domingo, 16 de febrero de 2014

SINDICALISMO Y POLÍTICA (Conclusiones de un debate a cargo de Riccardo Terzi)



Nota editorial. El texto íntegro del debate se encuentra en el blog hermano En campo abiertohttp://encampoabierto.wordpress.com/2014/01/29/sindicato-y-politica-un-debate/

Escribe Riccardo Terzi

Cuando envié mi escrito a José Luis López Bulla nunca pensé que se abriría esta discusión tan dinámica y de tanto alcance. Por ello estoy agradecido a todos los que han querido intervenir con observaciones críticas puntuales y profundas, sobre todo con una extraordinaria pasión intelectual y civil. Ha sido una sorpresa gratísima para mí, porque estoy acostumbrado en Italia a reflexionar en soledad, sin que haya un lugar para una seria discusión  colectiva.

Intentaré aclarar mi pensamiento sobre diversos temas que se han suscitado en la discusión. Con una premisa que me parece importante: entre nosotros hay un común transfondo político y cultural, una convergencia muy fuerte sobre las premisas fundamentales, por lo que las diferencias –que, sin embargo, existen--  no son más que posibles articulaciones en el interior de un discurso que tiene su fuerza unitaria, que está  bien enraizado en el gran surco  histórico del movimiento obrero, en sus conquistas y sus derrotas. Procederé por puntos, no siendo necesario reemprender el hilo general  del discurso que ha sido exactamente interpretado en todas las intervenciones.  

1.                Organización y burocracia

La crítica de la burocratización no es, no debe ser, el rechazo a la organización, porque cualquier movimiento social tiene la necesidad, para poder incidir en las relaciones de fuerza, de  superar la fase de fluidez y espontaneidad, capaz de intervenir inlcuso en momentos de difidultad y reflujo. Comparto totalmente lo que se ha dicho sobre ese particular. Pero existen  muchos modelos de organización posibles, y en cada momento se trata de decidir qué forma organizativa es la que  se corresponde mejor con la exigencia del momento.   

En una fase de aguda crisis social y profundas transformaciones del trabajo, como es la actual, el acento se pone no en la estabilidad, en la continuidad, sino en la capacidad de innovación y experimentación. La burocratización puede ser, entonces, entendida como la incapacidad de la estructura para responder a las nuevas demandas, como la fuerza de la inercia que tiene paralizada la organización en una práctica, en un estilo, en un ritual que ya ha perdido definitivamente su eficacia.   Por eso es tan importante la diferencia que establece José Luis López Bulla entre sindicato de los trabajadores o sindicato para los trabajadores, porque corresponden a diveresas y opuestas lógicas organizativas: democracia abierta, alargada, participativa o su opuesto, la primacía exclusiva de los grupos dirigentes. Yo he hablado de la necesidad de colocar el baricentro abajo. Quizás esté mejor dicho que no debe haber ningún baricentro sino una circularidad siempre abierta entre lo de arriba y lo de abajo en ambas direcciones.  

El papel de la dirección es, naturalmente, esencial. Pero no se concreta como una función separada, está dentro de un continuo proceso de verificación democrática, abierta a todos los afiliados la posibilidad de crítica y propuesta, con un intercambio permanente de ideas y experiencias.   Ahora bien, creo que la actual crisis exige, para ser afrontada con algunas posibilidad de éxito, más democracia y participación, ya que a todos nos incumbe el riesgo de una ruptura de la relación de confianza entre los trabajadores y la organización; y, entonces, son los recursos de  un proceso democrático real sobre los que se debe apuntar con decisión para conjurar su posible declive. La organización, en suma, no es más que el medio, el instrumento que debe ser coherente con las necesidades estratégicas de una determinada fase histórica. De ahí que debamos saber neutralizar siempre los impulsos de la autoconservación que puedan bloquear la organización en una permanente reproducción de su ritual, especialmente cuando toda la situación externa reclama un cambio de marcha. Esto me parece que hoy es el riesgo que planea sobre el movimiento sindical.

2.                La ideología

¿En qué sentido he hablado de la necesidad, para el sindicato, de basar su acción con una sólida base ideológica? Entiendo perfectamente toda la ambigüedad de esta palabra, su posible significado de «falsa consciencia», como desviación idealista del pensamiento hacia una representación abstracta que impide la lectura de los procesos históricos reales. Así pues, no me sorprenden las reservas de Isidor Boix y José Luis. Yo hablo de “ideología” en un sentido más amplio y abierto: me refiero a la necesidad de disponer de una interpretación de la realidad; en ese sentido la ideología es el conjunto de las categorías, teóricas y filosóficas, con las que nos relacionamos con el mundo, es el lugar por donde buscamos abrirnos a la comprensión de la realidad. Si se prefiere, podemos llamarla teoría, pensamiento crítico, consciencia histórica.

