sábado, 31 de octubre de 2015

Catalunya vista desde la izquierda





Nota editorial. Publicamos en rigurosa exclusiva este texto de Jordi Casas Roca, que fue un destacado dirigente metalúrgico de Comisiones Obreras de Catalunya, miembro del comité de empresa de Lucas (antes Condiesel). Jordi Casas es hoy Doctor en Historia. Con mimbres como las de este caballero se hizo grande el sindicato. 


Jordi Casas Roca*

El pasado 27 de agosto el historiador Borja de Riquer escribía en La Vanguardia que “marginarse del proceso, aludiendo un purismo ideológico clasista, es una muestra de insensibilidad”, lo que hace falta es que “todas las izquierdas se impliquen en el gran proceso de cambio político y social catalán para modificarlo desde dentro”. El escrito era una crítica a las izquierdas catalanas (sin especificar, pero se entiende que se refería a PSC, ICV i EUiA) y a las izquierdas españolas, a las cuales atribuía nula capacidad para transformar España. Riquer indicaba que le sorprendía “el estado de confusión y división que vive la izquierda catalana”, la acusaba de “inhibirse en el proceso catalán”, de “dejar toda la estrategia hacia el Estado catalán en manos de ERC i CDC”, decía que “la vía catalana no puede ser partidista, sino transversal” y acababa su escrito augurando que si las izquierdas se quedan al margen del proceso, mirándoselo con menosprecio, “corren el riesgo de que sea la historia la que se olvide de ellas”. A parte de la grandilocuencia de la última frase, es evidente que Riquer hacia abstracción de un conjunto de elementos. Ni las izquierdas catalanas se miran con menosprecio lo que está pasando, ni negarse a dar carácter plebiscitario a las elecciones del 27-S es eludir la realidad, ni mucho menos actuar con “purismo ideológico clasista”. Riquer no ignora la cultura política de dichas izquierdas. ¿Pueden ignorar de una día para otro su cultura federal y todo lo que esto representa? ¿Deben hacerlo, cuando el Proceso aporta más incertidumbres que soluciones y, además, al precio de esconder el discurso social, las contradicciones de clase que se producen en la sociedad catalana? Y, por último: ¿La apuesta de CDC y ERC, que sólo se propone arrastrar al votante independentista, recoge el criterio de una propuesta no partidista, transversal, como reivindica Riquer?

Pasemos a otro texto. Jordi Amat, joven filólogo, en un reciente libro titulado significativamente El llarg procés, nos habla de la ofensiva del pujolismo para contrarrestar la hegemonía de la izquierda catalana en los sesenta y setenta del siglo pasado y nos recuerda una frase de Pujol de 1968: “Debemos prescindir, y en gran parte romper con el marxismo, que persigue –o al menos produce- la destrucción interna del contenido del nacionalismo y del cristianismo”. Amat nos recuerda que el acierto de Pujol “fue su capacidad para mimetizarse con las clases medias del país, presentándose como el defensor de un modelo de sociedad en el cual nunca acabó de capilarizar el discurso de la ruptura (…). Pujol entendió que el verdadero agente de cambio en Catalunya no serían las masas populares –como había vislumbrado el optimismo de la voluntad de un Solé Tura- sino unas clases medias que durante la dictadura, con relación a la política, habían estado fundamentalmente átonas y ausentes”.

Luego vendrían 23 años de pujolismo, de los cuales todavía tenemos pendiente hacer un balance que saque todas sus consecuencias. Es allí donde hay que buscar el  despiste de las izquierdas y no en el “momento político” y “el carácter de las elecciones del 27-S” como planteaba Riquer. Esta es la tesis que defiendo en estas páginas.



·   * Jordi Casas Roca. Nacido en Barcelona (1954). Doctor en historia por la Universitat Pompeu Fabra. Ha trabajado durante 42 años en una empresa importante del sector de la automoción, siendo presidente de su Comité de trabajadores por CC.OO. Es miembro fundador del Grup d’Estudis Locals de Sant Cugat del Vallès. Ha publicado tres libros: Història de Sant Cugat (2006, libro colectivo), Els barris dels nous catalans. Una visió de la immigració (2012) y La hisenda municipal catalana (2015). Es militante de ICV y miembro activo de varias entidades de su ciudad.

viernes, 30 de octubre de 2015

La República catalana contra los catalanes (de abajo)



Homenaje a Gustavo Zagrebelsky


(Borrador para almas de cántaro)


«El neoliberalismo de Estado, que es una monstruosa combinación donde la función del Estado, se traduce en la destrucción del Estado mismo impidiendo cualquier control por parte de la sociedad», según enseña Tzvetan Teodorov en un librito, Contro la dittatura del presente, Editori Laterza, 2014. Se trata de un conjunto de ensayos con firmas tan prestigiosas como la de Gustavo Zagrebelsky, Pierre Rosanvallon y otros. La lectura sosegada de estas reflexiones contra el presente  me ha llevado a una serie de meditaciones sobre las cosas que están sucediendo, de un tiempo a esta parte, en Cataluña, que aunque no es la única afectada sí es una en las que amplios sectores no parecen percibirlo.

Artur Mas está dirigiendo un proceso político con una doble estrategia: de un lado, la creación de estructuras de Estado, como base institucional de una futura República catalana; de otro lado, poniendo en marcha un camino de desestructuración del Estado. De una parte, las llamadas embajadas en el exterior y otro tipo de agencias; de otra parte, una espectacular arquitectura de privatizaciones, especialmente en el terreno de la Sanidad y salud públicas. Todo ello simultáneamente cual el doble movimiento del sístole y el diástole. La novedad es que una parte de la ciudadanía (a estos efectos no vale la pena referirse sin son mayoritarios o no) percibe con agrado la construcción de las estructuras de Estado catalán, mientras se produce la desestructuración de  la estructuras benestaristas de Estado. Así pues, lo que no se percibe adecuadamente es que, por un lado, la sombra de Luis XIV (L´ Etat c´est moi)  es alargada y, por otro, una parte no irrelevante del Estado de bienestar se aniquila por obra y gracia de los neolibertarianos (no confundir con los libertarios) que construyen un welfare bussines. Por supuesto, a la catalana para no infundir (excesivas) sospechas.

