sábado, 21 de enero de 2017

La amenaza a los funcionarios catalanes



El 6 de febrero arranca el juicio contra el ex president de la Generalitat, Artur Mas, Joana Ortega, ex vicepresidenta, e Irene Rigau, ex Consejera de Enseñanza. Ya saben ustedes por qué.  El jueves pasado, un grupo de entidades soberanistas han llamado, en rueda de prensa, a que los ciudadanos «asuman la posibilidad de solicitar un día festivo» para participar en la movilización de apoyo a los encausados. A su vez, Jordi Sánchez, una de las cabezas visibles del movimiento secesionista ha remachado el clavo con unas palabras que merecen el mayor detenimiento: «Nada más lejos de una voluntad de coaccionar, toca estar».

Comoquiera que siempre hay personas que leen en diagonal repito: «Nada más lejos de una voluntad de coaccionar, toca estar».  La pregunta, nada inocente, es esta: ¿a qué se debe esta cautela de que no hay «voluntad de coaccionar»? Más todavía, ¿quiénes son los hipotéticos coaccionados? Y también: ¿quién es el sujeto coaccionador?

Vamos a descartar a unos cuantos. El trabajador de la empresa privada no es el coaccionado, aunque –por si las moscas--  puede sentirse inquieto. Los quiosqueros, taberneros, pescaderas y peluqueras tampoco son los destinatarios del aviso. Quedan, pues, los funcionarios públicos y laborales de la Generalitat y de los ayuntamientos, que gobiernan los secesionistas. «Nada más lejos de coaccionar, toca estar». La excusa que no se ha pedido es una acusación manifiesta, decían los viejos manuales de retórica.

Nadie les ha conferido autoridad a estos matones para ejercer coacción alguna. Así es que lo grave del asunto es que quienes amenazan se sienten auto legitimados para avisar con tan elíptica contundencia. Más todavía, ¿en qué consiste tal amenaza? En algo tan eficaz como meter miedo, a lo que pueda pasar, a lo inconcreto, a que todo ello pueda ser posible. Afirmo que eso va más allá de lo meramente totalitario.

Ahora bien, comoquiera que hay que darle una cierta concreción física a la amenaza, añadiremos algo más: a todos aquellos que van a participar en los actos de protesta se les pide que se inscriban en una lista. No es una cuestión técnica: se trata de saber quién está con Dios y quién con el Diablo. Aquellos funcionarios que no se inscriban serán señalados. Y lo que es peor: se sentirán señalados. El miedo organizado a tener miedo.

Hasta la presente nadie ha caído en el detalle de ese «nada más lejos de una voluntad de coaccionar».  Nadie lo ha desautorizado.

Es preocupante el genoma de quienes han planteado esa amenaza, quienes la justifiquen por activa, pasiva y perifrástica. Y cretinos hasta el colodrillo aquellos que callen. La sombra del somatén es preocupantemente alargada.   

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