jueves, 28 de abril de 2016

Despidos en los medios de comunicación o el poder empresarial multimedia




Homenaje al maestro Jordi García--Soler

Me inquietan dos cosas: una, los despidos de periodistas en estos últimos días; se trata de Jordi García—Soler (Catalunya radio), Ignacio Escolar (SER) y Ester Palomera (La Razón); otra, la falta de reacción solidaria de sus colegas de profesión. Ya lo pueden bien decir ustedes: se trata de despidos por motivaciones políticas.

García—Soler ha sido puesto en la calle por no seguir los cánones soberanistas de la dirección de la radio pública catalana; Escolar ha comentado reiteradamente la presunta vinculación de Juan Luis Cebrián, factótum della città, con la zahúrda de los llamados «papeles de Panamá», y Palomera por su discrepancia con el flamante comisario honorario, Marhuenda sobre la gestión política de Rajoy y sus circunstanciados detalles. Hasta donde nosotros sabemos la oposición al autoritarismo de este poder empresarial ha brillado por su clamorosa ausencia. Nadie se ha visto concernido, ni a ninguno de los colegas se le han movido las tripas para pasar a la acción colectiva. Ni siquiera una humilde recogida de firmas; ni tampoco los clérigos de la cultura, ilustres escribidores de los medios, han ido de la mano de aquel Julian Benda que les reclamaba un gesto, una «traición» a los poderosos. De unos poderosos que, en este caso, han aparecido como indiferenciados: la Terribas, el Cebrián y el Marhuenda.

¿Es el miedo quien paraliza, en este caso, la solidaridad? ¿es la indiferencia? Por supuesto, algo hay de todo ello. Sea lo que fuere, dejamos el asunto a los expertos en el asunto del acollonamiento personal y colectivo. Lo que importa en este caso son las consecuencias: de las personales podemos decir que se van concretando en una generalizada autocensura que deja al profesional discapacitado para su función que va transitando desde la «servidumbre voluntaria», de la que habló La Boétie,  a la esclavitud del espíritu; de las colectivas, o sea, una redacción de profesionales transfigurados en una manada de borreguillos de alquilada docilidad (1). Y como remate de lo anterior: a la opinión pública solo se le traslada, así las cosas, una mandanga con o sin perifollos.

Por cierto, no me resisto a referirme, aunque brevemente, a esta consideración. No son pocos los medios que hablan de la crisis de la política, de la crisis de confianza de la ciudadanía con la política, pero ninguno de ellos habla de la crisis de los medios de comunicación, de la vinculación de las empresas multimedia a la política y del contagio que se endosan, recíprocamente,  las unas a las otras. De manera que tal vez ha llegado el momento de recurrir al filósofo de Parapanda, Juan de Dios Calero, que sentenciaba: «No le compren carbón a quien no esté tiznado».  Sea, pues.  

   (1)                         Texto de La servidumbre voluntaria:  http://tratarde.org/wp-content/uploads/2011/10/Etienne-de-la-Boetie-Discurso-sobre-la-servidumbre-voluntaria1.pdf


martes, 26 de abril de 2016

El olor a rancio (por lo menos) de Lluis Llach




Tal como pasó, yo se lo cuento a ustedes. Lo hago porque este sucedido apenas ha concitado atención en los medios y, sobre todo, en la comunidad académica. Ocurrió en el Parlament de Catalunya hace pocos días. La coalición gubernamental Junts pel Sí se dividió a la hora de votar una moción que reclamaba suprimir las subvenciones a los colegios concertados que practican el ´apartheid´ escolar sexista, esto es, «los niños con los niños y las niñas con las niñas». Suerte que dicha moción fue derrotada: sólo tuvo el voto afirmativo de los convergentes, los republicanos y el Partido Popular. En todo caso, la sorpresa fue que un destacado miembro de Junts pel Sí, no adscrito –que nosotros sepamos a ninguna formación de dicha coalición--  votó a favor de la segregación. Su nombre, el otrora combativo Lluis Llach, famosísimo cantante por la simbología de su estaca y otros bandoleros catalanes de antaño. Lo que nos proporciona, de momento, esta reflexión provisional: o Llach es partidario de ello o agacha su inspiración y se pone al servicio de la disciplina de voto convergente; non tertium datur, cuya traducción rústica seria que no hay vuelta de hoja.

Ahora bien, el asunto trasciende la posición del cantante. Y apunta a dos elementos no irrelevantes, a saber: de un lado, la votación de los convergentes se da en un contexto donde, se dice, se está cocinando en los fogones la refundación de Convergència democrática de Catalunya; y, de otro lado, en el contexto del proceso hacia la independencia de Catalunya. O, lo que es (casi) lo mismo: el guiso de la refundación se hace a través de un comistrajo en el que, de momento, ha decaído uno de los planteamientos progresistas tradicionales de Convergència, la no separación de sexos en la escuela; más todavía, con dicha postura, apartheid, se nos está indicando qué modelo de escuela podría haber en una hipotética Catalunya independiente, liderada por Puigdemont y sus furrieles.


Los que lucimos canas recordamos aquella canción que Llach cantó en plena Transición: No és això, companys. No compartí su crítica y amablemente se lo hice saber. Ahora le pregunto si su voto en el Parlament es lo que es. Pero no nos salgamos de madre. Recomendemos al cantante la canción que inmortalizó Pepe Marchena, aquella que decía «que la mancha de la mora con otra verde se quita». 

lunes, 25 de abril de 2016

Soberanismo catalán y cacofonía del mito medieval



Da la sensación que, en las últimas semanas,  el soberanismo catalán ha entrado en una fase de bajamar. Ni siquiera la oportunidad política que teóricamente podría proponer la diada de Sant Jordi se ha entrometido.  Ayer, muchedumbres urbanas asaltaron los cielos bajos de las calles y plazas –libro y rosa en ristre--  en una exhibición cultural de masas, tal vez la más importante del mundo entero. Demos, pues, gracias a quien sea que la cultura, en determinadas ocasiones, puede decirle orgullosamente a la política que se quite de en medio por unas horas y deje paso al libro en cualquiera de sus manifestaciones (papel, o como quiera que sea). Percibí ayer una novedad en mi atalaya de Pineda de Marx: las rosas que se exponían en los más diversos tenderetes estaban todas más abiertas que nunca. Mi mujer, potente observadora de lo diminuto, me lo aclara: «Ha llegado la compra de rosas a una cantidad tan enorme que es imposible que se recogieran ayer; llevan días en los almacenes, y eso lo explica». Sea, pues.

Pero la política no es como el famoso músculo que cantaba Carlos Gardel cuando reclamaba el silencio de la noche para que la imaginación descansara: el flamante president de la Generalitat se sintió obligado a lanzar su mensaje urbi et orbe. Vino a decirnos, sobre chispa más o menos, que los feroces dragones madrileños vienen por nosotros, los catalanes. Lo que fue interpretado por algunos en clara alusión a Luis Enrique: «No te duermas, mister, que los del Cholo Simeone y Zidane nos están soplando el cogote». Suerte tuvimos que politólogos locales y otros spins doctors nos aclararon la cosa. (Sabemos por don Antonio Baylos que el «spin doctor» es esa ubicua especie de invertebrados, especialistas en un tipo de propaganda que manipula directamente a la opinión pública).

En resumidas cuentas, el mensaje presidencial no tenía relación alguna con las cosas del fútbol sino con un nuevo intento para que el soberanismo saliera de la fase de letargo de las últimas semanas. Y, atentos como estamos a las posibles novedades, constatamos lo que sigue: el lenguaje del rey Artur ha sido substituido por el de la canción de gesta que nos propone Puigdemont: las imágenes marineras han sido desplazadas por los dragones, unos seres terribles que se comían vivas a las mozuelas de casa bien de los antañones tiempos medievales. Unos dragones que eran frecuentemente derrotados por un joven menestral que acababa poniendo orden en el principado. Así pues, el recurso del rey Arturo a la metáfora marinera (todavía impregnado del pactismo de Jordi Pujol) no acababa de sintonizar con el romanticismo que el nacionalismo burgués siempre necesitó y que tanto había exaltado su prótesis historiográfica. Puigdemont ha recurrido al vínculo sentimental entre la canción de gesta, el caballero medieval y los dragones, madrileños en este caso. 

Algunos dirán ¿pero no se está preparando desde los fogones la refundación de Convergència? Respondo: precisamente por eso. De una (des)Convergència que, posiblemente, será un conjunto de retales, zurcidos por los jefes de cada bandería a medio camino entre el desperta ferro y el «con flores a María que Madre nuestra es». Mientras tanto, Esquerra Republicana de Catalunya se arremanga los brazos como quien se prepara para darse un festín carroñero.



jueves, 21 de abril de 2016

La cabezonería intermitente de la izquierda



Homenaje a Peter Glotz

Por lo general la cofradía de la política tiene una tendencia a no captar las novedades allá y cuando se producen; pasado un tiempo, cuando han aparecido otras, los políticos –una vez que se les ha señalado reiteradamente la primera novedad--  siguen en sus rutinarios quehaceres como si nada hubiera ocurrido. Y así sucesivamente. Sin ir más lejos a los sindicalistas de mi generación nos ocurrió tres cuartos de lo mismo. Al menos, así le ocurrió a un servidor.

A mediados de los años ochenta leí el Manifesto per una nueva sinistra europea (Feltrinelli, 1985). Su autor, el dirigente socialista alemán Peter Glotz. Por cierto, tardé muchos años en enterarme de que existe una traducción al castellano publicada dos años más tarde; el prólogo de la edición italiana (de Achille Occhetto) fue sustituido en la castellana por el de Felipe González. Agradezco a Ramon d´Alós, que me regaló el libro, mi puesta en contacto con Glotz. Seguramente este regalo tuvo la intención de sacarme del campanario y de sus antiguos atalajes en el que muchos nos encontrábamos.

En el prólogo del Manifesto –no dispongo de la edición castellana— el autor  nos dice: «… debemos tomar nota de la radical pérdida de poder por parte de los Estados nacionales  del gobierno de los procesos económicos. La caída del sistema heredado de Bretton Woods (1944) y la introducción de los cambios flexibles han llevado a la creación de mercados financieros y de crédito trasnacionales y extraterritoriales que hoy dominan la economía mucho más que los gobiernos de cualquier país». En otras palabras, Bretton Woods es, según Peter Gloz, el punto de inflexión, algunas de cuyas consecuencias no se supieron ver. Eso sí, en la década de los ochenta esa situación se exaspera y radicaliza. En conclusión, desde 1944 las políticas económicas y sociales de los diversos estados nacionales se hicieron sin tener en cuenta las consecuencias de Bretton Woods.