Lo que, en realidad, se postula  por parte de Artur Mas y sus allegados orgánicos es la ausencia de control de la sociedad y de la política sobre las fuerzas individuales de la economía trasnacional, que sólo atienden al deus ex machina de las leyes del mercado. No es, por tanto, una microdiscontinuidad (debo esta palabra a Umberto Romagnoli) sino un cambio radical de paradigma y violenta ruptura con el universo de los derechos. Donde la democracia, como ligamen social, fundado en la búsqueda de la igualdad y solidaridad, está declinando.

Lo digo sin perifollos: lo que Artur Mas intenta construir en Cataluña no es solamente la desconexión con España, sino fundamentalmente el desenganche con el Estado de bienestar. Lo que dicho en palabras de mostrador de taberna es hacer un pan como unas hostias; y si lo prefieren de forma académica sería una república catalana sin res pública.  


Estimado alma de cántaro, ¿estás en lo que es? 



jueves, 29 de octubre de 2015

La «cuestión catalana» y el sindicalismo confederal




Por lo general, los sindicatos reaccionan con rapidez ante los acontecimientos importantes que ocurren en la vida social y política española.  No hace falta decir, por sabido, que esa diligencia acostumbra a tener un punto de vista fundamentado. Añadamos, además, que tales reacciones son unitarias. Digamos, pues, que también en esos aspectos declarativos existe una aproximación en el análisis y las propuestas de solución. Sin embargo, llama poderosamente la atención el vacío del sindicalismo confederal en relación a la «cuestión catalana». Que no es un asunto baladí, supongo.

 

Que el sindicalismo confederal está silente ante ello, desde hace mucho tiempo, no es una impresión, sino la constatación de un hecho constatable. Cosa que contrasta tanto con la importancia de la cuestión como por la continuada práctica de pronunciarse sobre otros acontecimientos, incluso de menor importancia.

 

No hace muchas horas que la lista de Mas y la CUP han echado (algo más que) un cuarto de espadas. No hace falta repetir el documento que han presentado conjuntamente en el Parlament de Catalunya. ¿Habrá que minimizar su importancia y la discontinuidad que representa? Sin embargo, todavía el sindicalismo confederal no ha abierto la boca. De una u otra forma, previsible o no, es la continuidad de un proceso que viene de muy atrás.

 

Deseo recordar a los máximos responsables de Comisiones Obreras que, en la clausura del último congreso de Fiteqa  (Madrid, 31 de Enero de 2013 en el Círculo de Bellas Artes), departí con Ignacio Fernández Toxo, en presencia de algunos dirigentes sindicales catalanes, sugiriéndoles  que, tal como se iban sucediendo las cosas en Cataluña, me parecía necesario que hablasen al fondo sobre el particular, porque, de una u otra forma, todo ello tendría repercusiones en el sindicato. Ignoro qué caso hicieron a mi modesta sugerencia. Todo me indica que o no concedieron importancia a lo que ocurría o que no percibían los efectos que el procés  pudiera tener en la organización y, por extensión, al conjunto de los afiliados de ambas orillas del Ebro. O puede que hayan hablado sobre el particular pero cuyas conclusiones no conocemos.

 

El documento de la «desconexión catalana» tiene los votos necesarios y suficientes para ser aprobado en el Parlament de Catalunya. Entiendo, modestamente, que es un disparate, no por la forma sino por el fondo de la cuestión. Y no quiero poner ningún adjetivo porque mi argumentación sobre el particular ha quedado fijada en este mismo blog en sucesivas ocasiones, y concretamente en los últimos días. A partir de ahí, de esos modestos razonamientos, planteo: ¿qué piensan decir –y, sobre todo, hacer-- las organizaciones, española y catalana, de Comisiones Obreras? Más todavía, la desconexión que puede ser aprobada por el Parlament ¿será seguida por los sindicalistas catalanes? Salta a la vista que no son inquietudes existencialistas sino algo que afecta al sindicalismo que hemos conocido. Por lo demás, salta a la vista que la decisión que se tome, ¿será fruto sólo de una decisión en las alturas o de un proceso participativo?  

  


 

martes, 27 de octubre de 2015

¿Por qué debo creer a Pablo Iglesias, el Joven?




Ya lo saben ustedes: ayer se eligió la Mesa y la Presidencia del Parlament de Catalunya. Tal como están las cosas hemos de decir que no hubo (casi) ninguna sorpresa. Lo que previamente había sido apalabrado por la formación de Artur Mas y sus hologramas fue a misa. Por comodidad expositiva nos referiremos a la presidencia, que recayó en la señora Forcadell. La presidenta recibió los votos de Junts pel Sí, la CUP y de cinco diputados del grupo que lidera Lluis Rabell. Esto último fue la casi sorpresa, aunque –hablando con mejor aproximación--  cabe decir que fue una aparente sorpresa. Hasta ahora tenemos dos explicaciones de esa orientación de voto de esos cinco diputados: una del mismísimo Pablo Iglesias, el Joven, que se siente autorizado para hablar de tal cuestión; otra, del mismo Rabell.

Nos dice Iglesias: «Se trata de un gesto de apoyo a las instituciones». (El País, página 18, de hoy).  Entiendo que --dicho así, literalmente— es un cantinfleo que no resiste argumentación alguna. Veamos, las otras figuras por las que podía haberse optado (votar en contra o abstenerse) tiene la misma cualidad de apoyo a las instituciones. Ni más, ni menos. Presumimos que el politólogo Iglesias lo sabe como lo saben los gauchos de las Pampas lejanas. Para mayor abundamiento, votar a favor o en contra de la presidencia de la Generalitat de Catalunya a Artur Mas es simplemente una opción política, no es un gesto de apoyo o su contrario a las instituciones.

Por su parte, Lluis Rabell responde sobriamente  que dicha orientación de voto –entre ellas, la suya--  responde a un gesto de  «buena voluntad» (La Vanguardia, página 18, de hoy). Entendido, a pesar de no haberse argumentado. Por ejemplo, ¿a qué buena voluntad se está refiriendo el líder formal de la coalición CSQEP?

Volvamos a lenguaje de Pablo Iglesias el Joven. A lo dicho anteriormente añade lo siguiente: «Eso sí, que a nadie le quepa duda, Podemos jamás va a apoyar a un Gobierno en el que esté una de las formaciones políticas que se han convertido en una trama corrupta. Ninguna al respecto». Abro un paréntesis: expresado de esa manera Iglesias está tildando también a Esquerra Republicana de Catalunya de ser una trama corrupta. ¿Tiene pruebas, es un pronto, es otra manera alocada de hablar por hablar? Cierro paréntesis.

Con todo, no entendemos bien por qué Iglesias relaciona el voto afirmativo de un grupo de sus parciales a Forcadell con el no duden ustedes que no votaremos a Mas, a ninguno de sus consejeros y, por lo que se deduce de su lenguaje, a Esquerra Republicana. Especular sobre esta cuestión correspondería, tal vez, a los pablólogos. En todo caso, si vivimos para verlo tendremos ocasión de saber una pizca más. Mientras tanto, me pregunto: ¿por qué he de creer a Pablo Iglesias, el Joven? Porque, para un servidor, todavía es un misterio que la rosa de Alejandría sea colorada de noche, blanca de día.
  

Por lo demás, me interrogo si eso de votar a favor un grupo y otros no es realmente un signo de buena voluntad, de ambigüedad o de que tu mano derecha no sepa lo que hace la zurda

lunes, 26 de octubre de 2015

Privatizarlo todo: desde la Justicia hasta las calles





«La “revolución conservadora” que se desató en Estados Unidos y Gran Bretaña con los Gobiernos de Reagan y Thatcher generó una larga onda ideológica que, bajo el manto de una denigración de lo público y exaltación de lo privado,  trajo consigo la adopción de políticas de privatización de servicios y empresas públicas. Esas políticas no se circunscribieron al mundo anglosajón, ni a los años ochenta del pasado siglo, sino que se extendieron por todo el mundo y han continuado hasta la actualidad» Nos lo recuerda mi admirado Joaquín Aparicio Tovar en su muy recomendable blog Desde mi cátedra (1).

Estudiando a fondo lo que dice el profesor Aparicio, que es de esa manera como yo me sitúo ante sus artículos, me he acordado de un personaje considerado marginal en el mundo académico norteamericano: Murray Newton Rothbard, el enviado de von Mises en la Tierra. Para mayor conocimiento de este personaje remito al esforzado lector que consulte a ese eximio erudito que es don Google.

En sus obras más representativas el profesor Rothbard plantea una total desestatalización mediante una privatización total, ´universal´ de todo lo que es público. Desde todos los aparatos del Estado, lo que significa el Estado mismo, hasta las calles (sic). Tan esperpéntica cacoutopía –debo esta palabra al profesor Juan Ramón Capella— provocó la hilaridad de buena parte de los académicos norteamericanos. No pocos llegaron a considerarlo una especie de ´profesor chiflado´ por su extremismo sin límites. Otros, más astutos, debieron decirse en petit comité que este tipo iba a joderles la marrana por su incontinencia verbal y no querer administrar bien los tiempos de la gran operación neoliberal. La mayoría de la comunidad académica, norteamericana y europea, hizo lo que no conviene hacer en estos casos: la práctica del ninguneo. Lo peor que se puede hacer en estos casos es no ver las tendencias que se abren con una doctrina por estrafalaria que se abren y hasta qué punto tales planteamientos son administrados de una manera más táctica y menos estridente. Vale decir que las izquierdas europeas, que siempre han estado distraídas de lo que sucede en Norteamérica, al estar acostumbradas a la acumulación de derechos, no consideraron (quienes había leído al Profesor chiflado) que en esos escritos había mucha chicha, siempre que se administrara con pericia y aprovechando (también creando) las contingencias, esto es: sin quemar etapas alocadamente.

Las izquierdas europeas –y sus intelectuales orgánicos, especialmente— ni siquiera pestañearon cuando empezó la privatización de las cárceles en los Estados Unidos. Así que el chiflado de Rothbard vio que sus ideas se cubrían con el manto de respetabilidad que le daba el mismísimo Estado. Es así que, desde el Estado, se practica el anarquismo que propone este libertariano, que no libertario, de Rothbard. Y nosotros  seguíamos tronchándonos de risa y algunos gritando el famoso No pasarán.

Nosotros seguíamos tronchándonos de risa porque el Profesor chiflado hablaba de «privatizar las calles» mediante esta medida: las personas que quieran pasar por una calle cualquiera, que no sea la de su vivienda, deberán pagar un canon de peaje. Hasta yo mismo me parto de risa, pero la argumentación que la sostenía era intercambiable para la privatización de otros menesteres. Y así sucesivamente hasta justificar la desestatalización a golpe de privatizaciones. Todo ello cuidado mediante una sencilla argumentción. Por ejemplo,  «Es fácil ser notablemente "compasivo" cuando otros son obligados a pagar los costos de la compasión». Estoy seguro que ustedes saben hasta qué punto está calando esa idea. Pongamos que me refiero a lo que está pasando ahora en Europa con los refugiados.

En suma, distraídos con las ocurrencias extremistas de este aparente majareta no vimos que otros iban puliendo su doctrina, administrándola adecuadamente para sus intereses o imponiéndola abruptamente (según los casos). A modo de conclusión: es cierto que tenemos a Sísifo, a quien debemos exigirle varias cosas. Una, que siga tan forzudo como siempre; 2) que vigile a quienes se pasan la vida tronchándose de risa por lo que dicen algunos a los que se le considera que están locos de atar.


domingo, 25 de octubre de 2015

«Haga usted limpieza en su casa»




Ya saben ustedes los últimos apuros del presidente en funciones de la Generalitat , Artur Mas, y de su partido, Convergència democrática de Catalunya. Es el tristemente famoso caso de corrupción, conocido popular y mediáticamente como del 3 por ciento. Tras las detenciones de los tesoreros del partido, los registros en ayuntamientos y sedes de empresas por orden del Juez y un alto cargo institucional, Artur Mas ha comparecido en el Parlament. Su reacción, ya lo hemos comentado en otra entrada en este blog, ha sido que todo ello es «caza mayor» contra su persona y su partido. Ha dicho, tieso como una vela, que es un ataque en la línea de flotación del proceso que llevará a la independencia de Cataluña.

