martes, 24 de abril de 2018

Escuadrismo independentista




Los corpúsculos del escuadrismo catalán han pintarrajeado la fachada de la casa donde vive Salvador Illa, secretario de Organización del Partit dels Socialistes de Catalunya. Es la última hazaña de ese ardor guerrero de una militancia que, de seguir por esa vía, amenaza con elevar el voltaje operativo. Hasta la presente ninguna autoridad del movimiento amarillo ha dicho esta boca es mía. Precaución o cautela, no sea que tengan miedo de aparecer como sospechosos de no tener pureza de sangre independentista.

Hace relativamente poco que apareció esa desgraciada novedad: la intimidación violenta a una serie de personalidades o a sus familias, que apenas si concita reflexión alguna en los diversos medios. Ni siquiera un tímido reproche por parte de los Estados Mayores amarillos. Más todavía, que parecen entender que ese escuadrismo es una favorable parte activa de la correlación de fuerzas.

Ese movimiento clandestino es otra consecuencia  del fracaso del procés. Perdido, pues, el relato aparece la intimidación como elemento de señalización de quien se oponga a la teología redentorista. También como consecuencia de que tales mesnaderos tienen el cerebro en los juanetes de los dedos del pie derecho. Estos escuadristas son la prolongación de un determinado tipo de política independentista por otros medios.

Ahora bien, llegará el día en que este personal se haga una apariencia de autocrítica. Tomará como boceto la reciente declaración de ETA,  y desparpajadamente afirmará que la violencia era solamente contra los enemigos de Cataluña y un «perdonen las molestias» a los damnificados colaterales que pasaban o vivían por allí.

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