lunes, 25 de junio de 2012

NOS DIJERON QUE LA COERCIÓN EN EL TRABAJO LLEVA A LA LIBERACIÓN. Pronto se descubrió el pastel




Querido Paco, ¡vaya empacho el de los jóvenes ordinovistas con Gramsci a la cabeza con lo de la fábrica racional!  Y con qué tozudez el Gramsci maduro, el de los Cuadernos de la Cárcel, insiste en esa melopea. Se trata, ni más ni menos, que del triunfo de Taylor y Ford no sólo en el capitalismo sino en el socialismo que tenían en la cabeza, con sus diferencias,  Lenin y Gramsci. El teorema de la fábrica racional que ya expresó don Federico: “si mi método es científico, aquí no pintan nada los sindicatos”. Es como si dijera un militar: las órdenes del mando son, por definición, científicas, por lo que no se admite respuesta o contestación. Es desde ese apotegma donde se construye la cadena jerárquica del mando. Que me entran ganas de ponerlo en mayúsculas, El Mando a ese bonapartismo social.

Un bonapartismo social que está en todos nuestros viejos conocidos, Lenin y Gramsci, aunque Trostky es a quien se le va más la mano, pero siempre desde el mismo eje de coordenadas. De ahí que hablara de “adecuar las costumbres a las necesidades del trabajo” de ese “ejército de trabajadores”. De manera que, joven amigo, te pregunto: ¿qué diferencia a don León de Henry Ford que puso en marcha una patulea de inspectores que visitaban los hogares de los trabajadores de la fábrica para saber (e imponer) un potente puritanismo en los hogares? “Señora, su marido bebe, fuma, a qué hora llega a casa …”. [Estos inspectores llegaron incluso a vigilar la vida sexual y la moral de los trabajadores de la empresa. Sin embargo, la izquierda, que estaba metida casi hasta las cejas en lo mismo, se carcajeó del famoso Curro Seisdedos cuando hacía algo parecido en Casasviejas. Y, ahora, presta atención porque se te van a poner los pelos de punta. Ya sabes que nunca me leí los Estatutos de nuestro sindicato; pues bien, en los que se redactaron tras la asamblea constituyente, antes del primer congreso, nuestro Jota Jota coló una addenda en el artículo de las funciones del secretario general: “como vigilante de la moral de los afiliados”. Cuando lo ví impreso me hice cruces. ¿Debía yo vigilar a Cipriano, Paco Frutos y Agustí Prats, por poner tres ejemplos sin intención alguna?] 

Tres cuartos de lo mismo lo ponen en marcha Illich y Trostky (y los que vinieron después, ni te cuento). Nuestro amigo Gramsci dice lo mismo, pero tiene la cautela de decir “por un tiempo”  que parece recordar el viejo anuncio de las tabernas de Santa Fe, capital de la Vega de Granada, que decía: “Hoy no se fía, mañana sí”. Pero el cartelillo nunca se retiraba.

Por otra parte, es evidente que estamos ante la subalternidad de la política con relación a la técnica, a la “ideología” de la técnica. ¡Qué paradoja, Paco! ¿No estamos diciendo ahora, en nuestros días, que la política es un sujeto cooptado por la economía? En todo caso, creo que estamos en condiciones de entender que la asunción del taylorismo por parte de, al menos, las autoridades soviéticas no era sólo para sacar al país del atraso industrial, sino especialmente para que esa forma de salir del atraso fuera a través del “ordeno y mando”, creando así las condiciones para una gigantesca “revolución pasiva”. 

La construcción del socialismo aparece así teniendo como base la opresión y alienación del trabajo: Marx descuartizado. La construcción del socialismo a partir del decreto de la sedicente ciencia taylorista. Que debió poner los pelos de punta a Rosa Luxemburgo que afirmó enfáticamente: “El socialismo no se hace; y no puede hacerse mediante decretos, ni siquiera por un gobierno socialista”. Ahora bien, lo que es extremadamente chocante es que el socialismo que, por definición, es la liberación en el trabajo (y no del trabajo) tuviera que construirse, según nuestros viejos conocidos, a través del palo de la coerción y de la zanahoria de una ilusoria libertad. Ni la socialdemocracia abrió la boca para decir lo contrario, ni la posterior reelaboración berlingueriana sobre “socialismo en libertad” se refirió a ello. Socialismo en libertad, pero ¿cómo se concibe, aunque sea aproximadamente la gran cuestión del trabajo? Socialismo en libertad con libertades políticas irrestrictas en el cuadro institucional, ¿pero qué ocurre en el interior de los centros de trabajo? Dispensa, pero todo lo que hemos leído hasta ahora acerca del socialismo en libertad, me da la impresión de un “liberal” socialismo en libertad.

