viernes, 1 de julio de 2016

CATALUNYA Y FAMILIA




Lluis Casas


Tal vez les sorprenderá que con lo que está cayendo estos días les salga un servidor a comentarles cuestiones que parecen estar lejos de la actualidad. Pueden tener razón, pero personalmente opino que anticipar problemas para tratar de evitarlos siempre es cosa correcta (y entre nosotros, no está el ánimo para reflexiones al respecto de la actualidad). Ahí va la digresión.

Es sabida la enorme fuerza que en Catalunya tienen las sagas familiares en las zonas de poder. La industria y el comercio (con menos éxito las finanzas) han sido tradicionalmente territorios en donde la familia se ha constituido como eje transmisor del patrimonio, de la gestión empresarial y de la influencia sobre y en el poder institucional, gremial o bancario.

Recientemente hemos asistido a la caída (de momento circunstancial) de una saga familiar en el momento del primer relevo. Acertaran ustedes si piensan en los Pujol-Ferrusola. Esta saga hizo un camino distinto del tradicional, tomó el poder político a caballo del catalanismo resistente y lo ejerció durante muchos años directamente o por persona interpuesta. Desde esta plataforma planteó su acceso a ser gran fortuna, mediante una curiosa filosofía patriótica: Catalunya nos lo debe. En ese intento y por la desfachatez y la torpeza tan reconocida en los cambios generacionales, se hundió como plataforma de poder político y (tal vez) como generadores de su propia gran riqueza.

No creo que los cambios en la economía y los negocios alteren mucho esta vieja tradición de un país muy discreto y muy dado a disimular acuerdos y negocios. Tampoco pienso que la política se haya vacunado al respecto. Y, me temo, que con ligeras variaciones se está produciendo el ascenso de una nueva familia al entramado institucional de Catalunya.

Se trata con toda probabilidad de un concepto familiar distinto al tradicional catalán, que, en todo caso, modernizaría el concepto genético de familia, abriéndolo al estilo romano a la adopción filial y a los clientes (el entramado de amigos, proveedores o compradores de favores agrupados en  torno de un núcleo impulsor). Una familia más amplia y diversa que la acostumbrada, pero constituida también por una figura que en Roma era “pater familias” actuando como eje tributario y como líder hegemónico. Coppola nos mostró su funcionamiento en la Nueva York de los cuarenta y en el peculiar territorio de la mafia, en una más que soberbia actuación del gran Marlon Brando.

Tampoco es una novedad absoluta esa construcción de saga familiar mediante aportaciones no genéticas, En La Caixa y en otras instituciones de variado tipo, el líder saliente construye, alimenta y nombra de facto a su sucesor, que  protegerá y cuidará la herencia recibida en la fase de retiro aparente del hacedor. Una manera de que todo cambie para que todo siga igual, al estilo lampedusiano del Gatopardo, que no hemos leído pero si visto en la extraordinaria película de Visconti.

Sorprendentemente esta “creación” se está generando no en el territorio propio de la tradición, que es el ámbito de los negocios, sino en el mundo de la política alternativa. Tampoco se edifica en zona conservadora, sino en la trinchera de la oposición popular. Una posible réplica modernizada a la saga Pujol-Ferrusola, surgida bajo el franquismo.

La formación primigenia de ese núcleo familiar-clientelar en formación se halla en el modernísimo mundo mediático y en la privilegiada posición del conocimiento sociológico. Ahora nada puede ocurrir sin la capitalización mediática, ni sin habilidades intelectuales. Lo sorprendente es que a esa plataforma de la imaginería se hizo el salto desde las reivindicaciones populares radicales y desde un apoliticismo primario, muy tabernario.

Las circunstancias políticas y económicas, el entorno de desconfianza profunda hacia un sistema que está generando amplias capas de desposeídos, la frustración frente a la falta de cambios reales elementalmente necesarios ha creado un “ambiente” favorable a la expansión desde posiciones que han acumulado capital creíble y divulgable. No es una creación desde la nada, al contrario hay un excelente capital acumulado, suficiente para legitimarse sin vergüenza.

Es imprescindible resaltar que esas sagas familiares de influencia siempre tienen límites de expansión. No se las puede comparar con partidos políticos o sindicatos, en donde se juega una partida permanente de hegemonía y responsabilidades. La familia es un núcleo duro, cerrado hacia afuera, sin transparencia ninguna y habitualmente negacionista respecto a su juego y existencia. Tiene además la llave de la sobrevivencia física y económica de todos los miembros, de ahí el concepto de traidor, única vía alternativa a la familia, si exceptuamos al hijo pródigo.

Esas condiciones, alejadas de la democracia, aunque fronterizas con el asamblearismo imperfecto y con estructuras opacas, hacen que se deba ser cuidadoso con su promoción. En las estructuras políticas, el ascenso se debe a la capacidad y al reconocimiento, al menos teóricamente y oficialmente. En la saga familiar la pertenencia lo es todo y el debate sobre capacidades, sabidurías y habilidades acaba siendo el debate del “o yo o el caos”.

Es hora adecuada y, por los resultados electorales, necesaria para definir unas formas políticas alternativas no dependientes de la vinculación familiar, personal o clientelar, que permitan garantizar un funcionamiento abierto, regulado que valore el activo aportado por todos y evite que la opinión colectiva sea la propuesta ineludible del patrón o patrona. Que en Roma, como aquí también existían.

Seguiremos el asunto, presten atención a su entorno.

Lluís Casas desde Nueva Zelanda, en donde se vota masivamente desde la playa si es necesario.



Radio Parapanda. Ha muerto el maestro Juan Habichuela. Crespones negros en Granada. 

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