miércoles, 30 de abril de 2014

EL VIAJE DEL SINDICATO (Después del Primero de Mayo)





Riccardo Terzi

Hemos elegido la imagen del viaje para representar nuestra historia y nuestro trabajo. El Congreso es una etapa de este viaje, un momento del tránsito que recoge las fuerzas y las ideas para el próximo futuro (1). Pero sucede, con frecuencia, que podemos desviarnos de las más diversas consideraciones contingentes, personales o de grupo, y entonces quedamos atrapaddos en el juego infinito de los equilibrios y las conveniencias burocráticas. Este es un error que no podemos permitirnos. Cuando estamos convocados a un desafío muy alto, es indispensable cultivar el sentido de la responsabilidad colectiva, reconociendo las diferencias y haciéndolas intervenir en el interior de un marco unitario.  Todo alejamiento de esa regla no nos será perdonado. La unidad que necesitamos no tiene nada de retórico: es el fatigoso trabajo de síntesis para superar todas las unilateralidades y todas las parcialidades.

Este es el desafío del congreso: conducir nuestra unidad a un nivel más elevado y abrir el diálogo y la colaboración con Csil y Uil. 

“La fuerza de nuestro viaje”: en esta fórmula se sintetiza todo el sentido de nuestro quehacer sindical, de nuestro ser una comunidad dotada de sentido, de indentidad y de proyecto. 

¿Hacia dónde viajamos? La respuesta no es obvia porque la sociedad en la que vivimos está llena de incertidumbre y de inquietud. Ya no funciona la idea de un movimiento histórico ascendente y progresivo, de un camino que ya está trazado, incierto en sus pasajes pero seguro del objetivo final. Esta es la idea de progreso que se ha convertido en problemática, y en el horizonte parece destacarse no el reino de la libertad sino el dominio de la técnica. Nuestro viajar es un movimiento hacia lo desconocido, un proceso abierto a las salidas más diversas y el resultado está confiado a la libre combinación de las fuerzas que intervienen y pugnan en este espacio abierto.    

En este espacio de incertidumbre, si no queremos ser arrastrados pasivamente por el curso de las cosas, debemos afinar y hacer transparente nuestra subjetividad, la intencionalidad de nuestro quehacer.  Tenemos necesidad de encontrar un hilo conductor, de redescubir nuestras raíces, de actualizar nuestra historia y nuestra memoria. Es en este ligamen de pasado y futuro donde damos forma a nuestra identidad. 

Podemos, entonces, afrontar las ondas de la actual crisis sin sin quedar  aplastados por un sentido desesperado de derrota decidiendo ser supervivientes, testimonios de un tiempo pasado o de experimentadores, constructores de un nuevo orden social. Si tenemos un reto debemos aceptarlo, mirando a la realidad sin  excusas ni resignación.

Hoy está de moda el culto a la velocidad, el misticismo de la inventiva y la decisión. Matteo Renzi, que ocupa con éxito el centro de la escena política, es el emblema de este religiosidad del hacer, de hacerlo todo y rápido. Pero siguen sin resolverse dos cuestiones: hacia donde estamos corriendo, hacia qué modelo social y quién decide la dirección de la marcha, dónde está el lugar donde se decide, en un proceso democrático alargado o en un restringido centro de mando. Creo que estamos en una violenta torsión de la vida política, con el tránsito de la lógica de la representación a la de la gobernabilidad.   La política, si podemos llamarla de esa manera, se reduce al hueso, al núcleo duro de la competición por el poder. Marchitadas y devastadas las tradicionales identidades, sólo cuenta el imperativo de vencer, y en esta lotería por el poder participan con igual entusiasmo la derecha y la izquierda política.

Entre la esfera política y la social  se abre una fosa y se pone en marcha una dialéctica áspera  entre el modelo decisionista y el participativo, entre el poder y la representación. Todo el tema de la autonomía asume, así, una nueva radicalidad, debiendo saber intervenir en un contexto radicalmente nuevo como una potencia social que ya no tiene espacios políticos donde apoyarse, que sólo puede contar con sus propias fuerzas. Muchas veces nos hemos dejado atrapar en las tortuosidades de la política, apareciendo como un eslabón del sistema de poder. Lo nuestro es un viaje en lo social, en sus contradicciones y en sus sufrimientos, excavando también en ese subsuelo emotivo y rabioso que toma las formas de la antipolítica. Nuestra palabra no puede ser la de una oficialidad institucional sino la del encuentro con las personas reales y sus vivencias concretas.   Por eso necesitamos un nuevo modelo organizativo, porque nuestra actual esctructura centralizada, vertical y jerárquica no puede aprehener toda la compleja  inquietud del tejido social. Debemos orientar el baricentro hacia abajo y tomarnos en serio la opción del territorio como el lugar  de un nuevo experimento social; debemos abrir el camino hacia una nueva generación de cuadros, premiando la autonomía y no la obediencia, la innovación y no la continuidad, el trabajo de frontera y no la carrera para ocupar las posiciones de cúpula.   

