viernes, 25 de diciembre de 2015

Elecciones sindicales en Cataluña




Primer tranco

Los muertos que algunos matan siguen vivos. Lo que viene a cuento por el resultado de las elecciones sindicales en Cataluña. Según las cifras oficiales la cosa ha ido de esta guisa: Comisiones Obreras ha alcanzado el 41,39 % y UGT ha conseguido el 39,33 por ciento. Una lectura meramente cuantitativa puede decir que son unos resultados positivos, y a fe mí que lo son. Ahora bien, esa justa interpretación debe ir acompañada de otros elementos. Es lo que nos proponemos hacer en este ejercicio de redacción.

Los últimos años han sido extremadamente duros para los trabajadores y sus familias, que siguen sufriendo los efectos devastadores de la crisis. Ni que decir tiene que han sido años de plomo para el sindicalismo confederal: interrupción del ciclo de conquistas sociales, deconstrucción de derechos y poderes sindicales. Nunca en la España democrática el sindicalismo había sido desafiado con tanta adversidad y enemistad. Y, sin embargo, ahí están esos resultados en Cataluña.

Es obvio que los grupos dirigentes de cada ámbito, federativo y territorial, deberán hacer escrupulosamente su particular balance. Pero, a la espera de los datos pormenorizados, ¿cabe alguna duda de lo positivo del resultado que han alcanzado los dos principales sindicatos? Cualquier organización política se daría con un canto en el cielo del paladar si hubiera obtenido en unos comicios estos resultados. Lo que sorprendentemente se niega al movimiento organizado de los trabajadores. A este se le sigue negando el pan y la sal: la innegable representatividad que le dan las urnas en el ecocentro de trabajo.

Una lectura cualitativa de los resultados electorales debe acompañar forzosamente la interpretación cuantitativa. Estos resultados, en esta larga fase de crisis económica y sus consecuencias, van más allá de la rotundidad de los números. Al tiempo que nos proponen nuevas reflexiones: a pesar de todos los pesares, los trabajadores siguen confiando en el sindicalismo confederal. Cierto, podríamos decir que dicha confianza tiene una componente de resignación. Tal vez, pero si fuera de esa manera ¿cómo explicar que ambos sindicatos suman cerca del 81 por ciento de la representatividad total? Las interpretaciones son libres, pero si quieren tener una aproximada lógica deben partir de que ese 81 por ciento está ahí desafiando cualquier legítimo subjetivismo, por legítimo que sea. En todo caso, estas interpretaciones chocan abruptamente con los datos, esto es, con la «utilidad sindical» que perciben esas amplias mayorías de trabajadores, incluso –todo hay que decirlo--  de aquellas organizaciones que han conseguido menor relieve electoral.

Segundo tranco

Y sin embargo, hay no pocos sindicalistas atribulados por el ninguno y, en no pocos casos, el ataque sistemático al movimiento sindical en los que participan determinados sectores de una izquierda mustia y chuchurría. Comoquiera que son casos diferentes iremos por partes.

Desde determinados ámbitos políticos y mediáticos el ataque al sindicalismo tiene una raíz clasista. Es un viejo problema que nos acompañará por los siglos de los siglos y, en ese sentido, poco hay que decir, salvo el amén protocolario. Pero en otros casos, el ninguneo tiene otra raíz: le negativa del sindicalismo a ser la prótesis de partidos y movimientos. Fíjense en este detalle: allá donde el sindicalismo es un sujeto independiente concita el mayor ataque y el más espeso ninguneo. Allá donde la alteridad sindical es más débil –o no existe--  el sindicalismo es tratado como un sujeto venerable.

Cuestión diferente es el antipático tratamiento que, desde la izquierda chuchurría –un magma invertebrado de mil colores distintos--  se hace con relación al movimiento sindical realmente existente. En ese caso, se produce una concordancia entre esos sectores y la derecha más cavernaria.  Cosa que, por lo demás, no representa novedad alguna digna de tenerse en cuenta. Es la confluencia entre los enragées de diversa condición.  Aquí la palabra escénica, en el sentido que le daba el maestro Giuseppe Verdi,  es la recurrente  "traición" de los dirigentes sindicales que, para hacerla más creíble, debe ir acompañada por la inefable pureza de las bases santas, santas, santas. Locos de atar. 

Tercer tranco

El 81 por ciento de la representatividad expresa que el sindicalismo confederal representa a centenares de miles de asalariados de la más diversa condición. Se trata de un tejido asociativo como quizá no exista otro en el círculo de lo social en nuestro país. Ahí está la base objetiva que puede crear e impulsar cambios profundos en el sindicalismo. Es justamente este mantillo lo que puede transformar la maceta sindical, regada convenientemente, en un sujeto propulsor de reformas desde el ecocentro de trabajo y estudio.

Último tranco

Tras lo dicho, quiero significar que no he cambiado mi posición sobre los comités de empresa. La mantengo con la misma firmeza de siempre. Pero, tras los resultados,  ¿cómo iba a dejar pasar la ocasión de expresar mi alegría por los óptimos resultados de las elecciones sindicales? ¿Por qué iba a callarme cuando, desde la mayor parte de las cofradías mediáticas, no han dicho ní mú sobre el particular? Oigan, que uno no es de piedra. Así pues, alzo mi copa de cava y canto el famoso brindis de La traviata.


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