martes, 16 de junio de 2015

Nuevos ayuntamientos, sindicatos y movimientos sociales



Años después de las primeras elecciones municipales en democracia volví a Santa Fe, capital de la Vega de Granada. No daba crédito a mis ojos: limpia como los chorros del oro, sus placetas llenas de flores, todo un cambio espectacular. Voces amigas me dijeron: «Es cosa del ayuntamiento de la democracia». Así fue, en efecto, en la ciudad de los Cuatro Arcos y en un sin fin de lugares. Los primeros ayuntamientos dignificaron sus ciudades y les dieron un toque de modernidad que hacía tiempo estaban necesitando: pasaron del gris al technicolor. Después, vino lo que vino, y no pocas cosas se torcieron en demasía.

Nuevos sujetos colectivos han irrumpido, tras las recientes elecciones, en los ayuntamientos junto a las izquierdas tradicionales. Mi primer deseo: bon vent i barca nova, como dicen los pescadores catalanes. Lo primero: limpiar la pocilga. Tras lo cual cabe la posibilidad de abrir un nuevo itinerario en las ciudades corrigiendo los desperfectos de los últimos años. Y proyectando una amplia reforma del territorio, recabando el protagonismo, activo e inteligente, de los movimientos sociales. Mi segundo deseo: no repitan las fuerzas que han protagonizado los cambios el error caballuno de aquellos tiempos que se caracterizaron por el ninguneo de los movimientos vecinales. Ni que éstos pierdan su autonomía y voz constructivamente propositiva. El asociacionismo fuerte en todos los sentidos es –o puede ser--  una garantía más del necesario éxito de los nuevos ayuntamientos.  Por supuesto, también el sindicalismo en el territorio.

Acierta Antonio Baylos cuando habla [de la necesidad] del «cambio cultural que conduce a una nueva concepción del espacio urbano, pero también del tiempo en este mismo espacio, flexibilizándolo y adaptando su uso a las necesidades personales y cambiantes de diferentes estratos y grupos sociales». Se  trata de un proyecto de gran enjundia que ya no es unas reformas cuantitativas como lo fueron las realizadas en el primer ciclo de los ayuntamientos democráticos sino cualitativa. Ahí es nada esa nueva concepción del espacio urbano. Los consistorios si no están capilarmente conectados con los movimientos sociales no podrán llevarla a cabo. Parece, pues, de cajón que sea preciso una alianza ciudadana del omnia sunt comunia. Se trataría de una alianza que pusiera en marcha un gran trabajo de mediación reconstruyendo pacientemente los hilos de una comunicación entre la esfera social en todas sus diversidades y su insuprimible pluralismo y la esfera institucional.

El sindicalismo, en tanto que sujeto urbano, deberá también decir la suya. Entre otras cosas, porque en el territorio se defiende (y puede ampliarse) el poder adquisitivo de los salarios que se consiguen en sede federativa. Y puede hacerlo porque ha acumulado ciertas experiencias de contractualidad en el territorio. Sería conveniente un análisis crítico de los acuerdos que alcanzó hasta mediados de la primera década. De un lado, con realizaciones en políticas de vivienda; de otro lado, con planes territoriales. De una parte, con logros muy positivos; de otra parte, con acuerdos donde los contenidos eran ni fu ni fa, auténticos perifollos fruto de un pactismo banal. Pero que, en gran medida, todo ello implicó al sindicalismo en la cuestión territorial y le dotó de experiencias.  

El sindicalismo –lo decíamos ayer--  puede ser un sujeto que proponga un cacho muy notable de esa nueva relación del espacio / tiempo urbano (1). Una relación más amable y útil, más racional y eficiente entre los horarios de trabajo y los tiempos de vida puede hacer más vivible y habitable la ciudad.  Sería, por otra parte, una plasmación de que el sindicalismo, como sujeto reformador, cumple con sus funciones al tiempo que renueva su personalidad.    

A todos: bon vent i barca nova.

(1)                            http://lopezbulla.blogspot.com.es/2015/06/quien-teme-la-participacion-propuestas.html


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