanto, aparato del Estado. Alerto: no se trata simplemente de un chocante Libro de Estilo, es una concepción que remacha el clavo de una visión totalizante. Todo es Estado. Hasta un puesto de pipas.  Por lo tanto, el Estado debe ocuparlo todo.


En resumidas cuentas, algo más que una empanada rellena de ignorancia. El filósofo Leo Strauss   (en la foto) solía contar que su abuela le decía con frecuencia: «Te sorprenderás si supieras con qué poca sabiduría está dirigido el mundo». Puigdemont se esfuerza en demostrarlo. A destajo.


miércoles, 19 de abril de 2017

Mariano Rajoy, testigo de ocasión

Un auténtico terremoto: Mariano Rajoy es llamado a declarar como testigo en el caso Gurtel. Testigo o el que da testimonio de algo. Y si da testimonio es que no andaba lejos de donde ocurrió ese «algo». Por cierto, ¿cuántos afirmaron que Mariano sería llamado a declarar? No es mi caso. Pero seguramente habrá astrólogos de baratillo que dirán, tan panchos, que ellos ya lo dijeron en la barra de la taberna de la esquina. Ahora lo que se ventila es si el susodicho testificará a través del plasma o se personará en directo. Ya lo veremos.

Podemos afirmar, no obstante, que (tanto en plasma como en directo)  Mariano se acogerá a la doctrina del nomeconstantismo. A saber, esa técnica del «no me consta» que se ha puesto de moda. Que indica lo que los antiguos definían como «llamarse Andana». La han manoseado ad nauseam tanto patricios como plebeyos, tanto los de sangre azul como la verde, el color de los billetes, billetes verdes. «No me consta», u otro similar y menos manido, será el concepto sobado que usará Mariano. El hombre de Pontevedra sometido a la prueba del algodón.

Si dice lo que sabe hunde a su partido en una fosa abisal. Si no le consta quedará como un calzonazos que nada sabía, un títere manejado por los covachuelistas de la calle Génova.

Sea como fuere España está en coplas en el mundo. Una coincidencia astral ha hecho que coincidan en el espacio—tiempo lo de Mariano y lo de Rodrigo. Mariano o el testigo; Rato, el mega ex, que ha visto cómo ha saltado por los aires su secreto de dimitir del Fondo Monetario Internacional. Por cierto, la señora Lagarde todavía es el momento para que nos ofrezca una explicación. Aunque tal vez a ella tampoco le conste.

Y mientras tanto algo está en desuso: ese constructo de la «Marca España». Quienes la acuñaron y publicitaron han contribuido poderosamente a enterrarla. Un momento: la marca España que debe resaltarse es que un Tribunal de Justicia ha llamado a declarar al presidente del Gobierno como testigo. Con la exigencia de decir verdad.


Postdata.--  ¿No habrá alguien que le meta mano a una novela o relato que recuerde La Corte de los Milagros de aquel trueno de don Ramón María del Valle-Inclán? Al finalizar estas líneas me entero de la detención de Ignacio González y sus macabeos. 

martes, 18 de abril de 2017

¿Qué utilidad tiene el referéndum catalán?


« … Pero suponiendo que ganara la independencia en el referéndum, no quiere decir que se declare», ha manifestado recientemente Ada Colau a la cadena Al Yazira. No es una opinión irrelevante, ni quien la sostiene es una cualquiera. Tener el bastón de mando en la ciudad de Barcelona y, simultáneamente, ser la dirigente de un partido en ascenso, los popularmente llamados comuns, le ha llevado a acumular una serie de significantes de gran importancia.

La reflexión de Colau obliga, además, a razonar sobre la utilidad del santificado instrumento del referéndum en concreto y, sobre todo, del conjunto de la estrategia del secesionismo. Una reflexión laica, en la acepción que Togliatti daba a dicho término, y por tanto alejada de la mitografía que acompaña al mencionado referéndum. Deberíamos convenir, pues, que esa cavilación que se reclama debe orientarse hacia la utilidad. Es decir, ¿de qué sirve gastarse en «palas, picos y azadones» para que después las cosas sigan en su lugar, descansen? Si el referéndum se pierde, tiempo y dinero derrochados. Si se gana, y todo sigue igual, ¿qué utilidad nos ha deparado?  Digamos, pues, que no encaja en todo ello las características de la razón pragmática.