Nada nuevo bajo el Sol: es el recurso al enemigo exterior que, en este caso, es Madrid, la Justicia y los aparatos del Estado. Todo un recurso viejuno. En esta ocasión, sin embargo, ha aparecido una interferencia, que no es sospechosa. Esquerra Republicana de Catalunya, el partido anfibio, el aliado principal de Mas en toda esta remanguillé  le ha exigido de manera directa: «Haga usted limpieza en la casa». Todo un uppercut en la pétrea mandíbula de Artur Mas. Ahora bien, estamos ante un extraño puñetazo que no deja tampoco en buen lugar a la lista de la coalición Junts pel Sí, de la que forma parte la misma ERC.

Sea como fuere no hay que darle muchas vueltas a la cabeza de que Esquerra está diciendo que no se traga las explicaciones, lo que supone que le está llamando mentiroso. Con lo que los problemas de Mas están fuera de su control. Y que para acallarlos necesita un pacto con Esquerra y otro con la CUP elevando el tenor de las demandas de ambas formaciones. A Esquerra puede bastarle una declaración unilateral de independencia, pero a la CUP tendrá que darle eso y algo más, que puede llevarle al ridículo de vestirse de lagarterana anticapitalista: «Paris vaut bien une messe». Lo que, como mínimo, le llevará, también, a ser el hazmerreir de las cancillerías europeas a las que pretende camelarse.


Permítanme una pregunta que creo pertinente, seguro que alguno de ustedes me despejará la incógnita: si las fuerzas soberanistas hablan de «desconexión» con España, ¿a santo de qué se presentan a las próximas elecciones generales? Al menos la CUP tiene su coherencia: como quiero irme, empiezo por desconectarme de las Cortes españolas. Deseable o no, esa es una lógica. Lo de CiU y Esquerra no deja de ser tener una puerta abierta ¡por si las moscas!   

viernes, 23 de octubre de 2015

La nueva coalición de Ada Colau




“La alcaldesa de Barcelona y líder de Barcelona en Comú (BComú), Ada Colau, ha decidido tomar la iniciativa en las negociaciones con Podemos, ICV, EUiA y Procés Constituent de cara a conformar una candidatura de «confluencia» para las elecciones generales del 20 D. Y todo apunta a que, finalmente, impondrá el nombre de la marca electoral, Catalunya en Comú, y el cabeza de cartel, Xavier Domènech”, se nos dice a través de ese patio de vecindonas que son las redes sociales. Lo que tiene toda la pinta de ser una filtración para ir abriendo boca, a modo de sondeo, al personal.

Provoca una cierta alarma, sin embargo, que lo primero que aparezca sea el nombre del cabeza de cartel, el profesor universitario Xavier Domènech, dejándonos a la Luna de Valencia los contenidos programáticos de esta aparente nueva coalición de izquierdas. Es como si en un restaurante no hubiera menú y en la carta figurara solamente que “Aquí come Fulano de Tal”. Oiga, ¿no habíamos quedado en que lo primero es el qué, después el quién? ¿O eso es solamente retórica ocasional?.   Así pues, tengo la vaga impresión de que se quiere tropezar nuevamente en la misma piedra.

No fueron pocos los que, tras el insuceso electoral de la candidatura de Sí que es pot en las elecciones autonómicas catalanas, convinieron en que uno de los motivos de tan decepcionantes resultados estaba en que el cabeza de cartel era prácticamente un desconocido. No creo, sin embargo, que esta fuera la principal razón, pero sí una de ellas. Más todavía, este reduccionismo argumental intenta apagar unos argumentos más de fondo. Por ejemplo, la ambigüedad del programa, especialmente en lo atinente a la «cuestión catalana», donde no se decía nada con la necesaria claridad que requiere toda oferta electoral que se precie. Ni siquiera un banderín de enganche sentimental.

Ahora, parece que se reincide en lo mismo. Comoquiera que estamos a la espera de un programa (que ya veremos dónde y quiénes lo discuten) hemos de referirnos forzosamente al candidato. Con toda seguridad: no serán pocas las cualidades del profesor Domènech para encabezar esta o cualquier otra lista. Pero sus allegados se pasarán toda la campaña explicando la biografía de su candidato y las virtudes que atesora. ¿No fue esto lo que ocurrió en las autonómicas catalanas? Porque, a falta de literatura programática, lo importante quedará reducido a la cara de Domènech. Pregunto: ¿no es esto uno de los rasgos distintivos de la política tradicional?

El candidato Rabell, ahora diputado electo, substituyó a otras personalidades de probada popularidad, de eficaz biografía pública y de antecedentes inmediatos en la vida política parlamentaria –pongamos que hablo de Joan Coscubiela--  como lo saben hasta los esquimales, que no fueron admitidos por vaya usted a saber qué motivo. Seguramente se les atribuiría alguna contaminación inconfesable. En ese pecado deben llevar ahora la penitencia quienes atribuyeron una estética novedosa al cabeza de aquel cartel.

Y no se me olvida: ¿qué hay del programa? Sólo por pura correspondencia entre el qué y el quién no se debería desatender ese ethos que repiten los autollamados emergentes.


    

jueves, 22 de octubre de 2015

¿«Caza mayor» contra Artur Mas?




La respuesta de Artur Mas ha sido la tradicional: lo han hecho para parar la independencia de Cataluña. Se trata de la detención del tesorero de Convergència democrática de Catalunya, que siguió  esmeradamente las huellas de su antecesor, y del registro en varios ayuntamientos y sedes de empresas. Es la continuidad del famoso caso del 3 por ciento. Es decir, el cobro de comisiones ilegales por parte de dicho partido a cambio de la concesión de obra pública. Vale la pena añadir que, en dichas detenciones, se encuentran también Josep Antoni Rosell, director general de infraestructuras y  que entre los investigados se encuentran altos ejecutivos de empresas catalanas líderes en la licitación de obra pública internacional como Infraestructuras.cat, Copisa, Grupo Soler, Urbaser, Oproler, Grupo Rogasa y TEC 4.  Recordamos que el caso tuvo su origen en una denuncia de la concejala de Torredembarra Montse Gasull, militante de Esquerra Republicana de Catalunya.  

Artur Mas ha declarado que la intervención de la Fiscalía es «caza mayor». Pero hasta bosquimanos saben de buena tinta que eso no cuela. No cuela, caballero, y usted lo sabe perfectamente. Esa burda excusa puede colar en algunos sectores del independentismo catalán, pero no en algo que necesita ese Mas: la mirada de simpatía de algunas cancillerías y medios influyentes de Europa. La pregunta sería: ¿cuela en determinados sectores de las listas de la coalición Junts pel Sí? ¿cuela en determinados ambientes que la han apoyado? ¿Se tragará la CUP ese sapo indigesto? Lo iremos viendo. Pero ciertamente el hipotético voto de esa coalición para que Mas presida la Generalitat se va a encarecer lo suyo.


Aventuro esta hipótesis: colará en los alistados y en una parte muy mayoritaria de quienes han apoyado la coalición. Me baso en lo siguiente: el vínculo entre medios y fines se ha pervertido; lo que vale, como sea, es el objetivo final, la independencia. Ser un tiquismiquis con los medios es una chuchería del espíritu, una bagatela que sólo reclaman las órdenes menores franciscanas. Este principio ético de la relación virtuosa entre medios y fines sólo vale como denuncia cuando los adversarios se lo pasan por el forro del escroto; en nuestro caso, la pretendida nobleza de los objetivos tiene una categoría político-moral que anula la cualidad de los medios. Lo que, ciertamente, no es algo nuevo a lo largo de la historia. Más todavía, dentro de cien años todos seremos calvos, y habrá historiadores distraídos o atentos que dirán aquello que se les encomiende y afirmarán que esa corrupción del 3 por ciento es en realidad un «libelo de sangre».      

 Mientras tanto, y como decíamos ayer, sigue la situación crítica en         empresas como Valeo con la pérdida de puestos de trabajo y la amenaza de deslocalización en Autoliv. Agradezco el comentario, en mi entrada de ayer, de Fernando  que dijo “Y no se descarte que, como ya ocurriera en el pasado, destacado o destacados personajes con gran proximidad al Govern sean los asesores de las "deslocalizaciones" de esas empresas”. ¿Cómo pude olvidarme? Cosas de la edad. 

miércoles, 21 de octubre de 2015

Nacionalismo de izquierdas como oxímoron



Contemporáneamente al desarrollo paroxístico del proceso catalán (procés) se está desarrollando un inquietante cierre –o de traslados a otros lugares-- de grandes empresas en Cataluña. Ahora podría tocarle a la multinacional sueca Autoliv en su planta de Granollers (1).  Pero el gobierno en funciones –ni antes tampoco— sigue sin dar la cara en este gravísimo asunto, y erre que erre sigue con lo suyo: el chicoleo clandestino para proceder a la investidura de Artur Mas, formar gobierno y otros aderezos institucionales. Ni una gestión cerca de la multinacional, ni la más mínima consideración a esos centenares de puestos de trabajo que se pueden perder. Vale decir que tampoco desde Madrid donde el putativo ministro de Industria dice llamarse Andana. Digamos además que ni las protoestructuras de estado ´diplomáticas´ de la Generalitat ni las del leido Margallo, que nosotros sepamos, han intervenido sobre el particular así en Estocolmo como en Madrid.  Las primeras, eso sí, se comportan como una orden mendicante para que la comunidad internacional mire con buenos ojos a Cataluña; el segundo anda de trifulca con el ladino Montoro.  Conclusión, esa política no está pensada para la gente de mono azul, ni de bata blanca.

Por lo demás, sorprende que nadie de los recién elegidos en la lista de Mas haya tenido la idea de que hay que echarle una mano a los trabajadores de estas empresas. Y es que como dijo un sabio de Parapanda “el nacionalismo de derechas es un pleonasmo y el nacionalismo de izquierdas es un oxímoron”.

Mientras tanto, Valeo sigue igual, y ahora Repsol amenaza con despidos.


(1)  http://www.economiadigital.es/es/notices/2015/10/nuevo-batacazo-para-la-industria-catalana-del-automovil-con-el-cierre-de-la-fabrica-de-autoliv-77964.php#.ViUECooL0V5.facebook

lunes, 19 de octubre de 2015

¿Quiénes son los propietarios de los partidos políticos?




En la Fabra i Coats de Borgonyá el 1 de Octubre de 1980. Es una gentileza de Jaume Amargant Paniello.


Así habló Pedro Sánchez: «El PSOE no es patrimonio exclusivo de sus militantes, sino de miles de ciudadanos progresistas que quieren cambiar España».  Según comentaristas aproximadamente bien informados esta fue la única alusión que los miembros del comité federal escucharon a Sánchez en relación al caso del fichaje de la ex de Upyd, Irene Lozano.

No es la primera vez que parecidas palabras hemos oído de dirigentes de diversos partidos. Desde aquellos de tradicional estampa a la de los autoconsiderados emergentes. En esta ocasión se amplía el tenor de la relación entre partido y «ciudadanos progresistas» ya que eleva a estos a tener un patrimonio de tanta significación simbólica y política como la del partido socialista. Lo que, al menos a un servidor, le provoca esta inicial meditación que reemprenderé cuando tenga la cosa más madura. De momento, ahí van estos apuntes. 

El desideratum de los dirigentes políticos o sociales que compartan lo dicho por Sánchez tiene gran importancia porque, de desarrollarse esta idea, podría conducir a una práctica renovada de la vida de los partidos. De momento, sin embargo, las declaraciones del secretario general del PSOE me parecen o bien una exageración o no responden cabalmente a la práctica de partidos y movimientos. Hago abstracción ahora sobre si los afiliados son, asímismo, propietarios de partidos y movimientos porque la línea argumental de Sánchez para justificar una decisión personal –la inclusión de la Lozano en la candidatura socialista por Madrid--  se refería a los «ciudadanos progresistas». Así pues, de momento vamos a hacer como si los afiliados tuvieran esa característica. Sólo de momento.

Premisa. Un propietario tiene derechos sobre aquello que posee. Tiene poderes y controles. Unos y otros  no son metafóricos ni simbólicos. Son derechos, poderes, controles de mayor o menor envergadura y fisicidad.  En el caso de que un servidor estuviera en lo cierto, la pregunta que deberíamos hacernos para contrastar la opinión de Sánchez, podría ser esta (o alguna parecida): obviando las metáformas acerca de la propiedad, ¿en qué se concreta la afirmación del primer lider del PSOE? ¿Qué estatuto interno del partido –o de cualquier otra organización— indica que Sánchez habla con fundamento? Porque lo que indica la cruda realidad es justamente lo contrario. Peor todavía, en ciertas ocasiones hemos visto que, incluso la «propiedad» (los afiliados) ha sido trasladada a un bien mostrenco como fue el caso de la expulsión total de la militancia de Izquierda Unida (Madrid) por parte de la dirección federal. ¿Se puede dejar de ser propietario tras una decisión airadamente administrativa?

