lunes, 20 de abril de 2015

Sindicato, ¿estás al tanto de esto?



Nos hemos enterado de la huelga del personal de la Oficina Europea de Patentes (EPO en sus siglas en inglés) solamente a través del artículo de Miguel Ángel Noceda, publicado en las páginas sepia de El País, La ´oficina feliz´  se va a la huelga (1).  Si el inquieto lector gusta leerlo tendrá una información detallada de esta huelga y, sin lugar a dudas, coincidirá con un servidor en: la importancia de esta acción colectiva, las enseñanzas que depara y las reflexiones que proporciona al sindicalismo confederal. Es de esas movilizaciones que debería provocar ríos de tinta y comentarios al por mayor. Veremos si es así.

El EPO es el organismo del que dependen todas las patentes europeas, cuenta con unos siete mil empleados, de varias nacionalidades europeas, altamente cualificados y bien remunerados, que cobran de media 5.000 euros mensuales y cuentan con ventajas médicas y familiares. Que en una empresa de este tipo, cuyo objetivo entre otros es favorecer la investigación e innovación tecnológica, hubiera en su día un colectivo que se planteó fundar un sindicato es algo que rompe todos los tópicos al uso. Al sindicato mayoritario (SUEPO), según nos informa Noceda, está afiliado la mitad de la plantilla en los centros de trabajo de Munich, Berlin, La Haya y Viena. De donde podemos afirmar que la tasa de afiliación es elevada.

La dirección de la empresa nunca vio con buenos ojos el asociacionismo sindical. El hecho en sí ya era suficiente reproche a los nuevos aires. Les resultaba incomprensible que en esta Arcadia feliz estuviera presente un sindicato. Y empezaron las provocaciones: se tomaron medidas al margen y contra los empleados. El sindicato, así las cosas, denuncia a la empresa por: «haber cambiado las reglas y de hacer “imposible” contestar internamente una decisión. La retahíla de acusaciones que se han ido acumulando durante su mandato es muy larga y notable: rechazo a reconocer a los representantes de los sindicatos como legítimos interlocutores y propuesta de cambios en la estructura de los representantes de la plantilla; instalación de filtros para bloquear el correo interno; censura de las publicaciones internas; introducción de reglas para que un empleado pueda ser investigado sin necesidad de ser avisado previamente; cambio en las reglas para convocar huelgas, de manera que ahora requiere una petición al presidente firmada por al menos el 10% de los trabajadores y una participación mínima del 40% para que haya quorum.

» Además, los sindicatos acusan a la empresa de no haber permitido realizar una investigación sobre las causas del suicidio de un trabajador en su puesto de trabajo y de apartar a los miembros del staff que sugirieron una responsabilidad de la dirección en dicho suicidio. Y añaden que sistemáticamente rechaza seguir las recomendaciones del Comité Interno de Reclamaciones». La génesis y evolución de ese conflicto daría pié a investigar de qué manera se ha operado en ese colectivo el salto, en palabras de Pierre Bordieu, de «clase probable» a «clase movilizada».  Algo realmente apasionante.  

Entre otras muchas enseñanzas, esta experiencia nos dice que no hay territorio alguno que esté vedado al desarrollo de la acción colectiva que representa el sindicato. Que las altas categorías profesionales del mundo de la técnica y el conocimiento pueden ser sujetos que funden asociaciones sindicales y enfrentarse decididamente a sus contrapartes. Asociaciones sindicales, que como en este caso, son mayoritarias en el centro de trabajo y no meros grupúsculos. De donde –se le antoja a un servidor--  el sindicalismo confederal precisa una reflexión puesta al día del por qué de sus limitaciones en estos colectivos asalariados de alto estatus. ¿No es este, también, un elemento, y de primer orden, para el sindicato que dice querer refundarse?



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