Ahora bien, si el planteamiento de la señora Colau es lo suficientemente rotundo, sus consecuencias deben inspirar una orientación clara, sin titubeos ni zigzags, a la misma alcaldesa y al partido que dirige. De no aclararse, su organización puede acabar siendo una olla de grillos. Por lo demás, la rotundidad que referimos exigiría, en pura lógica, una clarificación de las prioridades de los Comunes. Urgente porque dicho partido está en sus primeros andares. No veo otra prioridad que la «cuestión social», la representación del universo del trabajo realmente existente que cambia aceleradamente. 
   

domingo, 16 de abril de 2017

Novedades en Cataluña: mamá se puso encima de papá


La Vanguardia publica hoy, domingo de resurrección, una encuesta. Es la que aparece en la foto que preside esta entradilla. Sin duda, la nota principal es que Esquerra Republicana de Catalunya adelanta al heredero de la vieja Convergència. Jonqueras se ha subido a los faldones de Artur Mas. Se intuye la conmoción en los despachos convergentes. Sube la coalición de la señora Colau, desciende levemente Ciudadanos, el PSC pierde un escaño, los cupaires cosechan un significativo tropiezo y el Partido Popular sigue paseando su soledad sin oficio ni beneficio. Son solamente encuestas. Expresión de los humores contingentes del electorado. Nada definitivamente dado, por lo tanto. Ahora bien, de estos «humores» podemos sacar algunas conclusiones provisionales: el bloque secesionista pierde consensos y la vieja centralidad catalana se ha desplazado hacia otro lugar.

Repetimos, sólo se trata de encuestas. Los badajos de las campanas deberían ser prudentes. Falta mucho pescado por vender. Que el secesionismo haya descendido no impide que su capacidad de representación y movilización sea irrelevante. Digamos que en teoría una parte del electorado de la CUP se ha desplazado bien hacia Esquerra bien hacia la Catalunya de Colau.

Lo que si parece apreciable es que el centro de gravedad tradicional (Convergència gobernando y los socialistas en la oposición, salvo en la época del tripartito) se ha desplazado a Esquerra y la CSQEP colauíta. Lo que si apunta una novedad cualitativa. Aquí podemos apuntar a que eso es algo más que una encuesta.

Por supuesto, todo ello tiene una importancia relativa. Mientras ocurren estas quisicosas la tensión mundial adquiere tonos exasperados. Mijail Gorbachof nos alerta. La guerra de Siria se embrolla cada vez más, y dos aventureros –uno americano y otro coreano--  pugnan por ver quién es más energúmeno. Mientras tanto, nosotros seguimos en nuestro particular campanario. A la espera de ver por quién doblan las campanas. Con el peligro, de seguir así, de que nadie quede para tirar del badajo.



sábado, 15 de abril de 2017

«En política se puede hacer todo, menos el ridículo»


El independentismo catalán está viviendo una semana de pasión. Con su correspondiente cáliz de amargura. Son tiempos de rifirrafe en si bemol entre el partido PDECAT, ex Convergència, y su socio Esquerra Republicana de Catalunya. Cuando los números no salen cualquier mota de polvo acaba siendo una tempestad. Y los números no salen. De ahí que, cuando los estrategas de una y otra fracción se rascan la cabeza para ver cómo se cuadricula el círculo, las líneas de mando se enzarzan en berrinches que, al menos en el caso que comentaremos, provocan hilaridad.

En un restaurante de Manresa se celebra una comida de hermandad. A la hora de la sobremesa –después de los correspondientes caldos, moscateles y ratafías--  toma la palabra el joven secretario de Organización del PEDECAT. El caballero entiende que todos los comensales son de dicho partido. Nadie le ha hecho saber que se encuentran también dos dirigentes locales de ERC. El orador viene a decir que si los números no salen colocarán como primero de la lista a un autonomista. Ignora –de hecho todos ignoran--  que el discurso se está gravando. ¿Cómo testimonio de un acontecimiento histórico o como muestra de desconfianza? Eso no consta en la crónica del ágape. Días después el discurso del secretario de Organización aparece en los medios. No hace falta saber ni demostrar quién lo ha grabado y filtrado.  

Las relaciones entre ambos partidos se tensan. Se tiran en público los platos. Se piden explicaciones. Silencio, estamos en Semana santa. Y entonces estalla el petardo. Rueda de prensa. El PEDECAT, por boca del mentado secretario, nos hace saber que «pondrá el asunto en manos de la Fiscalía». No se aclara si es por grabar el discurso o por filtrar la noticia. El ministerio fiscal debe investigar quién (o quiénes) han cometido sendas indiscreciones o infidelidades. Bonvehí se llama este párvulo dirigente.


Conclusiones provisionales: o este joven no está informado del proceso de desconexión, de la servidumbre forzada o voluntaria de la Fiscalía a los aparatos del Estado o no se ha repuesto de los efectos de la comida. Téngase en cuenta que el agua suele ser un tantico traicionera. En resumidas, cuentas se pone en manos del Estado –que nos roba, saquea, expolia, engaña y reprime--  un contencioso, no irrelevante, entre hermanos independentistas. Lo que sucede cuando no se siguen los consejos del viejo Tarradellas: «En política se puede hacer todo, menos el ridículo». Esta es una idea que, antes de que el viejo president la acuñara, se la escuché a mi viejo amigo Jaume Puig i Tarradas:  «Es más penoso hacer el ridículo en política que cometer un error». Jaume Puig, en la foto, que nunca exigió derechos de autor a Josep Tarradellas.  


viernes, 14 de abril de 2017

Nacional-catolicismo en España


Está renaciendo el nacional-catolicismo. Lo hace visiblemente en algunas de sus formas más antañonas de la España cañí. Su instrumento es una alianza entre sectores de la política más derechista (especialmente del Opus Dei) y determinados altos jerarcas de la Iglesia. Esta visibilidad se manifiesta en una coreografía militar y ciertos aparatos del Estado. Se extienden los nombramientos de Vírgenes como capitanes generales y, por no faltar, se designan jefes de policía honorarios a las vírgenes que todavía no han conseguido ascender en el escalafón de la milicia. Todo ello amplió su diapasón bajo el ministerio del beato Fernández Díaz, el urdidor de la llamada policía patriótica.

La última expresión de esta fase es la circular que el Ministerio de Defensa ha enviado a sus subordinados: banderas a media hasta por la muerte de Jesucristo. Honores militares al Nazareno. Nacional-catolicismo del más rancio alcanfor. ¿Religiosidad? De eso, nada. Sostengo que es puro paganismo. Es más, cortesía de esas autoridades para que, por ejemplo, en Semana santa, el turismo de masas (interior y exterior) pueda gozar de una serie de atracciones variopintas. La Semana santa, así las cosas, parece refundada por la patronal de la Hostelería, siguiendo los pasos de El Corte Inglés que reinventó la Navidad. Semana santa, pues, en manos del Becerro de Oro. Conjunción de intereses entre el nacional-catolicismo y el mundo del parné.


Pero hay algo más importante que todo ello. Esta operación se da en el contexto de la prédica del Papa Francisco, a quien hay que debilitar y derrotar en la correlación de fuerzas. Suponemos que Francisco lo sabe. Pero no sabemos hasta qué punto sus seguidores están al tanto. 


jueves, 13 de abril de 2017

Jimmy Carter y la independencia de Cataluña

Al final se descubrió el pastel: Jimmy Carter no es quien Raül Romeva se pensaba. Este Romeva ejerce de putativo ministro de relaciones internacionales de la Generalitat de Catalunya. Un paréntesis: busquen la palabra «putativo» y verán que no es un insulto ni nada que se le parezca

La diligencia paroxística de Romeva es inversamente proporcional a los resultados que consigue. Este frenético caballero viaja por los cuatro puntos cardinales del planeta recabando apoyos diplomáticos y políticos para la causa de la independencia catalana a costa de los impuestos que pagamos todos. La gallina de sus resultados acaba convirtiéndola en un pavo real. Humo, solamente humo.

Este Romeva organizó el viaje de Carles Puigdemont a la residencia del presidente Jimmy Carter. Fotos, apretón de manos y vuelta a Barcelona. Los titulares de la prensa independentista dieron a entender que el ex norteamericano apoyaba la causa. Romeva eufórico, Puigdemont en estado de deliquio. Y sus parciales celebrándolo por todo lo alto. Pero ya lo dice el viejo refrán de Parapanda: se pilla a un tramposo antes que a un cojo. Porque, en menos que canta un gallo, Carter dice que nanay, que él no se mete en esos comistrajos. Romeva y Puigdemont –o, si se prefiere, Puigdemont y Romeva-- han vendido una mercancía averiada, un matute tan falso como los viejos duros sevillanos. Oro del que cagó el moro. Plata de la que cagó la gata.


El caso es que Carter recibió a la comitiva por educación. La cortesía está por encima de casi todo, debió pensar el ex presidente. Sólo y solamente eso: buenos modales. El resto es pura engañifa a propios y extraños. Y lo peor: instrumentalizar a un anciano, aunque –por lo que se ve--  se mantiene en forma. Es lo que tiene la venta de mitos.  Y en lo que a mitos se refiere les sugiero que, aprovechen estos días de Semana santa, para leer sosegadamente el  libro del profesor Joan Lluis Marfany, Nacionalisme español i catalanitat. Todo un ajuste de cuentas con una historiografía nacionalista de baratillo. Naturalmente, los mitógrafos subvencionados le están poniendo a caldo. Lógico, por lo demás. Una cosa es la canción de gesta y otra, bien diferente, es la historia. En suma, el mitógrafo puede admitir a pies juntillas que, cuando lo de Roncesvalles, «en París está doña Alda, la esposa de don Roldán». El historiador responsable debe contestar: «Conque esas tenemos, ¿eh?».  


martes, 11 de abril de 2017

En la muerte de Carme Chacón

Se suele decir que en España enterramos bien a los muertos. Es lo que ha pasado con Carme Chacón. Las llamadas redes sociales, siempre tan desmesuradamente bronquistas, han tratado a la política socialista con admiración; quienes han tirado de bilis han sido insignificantemente minoritarios. La élite política se ha comportado con decoro. Largas colas en Ferraz y en las sedes socialistas de Barcelona y Esplugues de Llobregat haciendo su último homenaje a la desaparecida. O sea, la lucha política, siempre tan inmisericorde, al menos en esta ocasión, se ha comportado. La única excepción ha venido de sus propias filas. Ha habido –muy pocos, ciertamente—quien ha aprovechado la ocasión para recordar, en aparatosos tuitters, que la fallecida apoyaba la candidatura de Susana Díaz. Insignificantes excepciones dando la nota con el ánimo de rebañar adhesiones.

Me han llamado la atención dos comentarios de dos viejas amistades: Eduardo Saborido, que siempre la admiró, recordando el famoso «capitán, mande firmes» y el de la sindicalistas bajollobregatense Aurora Huerga, que comenta que cuando fue elegida secretaria general de CC.OO. de la comarca recibió una carta de felicitación de Carme Chacón. Y se lamenta de la pérdida de la joven socialista.

Cierto, en España enterramos bien. Pero nos cuesta llevarnos bien, incluso a la hora de expresar nuestros desacuerdos.

Me permito una anécdota personal. Un día nos encontramos fortuitamente. «Me ha dicho que te han operado recientemente», me dijo con una sonrisa benefactora. Le expliqué que era de cáncer en la vejiga. Casi no me deja terminar: «Eso no es nada, hombre. Tú y los médicos os lo coméis con patatas». Y me explicó que lo «suyo» sí era preocupante. Me quedé de piedra, porque, además, en aquella época (corría el año 2000) yo no sabía qué era tener el corazón al revés.

Carme Chacón o la pasión por la política.



lunes, 10 de abril de 2017

No somos ni lo uno, ni lo otro

Hay quienes se definen afirmando que no son lo que son. Esta es una novedad conceptual que debe responder a algo. Es una especie que mayormente se da en política. Los menos avisados afirman que se trata de un ejercicio de ambigüedad, pero en mi caso intuyo que es confusión. Confusión propia, en el mejor de los casos. Y, por ello, confusión hacia los demás.

No somos unionistas, ni independentistas, ni federalistas. Tampoco somos confederalistas. Somos otra cosa. Si te pones a escarbar en su rebotica –al menos en mi caso--  ni siquiera llegas a entender qué son, ni qué quieren ser. Todo un inconveniente para la clásica seña de identidad del qué somos y qué buscamos en esta vida. 

Decía el viejo Aristóteles que la física influye en la filosofía. Sea, no seremos nosotros quienes llevemos la contraria al viejo maestro de Estagira. Pero o se le olvidó o todavía la física no había empezado a influir en la política. Habrá que esperar a Werner Heisenberg y su principio de indeterminación: la física influye en la política. Es la política indeterminada que no me dice qué se es, sino qué no se es. En fin, posiblemente también puede ser un contagio de aquella coplilla de Karina: «No, no somos ni Romeo, ni Julieta», en la que nunca se aclaró qué diantres son. Que en la canción puede estar justificado, pero en política puede tener sus inconvenientes.   



sábado, 8 de abril de 2017

PLENO EMPLEO Y BUEN EMPLEO. Dialogando con Paco Rodríguez

Habla Paco Rodríguez de Lecea

A través de un artículo de Cristina Narbona en “bez” (“No es economía, es ideología”), me llega la información de la publicación en español del último libro de Ann Pettifor. Se llama La producción del dinero: cómo acabar con el poder de los bancos (Sin Fronteras, Barcelona 2017). Una mínima objeción: era mejor el título original, más claro y rotundo, con menos sugerencias de título de autoayuda: Just Money. How Society Can Break the Despotic Power of the Finance (2014).

Pettifor (en la foto) merece respeto desde que en 2006 lanzó su título más conocido, La próxima crisis de deuda del Primer Mundo. El pleno de los economistas del establishment  financiero empezó a desmentir a coro sus argumentos considerándolos apocalípticos, pero no pudo llegar muy lejos por ese camino: la crisis llegó, en efecto, al año siguiente. El resto es historia.

Ann Pettifor es profesora de Macroeconomía en la London City University, asesora del líder laborista británico Jeremy Corbyn, y miembro de la Fundación New Economics. Se opone a las políticas de austeridad, rechaza la jibarización del Estado llevada a cabo por el pensamiento neoliberal en favor de la gobernanza autorregulada por los mercados financieros (que incrementa de forma exponencial las desigualdades), está convencida de las bondades de la lucha hoy por el pleno empleo y por el buen empleo, y su receta para acabar con el poder de los bancos consiste en la utilización de las palancas del Estado de derecho y de la movilización de una sociedad bien informada en contra de los abusos catastróficos promovidos por el dinero. Recuerda, en este sentido, la forma tajante como defendió Keynes la subordinación de las finanzas a los intereses colectivos de la sociedad; y cómo las últimas versiones de la socialdemocracia, a partir de las “terceras vías”, han ido abandonando esa exigencia hasta dejar de reconocerse a sí mismas y al ideal social que predican.
Frente a quienes consideran la robotización y la digitalización como elementos destructores netos de empleo, señala Pettifor otros nichos de actividad intensivos en mano de obra que aparecen cada vez con mayor presencia y urgencia en el mundo contemporáneo: las políticas públicas para hacer frente a los desafíos del cambio climático, y el envejecimiento progresivo de la población, con los cambios de orientación y de prioridades que comportan en las políticas sociales.
La información es un arma. He aquí, por tanto, un buen título y una excelente autora para contribuir al rearme tan necesario de la izquierda plural en nuestro país.


Habla José Luis López Bulla

Doy gracias a Paco Rodríguez por la referencia de este último libro de Ann Pettifor, que puede ser un referencia de interés para «la izquierda plural en nuestro país» y, sobre todo, para los sindicalistas. Muy especialmente para la nueva hornada de los que están accediendo en esta fase congresual a altas responsabilidades de dirección. Se trata de una nueva generación que tiene dos novedades: una, un número apreciable de mujeres en los grupos dirigentes; otra, la inmensa mayoría de ellos han nacido en plena democracia. Son novedades que podemos definir como cualitativas. El tiempo dirá hasta qué punto se concreta en una renovación del proyecto sindical.

Paco Rodríguez nos recuerda que la Pettifor señala que «frente a quienes consideran la robotización y la digitalización como elementos destructores netos de empleo, otros nichos de actividad intensivos en mano de obra que aparecen cada vez con mayor presencia y urgencia en el mundo contemporáneo». Muy cierto. En todo caso, el problema del sindicalismo es que está más acostumbrado a ver lo que se cae, los cascotes de la gran fábrica, que lo que emerge. Que es más dado a notar la destrucción del viejo empleo que los trabajos que están emergiendo. Lo que ha conducido a un discurso con un considerable déficit de realidad.

Percibir lo nuevo siempre –parece ser--  es más trabajoso que constatar lo que desaparece. De ahí que nos atrevamos a imaginar que los recambios en los grupos dirigentes, menos contaminados con las aparentes verdades, consideradas como definitivas, están en mejores condiciones para gobernar los procesos de reestructuración e innovación del trabajo, la actividad y de toda la economía. A estas nuevas generaciones les conviene seguir el consejo de nuestro viejo amigo Riccardo Terzi (qed) que exhortaba a que cada sindicalista fuera un constante experimentador social.