miércoles, 31 de julio de 2013

DEL ANATEMA AL DIÁLOGO

Gabriel Jaraba*

Querido tío Pepe Luis:

Ciertamente, como dices Francisco ha dado un paso al margen del constantinismo que muchos añoran y que Karol Wojtyla quiso recuperar, y con el que sueña gran parte de la conferencia episcopal española. Aunque posiciones semejantes estaban recogidas ya  en la constitución pastoral de la iglesia en el mundo de hoy, emitida durante el Concilio Vaticano II. Tengo en las manos el libro que la recoge, publicado en catalán en 1965, por la editorial Estela de nuestros añorados Alfonso Carlos Comín y Josep Verdura y me doy cuenta de que hay que explicar a los jóvenes que actualmente se sitúan en la izquierda que un día existieron en nuestro país revolucionarios que se reclamaban “comunistas en la iglesia, cristianos en el partido”, según la frase memorable de Comín.  Los actuales gestos y palabras de Francisco ponen en una situación difícil a los ultras de su parroquia –valga la redundancia— y pondrían también en ella a los reanimadores del anticlericalismo de izquierdas si no fuera porque aquellos tienen mejor oído para detectar las amenazas a su status quo.

¿Cuánto durará ese inesperado “aggiornamento”? Muchas gentes laicas creen que no se trata más que de gestos, porque la estructura jerárquica y su autoritarismo no pueden permitir que la iglesia de Roma cambie. Pero yo considero que el rasgo principal de las personas progresistas es precisamente la confianza en que las cosas pueden cambiar.  El “cuanto peor, mejor” conduce siempre a lo peor. Aunque lo de Francisco fueran gestos, en la sociedad compleja (la sociedad de la comunicación) no se da puntada sin hilo: los gestos han abierto nuevos horizontes a menudo insospechados (Gorbachov, Mandela, Obama) y lo que unos consideran mera apariencia otros lo analizan como indicaciones para el diálogo.

Las fuerzas resistentes al cambio suelen identificar mejor la naturaleza de lo que algunos progresistas consideran mera gesticulación. Las sentinas ultramontanas han colocado a Francisco en el punto de mira, y muchos de sus habitantes no tienen empacho en hablar de “sede vacante”, es decir, que no le reconocen como papa. Le consideran entregado a la teología de la liberación e incluso líder de la mítica logia masónica vaticana, en unos delirios basados en el  género literario cultivado por Leo Taxil, los Protocolos de los Sabios de Sión y el supremacismo blanco de la ultraderecha estadounidense. Pero a  ningún progresista le conviene que Francisco fracase, por el mismo motivo que hoy celebramos que Juan XXIII triunfara en cierta medida y por lo menos marcase distancias considerables con Pio XII.

Francisco no es lo que se suele llamar “un cristiano progre” aunque es progresista en ciertos aspectos, como el que ha motivado la información que reproduces, y conservador –o muy conservador— en otros, como él mismo ha aclarado en la última rueda de prensa celebrada durante  vuelo de regreso de Brasil a Roma, respecto a la ordenación de las mujeres, el aborto o la contracepción. Pero ha renunciado a la retórica de enfrentamiento, en esos asuntos y otros, limitándose a reclamarse de la ortodoxia (la ortodoxia actual, provisional). En el caso de las personas gays, por ejemplo, y su renuncia a juzgarlas o rechazarlas, ha sido consecuente con su llamada al diálogo como actitud central. Y es esa actitud dialogante y no beligerante la que puede terminar provocando cambios en las capas más duras de la estructura, pues los partidarios de esos cambios se encuentran dentro de ella. La acogida a los negros que malvivían en naves abandonadas del Poblenou por parte de una iglesia del barrio ha funcionado como una seda, y su rector, el cura periodista Francesc Romeu se ha acogido a la actitud de Francisco para justificarla, sin que del arzobispado haya surgido el menor reparo. Recuérdese lo sucedido hace años con los sin papeles que ocuparon Santa Maria del Mar y los pescozones que sufrieron los rectores de la basílica, mossèn Vidal  y mossèn Bigordà, otrora puntos de referencia de la parroquia de Sant Medir cuyo papel en la fundación de las CC.OO. catalanas fue importantísimo.

La iglesia de Roma deberá cambiar en lo referente a sus ideas sobre la concepción y contraconcepción, el sacerdocio (y episcopado) femenino y tantas otras cuestiones que se presentan como fruto de su magisterio pero cuya justificación teológica es problemática o incluso endeble. Tales cambios no vendrán concedidos desde la cúpula sino inducidos por los miembros de la estructura y por el abandono de la feligresía y, lo que es más importante, por la pérdida de influencia cultural. Y ese proceso de cambio va a beneficiar a todos. No solamente a los laicistas, que se librarían de presiones indebidas sobre el legislativo y el ejecutivo, sino a los propios creyentes de otras denominaciones, puesto que una consideración más positiva del catolicismo por parte del cuerpo social atraería la atención del público sobre la fe cristiana.

Los “soldados derrotados de Montini”, como se definió Jordi Pujol respecto a su condición de católico en pleno wojtylismo, nos alegraremos de una evolución semejante, incluso, como es mi caso, desde referentes católicos no romanos. Los beligerantes del integrismo lanzarán, de momento, una guerra de guerrillas para hacer tropezar a Francisco con sus propias palabras y acciones. Es de esperar que los puristas de la izquierda laica no ayuden, con la amplitud de miras que les caracteriza, a la tarea de zapa que se elabora en las sentinas ultramontanas. Para ello hay que confiar en el cambio y apoyarlo, porque no puede hacer más que beneficiarnos a todos.

* Profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona y periodista.  


Radio Parapanda. Gabriel Jaraba y José Luis López Bulla en EL PAPA FRANCISCO DEFIENDE EXPLÍCITAMENTE LA LAICIDAD DEL ESTADO

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