sábado, 11 de noviembre de 2017

Puigdemont y Forcadell. En las antípodas, Manuel Zaguirre.




Tengo para mí que el estrepitoso fracaso de la huelga general ha trastocado no poco las cosas catalanas. De un lado, la rectificación de Forcadell en el Tribunal Supremo, que puede ser leída como un acto de atrición; y, de otro lado, la aparición de contrastes no irrelevantes en el seno de la política independentista.

No insistiremos en lo de Carme Forcadell, ayer nos detuvimos en ello, y no es cosa de fatigar en demasía al paciente y abnegado lector. Tan sólo me permito un estrambote: con su rectificación, la presidenta del Parlament de Catalunya debería auto inhabilitarse para unos cuantos años. No se puede admitir que, durante un largo tiempo, haya defendido que la suma de los cuadrados de los catetos nada tiene que ver con el cuadrado de la hipotenusa y, ahora, admita el teorema que todo el mundo atribuye a Pitágoras.

Los contrastes en el interior del bloque independentista son considerables. Por una parte, la lógica negativa de Esquerra Republicana a formar parte de una lista unitaria de todo el bloque; por otra parte, la aparición de algunas grietas en el interior de la Assemblea Nacional Catalana.

El contraste político aparece cuando los herederos de la vieja Convergència, de pujolista memoria, han dejado de ser el pal de paller, que aproximadamente podríamos traducir como la clave de bóveda de Cataluña. Los herederos de aquella potente fuerza política observan, perplejos, hasta qué punto el azucarillo se va disolviendo en el vaso de agua. La ilusa fogosidad de Puigdemont ha contribuido a incrementar el desmoronamiento de su formación política. Más todavía, ha metabolizado su condición de exiliado hasta tal punto que se comporta como tal, como un exilado, aceleradamente desubicado de lo que, a diario, va cambiando el país. No lo lamentamos: Puigdemont es él mismo y sus circunstancias delirantes. Su propuesta de confeccionar una agrupación de electores bajo el título pseudo gaullista de Llista del President no consigue adhesiones significativas. Tan sólo permite una serie de tapas variadas que no acaban de conformar un menú. El fracaso de la huelga general –que ni siquiera llegó a huelga sargento--  acabó de hundir las posibilidades del hombre de Bruselas. Roma no paga tan estrepitosos fracasos. En definitiva, Puigdemont no será el Kerensky que soñaban las órdenes menores conventuales de la CUP.

La novedad es, sin embargo, que en el interior de la ANC aparece un sector que empieza a considerar que su grupo dirigente es «ineficaz». El fracaso de la huelga y de la llamada «vaga de país» ha embrollado más las cosas. Tampoco lo lamentamos. La rectificación de Forcadell echa más agua a este vino. Menos todavía lo lamentamos.


Y mientras tanto, Barcelona sigue perdiendo fuelle. No será la sede de la Agencia Mundial del Medicamento. Esto sí que lo lamentamos.  De todo ello hablaremos con Manuel Zaguirre, maestro de sindicalistas, a la hora de comer un día de éstos.


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