En el análisis crítico que debemos hacernos, a nosotros mismos, la vara de medir es la eficacia. Así pues, debemos interrogarnos sobre las razones de la distancia que se ha abierto entre los objetivos y los resultados, sobre la escasa capacidad de incidir en los procesos reales. Esta es la señar inquietante de una incipiente burocratización  cuando se oscurece la relación entre el medio y el fin, donde lo que prevalece es la estabilidad de la estructura organizativa. Para desbloquear esta situación es preciso intervenir tanto abajo que en lo alto, con la energía de un fuerte impulso democrático y la construcción de un grupo dirigente que esté a la altura de guiar el proceso de cambio, estableciendo en una relación fecunda el momento de la espontaneidad y el de la dirección.

En la imagen del «viaje» hemos insertado el concepto de la fuerza. Esta es exactamente la estrategia: acumulación de fuerzas, orientación de los equilibrios y conquista de una posición hegemónica. La fuerza no la mediremos en nuestro interior sino en nuestra relación con todo lo que está fuera de nuestros confines. Esta es la confederalidad: no una prerrogativa burocrática, reservada al grupo dirigente central, sino la capacidad de todo el cuerpo de la organización, en cauquiera de sus  articulaciones, de mirar abiertamente el mundo que está fuera de nosotros, partiendo de nuestra parcialidad, pero declinándola desde un punto de vista general, universal, para ser una fuerza de propulsión de todo el proceso democrático.  Hoy, en medio de una tumultuosa transformación, tenemos necesidad de esta visión alargada para aprehener y representar el proceso social en toda su complejidad para entrar en relación con las nuevas demandas, con las nuevas subjetividades, con todo lo que se mueve en la sociedad real. 

No estamos destinados al  aislamiento y la irrelevancia porque es todo un amplio territorio social el que puede ser labrado y revitalizado. La fuerza del Sindicato de Pensionistas Italianos es, en sí mismo, el instrumento de una defensa del territorio. En el proceso de envejecimiento, social o individual,  se refleja el nivel de civilidad del país, su cualidad social. Es un gran tema político porque se trata de volver a proyectar los tiempos y los espacios que regulan nuestra vida colectiva, aunque sobre esta vertiente no se ve en la práctica ninguna velocidad en la iniciativa, sino una total remoción. 

En el modelo de la sociedad hipercompetitiva, los ancianos están destinados a ser sólo un residuo marginal. Por ello, objeto de nuestra negociación asume un relieve general, porque se trata de la calidad de vida para todos, y de la plenitud de la ciudadanía, con iguales derechos y deberes para todas las generaciones en una relación de intercambio y diálogo entre jóvenes y ancianos. 

No hay nada de corporativo en nuestra orientación. Quizás podamos decir que nosotros somos los herederos de la gran política, el lugar donde todavía es posible la pasión de las ideas, donde no hay separación entre el hacer y el pensar, un lugar de sabiduría, un punto de equilibrio y responsabilidad en la vida de la CGIL.  

En fin, el viaje es una experiencia colectiva, es “nuestro” viaje. Es útil recordarlo en este época de narcisismo rampante, tan arrogante y tan patético, en el que el individuo caba por ser totalmente vaciado. Nuestro trabajo es la reconstrucción de la sociabilidad, de las ligaduras sociales, para dar alma al espacio común de nuestra convivencia. La identidad está viva si se sabe acoger e integrar las diferencias, mientras que por el contrario en la clausura y la intolerancia se poducen indentidades muertas. Debemos ser los portadores de una identidad viviente donde cada cual se realiza dentro de una red alargada de relaciones y, entonces, nuestro viaje se convierte en el camino de una sociedad entera que busca salir  de la crisis y volver a encontrar el sentido de una pertenencia común.

(Intervención de Riccardo Terzi en el 29 Congreso del Sindicato de Pensionistas Italianos)

Traducción JLLB

Radio Parapanda. SOBRE EL DESEO AMOROSO por Paco Rodríguez de Lecea



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