viernes, 27 de enero de 2017

De las patologías sociales



Hay muchas almas de cántaro. Es un género que abunda, y por lo demás está repartido a diestro y siniestro. Son gentes que parten de una premisa que no necesita ser acompañada por ninguna demostración. Su discurso inefable es: los políticos de todas las zoologías son gentes de mal vivir; la sociedad, el pueblo, o como quiera que se les llame, son puros por naturaleza. Sancta simplicitas! Recurramos al viejo refranero: en todas las casas se cuecen habas. Don Miguel de Cervantes añadió por su cuenta un famoso latiguillo: «...y en la mía, a calderadas» (El Quijote II 13). Algo debía reconcomerle al genial Manco.

De manera que, partiendo de ese constructo (perversidad de los políticos e inocencia de la sociedad o del pueblo) existe un déficit de reflexión –mejor dicho: un descuido caballuno--  sobre las patologías que tiene la sociedad, algunas de ellas realmente preocupantes. De un lado, la ciber violencia que se extiende por las llamadas redes sociales, cuyo ejemplo más terrible se ha cebado con la familia Bosé, tras la muerte de Bimba; en este caso, es destacable la correcta redacción sintáctica y la ausencia de faltas de ortografía, que demostraría que los redactores de tan obscenos mensajes no son iletrados. De otro lado, la violencia directamente física, que no cesa, llamada de género, contra la mujer. Y también, las palizas que grupos organizados de matones propinan a quien consideran diferentes. Los entendidos en la materia dirán que son cosas distintas. Seguramente. Pero cuentan con un denominador común: la violencia, la violencia gratuita.

El matonismo ya no es cosa de minorías. Ni como se decía hasta no hace mucho tiempo cosa de los estratos sociales considerados más bajos. Atraviesa toda la sociedad, el pueblo, o como quiera llamársele. Usa el twitter como arma de agresión el ricachón más celebrado; mata a la mujer el clasemedia más pintiparado; y apalea a sus semejantes el parado, el precario y otros sectores del pobretariado. Cualquiera de todos ellos –ricachón, clasemedia y pobretariado—puede ser miembro de los diversos pelotones de dichas violencias.


No es exagerado afirmar que por ese camino se entra en la degradación de la sociedad. Lo que produce alarma, al menos a un servidor, es la ausencia de reflexión sobre estas contundentes patologías sociales. Y más en concreto en: ¿dónde está la madre del cordero? ¿qué origen tiene? ¿qué explicación? Y, por supuesto, cómo invertir esa tendencia tan perversa. Me enrabio conmigo mismo, porque no tengo explicación sobre el particular. Ni sé por dónde empezar a enhebrar un hilo creíble. No me pidan más, porque sólo diría banalidades. Sin embargo, alguien podría pararse a pensar en todo ello. En caso contrario, los jornaleros no tendrán más remedio que coger el escardillo para ver dónde están las raíces de la maleza. 

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