miércoles, 14 de noviembre de 2007

ACTUALIDAD EL SINDICALISMO. Di Vittorio y nosotros (2)

Mi amiguita Giovanna Pioveadirotto en el Liceo de Catania: una sabihonda que, con el tiempo, se hizo sabia


Esta es la segunda parte de mi intervención en el Seminario barcelonés y napolitano en homenaje a Di Vittorio. Veremos cómo engarzo la primera con ésta para no superar los veinte minutos que tengo asignados. Al grano:


En realidad la ponencia que tenía encargada en el seminario sobre el sindicalista Giuseppe Di Vittorio era –al igual que mi amigo Antonio Pizzinato—“la vigencia del pensamiento y la obra del dirigente de la CGIL en estos tiempos de hoy” o algo por el estilo. No obstante, como siguiendo las veteranas tradiciones que indican que una cosa es el encargo y otra lo que dices en la ponencia, reflexioné –al igual que Pereira— con la comodidad relativa de `frecuentar el pasado´. También porque, cuando no tienes responsabilidades directas, parece pretencioso intervenir en las cosas de hoy. No obstante, comoquiera que el carácter entrometido del sindicalista activo se trasmite al sindicalista emérito, me dije: respeta las órdenes recibidas sobre lo que tienes que hablar y, desde esa obediencia amistosa, tírate al ruedo con insinuaciones sobre las hipótesis de la actualidad del pensamiento divittoriano.


Primero. La actualidad de la praxis del dirigente sindical italiano parece evidente en lo que se refiere a la independencia del sujeto social. Que hoy tiene, por lo que todos sabemos, más comodidad que nunca. De una parte, la acumulación (cuantitativa y cualitativa) de `hechos independientes´ del sindicato. Y, de otro lado, el nuevo paradigma de, como se decía en mis tiempos, las relaciones entre el partido (el que fuera) y el sindicato (no importa cual).


Ciertamente, la acumulación de gestos de independencia sindical imprime carácter y, según cómo, acaba provocando, primero, una discontinuidad y, después, una ruptura conceptual. El sindicalismo, así las cosas –y por mera aplicación de la teoría matemática de los límites—se va acercando “in progress” a su propia independencia: de proyecto, de organización y de recursos propios, que a fin de cuentas es todo ello una y la misma cosa.


Por otra parte, la derrota histórica de los partidos comunistas (con permiso de Paco Mías) resuelve –espero que definitivamente— las viejas e inútiles relaciones entre el partido y el sindicato. Y, de igual manera, las extravagancias político-culturales de la tradición socialdemócrata interfieren las viejas relaciones entre el partido y el sindicato.


Pero hay algo más rotundo: el sindicalismo ya no acepta ser el mandao, la prótesis del partido (no importa cual) que, así mismo, se autodefine como la dirección –contingente o escatológica— de los asuntos que, de manera diversa, afectan a las, con perdón, tradicional o renovada clientelas. Porque, dígase con nitidez, el sindicalismo ha conseguido amplias cotas de poder contractual dentro y fuera de los centros de trabajo. Y, no se olvide, el ejercicio del conflicto social ya no está bajo la batuta (instrumental o no) del partido político. Y, diré algo más: el sindicalismo, aunque no lo haya teorizado ni caído en la cuenta, sabe o intuye que el partido (repito, el que sea) tiene una matriz lassalleana (estatalista) que poco tiene que ver con la confrontación, de otro tipo, entre el movimiento de los trabajadores y la contraparte. Especialmente en estos momentos de pérdida de poder factual en las relaciones económicas de los Estados-nacionales.


El pensamiento divittoriano, así las cosas, se redimensiona, y las enseñanzas del maestro, no contingentes sino de muy largo recorrido, en torno a la independencia cobran nueva actualidad. Ahora bien, eso no impide que –como sujeto sociopolítico que es el sindicalismo confederal— tenga nuevas relaciones con los actores políticos y, por extensión, con la política toda. Pero ya no es con el partido-amigo (más bien papá), sino con el conjunto de la política. Entre otras cosas porque tiene que compartir (diversamente, desde luego) zonas intersticiales con la política: tanto de la que gobierno como de la oposición. En zonas como, por ejemplo, las de welfare state. Se trata sólo de un ejemplo.


Segundo. Toda la pasión unitaria del maestro Di Vittorio tiene, en nuestros tiempos, no sólo más actualidad sino, incluso, más factualidad. En primer lugar, porque se ha incrementado la densidad de que el sindicalismo es una (noble) agrupación de intereses que, en sus diversidades, intenta reunir todos los retales del vínculo social, madre y padre de la independencia. Y, en segundo lugar, porque la existencia del sindicato mundial (CSI) es una condición casi necesaria –casi, digo—para impulsar –más todavía, si cabe— los visibles, aunque fisiológicos, momentos de unidad de acción sindical en los Estados-nacionales.


Tercero. Nuestro amigo italiano, tanto desde su responsabilidad sindical como la de `padre constituyente´-- se batió el cobre por los derechos de ciudadanía del conjunto asalariado. El reto que tenemos por delante, en estos nuestros tiempos, adquiere un novísimo significado. Que, por lo demás, precisa de un mayor robustecimiento de la adhesión estable, esto es, la afiliación —o el número de inscritos—al sindicalismo confederal. Y que, para ello, no hay otra condición aproximada que la radical puesta al día de las prácticas contractuales del sindicalismo de las diversidades. Comoquiera que todas estas cuestiones me parecen inter relacionadas haré una transversalización de todas ellas en la reflexión que viene de seguida.


Las políticas contractuales no son sólo un intento de mejorar la condición de vida y trabajo del conjunto asalariado. Son también, como todos sabemos, `fuente de derecho iuslaboralista´. En la medida que la gramática contractual mejore renovadamente la condición asalariada, se pone al día el Derecho del trabajo. Que es un artefacto que está recibiendo más empujones inamistosos y más ataques, sutiles y abruptos, que el propio sindicalismo. El Libro Verde es una visible prueba de ello.


Di Vittorio se batió por los derechos de ciudadanía del pueblo trabajador. Repensar con los ojos de hoy esos mismos problemas es nuestra tarea. Y aquí emergen algunas preguntas un tanto intempestivas: ¿se puede avanzar adecuadamente, mejorando las condiciones de vida y trabajo del conjunto asalariado, se pueden –desde ahí crear nuevas fuentes de derecho— no avanzando más, partiendo de ejemplos preclaros, en lo que podríamos llamar un elenco de reivindicaciones posfordistas? Y, todavía más: ¿se puede ignorar el acervo que nos viene de cómo ejercer el conflicto social tras las experiencias de la huelga virtual de la gente de IBM que, además, ha conseguido una victoria en toda regla?


Más todavía: dada la transformación –no sólo, ni principalmente entrópica— de la estructura categorial y sociológica del conjunto asalariado, ¿se pueden mantener las características morfológicas de la representación sindical, dentro y fuera del centro de trabajo, para tutelar más y mejor a los trabajadores y sus familias? Yo desapasionadamente pienso que no. Pero esta es una cuestión que dejo a los doctores de la Iglesia.


Temas todos ellos de gran importancia, desde luego. En todo caso, hay algo que me parece incuestionable: el carácter participativo del sujeto social.


Pienso que el sindicalismo divittoriano es una matriz lejana (aunque no estoy en condiciones de saber qué relación, directa o indirecta existe entre dicha matriz y lo que quiero exponer) de la articulada participación de masas en las recientes prácticas de la CGIL. Hablo concretamente del reciente referéndum sobre las políticas de welfare: una consulta que era temida por los grupúsculos políticos porque cuestionaba el carácter de cuerpo místico de éstos. Por eso le pusieron, creo yo –desde la relativa distancia catalana y desde mi retiro en mi residencia de sindicalista emérito— las viejas y harapientas reliquias de las nieves de antaño.


Pues bien, ¿qué impide al sindicalismo europeo contagiarse de esa experiencia que, en el fondo, expresa que la `soberanía sindical´ radica en el conjunto de los afiliados y, más allá, en la gente que potencialmente esperamos que se afilie? De donde traigo a colación un tema tan espinoso como el siguiente: no puede ser que los tratados constitucionales de los Estados nacionales hablen de que la soberanía radica en el pueblo y el sindicalismo no diga algo igual, parecido o similar? Esta sería la –no ya discontinuidad, sino ruptura— gran transformación de la nobleza del vínculo social entre el sindicalismo y el conjunto asalariado. Concretamente: ¿dónde reside la soberanía sindical?