La segunda novedad que analiza Peter Glotz es la innovación tecnológica «con el desarrollo de las modernas tecnologías del conocimiento, de la información y la elaboración electrónica de datos y las formas políticas y económicas».  En concreto, el viejo paradigma industrial se iba desplazando hacia algo totalmente diverso. La política seguía instalada en el campanario y, como todo se había movido, Pocahontas iba representando sólo a los «últimos algonquinos».

Ciertamente no fue el único aviso que se dio en la Europa de mediados de los ochenta. Pero tal vez el más significativo, ya que quien lo dejó dicho fue uno de los más destacados dirigentes del Partido Socialdemócrata alemán, además de reputado intelectual con una intensa vida académica. No dejaremos de decir que siempre fue considerado como sospechosamente orientado al ala izquierda del partido. Mientras tanto, la izquierda europea volvía a organizar su enésima crisis existencial.



miércoles, 20 de abril de 2016

La respuesta de Isidor Boix a mi desacuerdo


Sobre los desacuerdos que José Luis López Bulla aprecia con mis planteamientos sobre un proceso “constituyente” sindical, para la “refundación” del sindicalismo organizado. 

Isido Boix


En su blog “metiendo bulla” (Mi desacuerdo con Isidor Boix) José Luis precisa los desacuerdos que aprecia entre nuestros dos trabajos (Las razones para la unidad sindical REFUNDACIÓN: una propuesta para el necesario cambio sindical, para un nuevo sindicato) publicados por “pasos a la izquierda” en su número 4.

Creo que su demandada “prudencia” para abordar el proceso constituyente hacia la unidad sindical orgánica la aplica también mi amigo al analizar nuestras posibles discrepancias y definirlas como “dos”. Yo aprecio algunas más. Y considero de utilidad airearlas, sobre todo para ayudar a entender lo que decimos, para entenderlo nosotros (que estimo lo sabemos bastante), pero sobre todo los  lectores que sigan este debate. Porque hablamos de cosas muy serias, y creo de bastante interés.

La principal en mi opinión no radica en las “normas” para el Congreso Constituyente sobre las que luego volveré. La esencial estaría en la propia concepción de éste, en sus razones, en la “urgencia” con que lo planteo, y que supone precisamente por ello también mi desacuerdo con la interesante aportación al debate de Paco Rodríguez de Lecea (El dilema confederal).

Mi propuesta es la “refundación sindical”, preferiblemente unitaria, pero no necesariamente. Porque la razón fundamental radica para mí en la actual y grave crisis sindical en el marco más general de crisis de las instituciones de representación social, la crisis de confianza de los pretendidos representados hacia sus supuestos representantes. No son por ello prioritarias las efectivas razones históricas para la unidad orgánica partiendo de la más favorable coyuntura que resulta de la unidad de acción, como bien señala José Luis, aunque ésta no deba darse nunca como definitivamente consolidada sino como permanente objetivo a construir día a día, precisamente a través de la propia acción sindical. 

En el mencionado artículo, base del desacuerdo, intenté subrayar esta crisis de confianza de la clase trabajadora hacia el sindicalismo organizado como elemento central que demandaría tal refundación, unitaria o no, y que desde CCOO propongo se dirija a su espacio sindical entendido éste en su sentido más amplio, es decir su actual estructura, pero también sus “simpatizantes”, particularmente su votantes en las elecciones sindicales, incluidos los numerosos delegados no afiliados. Y a lo dicho allí, intentando profundizar en esta cuestión para mi esencial, me remito. Creo además que sería una buena forma, ahora ya, precisamente para avanzar en la propuesta de Paco Rodríguez de  “organizar sindicalmente a los trabajadores no organizados”.

En cuanto a las normas, se trata esencialmente de una primera propuesta, a matizar naturalmente por quien asuma la responsabilidad de impulsar tal convocatoria. Y coincido con José Luis en su carácter de “extrema dureza” y en la posible, o previsible, resistencia de los “que se benefician del ordenamiento antiguo”, en palabras de Maquiavelo recordadas por mi amigo.

Entiendo que para recobrar la confianza son necesarias, aunque no suficientes, medidas excepcionales, y a ello apuntan las limitaciones que sugiero, pensadas para dicho proceso “constituyente”, no necesariamente como normas eternas (ninguna debería serlo nunca). Pero otra observación aún: que algunos de los actuales dirigentes a los diversos niveles no puedan ser reelegidos en su misma función no significa que se les “vete”. Significa solamente que podrían seguir aportando a la actividad sindical desde otros ámbitos de organización, “inferiores” y también “superiores”. Que muchos otros hay.

Me resta solamente agradecer a José Luis su “provocación”, respondiendo a la mía. Creo que ayuda a avivar el debate sobre una cuestión que considero esencial para la supervivencia de las actuales organizaciones, y quizás formas, sindicales. No para el “sindicalismo”, que creo garantizado mientras subsistan las relaciones de trabajo “asalariadas”.





martes, 19 de abril de 2016

Consultando a las bases




La consulta a las bases de los partidos y movimientos sociales es una de las novedades que se debe valorar. De un lado, porque introduce elementos de participación y, de otro lado, limita el monopolio del grupo dirigente de la asociación que lleva a la práctica tal hecho participativo. Pongamos que hablo de las dos recientes consultas: la del Partido socialista y la de Podemos.

Ahora bien una ´técnica´ de este calibre, a la luz de estas dos experiencias recientes, merece algunas consideraciones para que la consulta no aparezca como la crónica de un resultado anunciado de antemano. A los efectos de lo que queremos exponer es, de momento, irrelevante que este ejercicio de participación tenga carácter vinculante o consultivo. Este ahora no es el tema. La cuestión es el formalismo en sí de la consulta. O, por decirlo de manera coloquial, si la consulta se convoca y realiza a estilo compadre o tiene el debido rigor en su recorrido.

Así pues, la consulta debe tener, fijados de antemano: 1) el quórum indispensable para ser validada; 2) la publicidad claramente expresada donde las diversas opciones puedan ser defendidas, esto es, el , el no y la abstención; 3) una pregunta o preguntas claramente expresadas, y 4) el sistema de recuento de los consensos o desacuerdos expresados. Posiblemente sean necesarios otros requisitos. Pero, de entrada, estas cuatro condiciones me parecen indispensables. La ausencia de uno de éstas calificaría dicha consulta como de «estilo compadre».

Digamos, pues, que las convocatorias del PSOE y la de Podemos se aproximan a ese estilo compadre. Pues, hasta donde sabemos, no se ha normado la posibilidad de que las voces críticas pudieran ejercer su derecho de hacer campaña en contra de los planteamientos expresados en la convocatoria. Así las cosas, ambas consultas se han distinguido por tener este garbanzo negro. Y sacamos una primera y provisional conclusión: este estilo  --¿intencionadamente atropellado?--  no prestigia, no garantiza que la consulta sea un estilo de mayor amplitud participativa. Es, simplemente, una técnica de oclocracia aparentemente campechana que, sin dar gato por liebre, transforma una gallina en un pavo real.



domingo, 17 de abril de 2016

Prácticas contra el Estado de bienestar




Esperanza Aguirre: "Si no fuera política, haría lo que pudiera para pagar los menos impuestos posibles". Así habló la señora condesa consorte en La Sexta. Por cierto, no le llegó el aplauso que ella esperaba.

Cuando, hace ya muchos años, los sindicalistas denunciaban que había un sistemático ataque  contra lo público, algunos comentaristas de garrafón y ciertos chamarileros de la política  reaccionaban desdeñosamente afirmando que éramos unos pajarracos de mal agüero. A partir del año 2008, con la irrupción de la crisis, el ataque  a los sistemas públicos se disfrazó de noviembre para no infundir (demasiadas) sospechas. Algunos jerarcas del gobierno catalán, bajo el reinado de Artur Mas, retorcieron los lenguajes: los recortes se vendieron como ahorro e, incluso, como inversiones. Lo que sirvió de acicate para que la motosierra se instalara a lo ancho de la piel de toro.

La novedad ahora está en que, manteniéndose los recortes y los lenguajes que intentan justificarlos, aparece una sintaxis que pretende hincarle el diente a las fuentes de financiación de lo público, vale decir, la política fiscal. De un lado, Mario Vargas Llosa que afirma que cuando existe una fiscalidad desproporcionada es normal que ciertos contribuyentes se busquen la vida en los paraísos fiscales; de otro lado, ese Bertín Osborne induciendo al personal a seguir su ejemplo, aunque siempre dentro de la ley. La cuadratura del círculo, vamos.

En ese mismo espacio-tiempo (coincidiendo, además, con la fechoría del ex ministro Soria y la multa al pétreo Aznar) la condesa, ya sin metáforas ni melocotón en almíbar, se lanza a cara descubierta, aunque como capitán araña: paguen ustedes lo menos posible; o sea, embarca a la gente y ella se queda en tierra con la excusa de que es  «política». Así pues, se trata de arremeter contra lo público desde una posición de boicot a la política fiscal. Y a ello se les exhorta desde importantes personalidades que, en unos casos, son políticos y en otros de la órbita social. Pero ya no estamos ante un ataque en clave teórica sino con la práctica concreta y sin remilgos.


Otra novedad: algunos de los capitanes arañas están cayendo como moscas, y la lista de los panameños y otras behetrías  no ha hecho más que empezar. Más tarde o más temprano caerá la mitad del abecedario. 

viernes, 15 de abril de 2016

Mi desacuerdo con Isidor Boix





He tenido la ocasión de participar en la revista Pasos a la izquierda  en un debate sobre la cuestión sindical junto a Isidor Boix. El encargo que teníamos de los editores era que un servidor explicara los motivos de mi propuesta de la unidad sindical orgánica; Isidor Boix trataría del acto formal de finalización de ese proceso, vale decir, del Congreso sindical constituyente. En la sección de notas tienen ustedes ambos artículos (1). A su vez, un avisado lector como es Paco Rodríguez de Lecea, codirector de dicha revista, tercia en la discusión observando los contrastes entre lo que decimos Isidor y un servidor (2).

Primero, la coincidencia. Naturalmente el proceso que conduzca a la unidad sindical orgánica debería concluir en un congreso en el que formalmente nacería el nuevo sujeto. Por supuesto, también coincido con  no pocas de las observaciones que hace atinadamente el compañero Boix. Sin embargo, hay principalmente dos elementos en su meditado estudio que me llevan a conversar crítica y fraternalmente con él. En síntesis son dos: a) la relación entre el proceso unidad sindical y congreso constituyente; y b) algunas de las normas que se proponen para la convocatoria y posterior desarrollo de dicho congreso.

1.-- Isidor Boix vincula especialmente la convocatoria y realización del congreso a un proceso de acercamiento y nueva relación del sindicalismo confederal con los trabajadores. Pero apenas si vemos un nexo entre la unidad sindical y el itinerario del congreso propiamente dicho. De esa manera, entiendo yo, se desdibuja la potencia de la unidad, y –digámoslo castizamente--  pierde fuerza ese banderín de enganche. Más todavía, la llamada al acercamiento entre el sindicato y los trabajadores debería ser una constante, esto es, con independencia del evento de la unidad. Así pues, en la propuesta del congreso –tal como la plantea Isidor Boix— no encontramos con la fuerza debida la correspondiente causalidad entre la búsqueda, no fácil, entre unidad y congreso sindical constituyente.

2.--  Nuestro compañero Isidor hace estupendamente bien un detallado elenco de normas tanto para el proceso como para la realización del evento. Lo celebro francamente porque un acontecimiento de esta importancia no puede dejar asuntos tan importantes –por ejemplo, las normas para elegir delegados y las que presidirían los grupos dirigentes—a la improvisación o a la práctica de ir a salto de mata. Ahora bien, repare quien siga esta polémica la extrema dureza que propone Isidor para la conformación de las candidaturas a elegir en este congreso sindical constituyente: «no incluirán ninguna persona que haya pertenecido ininterrumpidamente al órgano a elegir en los 5 o más años anteriores al momento de la elección». He podido comprobar que no es una propuesta improvisada en mis conversaciones con Isidor. Es más, he intentado hacerle ver el enorme nivel de antipatía que una norma de este calado provocaría en muchos potenciales congresistas. Que, además, de retruque se trasladaría a la misma idea de avanzar y concretar la unidad sindical orgánica.

Mirando bien las cosas no parece inteligible esta norma, ni tampoco su intencionalidad. Ni tampoco tiene sentido su inclusión. Es un planteamiento, a mi entender, que ni siquiera se basa en la avanzada edad de los vetados (lo que también sería discriminatorio). Veamos, esta norma veta a quien, por ejemplo, tenga 30 años y durante los cinco años previos al congreso haya tenido la misma responsabilidad a la que ahora, en el momento del congreso, se le propone. Por no decir lo siguiente: dirigentes sindicales que se han batido el cobre para la celebración de ese congreso y una norma extremosa los elimina de formar parte de tal o cual candidatura. Francamente, me resulta muy antipático.  





El “comisario” Marhuenda y sus martingalas




Nuestro pintoresco ministro del Interior, agotado el cupo de vírgenes galardonadas como patronas –¿tal como están las cosas deberíamos decir matronas?— de los cuerpos de fuerzas y seguridad del estado ha entregado los protocolos que acreditan a un tal Marhuenda como comisario honorario de tales estamentos. Como era de esperar, el Sindicato Unificado de Policía ha puesto el grito en el Cielo. Los siempre quisquillosos exponentes de los medios de comunicación, sea en las redacciones o en los bares de los alrededores, han despachado el asunto llevándose las manos a la cabeza.

Se supone que una distinción de esta envergadura debe estar justificada, esto es, dando explicación de los atributos que al tal Marhuenda se le suponen para el acceso al mencionado honor. Sin embargo, hasta la presente nada se ha dicho sobre el particular. Lo que da pábulo al rumor que corre por los mentideros, tabernas y barberías de la piel de toro: se pagan los servicios prestados. Porque no sólo es premiado, a través de los llamados fondos de reptiles y otras martingalas, ahora debe tener acceso a las distinciones honorífica, ya que no sólo de pan vive el tal Marhuenda. Digamos, pues, que el pintoresco ministro está premiando la servidumbre de uno de los más inescrupulosos directores de diario desde que tenemos noticia de la prensa escrita en nuestro país.

Finalmente, voces tenidas por poco de fiar nos aseguran que el pintoresco ministro Fernández ha creado un agravio comparativo, porque al premiar al tal Marhuenda ha desatendido a Torrente, el brazo majara de la Ley, que nuevamente se ha quedado sin la distinción honorífica.  Se nota la influencia opusdeística: la Obra no permite que Torrente se haga, de vez en cuando, unas pajillas en el coche patrulla.   


jueves, 14 de abril de 2016

Razones para la unidad sindical orgánica





Nota.--  El número 4 de la revista Pasos a la izquierda (http://pasosalaizquierda.com/) publica una serie de artículos sobre la cuestión sindical con firmas como las de Isidor Boix, Maurizio Landini, Ramón Alós, Pere Jódar y un servidor.


José Luis López Bulla

Parto de la siguiente observación: en la fase actual el sindicalismo ya no es un sujeto que intimide democráticamente; tampoco es un agente propulsor de reformas. Estamos hablando de la presente coyuntura, especialmente desde el inicio de la gran crisis, deseando que esa fase de interinidad sea superada lo más rápidamente posible. En este artículo se intentará explicar cuáles son las razones de ello al tiempo que pondremos encima de la mesa una hipótesis de superación de las presentes dificultades. Culminaremos la faena con la propuesta de avanzar pausadamente hacia la unidad sindical orgánica, esto es, un sindicato confederal unitario protagonizado por Comisiones Obreras, UGT y USO a través de un proceso que conduciría a un Congreso sindical.

