jueves, 2 de noviembre de 2017

Cataluña, botarates, togas y puñetas




La decisión de la jueza Lamela de encarcelar a miembros del gobierno catalán es, en mi modesta opinión, profundamente desacertada. Lamela tenía en sus manos la posibilidad de llevar a la práctica otras medidas, incluso contundentes, pero no tan desproporcionadas, máxime cuando entre los operadores jurídicos hay, sobre ese particular, apreciaciones para todos los gustos. Ordenar el ingreso en prisión es, nos dicen juristas de recia estampa, la última ratio.

Posiblemente la insensata fuga de Puigdemont hacia Bruselas ha pesado --¿quién sabe?--  en tan durísima decisión. Con ella vuelve la pleamar de las movilizaciones y la acumulación de motivos para los independentistas. Y es que estamos en unos momentos ciertamente confusos: cuando parece que baja la marea sale una variable de cualquier covachuela y se vuelve a joder la marrana. Con lo que el camino hacia las elecciones autonómicas será tortuoso y lleno de incertidumbres. Siempre habrá algo que lo distorsione.

He estado siete días en Ronda y los pueblos blancos, en Jerez y Sanlúcar. Y la eterna Cádiz, la Cádiz de Fermín Salvochea. Pues bien, paseando por la Alameda de Apodaca, cuando la tarde languidecía y renacía la sombra, le dije a Roser: «Ya verás, cuando volvamos a casa alguien o algo volverá a meterle gasolina al rastrojo». Y ella, sabiamente: «O antes».


Ya en la tasca –huevas y mojama con manzanilla sanluqueña--  nos enteramos que Puigdemont ha tomado las de Villadiego. Me hago cruces. ¡Hábrase visto en qué manos hemos estado! Tomamos la sabia decisión de acabar la botella. Cosa que no hizo la jueza. Su reacción: «Más madera». Decididamente hay quien quiere amargarme la vejez. Mi vejez o el sueño de una noche de otoño en manos de tarambanas con o sin togas y puñetas. 

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