Hay que ajustar las cuentas a todo eso, querido Paco. Porque todavía, como hemos comentado en tantas ocasiones, la acción real del sindicalismo está impregnada de taylorismo. 


Habla Paco Rodríguez de Lecea

Amén, querido José Luis. Y fíjate en cómo la fascinación inicial de nuestros padres fundadores por la ‘racionalidad’ del taylorismo va generando una cadena de secuelas que ya no se limitan al mundo de la fábrica.

El punto de partida es la presunción de que con la organización taylorista del trabajo se ha alcanzado la madurez del desarrollo de las fuerzas productivas. Es un modelo objetivo, neutro desde el punto de vista político y eficiente. Vladimiro no se plantea más problemas (que yo sepa); Antonio, sí. Advierte que el ‘avance ineluctable’ en la construcción de la sociedad socialista se está produciendo sobre las espaldas de los trabajadores, que hay sufrimiento, que se trata de un parto con dolor. Habla incluso de un plazo a partir del cual el trabajo se liberará de esa ‘coerción’ externa que explota y estruja a la fuerza de trabajo taylorista bajo el régimen impuesto por el capital. El plazo en cuestión se parece demasiado, como tú señalas, a las calendas griegas, pero pasaremos por alto la objeción.

Tenemos, pues, encaminada la transición al socialismo a través de la fábrica taylorista. Y entonces, en la mentalidad de la izquierda, se ‘tayloriza’ también el amplio abanico de fuerzas comprometidas en ese tránsito: partidos, sindicatos, movimientos. León es quien va más lejos por ese camino, pero hay que concederle que fue encargado de la creación del ejército rojo, y el pensamiento militar ha sido siempre un ejemplo clásico de oxímoron. Pero si miramos más cerca nuestro encontramos por todas partes esa dicotomía entre el nivel de dirección (los que piensan) y la clase de tropa (los que ejecutan sin pensar), y una preocupación no diré totalitaria pero sí de déspotas ilustrados, acerca de cuestiones mínimas muy relacionadas con un estilo cuartelero de la política: como esa adenda que mencionas a las tareas del secretario general del sindicato.

Recuerdo que en un acto abierto de partido en el que conferenciaba el llorado Manolo Vázquez Montalbán, le interpelé sobre la vieja máxima que estimula al militante a no pensar por su cuenta: «Más vale equivocarse con el partido que tener razón contra él.» Y Manolo contestó que esas palabras deberían ser grabadas en bronces sobre un gran bloque de granito, y luego arrojar el bloque al fondo del océano, donde nadie nunca más pueda utilizarlas. Fue una forma lúcida de reivindicar una humanización de la militancia paralela a la del trabajo: porque era necesario superar la parcelación, la demediación del militante de base que se preconizaba desde los púlpitos de la ‘iglesia’ comunista. (Por cierto, ahora que hablamos de iglesias: tienes toda la razón, José Luis, nunca conseguí en mis tiempos de catequesis dar pie con bola en el misterio de la santísima trinidad. A pesar de los pescozones del mosén. Incluso ahora, si los veo a cierta distancia y llevo puestas las gafas graduadas el año pasado, a veces sigo confundiendo al hijo con el espíritu santo.)

Tuve una sorpresa mayor cuando, varios años después, le recriminé al secretario general de cierto partido político de la izquierda plural de nuestra patria chica que algunos dirigentes del mismo se estaban comportando como ejecutivos de empresa, y él me contestó: «Es que yo también estoy convencido de que el partido debe dirigirse como una empresa.»

La invasión sutil del taylorismo, habría dictaminado Pere Calders. Dices que hemos de ajustar cuentas con todo eso, José Luis. Amén, contesto.



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