jueves, 28 de agosto de 2014

TRASCENDER LA REFORMA LABORAL



Antonio Gramsci dejó dicho que «El movimiento histórico nunca vuelve atrás y no existen restauraciones in toto» [El cesarismo en Política y sociedad. Ediciones Península, 1977]. Este escrito forma parte de los Cuadernos de la Cárcel, concretamente de los importantes capítulos de Notas sobre la política de Maquiavelo que antecede al famoso El Príncipe.  De esta idea gramsciana deducimos que, tras la salida de la crisis, sea cual fuere la forma que adopte dicha salida, no se volverá a la situación anterior a la reforma laboral, porque ésta no se concibió ni se puso en marcha en función de la crisis económica. El sindicalismo, pues, tendrá que reconstruir no restaurar. Una reconstrucción que será gradual y, posiblemente, de una gran complejidad. O sea, las cosas no serán tan fáciles como se desprende de una lectura cándida de la promesa del PSOE de abolir la reforma laboral cuando gobierne.

Esta promesa, ya anunciada por Rubalcaba, ha sido retomada por el nuevo secretario general de dicho partido. Y a ello deberá atenerse; y ello deberá serle recordado de manera continua. Ahora bien, lo que nos ha dicho todavía Pedro Sánchez es la (aparente, sólo aparente) letra menuda. Es decir, si abolirá de golpe y porrazo todas las disposiciones normativas de la reforma laboral o lo hará de otra manera. Tal vez sea prematuro pedirle aclaraciones, pero no está de mal este recordatorio de ese juramento de santa Gadea.

Ahora bien, la promesa del PSOE está condicionada a gobernar. Lo que, a estas alturas nadie está en condiciones de prever. Más todavía, nadie sabe si, en el caso que gobierne, cómo estará el panorama; y menos, todavía, sabemos qué novaciones legislativas, substitutorias de la reforma laboral, se pondrán en marcha. En suma, que tras el prometido borrón y cuenta nueva  hay muchas incógnitas que no pueden ser minusvaloradas. Eso sí, ahí está la advertencia de Gramsci: «El movimiento histórico nunca vuelve atrás y no existen restauraciones in toto». Y, por lo que sabemos de este hombre de gran formato, Gramsci nunca hizo concesiones a la galería, ni escribía al tuntún. Tenía todo el tiempo del mundo en la soledad de su celda carcelaria.

El sindicalismo confederal no puede estar a la espera de que se cumpla la promesa del PSOE. Quede claro: no digo que lo esté. Ahora bien, todavía no se ha definido un proyecto y un trayecto de largo recorrido que indique de qué manera se va a trascender la reforma laboral y sus nefastas consecuencias. Quiero decir que no existe un planteamiento orgánico que nos indique de qué manera, en la práctica, se va a superar ese entramado legislativo. Que no sea fácil, es cosa sabida. Pero eso no es un punto de llegada sino de salida.

Pues bien, acentuando la idea de que el sindicalismo confederal no puede estar en una posición atentista, queremos recalcar lo siguiente: precisamos un proyecto propio, autónomo. Que pueda servir para trascender la reforma laboral y recolocar al sindicalismo como eficaz sujeto reformador en el nuevo eje de coordenadas de esta fase de innovación-reestructuración de los aparatos productivos, de servicios (públicos y privados), de toda la economía; un proyecto factible y convincente para reconstruir un Estado de bienestar inclusivo de nueva planta: con nuevos derechos de ciudadanía social, dentro y fuera del ecocentro de trabajo.  Todo ello con las oportunas medidas legislativas de soporte y apoyo. Un proyecto que, en definitiva, sea un banderín de enganche. En síntesis apretada: la propuesta del PSOE es un estímulo, pero no es un modelo o, más precisamente, no puede ser nuestro modelo. Lo que, a decir verdad, no le quita importancia a aquella sino que la sitúa en su justo valor.  


El lector exigente tendrá que esperar a mayores concreciones de lo que se quiere decir a las próximas semanas. Será cuando la revista digital www.espacio-publico.com me publique un trabajo que, provisionalmente, he titulado “La parábola sindical”. Que, como se sabe, ha propiciado un debate de hondo calado sobre el sindicalismo en tiempos de globalización. La ponencia original la ha presentado Joan Coscubiela con una serie de “provocaciones” necesarias y sin pelos en la lengua, que dan pie a no dejarnos nada (o pocas cosas) en el tintero.   Así, pues, dispensen la picardía: esta entradilla es un intento de picar la curiosidad sobre el trabajo de “La parábola sindical”. Una picardía propia de una persona ochentona.    

Radio Parapanda.  LA SOLUCIÓN FEDERAL

lunes, 25 de agosto de 2014

SINDICATO RENOVADO, RENOVACIÓN DE LAS RELACIONES LABORALES



  Las relaciones laborales, tanto en la empresa privada como en el sector público, están en crisis definitiva. Esto, en mi opinión, no es una hipótesis sino una realidad. De ello hemos hablado en  Relaciones laborales e industriales: «Crisis de eficiencia» hace unos días. ¿Por qué están en crisis, qué consecuencias tiene y cómo superarlas?

 

    Están en crisis porque se corresponden con un paradigma que hoy es inexistente; dicha crisis –insistimos que ya es definitiva--  no reporta utilidades a la condición de vida y trabajo del conjunto asalariado, ni a la eficiencia de la empresa, al tiempo que provoca una deficiente capacidad de representación por parte del sindicato en relación a los trabajadores y a los empresarios con sus representados. Más todavía, el mantenimiento de este modelo hace improbable que se pueda trascender o superar la reforma laboral y sus consecuencias, amén de que en esas condiciones no parece posible una renovación profunda del sindicato (en la que están empeñados sus dirigentes), ni tampoco del empresariado, del que no se sabe si quieren quitarse de encima la ropa vieja. Yendo por lo derecho: así las cosas, la parábola del sindicato seguirá declinando si no se le da la vuelta a la tortilla. Sobre la renovación de las organizaciones patronales cabe decir que apuestan por el mantenimiento y extensión del discrecional poder privado empresarial, dentro y fuera del centro de trabajo, aunque ello repercuta negativamente en la eficiencia del centro de trabajo.   

