lunes, 25 de abril de 2016

Soberanismo catalán y cacofonía del mito medieval



Da la sensación que, en las últimas semanas,  el soberanismo catalán ha entrado en una fase de bajamar. Ni siquiera la oportunidad política que teóricamente podría proponer la diada de Sant Jordi se ha entrometido.  Ayer, muchedumbres urbanas asaltaron los cielos bajos de las calles y plazas –libro y rosa en ristre--  en una exhibición cultural de masas, tal vez la más importante del mundo entero. Demos, pues, gracias a quien sea que la cultura, en determinadas ocasiones, puede decirle orgullosamente a la política que se quite de en medio por unas horas y deje paso al libro en cualquiera de sus manifestaciones (papel, o como quiera que sea). Percibí ayer una novedad en mi atalaya de Pineda de Marx: las rosas que se exponían en los más diversos tenderetes estaban todas más abiertas que nunca. Mi mujer, potente observadora de lo diminuto, me lo aclara: «Ha llegado la compra de rosas a una cantidad tan enorme que es imposible que se recogieran ayer; llevan días en los almacenes, y eso lo explica». Sea, pues.

Pero la política no es como el famoso músculo que cantaba Carlos Gardel cuando reclamaba el silencio de la noche para que la imaginación descansara: el flamante president de la Generalitat se sintió obligado a lanzar su mensaje urbi et orbe. Vino a decirnos, sobre chispa más o menos, que los feroces dragones madrileños vienen por nosotros, los catalanes. Lo que fue interpretado por algunos en clara alusión a Luis Enrique: «No te duermas, mister, que los del Cholo Simeone y Zidane nos están soplando el cogote». Suerte tuvimos que politólogos locales y otros spins doctors nos aclararon la cosa. (Sabemos por don Antonio Baylos que el «spin doctor» es esa ubicua especie de invertebrados, especialistas en un tipo de propaganda que manipula directamente a la opinión pública).

En resumidas cuentas, el mensaje presidencial no tenía relación alguna con las cosas del fútbol sino con un nuevo intento para que el soberanismo saliera de la fase de letargo de las últimas semanas. Y, atentos como estamos a las posibles novedades, constatamos lo que sigue: el lenguaje del rey Artur ha sido substituido por el de la canción de gesta que nos propone Puigdemont: las imágenes marineras han sido desplazadas por los dragones, unos seres terribles que se comían vivas a las mozuelas de casa bien de los antañones tiempos medievales. Unos dragones que eran frecuentemente derrotados por un joven menestral que acababa poniendo orden en el principado. Así pues, el recurso del rey Arturo a la metáfora marinera (todavía impregnado del pactismo de Jordi Pujol) no acababa de sintonizar con el romanticismo que el nacionalismo burgués siempre necesitó y que tanto había exaltado su prótesis historiográfica. Puigdemont ha recurrido al vínculo sentimental entre la canción de gesta, el caballero medieval y los dragones, madrileños en este caso. 

Algunos dirán ¿pero no se está preparando desde los fogones la refundación de Convergència? Respondo: precisamente por eso. De una (des)Convergència que, posiblemente, será un conjunto de retales, zurcidos por los jefes de cada bandería a medio camino entre el desperta ferro y el «con flores a María que Madre nuestra es». Mientras tanto, Esquerra Republicana de Catalunya se arremanga los brazos como quien se prepara para darse un festín carroñero.



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