En mi valoración de la ideología hay una intención polémica concreta contra la tendencia, hoy tan extendida, de proclamar el fin de las ideologías y la llegada de una sociedad finalmente liberada de la fatiga de pensar, toda ella orientada al cálculo  pragmático de las conveniencias dentro de un universo social y cultural que nos viene dado para siempre. 

El mundo post ideológico que se anuncia y proclama no es otro que la definitiva adaptación a la realidad tal como es; por ello, todo intento de proyectar una realidad diferente es rechazado desde la raiz como una intromisión de la ideología, como un reafloraramiento de los espectros ideológicos que han devastado toda la historia del Novecento.  Así, la cruzada anti ideológica acaba siendo substancialmente una cruzada contra la libertad de pensamiento y de investigación, que debería estar constreñida en el estrecho perímetro de la actual estructura social y de sus ejes de poder. Como puede verse, estamos en presencia de la más violenta y feroz ideología: la que pretende imponer la total identificación de la realidad y del pensamiento. Si nos mantenemos dentro de ese horizonte sólo tendremos a nuestra disposición los instrumentos de la enmienda, de la intervención en el detalle, cerrándose todo proyecto de largo alcance.  Ahora bien, un sindicato «de la enmienda» no veo a quien le pueda interesar ni qué energías pueda suscitar.   Este es el sentido del  reclamo a la «base ideológica»; lo que, en síntesis, quiere decir que el sindicato tiene un rol, sólo si dispone de una capacidad autónoma de análisis critico de la sociedad y de elaboración de un proyecto de cambio.   

A mi juicio, no basta el reclamo a la praxis, porque ésta, a su vez, debe estar orientada por una teoría. En Gramsci, a quien se refieren muchas intervenciones, hay una «filosofía de la praxis», una interpretación de la historia en la que todo se reconduce al libre juego de las fuerzas en presencia, al conflicto político y social sin ningún residuo metafísico y transcendente, en la perspectiva de un historicismo integral. Pero es, de hecho, una teoría, una interpretación, una mirada ideológica sobre nuestra condición humana y de todo aquello que está en nuestras posibilidades de acción y construcción política.  En toda nuestra tradición, la acción y el pensamiento están estrechamente relacionados, son las dos dimensiones que dan un sentido y una identidad a nuestra existencia. Como decía  Engels, el movimiento obrero es heredero de la filosofía clásica alemana: no sólo es acción, mobilización de los intereses inmeidatos, también es pensamiento que se encarna  en la concreción de la lucha política y social.

Pero, ¿de dónde viene esta capacidad de mirar el mundo más allá de la inmediatez de los intereses? Aquí se encuentra la diferencia entre, de un lado, las tesis de Kaustky y Lenin (la consciencia viene del exterior) y, de otro, la tesis opuesta que plante auna progresiva maduración política e intelectual a partir de las experiencias concretas del movimiento que tiene en sí mismo los recursos necesarios y suficientes para superar el estadio corporativo. Yo estoy, decididamente, por esta segunda alternativa, y creo que una de las razones del fracaso histórico de la experiencia comunista está en este intento de dirigir desde el exterior, afirmando la «primacía de la política» con todas las inevitables degeneraciones autoritarias que se desprenden de dicho principio. Me remito, una vez más,  a Bruno Trentin, a su reconstrucción y valoración de las corrientes libertarias y antiautoritarias que se han opuesto a la ortodoxia leninista. Herejías que fueron derrotadas, pero la herejía es el germen de un posible nuevo camino.

La autonomía --o independencia--  del sindicato tiene aquí su propio fundamento, rechazando la separación entre teoría y praxis, una teoría que se confía al partido político, a la que debe adecuarse el sindicato sin disponer de un pensamiento autónomo propio. En definitiva, el sindicato no puede ser el brazo operativo que viene guidado desde el exterior, sino la fuerza organizada donde un movimiento real toma consciencia de sí mismo y elabora paso a paso con plena autonomía los contenidos de su identidad.

3.                El sindicato como parte y el interés general

Está fuera de discusión que el sindicato expresa una opinión de parte. Pero hay una gran cantidad de posibles modos de ser de parte. Hay un modo corporativo, o minoritario, que se recluye en su pequeño espacio y deja que sea la política quien se ocupe de las cuestiones generales. Y existe un sindicato que tiene la ambición de hacer de su parcialidad un punto de vista de toda la estructura social, una mirada abierta al mundo, en tanto que el conflicto que interpreta es el nudo estratégico que apuesta por un diverso modelo de sociedad. En suma, hay una parcialidad de renunciación, residual, y existe una parcialidad expansiva que, a partir de sí misma, busca leer y someter a crítica toda la realidad social. No hay ningún criterio absoluto capaz de definir el «bien común», pero existe un espacio democrático abierto donde se puede confrontar y encarar diversos proyectos. El problema es si el sindicato quiere estar con su autonomía dentro de ese espacio y jugar su partido o si entiende que en ese espacio tengan derecho de ciudadanía sólo las fuerzas políticas a quienes se delega esta materia.  