 

    Dos son los problemas que dificultan la renovación de las relaciones laborales.

 

    De un lado, la inexistencia de espacios de innovación en las prácticas negociales en los centros de trabajo, salvo casos aislados aunque importantes. En efecto, hay señales que indican la posibilidad de cambiar las cosas, pero el caso es que no se publicitan, ni siquiera en la más que notable red de webs de las organizaciones sindicales. Tampoco hay reflexiones sobre esas cláusulas innovadoras por parte de sus protagonistas ni, menos aún, de los grupos dirigentes de ámbito supraempresa. De otro lado, la CEOE mantiene una línea que ha sido desvelada por uno de los especialistas más serios de dicha organización, Fabián Márquez. Un amable comunicante, Gonzalo Elices,  informa  que […]
Fabián Márquez Sánchez, que tiene una amplía experiencia negociando en representación de CEOE, en el último número publicado de la Revista Relaciones Laborales, señalaba en su artículo titulado "Gobernar la política exige vender esperanza":

"En materia de negociación colectiva sorprende la apuesta de la CEOE por el modelo de convenio colectivo provincial estimando que aporta la flexibilidad que la empresa necesita. No es esa conclusión que se alcanza examinando en profundidad el contenido de dichos convenios colectivos provinciales, por lo que estimamos que la propuesta patronal tiene su justificación en la necesidad organizativa de defender una estructura negocial que afecta a más del 60% de los trabajadores y empresas de nuestro país, en la que se hallan implicadas la inmensa mayoría de las organizaciones territoriales miembros de la CEOE, y ante el temor de que desaparecida o minimizada la negociación de ámbito provincial peligre, en consecuencia, la existencia misma de la organización empresarial que la respalda".


      El interés de lo dicho por Gonzalo Élices (y la cortesía debida) justifica de sobras esta cita larga, aunque suculenta. En definitiva, el interés de la patronal –según Fabián Márquez, que no es un activista sindical, sino un brillante intelectual orgánico empresarial— no es otro que el de  gestionar  la «flexibilidad» sin interferencias y que el modelo de relaciones laborales se acomode a la estructura de su entramado asociativo. En palabras de Grmasci esto es un comportamiento «económico corporativo».


      Se me dirá –y tendrán razón los que lo digan--  que las responsabilidades de unos (sindicato) y (otros) no son simétricas. Por supuesto. Pero, una vez constatada esa verdad del barquero ¿qué proyecto y qué trayecto ponemos en marcha? Porque, de mantenerse en este modelo el coste de oportunidad será cada vez más dilatado tanto para los romanos como para los cartagineses.  

 

       La cuestión que, sin embargo, provoca una cierta perplejidad es la siguiente: ¿por qué al menos el sindicato no cuestiona en la práctica –en la práctica quiere decir no retóricamente--  un modelo que, siendo pura herrumbre, no le reporta utilidad alguna? Peor todavía, que le acarrea estropicios mil.


  

             Radio Parapanda. LA ILUSIÓN DE DECIDIR










sábado, 23 de agosto de 2014

RELACIONES LABORALES E INDUSTRIALES: «CRISIS DE EFICIENCIA»



Ayer mismo,  Joaquim González  daba ayer en la tecla hablando en Hablemos de la patronal. El hilo de su razonamiento es tan claro como atinado: empieza a circular por diversos medios una serie de reflexiones de sindicalistas que fatigosamente buscan una puesta al día de la praxis sindical; sin embargo, no vemos por ningún sitio nada parecido por parte de los empresarios. Esa literatura sindical es, de momento, un tanteo o aproximación, mientras que, desde la acera de enfrente, hay un silencio bastante preocupante acerca del papel del empresariado.  

 

Digo que es preocupante porque no puede haber un aggiornamento de las relaciones laborales e industriales en ningún lugar si los empresarios no se ajustan las cuentas también a sí mismos.  Vale, el sindicalismo confederal puede renovarse profundamente (y con ciertos titubeos está en ello), pero si no existe además un repensamiento, intelectual y práctico, de la acción empresarial todo podría quedar en agua de borrajas. O, lo que es lo mismo: la modernización de los sindicatos es una condición necesaria, pero no suficiente para unas relaciones laborales e industriales de nuestro tiempo, del nuevo paradigma de la innovación y reestructuración en el escenario global. En ese sentido, es preocupante la sequía intelectual del empresariado orgánico, que mayoritariamente está instalado en una cultura chusquera. Lo que no impide, todo hay que decirlo, que en ciertas empresas haya ejecutivos ilustrados y técnicamente solventes. De donde podemos sacar una primera conclusión: allá donde hay ese saber, académico y científico, la posibilidad de innovación es mayor. Son, como digo, una excepción. La inmensa mayoría está más preocupada por cortar las alas al sindicalismo que por la eficiencia y competitividad de sus propias empresas sin querer aprender que eso es una contradicción en los términos. En todo caso, son necesarios más saberes en los protagonistas de las relaciones laborales e industriales.  

 


Ahora bien, el hecho de «saber» es tan sólo un prerrequisito. La cuestión, entiendo yo, es de qué manera dicho saber se traduce en investigación.   Ahora bien, ¿qué se trata de saber? Primero, que las relaciones laborales e industriales actuales están crisis definitiva porque responden a un paradigma ya inexistente; segundo, de esa obsolescencia surge la «crisis de eficiencia» de dichas relaciones; y, tercero, está cantada la «crisis de representación» de los sujetos que intervienen en las relaciones laborales e industriales.  Y desde ese «saber» hay que investigar. Me atrevo a decir que no entenderlo tendría desagradables consecuencias: no remontaría la parábola sindical. Hay, pues, motivos de preocupación, pero no de pesimismo. Cierto, no todo depende de nosotros, pero mucho puede depender de nosotros mismos.    

