viernes, 24 de febrero de 2017

Pobreza energética y pobreza salarial, dicen.

Escribe El dómine Cebra

Hay un afán desmesurado por acuñar conceptos. Yo diría desmesurado. En eso se llevan la palma ciertos sociólogos que rivalizan entre sí en ver quién la dice más estridente o más novísima. Hay que convenir que se están saliendo con la suya. Primero crearon el constructo «pobreza energética» y ahora la «pobreza salarial». Como si la pobreza necesitara ser adjetivada. Pues bien, la una y la otra se ha extendido como un reguero de pólvora en tertulias, artículos de opinión y hasta en las declaraciones de la mayoría de los políticos, politólogos, talabarteros y demás oficios. Hasta prestigiosos sindicalistas se han sumado a esta exhibición del lenguaje, amenazando con figurar en la pancarta.


¿No basta con decir pobreza? ¿No tiene rotundidad decirlo así, a secas? ¿Necesita la pobreza tener más contundencia con un inútil adjetivo?  En fin, tenemos dos problemas: el de la bulimia de acuñar términos sin ton ni son y el del seguidismo de ellos, es decir, esa contumacia en hablar de prestado.  

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