Me indican voces carentes de
todo crédito que la voz funcionarial de Rajoy paralizó a Albert Rivera y su caballo camino de Damasco. Y como al primer
secretario de organización del cristianismo le gritó el legendario «¿por qué me
persigues?». Los murmuradores de doble filo atribuyen a tan inquietante
interrogación el espectacular giro de Ciudadanos, la derecha menor. No parece
creíble esta explicación. De ahí que nos veamos obligados a proponer otra
hipótesis más mundana.
Primer acto
Albert Rivera se creyó como
otros dioses menores que era el Enviado de la Renovación en la Tierra y que,
por ello, los días de Rajoy estaban contados. Tras los resultados de las
elecciones municipales y autonómicas puso en marcha una estrategia versátil: en
determinados lugares propició los gobiernos de Anás; en otros facilitó las
cosas a Caifás. Albert Rivera calculadamente Jano bifronte. Posteriormente en diciembre
consigue unos resultados electorales cuantitativamente insuficientes aunque
cualitativamente importantes. Animado por lo uno y lo otro su derecha menor
arremete contra Rajoy al que, dice, no quiere ver en pintura. Y caracolea así:
puedo pactar con el Partido popular, siempre y cuando se retire Rajoy y sus
presuntos implicados. Si no lo hace, sabiendo de antemano que Sánchez no puede
formar gobierno, hago un remedo de pacto con el PSOE como amenaza a Rajoy. No
fue posible la investidura de nadie: Mariano no se presentó y Sánchez no
alcanzó el necesario quórum.
Segundo acto
Tras la convocatoria de nuevas
elecciones, la derecha menor pierde escaños. Rivera encaja el golpe con una
aproximada elegancia, pero aparenta mantener la misma línea de comportamiento
que en la primera campaña: Rajoy no es de fiar, el Partido Popular es una selva
de podredumbre que nos lleva al despeñadero. Así que este caballero debe
retirarse al ángulo oscuro del salón, allá donde el poeta dice que está el
arpa.
Ahora bien, en un momento dado
–la frase preferida por Cruyff-- Rivera toma nota de una novedad inquietante
con relación a la fase anterior: Rajoy anuncia que se presenta a la
investidura. La amenaza de nuevas elecciones está encima de la mesa. Pero en
esta novedad hay algo más: Albert Rivera sabe que su izquierda menor ha sido
derrotada por la competencia. Esto es, Mariano le ha doblado el pulso. Y más
todavía, que los apoyos de ciertos poderes financieros le abandonan. Se ha
impuesto la lógica del tanto tienes tanto vales. Así pues, Rivera no tiene más
remedio que disfrazarse de meandro: del no
pasamos a la abstención. Y se estructura la justificación del giro. Lo hacemos,
convirtiendo la derrota en responsabilidad, en aras a la gobernabilidad. De una
gobernabilidad entendida como virtud teologal, no como técnica laica.
En resumidas cuentas, es la
derrota sufrida a manos de Mariano Rajoy lo que ha llevado a Ciudadanos a
desdecirse de su posición. De aquí sacamos lo siguiente: una, no seas tan
rotundo si no tienes la fuerza suficiente para mantenerte en tus trece, que es
una variable dependiente de lo que dijo el famoso secretario florentino: «No se debe amenazar sin tener los medios de cumplir la
amenaza», en los Discursos sobre la
primera década de Tito Livio; dos, Albert Rivera ha confundido Cataluña con
el resto de España. En Cataluña lo políticamente naïf puede tener un
determinado predicamento, fuera –además de inteligencia-- los colmillos retorcíos siempre estuvieron a la orden del día. Y Albert Rivera
todavía tiene los dientes de leche.
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