Radio Parapanda. REGENERACIÓN DEMOCRÁTICA

jueves, 21 de agosto de 2014

PUJOL Y EL SILENCIO DE LOS CORDEROS



Durante muchísimo tiempo se ha dicho desde fuera del río Ebro que nadie en Cataluña había reprochado absolutamente  nada a Jordi Pujol y sus franquicias. La conclusión, pues, era que toda Cataluña era una behetría pujolista y sus ciudadanos eran, paniaguadamente, una expresión de la servidumbre voluntaria que retrató magistralmente Etienne de La Boétie. (Por cierto, les sugiero que lean ese libro, La servidumbre voluntaria, simultáneamente a lo que Gramsci escribió acerca de la «revolución pasiva», lo que les será de utilidad para entender aproximadamente no pocos fenómenos del mundo contemporáneo).

¿Todo el pueblo de Cataluña calló o siguió acríticamente la vida y milagros de Jordi Pujol? No, padre. Más todavía, ¿más allá del Ebro todo el mundo era vehementemente crítico de Jordi Pujol? No, padre.

¿Recuerdan ustedes la famosa portada de ABC con un monumental retrato del president con la leyenda «el español del año»? Pues bien, ahora todo es un pelillos a la mar y, para adobarlo, se desempolva la idea de que en Cataluña había un clamoroso silencio de los corderos. O sea, las críticas políticas que hicieron en su día tanto Rafael Ribó como Ramon Espasa (y muchos más) forman parte de una intencionada organización de la amnesia política y periodística. Olvidan, además, que las grandes huelgas generales de los ochenta tuvieron también, de manera explícita, el reproche de masas a la política de Jordi Pujol.

Este caballero dominó el arte del «do ut des»: a cambio de mi apoyo has de frenar a esa pareja de torracollons fundamentalistas que son los fiscales Villarejo y Mena. Así pues, la línea de mando –primero González, después Aznar--  impuso siete llaves a las aguas pantanosas del pujolismo. Por eso, esa línea de mando hoy, con lo que ya se sabe, sigue callada. Más todavía, dicha línea de mando hará todo lo que pueda para que el agua no se salga de madre. En todo caso, el problema es que no hay suficiente arena en el mundo para tapar tanta zahúrda.


Apostilla. Cuando yo hablé de la “Cantimpalo connection” en el Parlament la prensa seria no dijo ni mú. Debieron pensar que no era elegante.      

martes, 19 de agosto de 2014

SINDICATO Y CONTROL DEL SALARIO




Sugiero a los amigos, conocidos y saludados que hagan una lectura atenta del artículo que ayer mismo publicaba Antonio Baylos: Desigualdades salariales en http://baylos.blogspot.com.es/2014/08/desigualdades-salariales.html.  Me importa decir que comparto la música y la letra de lo dicho por el maestro. En todo caso, quiero hacer patente algunas consideraciones que se desprenden de dicho trabajo. En él hace referencia a una reciente declaración de Comisiones Obreras donde se valora el resultado de la negociación colectiva  y, para el caso que nos ocupa, de la cuestión salarial.

Habla la mencionada declaración de que los resultados en torno al salario han significado una «devaluación» y que «los recortes salariales se han generalizado en todas las ramas y empresas junto con el empeoramiento de las condiciones de trabajo». En efecto, así ha sido; y así continúa. Estamos, dicho en plata, ante un ataque de nuevas proporciones al salario y a las condiciones de trabajo. Ahora bien, deduzco que todo ello tiene una consecuencia muy directa, de la que no habla la declaración confederal: la pérdida de control por parte del sindicato tanto de los salarios como de las condiciones de trabajo. Quiero poner especial énfasis en esta cuestión (la pérdida de control) porque este es el objetivo de la reforma laboral: que el sindicato no ejerza su función independiente y autónoma de controlar los salarios y las condiciones de trabajo. Porque, como debería ser bien sabido y relatado, dicho ataque es la consecuencia de la agresión al poder controlar, tal vez la tarea fundamental que define la acción colectiva y personal de todo sindicato. Más todavía, si el acento descriptivo se pone sólo en la agresión al salario y las condiciones de trabajo es de cajón que ello conduce a una batalla defensista. Pero si colocamos el control como eje del problema estamos yendo a las causas de la cuestión, y desde ahí es posible reconducir la presión sindical. Esta reflexión es ahora, si cabe, más pertinente tras el repunte de la siniestralidad laboral y su relación con la pérdida de control de las condiciones de trabajo. 

Lejos están, pues, los tiempos en los que un alto directivo de Volskwagen, a finales de los noventa, afirmaba: «Ahora entramos en una fase de transición y de turbulencias que durará diez años  y que lo cambiará todo. ¿Cómo es posible gobernar este cambio sin una clase trabajadora y su saber hacer y con el  patrimonio profesional  que se ha acumulado en todos estos años? Yo no puedo arrojar a la cesta de los papeles un patrimonio de este género. Con él debo intentar cambiar y transformar la empresa». Lástima que tan sabias palabras se quedaran en agua de borrajas, incluso en la misma empresa. Y lástima que se insista en esta fase de «turbulencias» en que la solución sea que los controles sindicales –bienes democráticos, que conste— vayan desapareciendo.


Por lo demás, léase sin prejuicios lo que el mismo Baylos indica acerca de la «crisis de representación del sindicato». Ya hablaremos de ello cuando pasen las calores.  Entonces, volveremos a tratar de la extraña longevidad de la representación sindical y su relación con la representatividad sindical.  De momento: ojo con las evoluciones de la parábola sindical.  

Radio Parapanda.  EL POLICIACO COMO LABERINTO


domingo, 17 de agosto de 2014

SINDICATO Y NORMAS DE PARTICIPACIÓN


Paco Rodríguez de Lecea ha comentado un trabajo de la politóloga Nadia Urbinati con agudeza y solvencia en dos breves comentarios: Anatomía del populismo (I) y Anatomía del populismo (y II). Agudeza y solvencia, digo, que se traducen en una serie de reflexiones que dan pié a nuevas pesquisas sobre el particular, la cuestión tan traída y llevada del «populismo». O tal vez sería más apropiado hablar de populismos.    

 

Me tomo la licencia de traer a colación una cita del segundo artículo de Paco Rodríguez porque de esa reflexión se pueden sacar algunas segundas derivadas: «Cuando esa estrategia [del populismo] y ese liderazgo se contienen en los esquemas y los procedimientos de la democracia representativa, suelen desembocar en otra desfiguración, que Urbinati denomina democracia plebiscitaria. En ella el pueblo está presente y movilizado, pero no se comporta de forma activa sino pasiva: su participación en la cosa pública se vehicula, no en la forma del debate libre, sino en la aclamación al líder y el abucheo al rival. El pueblo degenera en público. Viene a comportarse igual que la plebe de la Roma antigua, reunida en el foro para escuchar a los tribunos y expresar de forma ruidosa su aprobación o desaprobación; pero apartada de cualquier otra forma de participación en los asuntos públicos».

Retengo que «el pueblo degenera en público», apartado «de cualquier otra forma de participación en los asuntos públicos». De momento me vienen a la cabeza dos consideraciones: a) habría que precisar con más tino el nombre de la cosa; b) lo que está apartado de los asuntos públicos deja de ser participación y se convierte en otra cosa.

Lo primero:   pienso que el nombre de «populismo» que -- en todo caso hace tiempo ha hecho fortuna--  no es el más adecuado y, dado el ejemplo que pone Paco con relación a la antigua Roma, posiblemente sería más pertinente llamarlo «plebeísmo».  Lo segundo: que esta técnica --esto, la orientación de que el pueblo transformado en público sólo pueda aplaudir o abuchear al orador--  no sólo es extraña a la democracia sino justamente la cicuta de la misma. De un lado, los que aplauden creen o fingen creer o pueden ser obligados a creer en la palabra (considerada) profética del líder, especialmente si quien habla es el padre fundador del partido, movimiento o asociación; de otro lado, quienes abuchean tienen tanto cerumen en los oídos como los primeros.  En fin, lo que se aplaude o abuchea, en esos casos, es un turpiloquio.

He dicho que se pueden sacar segundas derivadas de la reflexión de Paco Rodríguez. Pero, bien pensado, la pesquisa puede seguir adelante y hacer algunas referencias en torno a ciertas prácticas, allá donde las haya, del movimiento sindical. Me pregunto: ¿hasta qué punto podemos hablar de «plebeísmo» en la vida sindical?  Respuesta: allá donde la «asamblea» responde a esas características. A saber, allá donde el líder, carismático o no, expone los motivos de una determinada opción, sin una literatura clara, presentada previamente y sólo hay la opción del aplauso o del abucheo como respuesta al arengario. La comunidad social que escucha el sermón es mero público. Mejor dicho, se ha renunciado a ser una «comunidad social». En apretadas palabras, eso no es participación, es un estar allí sólo para aplaudir o abuchear.

Entiendo, pues, que la participación –donde el objetivo es expresar la alteridad del sujeto social, poniendo encima de la mesa lo que Marx denominaba el general intellect  de esa comunidad social, que es también una manera de afirmación del conflicto social--  debe tener unas reglas codificadas, con rango estatutario. Cómo líneas generales, y a bote pronto, podrían ir por esta vereda, como mínimo:

1)          Que todos y cada una de las personas de la comunidad social tengan antes del encuentro ecuménico suficiente información por escrito, con una literatura clara –un gran sindicalista metalúrgico bajollobregatense, Pepe Cano,  lo llamaría sindicalismo sencillo.

2) El derecho a presentar mociones alternativas.

3) Establecimiento de dos tipos de quórums: para validar el nivel de asistencia colectiva y para la toma de decisiones.
 
En apretado resumen: se trata de entender la participación como un derecho individual y colectivo de lo que podríamos denominar ius sindicalismo, que como garantía de su ejercicio debe contar con normas obligatorias y obligantes. Que es un tema pendiente que viene desde hace muchísimo tiempo.
  

Radio Parapanda.--  EL PRESO, EL PÁJARO Y EL BALLESTERO




sábado, 16 de agosto de 2014

SINDICATO Y CULTURA




Cultura y trabajo: dialogan Salvo Leonardi y Riccardo Terzi*
“Emilia Romagna Europa” n. 8/Julio 2011
Tema: Sindicato e investigación, una relación complicada




Salvo Leonardi.-- A lo largo de tu larga militancia, primero política y después sindical, siempre te has distinguido por una cierta actitud a leer e interpretar los acontecimientos de la política y de la sociedad más allá de sus manifestaciones más contingentes y, ante todo, esforzándote en captar las turbulencias más profundas y estructurales. De esa tensión constante es testimonio tu reciente libro La pazienza e l´ironia (Ediesse, 2011), donde recopilas una serie de escritos tuyos entre 1982 y 2010. Ahí emerge, junto a tu perfil intelectual y político, el mapa y el trayecto de un ciclo completo  de momentos que han sacudido y cambiado la historia de nuestro país: del 68, el compromiso histórico, la derrota obrera en FIAT de 1992, el fenómeno de la Lega Nord, la crisis de la democracia, de los dilemas de la izquierda y del sindicato. 
El hilo rojo de tus análisis, pienso, está en la centralidad que siempre han conferido a lo social y a su relativa autonomía: el trabajo, la clase, la representación y el sindicato.  Incluso polemizando con quienes, en aquellos mismos años, teorizaban y perseguían la autonomía y la primacía de la política. El movimiento obrero, en particular –y su crisis de finales del siglo XX--  constituyen el sello a partir de la declinación de la izquierda en su forma partidaria y sindical.  
Los sistemas sociales se han hecho mucho más complejos que en el pasado, prejuzgando –tanto en el plano material como en el simbólico— las posibilidades de hacer del trabajo una representación y, antes, una simbolización  tendencialmente unitaria. ¿De qué manera y sobre qué bases crees que es posible la reconstrucción, hoy, de una trama de lo social capaz de refundar una subjetividad autónoma y solidaria como contraposición a la hegemonía liberal de estos años?


Riccardo Terzi.--  Has señalado que el hilo conductor que me ha guiado en toda mi investigación es la autonomía de lo social. Ello excluye la “primacía” de la política, pero no su autonomía. Es decir, excluye meter en un mismo bloque las dos esferas que siguen siendo distintas y que recorren diversas trayectorias autónomas.  La izquierda, hegemonizada por el modelo leninista durante mucho tiempo, subordinó totalmente la acción social a los objetivos estrechamente políticos, confiando al partido político el papel de representante exclusivo de la consciencia de clase. Hemos pagado precios muy altos por toda esta impostación.  Como excepción a esta regla puedo citar sólo el pensamiento de Bruno Trentin, que liquidó la ortodoxia dominante y apuntó a descubrir y valorar las corrientes minoritarias que, en el interior del movimiento obrero, buscaron definir un paradigma diferente. Un paradigma diferente, centrado no en la política y la conquista del poder sino en una libre subjetividad del trabajo.
Si miramos bien las cosas, encontramos situados, en Trentin, todos los problemas que hoy debemos afrontar: los derechos de ciudadanía, la reforma del welfare, las nuevas demandas sociales… Trentin dio al movimiento sindical un cuadro teórico innovador y coherente. 
La creciente complejidad de los sistemas sociales es, indudablemente, un hecho, pero en el fondo no cambia demasiado el cuadro teórico general. Hay un uso experimental de la complejidad que tiende a decir que ya no es posible ninguna interpretación unitaria de lo real porque solo existen fragmentos, parcialidades y en esta sociedad de lo fragmentado todas las identidades están destinadas a deshilacharse. Así pues, no es posible configurar un movimiento de conjunto, sino los infinitos pedazos donde se consume nuestra identidad.  La conclusión de este discurso es «el fin de lo social» y la definitiva individualización de la sociedad. En realidad, mirando toda la historia del movimiento obrero vemos cómo la unidad de clase no fue nunca un dato inmediato, espontáneo sino el resultado de un proceso. Las sociedades son siempre complejas y las identidades son siempre construcciones artificiales, el punto de llegada de un trabajo, de un largo recorrido lleno de pliegues y contradicciones de lo social. 
En cierta fase histórica  fue el mito político quien mantuvo unido el movimiento de clase. Ahora hay que cambiar ese esquema y partir de la persona, de su libertad, de sus derechos de ciudadanía. Es una trayectoria diferente, un modo distinto de pensar y actuar, y sobre esa base se puede encontrar un fundamento unitario, un horizonte común que contiene un archipiélago de movimientos y experiencias de lucha. Pienso que la CGIL está buscando ser ese punto de referencia de esas diferentes experiencias. Quizá no sea una plena responsabilidad teórica, pero es ya una acción práctica que va en esa dirección.


Salvo Leonardi.--  Hablando del sindicato siempre has expresado la necesidad de cumplir un proyecto de autonomía capaz de preservarlo de dos riesgos: de un lado, de una institucionalización y una politización subalterna y, de otro lado, de una deriva corporativa y disgregadora.  En un momento dado describes la transformación del trabajo sindical señalando críticamente algunos procesos materiales impropios de burocratización y politización: las reuniones en los ministerios, los encuentros políticos, las mesas de partido. A finales de los ochenta te preguntabas: «¿Cuántos son los cuadros sindicales que tienen una relación viva con la realidad, que saben estudiar y comprender los procesos que son la expresión de fuerzas reales?; ¿cuántos son los sindicalistas  que están en una relación diaria, en una verificación sobre el terreno, con lo más vivo del conflicto social?».  Te pregunto: ¿qué hay de actual todavía en ese juicio tuyo y en qué medida el proyecto de autonomía sindical pasa por la adopción y consolidación de centros sindicales que investiguen y elaboren autónomamente, empírica y teóricamente?


Riccardo Terzi.--  Continúo pensando que el proyecto de autonomía es sobre todo un proyecto incompleto. La situación de estos años se ha agravado porque se ha instaurado un sistema político que ha hecho del bipolarismo su dogma fundacional: todo debe estar bipolarizado y todos los espacios de autonomía deben ser eliminados.  Se corre el peligro de la colonización del sindicato, constreñido en una alternativa forzada entre sindicato de gobierno y sindicato de oposición. Si esto ocurriese, quiere decir que no habríamos sabido construir las condiciones culturales de una autonomía efectiva, que no habríamos tomado todas las medidas necesarias para evitar un “deslizamiento” hacia lo político y, de ahí, a una condición subalterna.  Esta autonomía sólo puede conquistarse con un trabajo permanente, mediante una viva relación con la realidad social y sus cambios, construyendo un cuadro dirigente capaz de encarnar en sí esta idea de autonomía donde el trabajo nunca está condicionado desde fuera, nunca a través de un trabajo provisional en función de situaciones políticas como ha venido sucediendo hasta hace muy poco tiempo. 
Tal vez esto sea  demasiado abstracto. Pero ese continuo intercambio entre lo social y lo político no es un signo de vitalidad sino de debilidad.  Cierto, no hay autonomía si no existe la elaboración de un pensamiento, de un proyecto, si no hay una investigación que nutra al sindicato de las necesarias bases culturales  que impidan las instrumentalizaciones políticas y las invasiones del terreno. Ser autónomos quiere decir que se debe tener un soporte teórico para poder leer la realidad.   


Salvo Leonardi.— En la Italia del siglo pasado, al igual que en otros países industrializados, el sindicato ha dado una gran contribución al crecimiento cultural, civil y social del país. Ha sucedido gracias a la enorme aportación didáctica y pedagógica en el interior del mundo del trabajo, pero también mediante las energías y entusiasmos que supo suscitar en aquellos sectores de la “alta cultura” que se inspiraron en el mundo del trabajo y las luchas sociales. En la literatura, en el arte, en el cine, en el capo de la investigación son innumerables y memorables los ejemplos.  Al mismo tiempo, tanto la CGIL como la CSIL, captaron la exigencia de dotarse de sus propios centros de estudio sobre los problemas del trabajo.  De una forma análoga a lo que hacían las empresas: ya fuese el mítico movimiento Comunità, de Adriano Olivetti,  como el CEPES, de Vittorio Valleta (FIAT). Di Vittorio, Foa y Trentin siempre tuvieron claro la visión de un sindicato como sujeto político, capaz de dotarse de sus propios centros autónomos de investigación y elaboración. En la posguerra los centros de estudios se constituyeron en las principales Camere del lavoro. A finales de los setenta, por iniciativa de Trentin y con la colaboración de Giuliano Amato, nació el IRES nacional; otras estructuras similares se constituyeron en diversas regiones italianas.
¿Cuál es tu recuerdo y tu juicio de la relación que la CGIL supo instaurar con el mundo de los saberes y, particularmente, con la investigación socioeconómica? En tu opinión, ¿cuáles fueron los aspectos positivos y los débiles?


