martes, 28 de enero de 2014

¿QUIÉN ES LA MADRE DE CC.OO.?



Eduardo Saborido y Antonio Gutiérrez protagonizan una polémica que tiene su interés sobre los orígenes de Comisiones Obreras. La querelle de tan significados personajes en la historia del movimiento sindical español tiene importancia para la historiografía y, por supuesto, para los sindicalistas que tienen derecho a conocer los pormenores más llamativos de su árbol genealógico.

La disputa entre Eduardo y Antonio empezó cuando el primero dio una charla en la Escuela de Verano de El Escorial. Le responde más tarde el segundo sobre la base de una crónica periodística y no más tardar Eduardo contesta. El problema radica en que no hay constancia de la primera intervención de Eduardo, fiel a su costumbre de la comunicación oral. No obstante, hay conocemos la respuesta de Gutiérrez (http://www.ccoomadrid.es/comunes/recursos/14/pub106130_Madrid_Sindical_n_184,_Noviembre_2013.pdf). Pág. 12) y de la contestación de Saborido (http://ferisla.blogspot.com.es/2014/01/la-historia-de-ccque-he-vivido.html). De momento, ahí están las fuentes de esta querella para conocimiento del lector.

En el fondo del problema está la paternidad de la táctica del «aprovechamiento de las posibilidades legales y su combinación con las extralegales» en los sindicatos franquistas, llamada primero Central Nacional Sindicalista y, posteriormente, Organización Sindical Española. Eduardo Saborido, en su charla no escrita, se limita a registrar el cambio de línea táctica de los comunistas españoles: abandonar la lucha armada de la guerrilla y pasar a la creación de organizaciones de masas, que fue aconsejada por Stalin a Pasionaria y Santiago Carrillo en 1948.

Sépase que hay abundante historiografía que demuestra que efectivamente aquel encuentro se dio: no sólo las memorias de Santiago Carrillo lo atestigua. Cuestión diferente es atribuir la paternidad de la estrategia de Comisiones Obreras en sus primeros andares al dirigente soviético como hizo [dice Antonio Gutiérrez] Jorge Semprún en un artículo en El País, titulado «Stalin inventó la táctica de CC.OO.»

Lo chocante del asunto es que ni los estudiosos en la materia, de un lado, ni la querella entre Saborido y Gutiérrez, de otro lado, hacen mención de un referente histórico que es anterior a la reunión entre Stalin y los comunistas españoles. Joan Peiró, el prestigioso dirigente de la CNT, plantea audazmente, a mediados de los años veinte del siglo pasado, que su organización, declarada ilegal por la dictadura primorriverista, el aprovechamiento de las posibilidades legales “entrando” en los sindicatos oficiales de aquel régimen para destruirlos desde su interior. Quien tenga interés en ello puede consultar el magnífico libro de Peiró  ESCRITS. 1917-1939. Tria I Introduccio    recopilados por el historiador Pere Gabriel, publicado por Edicions 62. Pero, además, hay otro referente de no menos importancia: en el III Congreso del Partido comunista italiano (llamado de Lion), en febrero de 1926, cuyas tesis fueron elaboradas por Gramsci y Togliatti, Giuseppe Di Vittorio plantea que los sindicalistas de clase deben entrar en los sindicatos fascistas para, también desde dentro, proceder a su derrumbe. Pueden ustedes ir a las actas de aquel famoso congreso y a la biografía de Di Vittorio escrita por Giuseppe Pistillo (segundo volumen), publicada por Editori Riuniti.

No sabría explicar la coincidencia entre Joan Peiró y Giuseppe Di Vittorio, a no ser mediante un análisis aproximado de ambos dirigentes de lo que, en parecidas circunstancias de clandestinidad  puede y debe hacer un sindicato. En todo caso, una cosa es clara: en los primeros andares de Comisiones Obreras nunca se oyó que dicha táctica tuviera aquellos referentes. Ni más tarde tampoco. Y, de igual manera, no he leído en la historiografía que nadie haya hecho alusión a las aportaciones de Di Vittorio y Joan Peiró.

Sea como fuere, está fuera de toda duda que Comisiones Obreras tiene muchas madres.



domingo, 19 de enero de 2014

LA BRONCA DE LOS SOCIALISTAS CATALANES



Nota aclaratoria. Esta entradilla tiene como referencia este suelto: Tres diputados del PSC rompen la disciplina de voto.



Séame permitido empezar este ejercicio de redacción con dos anécdotas. La primera: cuentan los viejos cronicones que August Bebel, padre fundador del socialismo europeo, estaba interviniendo en el Parlamento alemán; en un momento de su discurso fue interrumpido por las bancadas adversarias con una ovación de gala. Estupefacto, el anciano calló y, a continuación, cambió de tercio: «Viejo, Bebel –se dijo--  cuando la derecha te aplaude, pregúntate qué tontería has cometido». La segunda: en cierta ocasión, el maestro Manuel Vázquez Montalbán y un servidor estábamos de plática, ahora no recuerdo dónde, cuando se nos acercó la diputada socialista Anna Balletbó, que nos interpeló con tristeza, aludiendo a la crisis terrible del viejo PSUC: «¿Pero, qué os pasa en el Partido?». MVM, con su mejor sonrisa ambigua, le respondió: «Cuando seáis un partido os pasará lo mismo».

¿Conocían los tres diputados socialistas catalanes la anécdota del viejo Bebel cuando, al romper la llamada disciplina de voto en el Parlament catalá, fueron aplaudidos por la mayoría de sus adversarios? Sea como fuere, el problema real va más allá del acontecimiento (no banal, por supuesto) de la ruptura de lo acordado por los órganos dirigentes del socialismo catalán, y a la vez plantea toda una serie de elementos de cierta envergadura. Cierto, como afirmaba  Fernando Santi «las minorías y la disidencia son un bien». Ahora bien, ¿qué perímetro tienen las minorías y la disidencia en una organización política y social? No se trata especialmente de un problema estatutario sino eminentemente político.

Mi punto de vista es el siguiente: las minorías y la disidencia deben estar solemnemente reconocidas en el proyecto político de cada cual y en las normas de funcionamiento, incluida la libertad de expresión y la formación de corrientes de opinión. Tienen, naturalmente, un perímetro (las mayorías tienen también, o deberían tener, su propio perímetro que no pueden rebasar, porque ahí no vale la máxima vieja de «quien puede al más, puede al menos»): el proyecto general y la consideración de que son las mayorías, a ser posible no cristalizadas, quienes gobiernan diariamente cuando hay conflicto el  proyecto; un proyecto que se gestiona sobre la base de síntesis sucesivas que incorporan al acerbo de la mayoría (no cristalizada sistemáticamente) aquellas zonas de razón de las minorías, tampoco sistemáticamente cristalizadas, no contradictorias con las primeras. En ese juego de mayorías y minorías adquiere una especial importancia la participación. Que debería estar reglada. Porque la participación no es un estatuto concedido por nadie sino el alma mater de las organizaciones políticas y sociales.  En ese sentido, vale la pena interpelar a los partidos políticos y a las organizaciones sociales sobre esto: si la soberanía reside en el pueblo, ¿la soberanía en cada partido político o sujeto social dónde tiene su residencia?  

Los tres diputados socialistas que vienen votando sistemáticamente contra lo acordado –primero por el grupo parlamentario y recientemente por el máximo órgano del partido— tienen derecho a mostrar, en mi opinión, públicamente su disidencia. Pero, así las cosas, habiendo constatado su incompatibilidad con el proyecto de su partido, tienen estas opciones: o bien abandonar el grupo parlamentario, siguiendo o no en el partido, o darse de baja del mismo.  Por cierto, una visión laica de la política se corresponde con esta consideración: hoy abandonar el partido (o ser expulsado) ya no tiene las características de antaño. Es más, algunos consideran desparpajadamente que abandonar una organización (o ser expulsado de la misma) da cierto postín e incluso abre nuevas perspectivas de existencia. Todo lo contrario de aquellos entonces cuando se vivía la salida del partido (el que fuera) como una especie de teodicea: «fuera de la iglesia no hay salvación», que fue la famosa lápida que idearon los padres conciliares para arrearles un cogotazo (moral y físico) a los pobres albigenses. Hoy, fuera del partido, hay salvación.

Se puede (y se debe, naturalmente) hablar del carácter de los partidos –en este caso del de los socialistas catalanes--, de cómo se conforman sus grupos dirigentes, de cómo se elaboran las listas electorales a cualquier nivel, de listas abiertas y cerradas, de la disciplina de voto. Pero, en esta ocasión, nos estamos refiriendo al comportamiento de tres diputados que son también responsables de las normas de su partido, elaboradas en sus respectivos congresos. Es más, son unas normas que ellos no han impugnado antes de su disidencia o del hecho de estar en minoría. En esa lógica, no me parece coherente que los disidentes --hay que normalizar esta palabra quitándole todo sentido de patología política--  quieran mantener el acta de diputado. Si pareciera exagerado hablar de un problema ético, digamos que se trata de una cuestión de concordancia entre su corresponsabilización en la elaboración de las normas y el incumplimiento de ellas a la primera de cambio. Así las cosas, el problema de conciencia se resuelve como lo ha hecho el alcalde de Lleida, también diputado disidente, Ángel Ros, que devolvió a su partido el acta de diputado.

En todo caso, algo parece de cajón: este episodio es una muestra más de la crisis del partido de los socialistas catalanes. Y, tengo para mí, que es también el resultado de la «crisis de poder» de dicha organización que, con el paso del tiempo, ha ido perdiendo la centralidad política de Cataluña. Un servidor, desde fuera de dicho partido, considera que es algo rematadamente malo para la izquierda catalana. Lo es el continuado debilitamiento del (todavía) primer partido de la izquierda catalana que, a su vez, contribuye en menor cuantía a la izquierda política española. Y lo es porque, presumiblemente, el fracaso en la gestión de esta crisis –de un lado, la incapacidad de hacer síntesis y, de otro lado, la negativa a aceptar los planteamientos de la mayoría por parte de los disidentes--  llevará a la creación de otro partido. Otro partido de esa izquierda envejecida en la que han estado inscritos los tres disidentes. Un partido del que podemos suponer que sus bases fundacionales parecen anunciadas en el documento Crida socialista pel referèndum, un material que exhibe la profunda discordancia con la línea oficial del partido. Léase con detenimiento este llamamiento, que introduce una variable en el léxico político de los firmantes: es el concepto de "patriota" y "si lo es de verdad" tiene que ... Quienes no tengan esa pureza de sangre están excluidos. Toda una cesura con la tradición del socialismo catalán. A la vejez, viruelas. Por otra parte, sería chocante que, si ese amplio grupo de firmantes se traduce en una nueva formación política, ésta –incluso antes de salir a la palestra--  tendría representación parlamentaria con los tres que se niegan a entregar el acta de diputado. O sea, un nasciturus con plenos derechos…   

Con todo, quisiera decir –llámenme subjetivo y entrometido--  que no se ver el sello socialista de dicho documento. Más todavía, reluce una huella mesocrática en sus líneas, lo que me hace prever (deseo que me corrijan) que será una nueva formación progresista que, también ella, considera los temas del trabajo (ausentes clamorosamente en ese documento) como un perifollo a reseñar de higos a brevas.  Pero no durante los días laborables. 


Radio Parapanda. http://encampoabierto.wordpress.com/2014/01/19/europa-en-la-encrucijada/  Es decir, Europa en la encrucijada.


martes, 14 de enero de 2014

y 2) ¿CUÁNDO SE JODIÓ LA IZQUIERDA, ZAVALITA? Segunda parte



Nota aclaratoria. Esta es la segunda entrega de ¿Cuándo se jodió la izquierda, Zavalita? Primera parte en: http://lopezbulla.blogspot.com.es/2014/01/cuando-se-jodio-la-izquierda-zavalita.html


Segundo tranco.-- Con todo, la opción por las vías nacionales (repito: separadas del contexto mundial) tampoco significaron que la izquierda captara, ya se ha dicho en la primera parte, los grandes cambios y transformaciones que se estaban operando. Digamos que la izquierda siempre ha ido ostentosamente a remolque de tales mutaciones.  De estas se ha hablado abundantemente a lo largo y ancho en la literatura política y ensayística de Bruno Trentin, especialmente en su obra canónica La ciudad del trabajo: izquierda y crisis del fordismo (2). 

He escrito en otras ocasiones que, paradójicamente, la crisis de la izquierda tiene algo que ver con el desarrollo del Estado de bienestar. Intentaré ser menos esquemático que en otras ocasiones a la hora de argumentar esta cuestión.

El desarrollo de la significativa conquista del Estado de bienestar –debo aclarar que me parece más correcta la expresión Estado social, pero como no es cosa de despistar al lector continuaré utilizando la nomenclatura española— provocó, de un lado, un cambio en la relación entre economía y Estado, entre el escenario económico-social y la esfera político-estatal; y, de otra parte, una relación diferente a la tradicional entre la izquierda y los sujetos sociales.

En el primer caso, los principales campos donde intervenía el Estado de bienestar desarrollaban sus competencias sosteniendo el nivel de la demanda y la asignación directa de «valores de uso», que se deducían del intercambio mercantil en el vasto escenario de la reproducción social. Todo ello a través de la intervención nacional e internacional de la política monetaria y las políticas de incentivación cuantitativa y de subvención a las empresas, la creación de nuevas formas de instituciones públicas que se iban habilitando para intervenir en la economía y en la sociedad, la puesta en marcha de leyes y disposiciones normativas. Y, naturalmente, la irrupción en ese nuevo escenario de nuevas prerrogativas del sindicalismo confederal.  En ese nuevo contexto, y dadas estas novedades, el Derecho laboral y los operadores jurídicos, acusaron de la misma forma dichos cambios. Este nuevo estadio, sin embargo, no concitó reflexión en la izquierda política; no motivó sacar conclusiones políticas  de la mutación ocurrida entre el escenario económico y social y la esfera político-estatal. Entonces, ayuna la izquierda de esa reflexión y debate teórico-político, se fue deslizando hacia las operaciones de gestión de «lo existente». Todo quedó reducido a mera contabilidad. De ahí que, cuando el potente mensaje neoliberal irrumpió en el campo de operaciones, la izquierda estaba ocupada en que cuadraran los números. Más adelante recuperaremos esta cuestión.

