miércoles, 24 de septiembre de 2014

¿FRENTE DE IZQUIERDAS? NO, GRACIAS


Escribe, Javier Terriente

En la ideología.-

Es constatable que el hecho de que un partido se reclame socialista, de izquierdas, marxista o “de la clase obrera”, mediante un ejercicio puramente autoproclamativo, no lo caracteriza en sí mismo como tal. En cualquier caso, sería discutible semejante pretensión, y dadas las inacabables controversias doctrinales e históricas entre diferentes partidos para apropiarse de esos términos,  habría que subrayar la extrema dificultad de  validar a quienes se reclamen de la izquierda “auténtica”. Naturalmente que existen clases y lucha de clases, y por supuesto que el marxismo ha encontrado en la crisis una nueva y creciente credibilidad cada día que pasa, pero, otra cosa es pretender elevarlo en las condiciones de hoy, a la categoría de doctrina e ideología oficial de partido. La historia reciente muestra que esta es una tarea estéril y expuesta a mil y una vicisitudes, no siempre pacíficas. De un modo similar, los sindicatos se han visto afectados por la crisis/desaparición del impacto de la “gran fábrica” en las formas de producir, la influencia de las nuevas tecnologías en las relaciones del trabajo y su incidencia sobre la multiplicación de nuevas categorías de asalariados y profesionales… Eso los compromete a incorporar a su radio de acción a los jóvenes, a las clases medias empobrecidas, a las grandes masas de desempleados, al mundo de la ciencia y la cultura…y los  emplaza a revisar a fondo las formas de organizarse, las estrategias tradicionales de lucha y de negociación, los contenidos programáticos, las alianzas sociales y políticas, o las formas de establecer relaciones con los poderes públicos y las empresas. En consecuencia, parece algo inapelable que en la izquierda se ha producido una ruptura entre la ideología declarada y sus correlatos organizativos, lo que ha afectado de un modo muy particular a los partidos tradicionales, al no haber sabido extraer consecuencias prácticas que los resituaran ante las grandes mutaciones sociológicas y culturales contemporáneas. Una de ellas sería la exigencia de una completa transformación política y organizativa a la que se resistieron de forma suicida. De ahí su declive y hasta su desaparición en ciertos casos. Esta nueva situación, dicho de forma esquemática, ha  llevado a la irrelevancia a viejos partidos basados en el marxismo dogmático y en el credo de la defensa de la clase obrera como único sujeto social de referencia. Llegados a este punto, podría ser útil reflexionar sobre las varias maneras de entender el comportamiento de los partidos: una, cómo se ven a sí mismos, otra, cómo los perciben los ciudadanos, y otra, cómo son en realidad. Lamentablemente, suele prevalecer la primera interpretación, cuando la segunda y tercera son las decisivas, lo que acrecienta su incapacidad para discernir errores y disfunciones graves entre la acción política-organizativa real  y los postulados teóricos, y a soslayar las semejanzas, a veces sorprendentes y nunca reconocidas, con los “adversarios de clase” en el día a día de la política municipal.

En la política municipal.-

Si desde la perspectiva del discurso teórico abstracto no supone mayor dificultad situar a una organización en las coordenadas de la izquierda, no lo es en cambio valorar del mismo modo sus actuaciones en el marco municipal. Se sabe que el espacio local es una dimensión concentrada a pequeña escala de la política general, un excelente laboratorio de análisis y experimentación acerca del desenvolvimiento de las amistades peligrosas de alto riesgo. En este ámbito, los grupos de poder han fabricado sus propias reglas basadas en pautas comunes a la globalidad de la política: la opacidad, la impunidad, la indiferenciación política y la degradación de la democracia local. Por supuesto que no puede hablarse en general, pero tampoco es excepcional que hayan contaminado en mayor o menor grado a fuerzas y gobiernos de signo opuesto. Veamos: Problemas como la corrupción, el nepotismo y las redes clientelares, afectan, también, a la denominada izquierda “realmente existente”. Las políticas urbanísticas y de ordenación del territorio, basadas en el negocio del ladrillo y el desprecio medioambiental, han sido el eje del crecimiento de la mayoría de los municipios, con efectos devastadores sobre el territorio y sus poblaciones. El color no importa. Las ventas de patrimonio público de suelo a precio de saldo a empresas del entorno de los gobiernos locales, las modificaciones a la carta de planes urbanísticos y las privatizaciones de servicios esenciales como el agua o los residuos, sujetas a pliegos de condiciones inadmisibles, no admiten distinciones políticas. La creación de empresas mercantiles con capital público municipal, con el fin de gestionar las obras y servicios al margen de los controles públicos, que fue la gran contribución del modelo Gil marbellí, se ha convertido en moneda corriente. La concepción mercantil de la cultura y la construcción de costosísimas edificaciones infrautilizadas, a mayor gloria de los alcaldes de turno, no admite diferencias; tampoco los sueldos y asignaciones de alcaldes y concejales y las contrataciones de asesores fútiles, así como el reparto de cuotas de representación en los consejos de administración de las empresas públicas y Cajas. No sería extraño encontrar, bajo el disfraz del pragmatismo y del social-populismo, tan habituales en el ámbito local, similitudes indeseables entre la derecha y sectores de la izquierda de dimensiones sorprendentes.