Riccardo Terzi.— Esta capacidad de relación con la cultura es uno de los rasgos distintivos del sindicalismo italiano. Quizá no nos damos cuenta que la CGIL ha tenido a lo largo de la historia un grupo dirigente de altísimo nivel cultural, capaz de hablar no con el lenguaje de una “corporación”, de un segmento, sino de representar los intereses generales del país. Hoy, en un clima político que ha cambiado,  el riesgo es que cada uno se reconduzca a una tarea sectorial, más especializada. Por ello es fatigosa la construcción de un espacio público que conecte los diversos saberes y las distintas competencias.   Hay una fórmula que hoy vuelve: «cada cual a su tarea», que no es otra cosa que la representación de un antiguo y conservador ideal que designa a cada uno su parte, su papel, excluyendo toda mezcla de las cartas.  Nuestro “oficio”, si le llamamos así, es el de ocuparnos de todo lo que se refiere a la vida de las personas.  Y, en el caso de los pensionistas, eso es todavía más evidente, porque queremos representar una condición de existencia, una fase concreta de la vida que va más allá de las pasadas experiencias laborales. En esto, el Sindicato de Pensionistas Italiano tiene una función de tracción y anticipación, empujando a todo el movimiento sindical hacia una función “general”, confederal. 
He dicho algunas veces que el SPI es un sindicato “filosófico” porque debe ocuparse de los problemas fundamentales de la vida. Hoy es esencial reanudar todas las relaciones con la cultura externa, con los centros de investigación, con los especialistas de todos los campos del saber. Para hacer útilmente este trabajo sería útil una estructura menos fragmentada de nuestro trabajo cultural, reconduciendo todas las diversas iniciativas –territoriales y de ramo— hacia un único centro de dirección. La misma exigencia vale para las actividades de formación y los instrumentos de comunicación. Hoy tenemos todo eso demasiado disperso y descoordinado, por lo que no consigue expresar toda nuestra fuerza potencial.  Sin embargo, yo veo que hay una gran disponibilidad de los estudiosos y expertos para colaborar con la CGIL que continúa siendo –incluso a pesar de sus limitaciones--  un punto esencial de referencia, tanto de ideas como organizativo para quien desee esforzarse en la construcción de un nuevo modelo social.


Salvo Leonardi.--  En la patria de Antonio Gramsci, teórico de la hegemonía y del intelectual orgánico, la relación entre saber y praxis, en la izquierda, ha sido entendido durante largo tiempo como una perspectiva teórica que fuese, simultáneamente, crítica, global y general para determinar una «visión del mundo» con el objetivo de transformarlo. «El intelectual es un técnico de lo universal», escribía Sastre. Desde años se asiste, sin embargo, a la «decadencia» (Bauman) a la «traición» de los intelectuales (Eagleton) y a una transformación del estatuto epistemológico del estudioso que, particularmente, se presta al empeño sindical y político. 
Lo que ahora se exige es un tipo de saber práctico, empírico y técnico  tendencialmente neutral, orientado no tanto a una interpretación críitica y holística de los “máximos sistemas”  sino a un problem solving [resolver problemas] más o menos contingente y muy circunscrito al punto de vista de los saberes disciplinares.  Todo el resto queda referido a mera “ideología”, en el peor sentido que se le da a esta categoría. La crisis contemporánea que se le da al humanismo que caracterizó, tan plúmbeamente, la enseñanza escolar y universitaria, me parece el síntoma  más llamativo de este cambio de paradigma. ¿Cómo valoras  este cambio, y en qué medida piensas –si es que lo piensas--  que pueda representar un indicador de la hegemonía ideológica del neoliberalismo  que ha sido capaz, en la época de la técnica y de la globalización, de desactivar desde el principio –en el plano epistemológico antes que en el político--  un saber y una praxis crítica en todo lo referente a su dominio? ¿Hay necesidad, todavía, de un tipo de conocimiento que pueda desvelar las contradicciones fundamentales de la sociedad? 


Riccardo Terzi.--  Ya he hablado de la tendencia a la especialización, al “oficio” y a la absoluta necesidad de romper esa lógica. Pero no creo que se trate de una trayectoria inevitable, porque de diversas formas vuelve la necesidad de una visión general y de un diálogo público, abierto a las perspectivas de nuestro mundo.  Se podría decir que vuelve una exigencia de “sabiduría”, entendiéndola como el estar  abiertos a todas las verdades posibles, sin fijarse nunca un solo punto ni una sola verdad parcial.
La tesis del fin de las ideologías no resiste la prueba de la historia, tanto es así que nuestro mundo globalizado está cada vez más poblado de nuevos mitos  y nuevas identidades. Incluso con las formas inquietantes del integrismo y la intolerancia.  Los teóricos de lo post ideológico han dejado un vacío, que se llena con diversas formas y contenidos. 
Si la izquierda continúa pensando que su problema  es el de liberarse de su pasado como si fuera un fardo y convertirse en “neutral”, incolora y moderada, simplemente será barrida, como es justo. Porque son los cambios extraordinarios de nuestro tiempo los que reclaman una teoría, una visión y una interpretación del mundo.  Yo tengo la impresión que la borrachera post ideológica ha llegado a su inevitable final. Existe, pienso, el espacio para un nuevo trabajo sobre fundamentos para volver a dar sentido a la acción colectiva.  Es la bella y convincente definición de Sartre. Nuevamente debemos practicarla.


Salvo Leonardi.— Con ocasión del último congreso y de los eventos organizativos que lo precedieron y acompañaron, la CGIL  ha puesto mucho énfasis en el tema de la identidad. Sin desconocer el papel crucial de la oferta de servicios y tutelas, tanto colectivas como individuales, la Confederación señala la revitalización identitaria –cultural, histórica y de valores-- como un principio fundamental de la resituación social.  A este respecto, las potencialidades parecen amplias, como testimonian las grandes manifestaciones de interés y simpatía recogidas en estos años en amplias capas de la sociedad  y de la opinión pública.
¿Qué valoración le das a esta cuestión? ¿Y qué papel piensas que, en esa dirección, pueda tener el sistema de los institutos de investigación?


Riccardo Terzi.--  Lo de la identidad es un gran tema, y como todas las cosas grandes contiene en sí una carga muy fuerte de ambigüedad. La identidad bien entendida es la mirada hacia el futuro, es el proyecto y la función histórica que pensamos pueda desarrollar.  Al mismo tiempo, la identidad se arriesga a recluirse en sí misma; a ser el repliegue narcisista de una posición autocomplaciente en una línea de conflicto con todo lo que es diferente. Se produce, así, una identidad muerta,  incapaz de interactuar en la complejidad de lo real, con sus cambios, con el pluralismo de las ideas y de las culturas.
Lo que se usa para llamar populismo es, justamente, esta mitificación de una identidad originaria que está inmunizada de todas las influencias externas que la pueden desnaturalizar. De ahí viene la identificación de lo diferente con el enemigo. Este tema de la identidad es, pues, una fuente necesaria para todas las grandes organizaciones, pero también una posible trampa. Por esta razón, pienso que debemos manejar este problema con mucha atención y prudencia para no arriesgarnos nunca a caer en una lógica identitaria mala, que se traduce en los hechos en una práctica estéril de pretendida autosuficiencia.
Una organización muere cuando el espíritu crítico, la capacidad de indagar de manera abierta, incluso con sus propios límites y errores, para hacer posible una respuesta creativa a los nuevos problemas que se presentan. Así me gustaría que fuese la identidad de la CGIL: una continua tensión mirando más allá de sus propios confines. 

Salvo Leonardi.--  Hace años que trabajas y colaboras con el Sindicato de Pensionistas Italianos. Eres uno de sus más dinámicos animadores de proyectos y eventos orientados a incrementar la sensibilidad y conocimiento interno de los grandes problemas de nuestro tiempo. Hace pocas semanas habéis invitado a Amartya Sen, uno de los más agudos intérpretes de la globalización y de sus consecuencias para la libertad y la democracia.  En tus escritos describes la crisis de la democracia como la caída de una competición real entre ideas diversas de justicia, que se definen en base a un sistema de valores y principios para modelar el ordenamiento social.
¿Cómo pueden los valores y los principios que el sindicato y la izquierda han encarnado hasta ahora –la igualdad y la solidaridad— sobrevivir a los desafíos dramáticos de la globalización y del individualismo? ¿Se puede imaginar –como sugieren Eagleton, Cantaro, Hyman y otros--  un relato general alternativo al neoliberalista del «fin de las ideologías», según unos, y al de «no hay alternativas», según otros?


Riccardo Terzi.--  El trabajo en el Sindicato de Pensionistas tiene una extraordinaria potencialidad, porque es un observatorio que mira al mundo, una red organizada que tiene los hilos de una gran experiencia colectiva. Por eso, el tema de la democracia es crucial para nosotros, porque nuestro objetivo es el de configurar lo que pueden ser las trampas del envejecimiento: la pasividad, la marginalidad, el repliegue a lo privado, la soledad… Por esto, hay necesidad de una red democrática que funcione, de una ciudadanía activa, de una democracia que no se consuma en la observancia formal del nombre. Que ofrezca una participación popular efectiva.
El encuentro con Sen  nace de ahí: de la idea de que la justicia no es un modelo abstracto sino el resultado de una práctica.



·          Salvo Leonardi es el responsable del área de relaciones industriales del IRES nacional; Riccardo Terzi es secretario nacional del Sindicato Pensionistas Italianos-CGIL.  Traducción, José Luis López Bulla


Radio Parapanda.-- ANATOMÍA DEL POPULISMO (y II)

jueves, 14 de agosto de 2014

JOSEP FONTANA Y ERNEST LLUCH. Contra las «puertas giratorias»




Las «puertas giratorias» se han convertido en un epifenómeno de la relación entre política y dinero que abarca a un cierto número de dirigentes españoles que si bien no es cuantitativamente importante sí lo es cualitativamente: ex presidentes de gobierno, ex ministros y otros mandatarios de distintos niveles institucionales que salen de la política ingresan en consejos de administración de importantes empresas. Que en la mayoría de los casos el tránsito de un lugar a otro sea legal, no impide que se piense que hay gato escondido en la operación. Cierto, la cosa viene de muy atrás, de antes de la democracia. Pero no es de extrañar que el público esperara otra cosa de los políticos en democracia. Por eso cuando hay casos en dirección opuesta a las puertas giratorias     nos quitamos el sombrero y rendimos homenaje a quienes desdeñaron esa técnica. Pongamos que hablo de Ernest Lluch.

El maestro Josep Fontana escribe hoy en El Periódico sobre El ´caso Pujol´: «Yo tenía un amigo, Ernest Lluch, que cuando acabó su gestión al frente del Ministerio de Sanidad recibió propuestas para integrarse en los consejos de administración de empresas farmacéuticas. Ernest las rechazó, volvió a su trabajo en la Universidad y prefirió vivir modestamente».

Conclusión: Lluch dignificó su función como Ministro de Sanidad y la política. Y, a la vez, honró la vida académica con su vuelta a las aulas. Y algo más: desobedeció a su colega Carlos Solchaga que, remedando a Guizot, aulló aquello de “enriqueceos, y rápido”. Sí, hablamos de Lluch, el Enviado de Schumpeter en la Tierra. Lluch, pues, o la dignidad del compromiso. El compromiso que tiene esa marcha en solidaridad con los Diez de Hollywood que expresa la foto de arriba: Laureen Bacall de bracete de su novio Bogart.


