sábado, 5 de mayo de 2018

Cuando Trumpp se fue de putas



Mister Trumpp ha tardado en reconocer que es un putañero (whoring). Primero dijo que no, ahora dice que sí, pero que los servicios prestados por la señorita en cuestión no los pagó con los fondos de su campaña electoral. En todo caso, digamos que mintió en su día. De lo dicho ahora nada sabemos. O sea, ignoramos si el caballero se alivió pagando con los dineros de la campaña o de su humilde peculio particular. Sea como fuere la sordidez del asunto es manifiesta.

Mister Trump sigue en este caso una cierta tradición de aquellos presidentes norteamericanos que han sido flojos de bragueta. No es necesario nombrarlos. En cambio, el caballero introduce una variante que, según parece, no estaba en sus predecesores: tirar de la chequera personal o de los fondos de la campaña electoral.

Parto de esta consideración: la vida personal de Trumpp me es indiferente. Si es realmente un putero es cosa suya y del tipo de acuerdos que haya llegado con su esposa. Más todavía, hubo un tiempo que en Europa estas cosas no se tenían en cuenta. Cierto, nadie hubiera podido imaginar que, pongamos por caso, sir Winston, el general De Gaulle, Adenauer o Alcide de Gasperi tuvieran esas debilidades. A decir verdad, tuvieron una fama de santos varones y nada se ha dicho en su contra. Pero en los Estados Unidos de Norteamérica esos movimientos de sábanas siempre se vigilaron con el mismo celo que el fraile Savonarola imprimiera a su vida pública. Puritanismo a destajo y al por mayor. Por ejemplo, el que se relata en la magnífica película Tempestad sobre Washington. Lo que importa en este caso, al menos para nosotros, es que Trumpp mintió. Mintió y, además, acusó a la prensa de propalar infundios.  Ahora, por fin, es un putero confeso.

Así pues, Mister Trumpp o la doble moral y la doble contabilidad. En todo caso, la actitud de este putañero deja las mentirijillas de Cristina Cifuentes con un cierto sabor aldeano. Porque la trascendencia global de la bragueta del americano no tiene ni punto de comparación con las trolas de la dama madrileña. Lo del putero es Hollywood; lo de Cifuentes es cine de barrio. 


No me olvido de un tal Agramunt, senador de bragueta suvbencionada. Pero he de recordar que hablamos de sus cosas hace unos días.



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