jueves, 10 de mayo de 2018

De la astucia de Puigdemont y otras cosas




Escribe El dómine Cobra

Los escribas sentados recibieron, en su día, el encargo de loar a Artur Mas y darle el sobrenombre de el Astuto. Los fondos de reptiles fueron naturalmente generosos con tales exageraciones. Más tarde, a Artur depuesto, astuto puesto. Los fondos de culebras empezaron a subvencionar a los mismos escribas que cambiaron el destinatario: el nuevo Ulises, camino de Itaca, pasaba a Carles Puigdemont. De la astucia del primero tenemos información de cómo acabó. La del segundo va camino de lo mismo.

Mi amigo Paco Rodríguez de Lecea ha tratado --permítaseme decir aquí «con jolgorio»-- el asunto de la astucia vinculado directamente al Ausente. Lo hace en su post Tiempo muerto, antológico escrito que hará sin duda las delicias de los militantes de la retranca santaferina, que allí llamamos malafoyá (1). Hela aquí:

«No guardo memoria clara de quiénes fueron los protagonistas, ni de las circunstancias exactas en las que se produjeron los hechos, de modo que les ruego que no atiendan a los pormenores sino a la sustancia del acontecimiento en sí. Se trata de un entrenador de baloncesto que, a falta de digamos siete segundos para el bocinazo final del partido, y perdiendo su equipo por más de treinta puntos, pidió a la mesa un tiempo muerto. ¿Para arreglar qué? ¿Para dar vuelta de qué modo al resultado? El tiempo muerto, sin embargo, estaba dentro de las atribuciones reglamentarias del coach, y la mesa lo concedió. El técnico rival pilló un mosqueo de cuidado y se negó a estrechar la mano del perdedor cuando, agotados sin mayores incidencias los siete segundos que faltaban, los jugadores de ambos equipos tomaron por fin el camino de las duchas».

¿Un entrenador astuto? Yo diría que un mandanguilla, simplemente un mandanguilla.



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