jueves, 1 de agosto de 2013

DE PARTE DE MAQUIAVELO AL PAPA FRANCISCO



Las declaraciones de Francisco sobre la laicidad del Estado, contra la corrupción y el llamamiento a la juventud para que «arme lío» de rotundo contenido rupturista no han tenido igual correspondencia con relación al papel de la mujer en el seno de la Iglesia. Es, pues, lógico que el entusiasmo femenino no tenga el mismo diapasón que el demostrado por otros sectores. Me ahorro explicar el carácter y la amplitud de las declaraciones de Francisco pues han sido magníficamente relatadas por el maestro Gabriel Jaraba en  Del anatema al diálogo.

 

Cierto, Francisco es conservador a la hora de abordar la «cuestión femenina en la Iglesia». Que es como decir la igualdad de hombres y mujeres en una concreta comunidad. Para un no creyente como un servidor es un problema –otro más, naturalmente--  de democracia real. Más todavía, una cosa es (como es mi caso) estar al margen de las religiones y otra ser indiferente a la naturaleza (autoritaria o democrática) no tanto de las religiones como de las estructuras eclesiásticas de éstas. No soy, pues, indiferente a esto último.

 

Ahora bien, una persona que ha puesto encima de la mesa la cuestión de la laicidad del Estado es un renovador de mucho alcance que ha eliminado una potente «creencia muerta» y potencialmente lo puede ser más todavía. Algo de eso dijo Maquiavelo: «Porque un cambio siempre deja abierto el camino para otro» (1). Suponemos que Francisco ha leído a Maquiavelo, aunque desconozco si forma parte de la legión de compañeros de cofradía que denigraron ad nauseam al famoso secretario florentino. Abro paréntesis, también –desde la acera de enfrente--  algunos compitieron con el ardor guerrero de los jesuitas: «Uno de los argumentos de la acusación que en el curso de los procesos de Moscú formuló Viscinsky, el gran acusador, en su alegato contra Kamenev, quien había sido embajador de la URSS en Roma y que se había apasionado con la lectura de Maquiavelo, fue el haber escrito un prefacio de El Príncipe» (2). Cierro paréntesis.

 

Pues bien, si Francisco ha leído sin prevenciones a Maquiavelo también recordará aquello de «Porque el que introduce innovaciones tiene como enemigos a todos los que se beneficiaban del ordenamiento antiguo, y como tímidos defensores a todos los que se beneficiarán del nuevo» (3), una máxima que vale para todas las organizaciones religiosas y laicas. O sea, Francisco debe estar al tanto. De los primeros –esto es, de los enemigos--  podríamos decir con el florentino que «estas fracciones nunca se mantendrán pacíficas mientras tengan sus propios cardenales».  Y de los segundos tampoco debe olvidar que históricamente algunos tímidos defensores se convirtieron andando el tiempo en unos chaqueteros, pongamos que hablo de Woytila y Ratzinger, centristas en el Vaticano II y extremistas en el post concilio.  Visto lo visto, Francisco debe proceder, la forma es cosa suya, a una profunda renovación organizativa de toda la institución. Porque lo que ha dicho en Brasil puede haberse visto como un casus belli  no sólo por el fenómeno curial sino por el epifenómeno de órdenes religiosas, congregaciones y hasta por sacristanes ya sean de pueblo o de capital.

 

 

Seamos claros: de la formulación sobre la laicidad del Estado se desprenden consideraciones de mucho ringorrango. No es un planteamiento abstracto. Es tan concreto que, por ejemplo, nos interpela a nosotros a preguntar: así las cosas, de las que nos felicitamos, ¿qué carácter debería tener el Estado Vaticano? ¿No sería coherente, tras lo dicho por Francisco, que el Vaticano desapareciera en tanto que Estado? 

 

Francisco, en su condición de Papa, es un hombre poderoso. Pero, también le es aplicable lo que aconsejaba Tácito en los Anales XIII.19: «Que no hay nada más débil e inestable que la fama del poderoso que no nace de su propia fuerza». De lo que se desprendería lo siguiente: debe usar la verticalidad no democrática de la Iglesia para construir gradualmente un sujeto plenamente democrático.

 

De los apoyos que reciba Francisco dependerá si se abre un «nuevo ciclo» o no. De momento las navajas de Albacete parecen estar en alto contra Francisco: algunas guildas vaticanas y sus franquicias en el exterior intentarán impedir este nuevo itinerario que plantea, en diversos campos, el papa Bergoglio. Y no está descartado que, visto lo visto, pueda reproducirse la maniobra que puso en marcha la curia contra Celestino V encumbrando al sinvergonzón de Bonifacio VIII.         

 

 

Notas

 

 

 

(1)  Nicolás Maquiavelo. El Príncipe, Capítulo II. Colección Austral, página 38.

(2)              Giuliano Procacci. Introducción El Príncipe. Colección Austral. Página 10

   (3)     Nicolás Maquiavelo. El Príncipe, Capítulo VI.            Colección Austral, página 57.  



2 comentarios:

Gregorio Luri dijo...

"La iglesia no es una obra", les dijo a los obispos en Brasil. Y esta advertencia sólo se puede interpretar en clave jesuítica: obra, opus...

Gabriel Jaraba dijo...

La observación es certera, maestro de Ocata. Desde la caída y muerte de Arrupe hay cierto desconsuelo que mereceapaciguamiento. Pero que no se olvide que fue obispo de Cracovia antes de Roma quien causó el estropicio.