viernes, 2 de enero de 2015

EN EL CENTRO DE TRABAJO (Recordando a Jaime Montes)



Los relatos que más se han utilizado para narrar el nuevo fenómeno que apareció  a principios de los sesenta –vale decir, el nacimiento de Comisiones Obreras--  se han orientado por lo general a cantar las canciones de gesta de las movilizaciones de aquel movimiento de los trabajadores. Ese estilo de relato puso casi siempre una atención especial –tal vez como no podía ser de otra manera— en los importantes conflictos que protagonizamos en tiempos de la Dictadura. Pero no lo puso tanto en la metodología que los grupos dirigentes de aquel movimiento tenían en los centros de trabajo para organizar la defensa y tutela de los trabajadores. La cosa empezó a cambiar cuando empezaron a aparecer las microhistorias de aquellas luchas a través de monografías “de empresa”, frecuentemente escritas por los mismos protagonistas de todo aquello.

Ahora que nos ha dejado Jaime Montes, vale la pena centrar la reflexión sobre su compromiso concreto, desde principios de los años sesenta, en la mítica empresa sevillana Hispano Aviación. Y es obligado recordar que en aquellos sus primeros andares como militante sindical estuvo en la buena compañía de Fernando Soto, Eduardo Saborido y otros. Fernando también nos dejó y también le recordamos en este mismo blog. De Eduardo sólo nos queda decir que mucha gente espera que relate sistemáticamente lo que fue el compromiso de aquella comisión obrera de Hispano Aviación.

Nuestro Jaime, junto a Fernando y Eduardo, fue uno de los grandes urdidores del estilo primigenio del nuevo sindicalismo español, de ese estilo o metodología que hemos referido antes: la presta atención a las condiciones de trabajo que en aquellos tiempos llamábamos la «condición de fábrica». Es decir, los tiempos y los horarios de trabajo, los ritmos, la seguridad e higiene en aquel centro de trabajo nocivo e insalubre. Y establecía con la gente esa «relación sentimental» de la que hablábamos ayer.  Jaime y sus compañeros, en difíciles momentos expuestos a todo tipo de represión, fueron los padres de aquel estilo abierto que se concretaba en la asamblea de fábrica y de centro de trabajo, que es la madre, el padre, la abuela y el abuelo de donde nace el sindicato. 

 

Juan Bosco Diaz-Urmeneta ha hablado de  Jaime Montes o el rigor del sindicalismo. Pues claro que sí. El rigor, diría yo, de la relación entre su mirada, la «condición de fábrica» y las esperanzas del conjunto de los trabajadores. Fue el rigor que pudimos observar sus compañeros de prisión en Soria. Le recuerdo en dos grandes momentos: todavía coleaba la discusión sobre la invasión soviética en Checoslovaquia; la posición de Jaime fue clara frente a no pocas dudas, había que denunciar aquella invasión. Y la otra: siendo Jaime responsable de Estudios de aquella “universidad”  cambió dos libros de texto: la Economía política (de aquella estantigua del Nikitin)  y la Filosofía (del no menos filosofastro de Afanasiev). Muchos debemos a Jaime Montes ese cambio en el plan de estudios que nos hizo menos borricos. Jaime se propuso, desde ese cambio, renovar y, de aquella obra no precisamente fácil, se desarrolló un cambio lento, gradual que fue dando frutos andando el tiempo.  

 


En resumidas cuentas, nuestro amigo fue siempre la expresión natural de un sujeto social de largo recorrido desde su condición humana que siempre tuvo un color especial. Como su Sevilla que, igual que un entusiasta cicerone, enseñaba a sus amistades cuando estábamos allí para nuestras cosas.   

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