En la posibilidad: En el pasado, la propuesta de “unidad de la izquierda” significaba construir una gran alianza estratégica entre el socialismo y el comunismo, que zanjara definitivamente la división histórica entre ambas corrientes, de comienzos de los años 20. Esa propuesta incluía también tender a la constitución de una nueva formación de izquierdas común. Hoy,  dicha eventualidad queda descartada por razones obvias. Al margen del PSOE, lo que hay es un universo heterogéneo de partidos, con diferentes grados de implantación y orientaciones muchas veces enfrentadas. De ahí que sería arriesgado prever las posibilidades de un Frente/Confluencia de izquierdas, más aún si Podemos descarta participar en operaciones frentistas, según declaraciones de sus portavoces reconocibles. Por añadidura, es muy probable que algún partido pretenda capitalizar iniciativas surgidas al calor de Guanyem Barcelona, aunque no tengan nada que ver salvo el nombre, como marca blanca por motivos espurios. Las contundentes declaraciones de Ada Colau (16/9/ 2014) denunciando esa estrategia despejan cualquier duda. Si, además, lo que les uniera fuese una consecuencia directa de un horizonte electoral inmediato, podría ser que lo que nació como un proceso para sumar y multiplicar el protagonismo de los ciudadanos, facilite el retorno de los viejos parámetros de la política y acabe en un pandemonio. Al hilo de experiencias similares en el pasado, un veterano militante de izquierda se lamentaba: “Queríamos lo mejor y pasó lo de siempre”

En la conveniencia: Lo que se juega en las próximas elecciones municipales no es solo desalojar a la derecha de los centros de poder local sino avanzar en la socialización de las distintas realidades del poder, inaugurando una nueva época que ponga las bases de una democracia económica y social avanzada y participativa, de abajo arriba, desde los ayuntamientos al gobierno del Estado. Una dialéctica izquierda/ derecha limitaría extraordinariamente ese horizonte, pues deja fuera de juego a demasiada gente que, si bien no se siente identificada con ese esquema, es decir, que no se define de izquierdas, sí forma parte del victimario de la crisis y aspira a cambiar las cosas valiéndose de instrumentos diferentes. Por otro lado, un Frente/confluencia de izquierdas, cualquiera que sea la marca electoral que le dé soporte, transmitiría una propuesta municipal extremadamente equívoca y vulnerable: Estaría obligada a responder permanentemente a todo género de descalificaciones guerracivilistas y reforzaría la cohesión de las fuerzas bipartidistas, desplazando hacia ellas a sectores ciudadanos víctimas de la crisis y críticos con el bipartidismo, que hoy mantienen una inclinación electoral incierta.

Y en la estrategia

El futuro inmediato es clave. Lo que anda en juego no es la confrontación izquierda/derecha sino otra que se libra en un tablero diferente: poder autoritario y corrupto de las élites económicas y políticas locales (castas locales) o poder democrático y decente de los ciudadanos. La cuestión central, ahora, es recuperar la democracia municipal y el sentido de lo público, amenazados por grupos corporativos que se han adueñado de una buena parte de los ayuntamientos e imponen sus propias normas de juego. En numerosos casos, el poder no reside en los Plenos sino en los despachos de las empresas, lo que convertiría  la democracia local en un cascarón sin contenido. Por eso, cuando se dice democracia se quiere decir derechos, que en los municipios adquieren una vertiente muy visible y concreta: lucha contra los desahucios, viviendas sociales suficientes, batalla contra la corrupción y el clientelismo, control de la gestión y presupuestos participativos, políticas efectivas de igualdad defensa de los servicios públicos y recuperación de los privatizados, protección del patrimonio urbano y natural, combate contra las desigualdades sociales y territoriales, guarderías municipales, cuentas transparentes, dignificación de los cargos públicos mediante la renuncia a los abusos salariales y privilegios varios, bolsas de trabajo y políticas activas de empleo, creación de empresas, seguridad, defensa del comercio y de los productos locales, adecuación social del IBI, atención a los mayores y a los jóvenes, cultura para todos, deporte de base…. Existen, pues, incontables razones individuales y colectivas que muestran la exigencia de construir un amplísimo consenso social dirigido a reconstruir la ciudad democrática e inclusiva, que abarque por igual a territorios y afinidades ideológicas y políticas diferentes, y hasta contrapuestas. Hay una inmensa tarea por delante, comenzando por poner nombres a las personas anónimas, hacer hablar a los que callan y convertir la resignación en voluntad de combate. Se trataría de sumar a gentes y fuerzas ciertamente comprometidas con los problemas de  las ciudades y pueblos y reflejarlo en una opción electoral que se someta al escrutinio y a la voluntad de procesos democráticos: Nuevos modelos de confección de listas y de elaboración de programas basados en la transparencia y en la participación directa, individual y concreta de los ciudadanos, sistemas de control y seguimiento permanentes… Una apuesta de alto riesgo, que casaría poco con dinámicas que permitan revitalizar, por activa o por pasiva,  antiguos contextos de acuerdos cupulares, que acabarían por expulsar a las mayorías sociales de las grandes decisiones.


Probablemente, si se confirmara la ausencia de candidaturas de Podemos en las municipales, se abrirían hipótesis enfrentadas; una, reforzar el polo innovador de plataformas ciudadanas ya en marcha en las formas y contenidos de la política, pero otra, no descartable, someterse a la paradoja, en el caso de que formara parte de marcas blancas mediatizadas por la izquierda tradicional, de contribuir a su pesar a un frente de izquierdas bajo los parámetros de la vieja política. Esta es otra historia. Radio 

Parapanda.  RÉQUIEM POR GALLARDÓN

No hay comentarios: