sábado, 4 de enero de 2014

¿IDEOLOGÍA O PRAXIS SINDICAL?



José Luis López Bulla

La última entrada de Isidor Boix en el debate “Sindicato y política” me sugiere una nueva incursión en el tema.  A efectos de lo que me interesa decir a continuación, parece conveniente que el lector acuda a ese trabajo de Isidor: Nuevas incursiones en las relaciones entre SINDICATO y POLITICA y revisite el parágrafo que viene a continuación:


Considero además que hemos abierto un tema menos tratado y es en qué consiste y cómo se construye la “ideología” del sindicato, cuestión que va más allá de la relación entre sindicato y política, o mejor dicho entre el sindicato y el partido político que se pretende referente del movimiento obrero. 

Porque aunque no tenga partido de referencia (lo que en mi opinión no es necesario, ni siquiera conveniente), el sindicato sí precisa construir su propia ideología, que puede ser importada del ámbito de la política o elaborada desde el ejercicio de su autonomía o independencia, con elementos “tácticos” o inmediatos, imprescindibles, y otros “estratégicos” o que lo parecen, y que considero menos imprescindibles. En todo caso una ideología viva, la del sindicato entendido como un todo, la que inspira de hecho su práctica diaria y que va más allá de las formulaciones de sus órganos de dirección, aunque sería conveniente su correspondencia, y en permanente renovación a través de su vida diaria y su respuesta a los requerimientos expresos o tácitos del colectivo que representa, la clase trabajadora. (Fin de la cita de Isidor Boix)

Lo cierto es que, como he dicho en otras ocasiones, me incomoda la expresión ideología y, más concretamente, la de «ideología sindical». Tengo tirria a dicha formulación desde que Marx nos enseñó que «la ideología es la deformación de la realidad en la mente». Ahora bien, sea como fuere sería necesario que el mismo Isidor concretara lo que él mismo entiende por «ideología sindical», no sea que en el fondo estuviéramos en una disputa semántica, meramente nominalista. En todo caso, utilizaré «praxis»,   la expresión gramsciana.   Será desde ese terreno –del concepto de «praxis»--  donde intentaré averiguar “en qué consiste y cómo se construye la “ideología” del sindicato”, hecha la salvedad de que hemos substituido la ideología (con o sin comillas) por la praxis, la «praxis sindical». O, lo que es lo mismo: el programa o propuesta crítica de objetivos y medios, hecho plausible por el recurso al conocimiento pertinente con la adecuada organización en su ámbito de aplicación que no es otro que el terreno de lo social. En esto consistiría la praxis sindical con punto de vista fundamentado.  Pues bien, a lo largo de este ejercicio  de redacción me propongo averiguar «en qué consiste» y «cómo se construye la praxis sindical». En todo caso, comoquiera que (me) es imposible escribir diferenciando la una y la otra, séame permitida la licencia de hablar de ambas simultáneamente.    

En un principio fue el movimiento. En los primeros andares del moderno movimiento de los trabajadores (en los inicios de la revolución industrial), los trabajadores sabían intuitivamente que sus intereses se confrontaban abruptamente con los del dueño de las máquinas. Pronto se lo hicieron ver quienes tenían la sartén jurídica por el mango: Lord Mansfield, presidente del Tribunal Supremo del Reino Unido, declaró en el último tercio del siglo XVIII que los sindicatos “son conspiraciones criminales inherentemente y sin necesidad de que sus miembros lleven a cabo ninguna acción ilegal”. O sea, aquellos primeros movimientos eran ontológicamente criminales, según este Mansfield. Vale la pena caer en la cuenta de que el magistrado les está diciendo «ustedes son otra cosa», ustedes son los otros. Es decir, está constatando la alteridad de esa «conspiración criminal». 

Sin embargo, hay que recordar que tan dramática amenaza no pareció intimidar a aquellos movimientos protosindicales. Estos movimientos partían de un axioma (es decir, de una proposición clara y evidente que no necesita de una demostración): la unión hace la fuerza. En resumidas cuentas, de la misma manera que aprendimos en la escuela que «la línea envolvente es mayor que la envuelta», nuestros tatarabuelos supieron del primer axioma de su incipiente movimiento; de ello tenían, seguramente, noticias que les habían llegado de anteriores acciones colectivas a lo largo de la historia: unidos era la mejor hipótesis para vencer.  

Ahora bien, no bastaba aquella fuerza unida, de carácter esporádico y no de forma estable, Y aquella praxis tuvo que generar, andando el tiempo, un postulado, o sea, una proposición que se toma como base de un razonamiento, cuya verdad se admite sin pruebas, de un razonamiento más completo que el meramente axiomático.  El axioma deja las cosas en su lugar descansen; el postulado abre las puertas a su desarrollo. O sea, la ortopraxis tenía que sofisticarse sobre los presupuestos del estar en movimiento. Y, justamente como lección de vida, aprendieron a golpe de victorias y derrotas que lo esporádico tenía que transformarse en permanente: la unión hace la fuerza convertida en organización. De ello pudo extraer Marx sus consecuencias negativas: «Los obreros que no están organizados no disponen de ningún medio de resistencia eficaz contra esta presión [la presión sobre el salario medio] constante y repetida. Esto es lo que explica que, en las ramas en donde los obreros no están organizados, los salarios tienden a bajar continuamente y a aumentar la cantidad de horas de trabajo» (Marx y Engels, El sindicalismo: teoría, organización, actividad. I.  Editorial Laia, 1976, Barcelona, página 252). Ahora bien, habrá que decir que Marx no establece en esta frase una teoría  --ni una «ideología»-- sino la constatación de una lección de vida del resultado de unas experiencias fácilmente constatables. En resumidas cuentas, es el movimiento esporádico, espasmódico, ya convertido en permanente (la asociación voluntaria de los trabajadores) –la praxis con punto de vista fundamentado--  quien ha proporcionado el elemento básico, el pilar, donde se sustenta el hecho moderno del asociacionismo sindical. Que, con el paso de los tiempos, fue conformándose como un derecho con rango constitucional.   

Ya hemos citado la terrible sentencia del magistrado Mansfield. Está señalando la alteridad de esa asociación de trabajadores antológicamente criminal: una alteridad radicalmente nueva a lo largo de la historia. En esa alteridad surge del conflicto de intereses que ha recorrido la historia del movimiento de los trabajadores y del sindicato. Ahora bien, esa alteridad no conlleva aislamiento del cuadro político e institucional en una situación dada. De ahí los varios intentos, una vez consolidado el asociacionismo sindical en las últimas décadas del siglo XIX, de participar en la fundación de algunos partidos políticos obreros como fue el caso de los británicos. Tampoco fue una opción ideológica sino pragmática. Cuestión diversa fue que aquella operación se fue convirtiendo mutatis mutandi en una especie de «servidumbre voluntaria» (en la acepción que le da a la expresión Étienne de La Boétie).

Marx, declaró solemnemente  que «En ningún caso los sindicatos deben estar supeditados a los partidos políticos o puestos bajo su dependencia; hacerlo sería darle un golpe mortal al socialismo». Tal cual. Se trata de la respuesta de nuestro barbudo al tesorero de los sindicatos metalúrgicos de Alemania en la revista Volkstaat, número 17 (1869) en clara respuesta a lo afirmado por Lassalle, el jefe del Partido socialista alemán: “el sindicato, en tanto que hecho necesario, debe subordinarse estrecha y absolutamente al partido” (Der sozial-democrat”, 1869). No era, tampoco, una pugna ideológica, sino de definir la personalidad del sujeto social y su relación con el partido político, que Lassalle expresaba en términos de poder. La batalla, como sabemos, la perdió Marx, y el llassalleanismo se impuso en las izquierdas socialistas, socialdemócratas y comunistas. El sindicato, así las cosas, terminó siendo la chica de los recados. Hasta que…

… llegó un momento, contemporáneo a nuestras generación, en que el movimiento sindical emprendió una nueva caminata: la de intervenir en aquellas esferas del Estado de bienestar que tradicionalmente estaban reservadas a los partidos políticos. El razonamiento de esta nueva caminata era, aproximadamente, el que sigue: debemos defender el salario social en los ámbitos de la enseñanza, sanidad y todo lo atinente al Estado de bienestar. Nuevamente era el resultado de la praxis que, desde un tiempo atrás, se estaba produciendo en el conflicto de intereses. Entiendo que esta novedad no fue tanto el resultado de una crisis de los partidos políticos sino de acumulación de praxis por parte del sindicato. O, por decirlo de otra manera: no fue una construcción ideológica del sindicalismo sino la asunción de nuevas reivindicaciones y, para más precisión, de carácter cualitativo.

Ahora bien, de esa nueva caminata surgió una inferencia: el genoma de la alteridad necesitaba una formulación nueva, radicalmente distinta a la tradicional, es decir, a la de «chica de los recados». Era la fijación audaz de la «independencia». Era el desarrollo lógico del viejo postulado. Es, por tanto, desde esa alteridad-independencia de donde surge la praxis del sindicato.  Y de ella depende su necesaria renovación. Tal vez a ello se refiera Riccardo Terzi cuando plantea “la necesidad de una nueva generación de cuadros sindicales que sepan ser «experimentadores sociales», inmersos en la materialidad del trabajo que cambia y de la sociedad que se reorganiza, con un nivel de gran autonomía”. La clave, pues, está en la formulación de «experimentadores sociales»: una clara alusión a la praxis, esta vez, de nuevo estilo.  


No hay comentarios: