miércoles, 3 de febrero de 2016

Querido sindicato: no seas remolón.



Primer tranquillo

Joaquím González nos hablaba ayer, en estas mismas páginas, de la realidad de la Industria 4.0. Y, por decirlo así, llamaba al sindicalismo a entremeterse en ese paradigma (1). Y, en un momento de punzante sinceridad, nos interpela con este zarandeo: «Por la historia, sabemos que los sindicatos no son organizaciones especialmente acostumbradas a abrir los brazos para recibir la innovación». Ya lo ven ustedes, ni se va por las ramas ni se anda con chiquitas. Habrá que decir que para eso están las amistades: para no callarse aquello que sienten, precisamente porque están concernidos hasta el colodrillo, para no ser aduladores agachados a la hora de señalar limitaciones, para proponer vías de superación cuando creen detectar rutinas o inercias.

Vamos a dejar sentado, porque hace falta, la importancia del sindicalismo desde sus primeros andares hasta nuestros días; vamos a repetir nuevamente su decisiva acción colectiva a la hora de promover reformas (no pocas de ellas de gran calado) en el universo de los derechos sociales, en los terrenos del Estado de bienestar y en la mejora de las condiciones de trabajo y para el trabajo del conjunto asalariado. Dicho de manera rotunda: sindicalismo ha sido un potente sujeto de reformas contra lo que aparecía como algo definitivamente dado. Pero ello no contradice la observación que nos envía Joaquim González: su histórica debilidad «para recibir la innovación tecnológica». No sólo en nuestro país, sino también en los cuatro puntos cardinales donde se producían los cambios. Tal vez, una explicación piadosa de tales atrasos fuera que la supeditación del sindicalismo a papá-partido comportara una limitación de su proyecto o, posiblemente, porque –como todas las cosas en esta vida--  no había llegado, todavía, al grado de madurez biológica  para caer en ello, en la mirada y puesta en marcha de un proyecto de cómo intervenir en esas nuevas capas tectónicas que aparecían (brusca o gradualmente) en los centros de trabajo. Ahora bien, sea ello una excusa (o no), lo cierto es que ya pasaron los tiempos de la subalternidad del sindicalismo hacia quien no era él mismo.

Conviene aclarar que ese renuencia a intervenir en los cambios que se iban produciendo llevó al sindicalismo, fatigado por su precariedad de proyecto, a aceptarlos acríticamente. Así ocurrió, por ejemplo, cuando admitió en mala hora –unas veces agachado, otras de pie--  el taylorismo y posteriormente sus diversas franquicias. Bruno Trentin lo ha puesto de manifiesto en sus escritos. Digamos, pues, que esta renuencia a intervenir en las mutaciones tecnológicas ha sido nuestro talón de Aquiles. Es decir, Aquiles--sindicato  en su fortaleza tenía un punto vulnerable.

Debe quedar meridianamente claro que, cuando hablamos de la necesaria e ineludible intervención del sindicato en las novedades que aparecen, no estamos hablando de su instalación acrítica en todo ello, sino  de –en ese nuevo paradigma tecnológico y organizacional--  intervenir con su propio proyecto autónomo y alternativo. So pena de convertirse gradualmente en una reserva india con su población de últimos mohicanos.

Es verdad que, después de Copérnico, el esquema de Ptolomeo  siguió produciendo importantes investigaciones en el campo de la astronomía, pero llegó un momento en que el coste de oportunidad se vuelve excesivamente oneroso. Y cuando Kepler rompió definitivamente con lo viejo del sistema  ptolemáico, aparentemente satisfactorio, cambiaron las cosas: ya no era posible seguir investigando sobre la base de que el Sol y los planetas giraban alrededor de la Tierra.

O sea, las rutinas de lo viejo todavía pueden traducirse en conquistas por la fuerza de la inercia. Pero gradualmente el sindicalismo va perdiendo impulso de propulsión, eficacia y capacidad reformadora. Porque el mantenimiento de viejos modelos, que sirvieron de encuadre de las antiguas prácticas sindicales, se ha ido con la música a otra parte. De ahí que Toxo dejara dicho que «no podemos seguir haciendo las mismas cosas de siempre para obtener los mismos resultados»: unas palabras insuficientemente escuchadas. 

Segundo tranquillo

Todos los partidos políticos en la actual coyuntura están hablando, con mayor o menor intencionalidad, con mayor o menor sinceridad, de que es el momento de las reformas. Y hasta es posible que se produzca una reforma del Estatuto de los Trabajadores. De nosotros depende también que eso no acabe en una mano de pintura. Ahora bien, un estatuto de esas características no es independiente de los cambios y transformaciones en curso. De ahí que su elaboración, con la importante intervención unitaria del sindicalismo, sea la conclusión de los derechos, poderes y controles que precisa el conjunto asalariado y el sujeto social  en el cuadro de la realidad. Que ya no es, por así decirlo, la cosmología del viejo Ptolomeo,  quienhay que agradecer las ecuaciones prestadas.



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