Lo que realmente se constata es la enorme lejanía entre la organización y sus amistades externas. El único elemento de novedad es la práctica de las primarias. Pero hay que convenir que se trata de algo puntual y, como hemos dicho en otras ocasiones, provoca una paradoja: la elección universal del líder le fortalece todavía más y no necesariamente en su auctoritas. La pregunta inquietante que, en todo caso, hay que formular a todos los partidos es: ¿se trasladan los métodos del grupo dirigente central a los periféricos? Mucho me temo que es una pregunta retórica.

Ya se ha dicho anteriormente que en su día hablaremos de la relación entre grupos dirigentes y los afiliados a tal o cual partido. De momento y para dar que hablar, diremos que una gran proporción de estos últimos se ha convertido en una especie de monacato urbano al que se le ha impuesto una orden taxativa: ora et labora que choca con la necesidad de una militancia creativa. Frente a ella la voz del dirigente parece inspirarse en la célebre frase de Juliana de Norwich: “Y todo está bien, y todo estará bien, y todos los géneros de cosas acabarán bien”. Como dando ánimos, pero no argumentos.


jueves, 15 de octubre de 2015

El largo proceso catalán



Ha muerto Jordi Miralles, un políitico que cogió la puerta giratoria para volver a su profesión de cartero (Jordi Évole)



Les ruego que presten atención a un libro de gran envergadura que he acabado de leer. Me lo recomendó el profesor Javier Tébar sabiendo de antemano que me aprovecharía su lectura. Se trata de El llarg procés, cultura i política a la Catalunya contemporània (1937 – 2014, su autor es Jordi Amat, editado por Tusquets (2015).  Pero, antes de continuar, permítanme un ruego al autor: oiga, caballero, le pido encarecidamente que proceda a la traducción al castellano porque –entiende un servidor--  sería de gran utilidad a mis pocos amigos, muchísimos conocidos e innumerables saludados; todos ellos deberían estar al tanto de lo que usted ha relatado con ameno rigor.

Entiendo que la obra es «una rigurosa crónica de historia intelectual que arranca en plena guerra civil y se cierra con un diagnóstico de los peligros de los usos y olvidos interesados del pasado que condicionan el presente», como acertadamente se expone en la contracubierta. O, lo que es lo mismo: una exposición de lo que dijeron e hicieron, durante ese largo periodo, las personas que, a juicio del autor,  han influenciado más en Cataluña. Séame excusado no dar la lista de todos ellos por mor a la brevedad.

Como es natural tengo dos maneras de posicionarme ante este libro. Una primera que engloba el periodo hasta los años sesenta, en la que me sitúo en posición de oyente, de un oyente que aprende; una segunda, en la que contrasto lo que yo viví, que va desde aquellos años hasta nuestros días más recientes, aunque también aprenda de lo que se dice. Sobre esta segunda parte quisiera decir la mía.

El autor consolida una vieja idea que siempre me ha rondado la cabeza. Mientras Jordi Pujol, a base de meandros tácticos, iba creando y consolidando protoestucturas de Estado culturales, ya en tiempos de la Dictadura, la izquierda tenía un proyecto solamente político. Las izquierdas y Pujol tenían ciertamente el mismo objetivo: la liquidación del franquismo. Una de las diferencias más llamativas, que el libro resalta con vigor, es que los primeros tenían una concepción unitaria; Pujol, no obstante, puso el acento en que la hegemonía no estuviera en manos de la «izquierda marxista», de un lado; y en que la «cuestión social» estuviera fuertemente supeditada a la «cuestión nacional». Por eso, a pesar de los dineros que dio a la creación de un sindicato fundamentalmente nacionalista, no estuvo muy interesado en que se desarrollara y la cosa quedó sólo en un sindicato-probeta.  

El libro, además, consolida algo que algunos sospechábamos, aunque sin influir en su corrección: 1) que Pujol tenía un proyecto, apoyado por medios financieros, editoriales y prensa escrita, para Cataluña, mientras que la propuesta de «catalanismo popular», inspirada por Antonio Gutiérrez Díaz, ni se concretó ni realmente fue el eje central del PSUC: devino simplemente un eslogan; 2) tras la hecatombe del PSUC, son los socialistas los únicos que, en la izquierda, pudieron enhebrar un proyecto catalán, pero se quedaron solamente con un proyecto para Barcelona, de ahí que se ampliara la histórica desconexión --tal vez una antinomia--   entre la gran ciudad y el resto de Cataluña; 3) la primera victoria de Pujol en las primeras elecciones autonómicas no fue suficientemente analizada por la izquierda, que siempre pensó que aquello fue una anécdota, algo pasajero, un ave de paso.  En suma, estas son, de momento, algunas de mis lecturas del libro de Jordi Amat, no sin antes aclarar que dichas interpretaciones no comprometen en nada al autor de la obra.  


Radio Parapanda. CAMBOYAa y MYANMAR - importantes reuniones sindicales - informes en ESPAÑOL e INGLÉS por Isidor Boix

 



sábado, 10 de octubre de 2015

¿Estás de acuerdo con esta propuesta?




Me permito hacer una propuesta provocativa. Lo haré a palo seco, asumiendo el riesgo de su esquematismo, y al mismo tiempo –a la espera de las reacciones, si es que las hay--  a retirarla, si parece descabellada. Sería provisional y, tras ponerse en marcha, ver qué situaciones, positivas y negativas, nos depara. Primero, haré la propuesta; después, procuraré hacer la justificación de sus motivos.

La propuesta es exactamente: toda la dotación presupuestaria del Inserso iría a financiar residencias para ancianos y lo que se prescribe en la ley de dependencia. Su justificación: también, y especialmente en las políticas de welfare, se necesita un orden de rigurosas prioridades.