Primer tranco

1.1.- Partimos de la fuerte consideración que expone Jürgen Habermas: «la des-limitación cada vez más amplia de la economía, de  la sociedad y de la cultura, afecta a los presupuestos existenciales de un sistema de Estados, configurado sobre una base territorial,  en el que siguen instalados los actores colectivos más importantes»1.  Es decir, hace tiempo que se han alterado los paradigmas políticos tradicionales que se construyeron bajo el presupuesto del Estado como detentador supremo de la soberanía. Lo que lleva a decir a Gustavo Zagrebelsky  que «la soberanía estatal sufre unos procesos de corrosión y limitación a favor de centros de poder internos y externos»2.

Sin embargo, frente a la economía des-limitada (esto es, sin los límites del Estado nacional) el sindicalismo confederal opone su acción colectiva sólo en los límites de dicho Estado nacional, corroído por los centros de poder internos y externos. Es lo que de manera espectacularmente negativa  está sucediendo desde hace muchos, demasiados, años, especialmente durante esta gran crisis; contra ella cada sindicato nacional ha intentado responder dentro de cada Estado nacional sin relación efectiva con los demás sindicatos y todos ellos sin relación con un proyecto anti crisis general.
Es claro que este desfase no produce rentabilidad y utilidad al sujeto social, y a mi entender es el primer tapón que explica la reducción del perímetro de la representación del sindicato.
Algunos amigos me llaman la atención de esta manera: no se puede abandonar la acción sindical en el territorio, en el Estado nacional. Por supuesto, no seré yo quien lo niegue. Ahora bien, yo parto de esta consideración central: lo global es la función, lo nacional es una de sus variables. De ahí que considere que el sindicato sea, ante todo y sobre todo, un sujeto global y, por tanto, su acción local es una proyección de aquella.

1.2.- Esa economía des-limitada (es decir, global) se inscribe en un gigantesco proceso de mutación de los aparatos productivos y de servicios, de innovación y reestructuración permanentes. Que constantemente está variando en las formas y métodos. El sistema fordista ha perdido totalmente su vieja hegemonía, mientras que el sindicalismo sigue vinculado a lo que va dejando de ser. Este es el segundo tapón de la acción colectiva que intenta poner en marcha el sindicato.

En resumidas cuentas, esos dos elementos (el paradigma de la globalización, de la economía des-limitada, y el proceso de innovación-reestructuración) explican la «relegitimación de la empresa» en sus formas actuales, de la que ya nos avisó hace muchos años un joven Antonio Baylos3. Y, en sentido contrario, en la desubicación sindical de esos elementos estaría la base, en mayor o menor medida, de la reducción de la representación y representatividad del sindicalismo confederal.

¿Cómo salir de esta situación? En nuestro trabajo La parábola del sindicato hemos indicado un elenco de propuestas y a ellas nos remitimos4. Sin embargo, con la idea de no sobrecargar aquella reflexión  me dejé voluntariamente en el tintero una reflexión y propuesta que, como hipótesis, considero relevante para que, en la parábola, reaparezca un sesgo ascendente. Me estoy refiriendo a la necesidad de retomar la cuestión unitaria del sindicalismo confederal.

Segundo tranco

La idea es esta: avanzar con pausada energía hacia la constitución de un sindicato de clase y global, unitario que herede la fecunda tradición de Comisiones Obreras, UGT y USO. Es decir, la puesta en marcha de un proceso constituyente, de masas, liderado por los tres sindicatos, justamente lo contrario de una fusión administrativa, meramente cupular.
Así pues, vamos a ofrecer las razones y motivos que nos llevan a volver a proponer ese objetivo.
Parece que es necesario refrescar la memoria de los amigos, conocidos y saludados: las grandes conquistas sociales fueron el resultado de significativos momentos unitarios. Esta es la razón pragmática de proponer la unidad. Cierto, la unidad sindical es una condición necesaria, aunque no suficiente. Para que la condición necesaria se convierta en suficiente se precisan más condiciones, pero sin la primera la utilidad es menor. Y, en sentido contrario, es sabido que cuando hemos conocido situaciones de división sindical, algo no infrecuente en la historia del sindicalismo, los grandes perdedores han sido los trabajadores y los mismos sindicatos. Yo mismo, sin ir más lejos, he vivido momentos de enorme confrontación, cuyos resultados fueron lamentables.  Hasta que, extenuados, conseguimos reorientar el itinerario y pusimos las bases de una eficaz unidad de acción que, afortunadamente, sigue en pie.

En esta unidad de acción hay elementos de considerable preñez que sugieren que cavilemos más sobre el particular. Seguramente el más importante ha sido el siguiente: los sindicatos españoles han conseguido alcanzar una alta cota de independencia con relación a los partidos a los que tradicionalmente se les identificaba. Cada sindicato fue dejando de lado los vínculos de todo tipo con su partido de referencia. De ahí que, cada vez más, el sindicato fue siendo más sindicato, sin ataduras políticas ni sumisión alguna. Queremos destacar que ese itinerario se recorrió de manera natural y, hasta donde yo sé, sin aspavientos. Para mayor abundamiento conviene recordar que los sindicatos españoles, junto a los italianos, fueron los pioneros de esa práctica en Europa. Lo que, a mi entender, no ha sido valorado por nosotros mismos como mismamente corresponde.

Por otra parte, la «razón pragmática» (esto es, las ventajas de la unidad de acción) nos lleva a otra consideración: si los tres grandes sindicatos españoles están en la Confederación Europea de Sindicatos y en el Sindicato Mundial, ¿por qué necesariamente han de estar separados en España? Más todavía, si convenimos en la existencia de un vínculo fuerte entre lo global y lo local, ¿por qué estamos juntos en lo global y separados, absurdamente ya, en lo local? No parece muy consistente que digamos. Porque las razones para estar unidos en Europa y en el mundo son idénticas para estarlo en el contexto español. ¿Por qué no pensamos más en lo paradójico de este desfase para sacar las debidas conclusiones?

Ahora bien, la razón pragmática, que debería ser un argumento para la construcción gradual de la unidad sindical, tiene una interferencia profundamente inamistosa. Se trata de una situación antipática: la de quienes se sentirían ´damnificados´ por la gran operación de la unidad sindical. Para explicarlo tenemos necesidad de recurrir a Maquiavelo y a nuestro Joan Peiró, dirigente sindical muy relevante de la CNT de tiempos antiguos.
El secretario florentino dejó dicho: «Porque el que introduce innovaciones tiene como enemigos a todos los que se beneficiaban del ordenamiento antiguo, y como tímidos defensores a todos los que se beneficiarán del nuevo»5. Joan Peiró lo probó en sus propias carnes. Peiró propuso en un momento dado que cada ramo de la actividad industrial debía tener su propia federación en vez de los sindicatos de oficios. La cosa era así: en un mismo centro de trabajo –por ejemplo, el textil–  estaba el sindicato de pantaloneras, otro de planchadoras, otro de tintes, o sea, a cada oficio le correspondía una federación. Peiró quiso racionalizar tanta dispersión y presentó su proyecto, que fue recibido de uñas, inamistosamente.

Me explicaron viejos sindicalistas confederales mataroneses, coetáneos de Peiró, que el problema no fue exactamente de corporativismo sino de otra cosa: la unificación federativa comportaba la pérdida de poder personal ya que aquello comportaba la desaparición de todos los sindicatos de oficio. Y tuvieron que pasar años para que los sindicalistas se convencieran de la bondad y utilidad del planteamiento. Y la gran operación de Peiró finalmente se culminó exitosamente.
Pues bien, tres cuartos de lo mismo podría estar sucediendo en la mente de quienes les entra urticaria cuando se habla de la necesidad de un proceso sindical constituyente hacia una organización que herede las tradiciones de Comisiones Obreras, UGT y USO. Pero comoquiera que tiene mala prensa oponerse de frente a la unidad sindical orgánica se exhiben chocantes razones en su contra. Lo más manido y recurrente es: «no hay condiciones». Obviando que las condiciones se crean si la idea merece la pena, esto es, si la razón pragmática tiene un punto de vista fundamentado. En resumidas cuentas, las condiciones hay que crearlas y regarlas.
En todo caso, la tardanza en abordar el problema de pasar a la unidad sindical estará abonando no pocos agujeros de eficacia y, concretamente, de beneficio cesante, esto es, lo que los economistas llaman «coste de oportunidad». O lo que es lo mismo: mientras no haces lo que debieras estás perdiendo un sinfín de oportunidades.
Debemos dejar bien claro que no planteamos la unidad sindical orgánica en clave mitológica. Lo hacemos como una hipótesis –conviene recordar que una hipótesis no es, de entrada, una certeza–  de congruencia entre los tres sindicatos españoles y sus estructuras federativas con el sindicalismo europeo y mundial. Y, al mismo tiempo, como un plausible instrumento de mayor concordancia entre los representantes y representados.
Interesa a estos efectos (la construcción de la unidad sindical orgánica), además de la razón pragmática, otro argumento, no menos relevante: un sujeto radicalmente nuevo –en la historia del sindicalismo español y en su estructuración— abre la hipótesis de que esta novedad permita que el sujeto social formule nuevas preguntas y nuevas respuestas. O hay nuevas preguntas o no habrá, me temo, utilidad, mayor representación y representatividad, mayor peso social y político de la nueva cosa.
Tercer tranco

El proceso de un Congreso sindical constituyente sería el acta de nacimiento del nuevo sujeto social, explícitamente vinculado con el sentimiento unitario del conjunto asalariado. Una cosa tenemos clara: dicho acontecimiento debe ser un momentum, esto es, un acontecimiento singular como resultado de hechos participativos donde los asalariados son los protagonistas de primer orden. Lo que implica, por supuesto, que no es un hecho administrativo en el que las cúpulas se ponen de acuerdo. En todo caso, los actuales dirigentes deben jugar un papel decisivo en todo el itinerario previo, durante y después de ese congreso.
Vale.


1.-  J. Habermas: Tiempo de transiciones (Trotta, 2004). [1]
2.- G. Zagrebelsky: Contro la dittatura del presente (Laterza, 2014). [2]
3.- Antonio Baylos: Derecho del trabajo: modelo para armar (Trotta, 1991). [3]

5.- Nicolás Maquiavelo: El Príncipe. Colección Austral, capítulo VI.  página 57. [5]

jueves, 7 de abril de 2016

Trabajo y futuro de la democracia. A propósito de Errejón




Ayer mismo un servidor metía baza sobre unas declaraciones que hizo Íñigo Errejón acerca de los elementos constituyentes del «sujeto político», sea este animal vertebrado o invertebrado, macho, hembra o hermafrodita (1). Comoquiera que el dirigente de Podemos no menciona el «trabajo» en su condensada formulación (cosa normal en twitter) llamamos a la puerta de Nadia Urbinati para introducir algunos elementos que ayer nos dejamos involuntariamente en el tintero. Se refieren a la relación entre trabajo y democracia que es, sobre chispa más o menos, el vínculo entre el trabajo y el sujeto político. Un tema que está olvidado por las fuerzas políticas tradicionales y en clamorosa precariedad en las llamadas emergentes. Dice la Urbinati:  

«… Este escenario ha cambiado radicalmente con la mundialización de los mercados y por consiguiente el trabajo está volviendo a ser, poco a poco,  simplemente fatiga, y disociado de los derechos y de la emancipación política. Reconstruir una cultura reformadora deberá comportar la recomposición del vínculo entre trabajo y derechos con el objetivo de que mucha gente no sea presa de captura de la propaganda nacionalista; para que las perspectivas de vida que ofrecen las democracias sean comparablemente mejores a las que prometen las sirenas xenófobas. Y para que la política vuelva a aprehender el trabajo que se juega el futuro de la democracia» (2).

Nuestra intención es voluntariosamente intencionada: llamar la atención al sujeto político del famoso primum vivere que representa el trabajo y, por ello, fijar las raíces de la política, especialmente la emergente.




miércoles, 6 de abril de 2016

No tuve razón cuando dije aquello



«No son los ´intereses sociales´ los que construyen un sujeto político. Son las identidades: los mitos y los relatos y horizontes compartidos», reza un twitter firmado por Íñigo Errejón, profusamente compartido y admirado en las redes sociales. Cavilo sosegadamente sobre el particular y llego a la conclusión provisional de que ”no me gusta”. Así pues, no puedo acompañar en esta ocasión al dirigente de Podemos.

Lo primero: no estoy seguro exactamente de cuáles son los componentes constituyentes de un «sujeto político». Pero si pongo en tela de juicio la afirmación de Íñigo. Los diversos términos –identidades, mitos, relatos y leyendas— contienen tal cantidad de imprecisiones que no se compadecen con la concreción precisa de la locución sujeto político, entendido éste como un agente colectivo (ya sea un partido, una asociación o un movimiento) que interviene en la vida y la cosa pública. Es decir, podemos convenir que el sujeto político va más allá del partido político de viejo o nuevo estilo.

Hay mucho que objetar a lo dicho por Errejón sobre las «identidades», ya que esta expresión está variando de simbolismo y es utilizada  –a menudo, más bien sobada— como pariente cercana del etnicismo, la autorreferencia y la exclusión de la Otredad. Así pues, el tránsito a la fanatización y al nosotros sólos está cantado. De ahí que dicha palabra, identidad, me va siendo cada vez más antipática. Especialmente porque ya no estamos en un paradigma que defina la identidad de manera unívoca. Y en el caso que nos propone Errejón –el vínculo entre «identidad» y los atributos que éste propone, fundamentalmente «mitos y relatos»--  añaden, por lo menos, medio kilo de inconsistencia.

Mitos y relatos, se dice. Mea culpa, a un servidor incluso se le ha ido la mano cuando he hablado en algunas ocasiones de que la izquierda y el sindicalismo (juntos o por separado) han realizado determinadas chansons de geste en tal o cual ocasión. Por eso, declaro que erré y bien que lo lamento.  El poetastro que algunos tenemos dentro me ha llevado a construir una metáfora de la que me arrepiento. Porque una histórica movilización de masas es fehacientemente comprobable, y a eso no hay necesidad de acompañarlo con guindas retóricas. Esa estética sobra por contraproducente. La cosa debe ir acompañada con el rigor de la prosa. Ya lo anunció un jovencísimo Marx con diecisiete años: “la elocuencia es innecesaria cuando sólo se valora el contenido”  (1).

Tengo para mí que ni el mito ni el relato, como elementos constituyentes del sujeto político, deben ser componentes del sujeto político. El sujeto político es un ente en prosa. Que ello pueda ser cantada en verso, con sus licencias literarias, no contradice lo anterior, porque cada actividad tiene sus propios códigos. En definitiva, el lenguaje político sobre, por ejemplo, la huelga de la Canadiense no puede ser el mismo que el de la Chanson de Roldán. Por lo demás, dígase de una vez hasta qué punto el uso y abuso del relato ha desnaturalizado la personalidad del sujeto político extrovertido, incluyente y transformador. Amén de la confusión entre relato e historia. De una ´historia´ que ha sido colonizada por el relato.

Más todavía, no menos antipatía me ha producido el apotegma de Errejón: «No son los ´intereses sociales´ los que constituyen un sujeto político». ¿Por qué?  Si convenimos que un sujeto político es diferente a una peña flamenca o a una hermandad de costaleros, el peso de los intereses es determinante. Esto es, qué intereses tienen unos y contra quiénes se confrontan, qué relaciones de fuerza se construyen para alcanzarlos y qué resistencias se les oponen. Con lo que la formulación de Íñigo parece instalarse en un kumbayá a la luz de la Luna. Por lo que, hablando en plata, diremos que el sujeto político –sea partido, asociación o movimiento, cada cual con su propia personalidad substantiva— representa (mejor dicho, debe representar): a) unos determinados intereses sociales en su más amplio sentido, y b) compartir la acción colectiva que construya tales intereses sociales, lo cual podría llevar efectivamente a aspirar a unos «horizontes compartidos». En prosa, naturalmente, aunque los poetas lo canten naturalmente con sus códigos y licencias.

Visto lo visto, declaro solemnemente que nunca más hablaré de canciones de gesta para estos asuntos, y si lo hago, por favor no me lo tengan en cuenta. 

(1)         Citado por Wilfried Stroh en El latín ha muerto (Ediciones del subsuelo, 2012)