Mi tesis es que los sujetos sociales deben ser protagonistas, a pleno título, del debate político sin delegar a nadie esta función democrática y de ahí desciende todo el problema de las relaciones entre sindicato y partido político. 

4.                La relación con la política

Autonomía e independencia expresan, en substancia, la misma cosa, de manera que no tiene mucho sentido encabezonarnos en una disputa terminológica. La verdadera diferencia está, más bien, en el modo con que se conciben los dos campos de lo social y lo político:  si hay una línea divisoria, con relativas esferas de influencia, o si hay un campo único, el de nuestra vida colectiva común, y lo social no es un segmento particular de todo sino un modo distinto de mirar el todo, es un diverso angulo visual a partir del que se interpreta toda la vida social. De aquí se desprenden dos interpretaciones opuestas de la autonomía: el espacio de lo social como espacio separado o lo social que directamente se confronta y choca con la política.  Podemos decir: «sindicato corporativo» o «sindicato general». Por eso nunca he estado de acuerdo con la fórmula: “cada cual a su oficio”, porque reproduce el antiguo y conservador principio de que cada cual debe situarse en su lugar, y que la decisión política no es cosa de todos sino de una esfera reservada a quien dispone de las competencias necesarias.  En esta lógica conservadora, según la cual la sociedad está conformada por distintos cuerpos funcionales, orientados según un esquema jerárquico, hay sólamente un espacio para formas corporativas de representación de los intereses y, en otro aspecto, está el gobierno tecnocrático de los expertos. Es, precisamente, lo que se está afirmando en nuestra muy civil y decadente Europa.

¿Entre estos dos niveles –el social y el político— hay una fosa definitivamente infranqueable? He hablado de la «alteridad», y con ello estoy seguramente dando la impresión de cabalgar sobre los humores de la antipolítica. Precisamente por ello me corresponde, sobre este punto, una aclaración. En línea de principio, la relación entre sindicato y política siempre está abierta a posibles convergencias.  No sólamente en el escenario del conflicto, sino también en el de un posible compartir algunos objetivos generales. Cierto, referidos diversamente, en clave social o política, pero capaces de ofrecer un terreno común. No tengo ninguna objeción teórica a este planteamiento.  Tengo solamente una objeción práctica, advirtiendo que se refiere esencialmente a la situación italiana, porque aquí –en nuestra realidad--  la brecha del discurso social y del discurso político cada vez es más violenta, y la idea de una normal y convergente división de las tareas aparece totalmente fuera de la realidad.  Temo que no es solo una tendencia italiana sino general; sin embargo, no excluyo que se puedan dar situaciones totalmente diversas en otros países o en otros continentes.  El testimonio de Carlos Mejía es muy importante porque nos hace salir de una posición eurocéntrica. No pretendo, pues, fijar un principio general.  Si he forzado las cosas es sólo en consideración con la realidad italiana donde toda la historia de la izquierda política se ha discuelto: estamos entrando en  un nuevo universo ideológico y simbólico donde todo se juega en torno a la fascinación del líder, de su decisionismo, en la irrelevancia de los contenidos programáticos.

La irrupción de Matteo Renzi, nuevo líder del Patido Democrático, legitimado por un amplísimo consenso popular, tiene este significado: el fin de un política que interpreta el conflicto social y la llegado de una política nueva  que sólo conocde las razones de la gobernabilidad, del ejercicio del poder (1).  Por eso hablo de alteridad, porque el sindicato o consigue su autonomía radical o acaba siendo fagocitado dentro de los mecanismos del poder.

El problema permanece: ¿es posible romper esta tendencia de la política, es posible reconstruir un hilo de conexión entre lo social y lo político? Es un tema crucial al que, en la situación italiana, hoy por hoy no estoy en condiciones de responder.  Sin embargo, es evidente que el conflicto con la política no es un destino metafísico sino un mensaje necesario para intentar reabrir un espacio democrático donde tengan plena ciudadanía las razones del mundo del trabajo. Así pues, permanece abierto el problema del destino de la izquierda, su posibilidad de renovarse y volver a encontrar sus raices; hoy debo dejar en suspenso este interrogante. Por otra parte, no tengo suficientes elementos de conocimiento para juzgar la situación de otros países. Pero creo, por lo que puedo entender, que con formas diversas y distintos niveles de conflicto está presente en toda Europa la necesidad de un desafío social a la política, y esto será un aspecto importante en las próximas elecciones europeos donde se juega el conflicto entre democracia social y tecnocracia. 