Quede claro que no estoy calificando como banal los objetivos del Inserso en su vertiente, digamos, “festiva”. Gracias a dicho instituto no pocos de nuestros ancianos han salido por primera vez del terruño y, por así decirlo, han visto un poco de ese mundo del que tenían vagas referencias. Simplemente estoy aludiendo a la necesidad de prioridades. Y tengo para mí que el enorme déficit de residencias de ancianos es más prioritario que los viajes y excursiones del Inserso.  Más todavía, las partidas presupuestarias de dicho Instituto favorecen al sector de los pensionistas con mayor poder adquisitivo, mientras que mi propuesta se orienta –no sólo, aunque sí fundamentalmente--  a la tutela y protección del conjunto de los jubilados, y por extensión a los mejos favorecidos. Y de igual manera al desatendido universo de la dependencia.


Estoy en condiciones de desarrollar esta propuesta, y al mismo tiempo –a la espera de lo que digan los doctores de Bolonia y Salamanca--  retirarla si se me demuestra que es algo disparatado. Vale

jueves, 8 de octubre de 2015

Nueva y vieja izquierda, nuevos y viejos nacionalismos



Homenaje a Joan Manuel Serrat


El abrupto choque entre el nacionalismo de Estado y el nacionalismo catalán es, ante todo, la expresión principal de que la política española está desubicada – al margen, se diría--  del gran proceso de transformación y cambio del actual paradigma de la globalización. Es ciertamente una lucha por el poder en clave parroquiana, de campanario hemos dicho en otras ocasiones. Se podrá revestir como se quiera dicho litigio, usando metáforas y retóricas más o menos altisonantes, pero en el fondo todo se reduce a una pugna en los pequeños espacios, cuyos confines ya son irrelevantes en la situación actual: el gigantesco proceso de reconversión y reestructuración de los poderes económicos, políticos e institucionales.

Que la derecha política y sus franquicias sean (o se disfracen de) nacionalistas tiene una cómoda explicación. La supeditación a la economía realmente existente, que es global, hace que la política se parezca a la rosa de Alejandría: “colorada de noche, blanca de día”. Que en el nacionalismo hegemónico se traduciría así: nacionalista de día, prótesis ancilar del neoliberalismo global por la noche. Lo que, en el fondo y dado la supeditación de esa política a los poderes fácticos de la economía, tiene su propia, aunque indeseable lógica. Ahora bien, que la izquierda siga siendo nacionalista –entendido este concepto como desubicación de los grandes procesos de globalización y no sólo en el más publicitado caso catalán--  tendría otra explicación.

Parece oportuno que echemos mano del maestro Pietro Ingrao, recientemente fallecido. Traigo a colación su conferencia en la Institució Valenciana d´Estudis i Investigació (Valencia, 8 de Noviembre de 1989) Vecchia e nuova sinistra (1). Habla Ingrao: “Las izquierdas europeas –todas, sin exclusión alguna--  en el curso de este siglo han vivido una época de ‘nacionalización’, de enraizamiento en en la especificidad de los diversos Estados nacionales europeos. Las izquierdas habían sido acusadas, durante un largo tiempo por la derecha de ser a-nacionales o incluso de anti nacionales. En consecuencia,  acción de las izquierdas  --desde Francia a Suiza, desde Italia a Alemania y España--  se orientó fuertemente a reivindicar y definir el papel nacional del movimiento obrero, a insertar su batalla en la forma históorica del Estado nacional”.

Si he comprendido bien a nuestro amigo italiano, podría sacar la siguiente conclusión: la potente ofensiva mediática de la derecha hizo recular a todas las izquierdas –“todas, sin ninguna exclusión”--  al campo de la ‘nacionalización’ del movimiento obrero tanto en su vertiente política como sindical. Una nacionalización que, bien pronto se vio, fue en detrimento del internacionalismo, a pesar de que Karl Marx había hablado, largo y tendido, de la interdependencia de la economía: el legendario “proletarios de todos los países, uníos”, quedó como un hemistiquio en la praxis de las izquierdas que saltaron de la ‘nacionalización’ al nacionalismo, entendido éste como el enclaustramiento en las fronteras de cada país. La solidaridad internacional con la República española y, después, con el Vietnam fueron excepciones gloriosas que no contradicen lo anterior.  Dicho con cierta crueldad: es como si la nacionalización fuera algo respetable y el internacionalismo fuera cosa de los destripaterrones. O, según otras versiones, el nacionalismo es cosa de patriotas sedentarios, mientras que el internacionalismo es el alma de los apátridas errabundos.  

Andando el tiempo se produce un proceso de desubicación política de la izquierda con relación a los grandes cambios que se van operando en el mundo. De ese retraso ya nos previno Palmiro Togliatti en su Testamento de Yalta. (Siento no haber encontrado el  texto en internet, así es que remito al lector al viejo libro que publicó ERA en 1964, Escritos Políticos, de Palmiro Togliatti, con prólogo de nuestro Adolfo Sánchez Vázquez).  En pocas palabras: se nos viene avisando desde hace demasiadas décadas.

Sin embargo, estos avisos –y otros posteriores— no hicieron efecto en nuestras testarudas izquierdas europeas. Que, cada vez más, se empeñaron en consolidar su praxis, cada vez más nacionalista. Hasta que el conjunto de las crisis de 2008 –y las anteriores--  nos pilló sin plumas y cacareando que es la impotencia de ese infatigablemente inútil del gallo de Morón. En pocas y pobres palabras: ante cada crisis, las izquierdas han querido intervenir con los obsoletos instrumentos del campanario; por eso, de cada crisis la izquierda ha salido cada vez más demediada. Y tan calvas y romas están las izquierdas europeas que todavía no hemos oído nada que valga la pena sobre, es un ejemplo entre tantos, el escándalo de Volskswagen. Esta es una referencia directa a la vieja política, pero lo es así mismo a la autoconsiderada nueva política.  Que está desubicada, igualmente, de los procesos de la reestructuración económica, social y política. Lo que explicaría, pido disculpas por mi atrevimiento, que el fenómeno Podemos siga siendo una incógnita. Mejor dicho, que su predicamento inicial no siga en ascenso.

