viernes, 9 de junio de 2017

Montoro y sus cristobicas



El Tribunal Constitucional ha destrozado y anulado la reforma fiscal. Por unanimidad. Lo que viene a demostrar que, en algunas ocasiones, se hacen valoraciones exageradas de dicho tribunal. A Montoro y al hombre de Pontevedra se les habrá puesto la cara de esparto. Montoro y sus cristobicas vapuleados, no ya por la oposición sino por tan significativas togas. Abro paréntesis: los niños chicos de la Vega de Granada llamábamos cristobicas a los muñecos del guiñol, de ahí que en las obras de títeres del poeta de Fuentevaqueros, el protagonista fuera don Cristóbal, a quien odiábamos y temíamos visceralmente.

Montoro ideó una descomunal chapuza. Una chapuza  a cosica hecha. Alguien ha hablado de la incompetencia del ministro. Yo tengo otra opinión. No es posible tanta torpeza. Se le supone unos conocimientos académicos, tiene un equipo de expertos y juristas que impedirían esa ristra de insensateces. Montoro diseñó la reforma fiscal (a la que reiteradamente negó dicho nombre) premeditadamente. ¿Por qué? Porque sabía que un buen número de amigos, conocidos y saludados del Partido Popular estaban siendo investigados por no tener sus obligaciones fiscales como mandan los cánones de la ética y la estética. Esto lo arreglo yo, pareció decir don Cristobica. Contó, además, que si algún tiquismiquis llevaba la cosa al Constitucional, éste se disfrazaría de espantapájaros para no infundir sospechas. Fracaso por partida doble. Primero, Montoro adujo que, con tales medidas, afloraría una suculenta cantidad de dinero para las cuentas públicas; los hechos lo desmintieron porque sólo consiguió rebañar 1.200 millones, que a esos efectos es calderilla. Segundo, como hemos dicho el Constitucional por unanimidad le ha dado una patada enorme en la cruz de los leotardos. Y, tal vez, sería útil señalar un tercer elemento de ese fracaso: Montoro confiaba en la impunidad. La cagaste, burtlancaster. 


Dias aciagos para el Partido Popular. Posiblemente los más aciagos de su historia. La reprobación del ministro de Justicia y sus mesnaderos, la citación del hombre de Pontevedra a declarar como testigo en la Audiencia Nacional por la corrupción de su partido y, ahora, el descalabro de don Cristobica. Sólo se mantiene en pié por la dispersión de la izquierda que es incapaz de concretar una acción común con voluntad de regenerar la vida política. Común, y no cada cual con sus (aparentes) poderosas razones por su lado. Haciendo publicidad y no política. 

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