Radio Parapanda.   TROMPE-LA-MORT (EL SIETE VIDAS), por Paco Rodríguez de Lecea, que se empeña en cumplir sus primeros setenta años.



lunes, 11 de agosto de 2014

ANATOMÍA DE UNA HUELGA ATÍPICA




«El 12 de marzo de 1997, TV3 retransmitió únicamente con el sonido ambiente del Camp Nou, por una huelga, el partido de vuelta de cuartos de final de la Copa del Rey entre el FC Barcelona y el Atlético de Madrid».

La idea inicial del  comité de empresa era que no se retransmitiera el partido. Sin embargo, la innovación tecnológica en el medio era de tal envergadura que se podía retransmitir el partido en directo sin intervención humana. El funcionamiento de los artefactos que actuaban gracias a la aplicación de sofisticados algoritmos reventaban la tradicional práctica de que a «brazos caídos» hay huelga.

¿Qué hacer, pues ante ello? Del amplísimo debate, buscando soluciones--  se llegó a la siguiente conclusión: los locutores no dirían ni pío, no habría voz. Y durante todo el desarrollo del encuentro saldría un letrerillo que diría: «No hay voz porque estamos en huelga.  El comité de empresa».

La potencia y precisión de la tecnología fue tal que apenas si los espectadores notamos desfase alguno de aquella grabación en directo. Pero estábamos informados de que había huelga. Es más, el gran comentarista deportivo Pere Escobar un minuto antes de acabar el partido –era lo acordado por el comité— tomó la palabra y explicó la mar de bien lo sucedido.



En otra ocasión sucedió tres cuartos de lo mismo. Véase en:
http://www.mundodeportivo.com/20140218/futbol/tv3-quiere-emitir-el-manchester-barca-sin-locucion-durante-el-dia-de-huelga_54401425293.html#ixzz39ysmiu9E 

sábado, 9 de agosto de 2014

LA PARTICIPACIÓN DE LOS TRABAJADORES EN EL PARADIGMA TECNOLÓGICO




Homenaje a Juan López Lafuente

 

Nota editorial.  Estoy preparando un trabajo largo sobre la cuestión sindical. Aparecerá en este mismo blog dentro de unos meses. De momento han salido publicados en este blog diversos fragmentos de dicho trabajo: Mitificación de las luchas, infravaloración de las conquistas, Sobre el relato sindical diario y el que tienes delante de tus ojos.

 

 

La participación de los trabajadores, hemos dicho de manera reincidente, es un derecho y una necesidad. Al menos hoy no hace falta que nos extendamos en esta cuestión. En todo caso, es obligado que captemos las novedades que el hecho tecnológico ha provocado sobre ese particular en el ecocentro de trabajo innovado. Una de las novedades es la aparición de una curiosa equivocidad: las nuevas tecnologías, que están conformando un ecocentro de trabajo constantemente innovado, interfieren en el interior de éste el estilo de participación de los trabajadores que, por lo general, sigue siendo de matriz fordista; pero, tan vasta panoplia de nuevas y novísimas tecnologías favorece, fuera del centro de trabajo, la participación de los trabajadores, esto es, propicia la emergencia de que los hechos participativos expresen lo que, en los famosos Grundisse, Marx llamó el «general intellect» en beneficio y utilidad de la acción colectiva. Ahora bien,  se trata de una contradicción entre nuevas tecnologías y hechos participativos en el ecocentro de trabajo, sino de una inadecuada forma de hacer participar a los trabajadores en el contexto de la nueva geografía del trabajo. 

 

Hace ya muchos años, a mediados de los noventa, Juan López Lafuente –uno de los dirigentes más perspicaces de Comisiones Obreras--  captó las posibilidades de vincular el hecho tecnológico con una participación informada, activa e inteligente en el ecocentro de trabajo. El relato de la experiencia de López Lafuente es, en apretada síntesis, el siguiente: el comité de empresa de Catalunya Ràdio convoca una asamblea de todos los centros de trabajo, cuyos miembros están desparramados en diversas localidades. ¿Cómo hacer que la participación sea plena, a pesar de la dispersión en tantas localidades? Alguien da en la tecla: aprovechemos todo el instrumental técnico de la empresa.  Y ni cortos ni perezosos convocan la asamblea que se realiza a través de los canales internos de las ondas. «Aquí, Reus, pido la palabra»; «Tienes la palabra, Reus»; «Aquí, Girona, pido la palabra»; «Espérate a que te toque, Girona»… Finalmente, y al igual que en las asambleas tradicionalmente presenciales, nuestro Juan López hizo el resumen del debate y las conclusiones.  Hoy, con los nuevos lenguajes, hablaríamos de «empoderamiento» de la nueva tecnología por parte de los representantes de los trabajadores.  

 

Es obvio que no se puede extrapolar esta experiencia. No importa. Lo que vale es la imaginación y el resultado alcanzado. Lo que tiene interés es que los representantes de los trabajadores de Catalunya Ràdio transformaron la dispersión de los centros de trabajo en una asamblea ecuménica de nuevo estilo. El hecho tecnológico dejaba de ser una interferencia para convertirse en un acicate de la participación.  Así pues, que el hecho tecnológico signifique un impedimento o un acicate para la participación depende de cómo se inserte plenamente el sujeto social en el nuevo paradigma.

 

Hay que felicitarse del considerable avance que ha dado el sindicato con su presencia en las redes sociales. Por lo general se concreta en una vasta trama de webs y blogs de secciones sindicales y de dirigentes cualificados. Ahora bien, con ser importante la información que ofrecen –lo que no es poca cosa— de lo que estamos hablando es de la participación. Esto es, de la traducción de la información en participación. Pues bien, dadas las características de las webs y de los blogs podemos afirmar que, sin embargo y a pesar de su importancia, estas redes todavía no están pensadas para provocar la participación. Este, a mi entender, es el reto.

 

Alguien dirá que esta participación no puede substituir a las asambleas y reuniones tradicionalmente presenciales. Vale, eso ya lo sabemos. Pero aquí de lo que se trata es de aprovechar la democracia expansiva que puede generarse a partir de estos medios de nuevo estilo.