Decía Ingrao en su charla valenciana que “es necesario salir de un razonamiento económico solamente nacional para conducir una lucha a nivel europeo (…) puede parecer difícil, pero ya no podemos razonar en base a parámetros de intereses y reivindicaciones exclusivamente nacionales”. Y yo añadiría: nacionales en el sentido viejo de la expresión como en el no menos viejo del nacionalismo.  Casi tartamudeando me atrevería a insinuar esta reflexión: hasta la presente nadie –de la vieja y nueva izquierda--  ha caído en la cuenta (o, al menos, así me lo parece) de la aparición, tiempo ha, de una “contraconstitución” europea que está haciendo añicos el texto constitucional de 2004. Son las directivas, circulares y toda una serie de disposiciones burocrático-administrativas que matizan o, según el caso, cercenan derechos y poderes democráticos apuntando claramente contra el llamado modelo social europeo. Vale la pena recordar hasta qué punto las izquierdas, políticas y sociales, estuvieron distraídas tras la aparición del Libro verde del Derecho del Trabajo europeo a finales de 2006, que ya anunciaba los futuros desaguisados (2).

De ahí que un lúcido Antonio Lettieri afirme que “las consecuencias más graves tienen que ver con la cara que permanece en la sombra; nos referimos a los profundos daños infringidos a las estructuras democráticas en cada país. Grecia hace explícito lo que antes estaba oculto” (2). No obstante, la vieja y la nueva izquierda parecen coincidir en la común distracción de lo que está comportando el movimiento contra-constitucional.

De donde llegamos a otra conclusión: la desubicación de las izquierdas, viejas y nuevas, está conduciendo no sólo al debilitamiento de la representación política, sino a una ineficaz representación y a la consolidación de la auto referencialidad: una y otra dejan de ser sujetos extrovertidos que miran exclusivamente el patio de su casa, que es particular como todos los demás.

Tengo para mí, sin embargo, que ese callejón tiene salida. A saber, 1) la inserción de las izquierdas –viejas y nuevas--  en el mundo de las grandes transformaciones de época que se están operando, de los grandes  acontecimientos de hoy; un ejemplo inmediato: discutir en España y Europa qué ha pasado en Volkswagen, de qué manera impedir que ésta –aprovechando que el Llobregat pasa cerca de la Seat— haga un brutal estropicio con los trabajadores, catalanes, navarros y europeos. 2) convertirse en sujetos plenamente europeos y no en diferido.  3) compartir diversamente –cada cual con sus códigos, responsabilidades y objetivos--  con los movimientos sociales que, a su vez necesitan transformarse también, un paradigma común de tutela y promoción de los derechos e intereses de la ciudadanía. Y 4) convertir su tradicional pugna, basada en “mors tua vita mea”, en una acción de emulación. Justamente lo contrario, por ejemplo, de los zurriagazos que se propinan desde la noche de los tiempos y que recientemente se ha reeditado confusamente por dos jóvenes echaos p´alante –uno con mochila, otro en mangas de camisa-- en nuestro país.   

¿Que es poca cosa? Probablemente, pero en tal caso pongan ustedes algo de su parte.  Vale.

(1)         Pietro Ingrao. Interventi sul campo. (CUEN, sin fecha).  
(2)         José Luis López Bulla. Otra reflexión sobre el Libro verde: http://firgoa.usc.es/drupal/node/36492
(3)         Antonio Lettieri.  Grecia y el lado oscuro de la Eurozona


lunes, 5 de octubre de 2015

Sísifo y las izquierdas de campanario




Cuando, según dicen unas cuantas cabezas lúcidas, se han acabado las viejas certezas de las nieves de antaño, las izquierdas de hogaño parecen seguir, a su manera, el lacónico mandato neotestamentario del «creced y multiplicaos». En los últimos tiempos se ha dado tal proliferación de siglas, de vueltas y revueltas en una misma formación que he decidido abrir una libretilla con expresa indicación del reciente árbol genealógico de cada cual.  Digamos que cada campanario tiene su Ahora en común, su Juntos en común, su Unidad ahora y demás.

Cada dos por tres se anuncia la formación de una nueva coalición o la creación –a veces desde la nada, a veces como un retal de otra célula madre—  de un nuevo partido o fracción de partido. En ese sentido, quizá valga la pena esbozar la siguiente hipótesis: como casi todo está por hacer, las izquierdas buscan desesperadamente y, sobre todo, cada cual a salto de mata unas señas de identidad para subir la montaña que Sísifo siempre tiene pendiente. De Sísifo, se podrá decir lo que se quiera, pero una cosa es clara: este caballero es testarudo.  Y mejor que sea así.

No obstante, mucho me temo que no estamos hablando de una búsqueda con punto de vista fundamentado con el objetivo de representar a unos u otros sectores de la ciudadanía, sino con la idea de competir entre sí en los procesos electorales con otro nombre y otros distintivos que hagan olvidar el fracaso de la anterior competición. Digamos, pues, que en buena medida es un intento de supervivencia. O de forzar a los demás a buscar un apaño electoral como suma de cúpulas.

Si bien se mira, la cosa viene de muy atrás. Concretamente es causa y efecto del profundo declive de la forma partido, entendiendo ésta no sólo la cuestión organizativa sino fundamentalmente el proyecto, generalmente cortoplacista, y lógicamente la forma de estructurarlo en lo concreto. Lo que ha conducido a unos partidos que podríamos denominar, no ya líquidos, sino gaseosos. Lo más llamativo de esta situación es que, con la crisis de 2008, se ha dado la mayor desorientación de la historia de la izquierda política y su mayor fragmentación. Podríamos decir, tal vez con un cierto apresuramiento, que la crisis económica le ha dado la puntilla a ciertas organizaciones de la izquierda política que nacieron –así nos lo dijeron--  para crear nuevas instituciones de representación política. Lo que surgió con vocación de momentum, tal como lo entiende la física, ha quedado en agua de borrajas. Más todavía, lo que nació con la voluntad de renovar profundamente la política se ha convertido, en algunos casos, en una Brigada Brancaleone con una grotesca aparición de jefes y jefecillos, de behetrías y zonas francas que se neutralizan los unos a los otros.  

Si un servidor estuviera en lo cierto –doctores hay en Bolonia y Salamanca, que me corrijan en caso contrario— no estaríamos hablando de efervescencia creativa sino de un deshilachamiento crucial así en lo político como en lo cultural. La primera conclusión que sugiero es: por ese camino no se va a ninguna parte. Y hasta es posible que el bueno de Sísifo un día de estos exclamará: «Iros a hacer puñetas».

Si es verdad, como dice cada quisque, que las próximas elecciones generales serán decisivas, o la izquierda de campanario, tras ellas, provoca un momentum o  se quedará sola, fané y descangayada.