5.                Eficacia y democracia

He insistido en el tema de la eficiencia porque es la única medida posible de la acción sindical, como también de la misma acción política, porque aquí no se trata ni de la verdad ni de la ética sino sólamente del resultado, de lo que se corresponde con las relaciones de fuerza.  Cuando se dice estrategia, se habla substancialmente de acumulación de fuerzas sobre diversos terrenos; y cuando hay fuerza, se puede incluso sobre diversos terrenos, siguiendo a Sun Tsu, «vencer sin combatir».  El concepto de eficacia, que me parece crucual, debe ser visto en una dimensión ampliada, donde no se trata solo de resultados económicos inmediatos sino del despliegue de fuerzas más general. Puede darse una batalla que no se concrete en resultados visibles, pero amplía el consenso. Puede darse una batalla cultural que oriente las relaciones sobre el terreno de la hegemonía. Comparto las observaciones que se han hecho sobre este particular.

Queda un punto complicado y controvertido: ¿qué relación existe entre eficacia y democracia? Pienso que entre estos dos planos hay una relación, pero no es en absoluto una relación simple y lineal. Hay dos fundamentalismos opuestos, ambos engañosos. De un lado, está el mito decisionista, por el que hay que forzar el curso de las cosas y sólo se puede hacer renunciando a la lentitud y tortuosidad de la democracia. Lo que cuenta es la decisión, la iniciativa, el coraje  de un líder que trastorna todos los juegos de una política encerrada en sí misma y que intenta imponer su propia visión. Por otra parte, está la idea de que la democracia es la solución de todos los problemas; que se trata de hacer saltar todas las barreras que impidan el libre ejercicio de una democracia participativa. La experiencia sindical demuesta que las cosas son bastante más complicadas.  El proceso de decisión es la construcción fatigosa, y siempre revocable, de una síntesis a diversos niveles de complejidad donde entran en juego intereses, diversos puntos de vista, diversas subjetividades políticas.  Ni el decisionismo ni el democraticismo resuelven el problema; es necesario un cruce dentro de las contradicciones y de los conflictos de la realidad social para situar conjunta y fatigosamente lo que está dividido, para concretar las posibles etapas de una síntesis, de una unificación de los objetivos.  Este es un proceso siempre abierto y siempre provisional. En esta tarea, la democracia no es la solución sino un instrumento, un momento importante de verificación, una ocasión para integrar a todas las personas interesadas y hacerlas crecer, para mediar no sólo lo inmediato sino las grandes opciones de perspectiva. Es en el proceso democrático donde toma forma la posible eficacia de una acción colectiva; ésta no puede depender sólo de un impulso externo o del mando de un grupo dirigente. La democracia, pues, no es de por sí una garantía de eficacia, pero es una condición necesaria, porque una decisión participativa, verificada, contrala desde abajo tiene más posibilidades de estar en la dirección justa, y sobre todo de suscitar la movilización de las energías que son necesarias para conseguir resultados. 

6.                La experimentación social

Me parece que se aprecia la idea de que el sindicalista debe ser un «experimentador social». Ahora se trata de definir mejor el perfil, las competencias, el papel de un sindicalista de nuevo tipo, que sepa actuar dentro de la materialidad de los conflictos en la empresa y en el territorio. Con una relación viva con las personas que intenta representar. Para dar un sentido a la idea de un sindicato de trabajadores, y no sólo para los trabajadores. En esta nueva dimensión del quehacer social reaparecen todos los temas que hemos comentado: las relaciones con la política, la independencia, la democracia como conflicto, el proyecto. Ahora bien, se trata de situar todas estas premisas teóricas en lo más vivo de la crisis actual para entender cómo el sindicato pueda ser no el testimonio impotente de una crisis global sino una fuerza que actúa concretamente dentro del contexto actual. Esto es posible sólamente si el sindicato se da un horizonte internacional, porque es sobre esta escala donde se decide la suerte del mundo. Necesitaríamos preguntarnos con qué declinaciones y con qué significado puede adquirir vigencia la vieja fórmula «proletarios de todos los países, uníos», es decir, si es una fórmula abstracta, una utopía o si puede ser un nuevo programa de acción. 

Acabo aquí, porque me he alejado demasiado de nuestro debate esperando haber aclarado los puntos más controvertidos. En todo caso os agradezco afectuosamente todass vuestras observaciones críticas y vuestras aportaciones que me han ayudado a ver con más claridad los problemas que tenemos delante y con los que el sindicato se juega su próximo destino.

Traducción JLLB


(1) Cuando Riccardo Terzi escribió estas conclusiones todavía no había dimitido Enrico Letta. Nota del traductor) 


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