Y mientras se iba consolidando el proceso de «tecnocratización» de la izquierda con relación al Estado de bienestar que, a su vez, se veía zarandeado por nuevas demandas de la sociedad, se va produciendo una novedad en el sindicalismo confederal: su intervención propia en estos terrenos (la vivienda, las enseñanzas, la salud y el conjunto de medidas de protección social) que tradicionalmente habían estado en manos de los partidos políticos, y en lo que a estas reflexiones compete, a la izquierda, que todavía operaba como si el territorio del Estado del bienestar fuera de su exclusiva responsabilidad y, peor aun, que el sindicalismo fuera la chica de los recados del partido, cualquiera que fuera éste. Se iba consumando un elemento de gran relevancia: los partidos dejaban de ser los únicos titulares de la subjetividad política, aunque sin reconocerlo ni por supuesto sacar conclusiones de ello.  Soy del parecer que ahí está la base de los frecuentes desencuentros entre «política» y «sindicalismo», de los que se ha hablado en otras ocasiones. 

En ese contexto se produce una aceleración de los cambios, es el proceso de innovación-reestructuración de los aparatos productivos y de servicios que tiene como pilar la reorganización del centro de trabajo tanto en sus aspectos tecnológicos y de organización del  como en los métodos de gestión del management. Por otra parte, se acelera y agiganta el proceso de globalización e interdependencia.  Las izquierdas políticas (es de ellas de quienes estamos hablando) siguen teniendo como única referencia el coto del Estado nacional. Pero, sobre todo, adolecen de algo que resultará fatal: de un lado, la gestión (sólo contable) de lo existente les llevará a no sacar conclusiones de cómo abordar la  insuficiencia de instrumentos y recursos frente a las nuevas demandas de viejos y nuevos colectivos al Estado de bienestar. Es lo que parece insinuar Maslow: a un esquema de funcionamiento según el cual toda cota alcanzada en la satisfacción de necesidades actualiza una nueva categoría cualitativa de aspiraciones (3). Pues bien, casi balbuceando me atrevo a establecer esta hipótesis: la izquierda no podía ver la insinuación de Maslow por dos razones. Una, consideraba que los institutos del Estado de bienestar y sus características esenciales (por ejemplo, los sistemas de financiación de tan importante edificio) estaban ya definitivamente dada; dos, y, además, como una variable independiente de los cambios estructurales que iban apareciendo en la escena. Esto es, la gran mutación, que no ha dejado de parar, como resultado de unas innovaciones sin precedentes de los instrumentos financieros, en el campo de las telecomunicaciones (la informática y la telemática), en las estructuras del mercado, … Por primera vez en la historia hay un mercado mundial que opera día a día las veinticuatro horas contando con una información a tiempo real en todo el mundo.

Sin embargo, fue el neoliberalismo político –en estrecha alianza con el mundo académico, que le era favorable--  quien captó las novedades. Y, retorciendo las insinuaciones de Maslow, tomó carrerilla. Forzó la máquina y propuso la sobada teoría de la «ingobernabilidad» de las democracias. Puso el piñón fijo --primero en sus conventículos y posteriormente a tumba abierta— con un potente mensaje, cuyas implicaciones prácticas eran, grosso modo: hay que trasladar las gigantescas finanzas públicas de los sistemas de protección social al mundo de los negocios privados; hay que eliminar gradualmente los controles y poderes (ya convertidos en derechos democráticos) que los agentes sociales detentan en el Estado de bienestar, porque son una interferencia para proceder a luna nueva acumulación capitalista global. Es lo que se desprende con toda claridad de las palabras de Huttington: «: el causantes de la crisis no es el trabajo asalariado sino los acuerdos institucionales de la democracia de masas del Estado de bienestar. Es una consecuencia del proceso político democrático» (29).

Más todavía,  por ello “el pacto welfariano ha sido dejado sin efectos por la oligarquía, tras la derrota sin paliativos de la izquierda, el triunfo del neoliberalismo y la instauración del capitalismo popular”, como ha dicho en repetidas ocasiones Miquel A. Falguera i Baró. Por ello, así mismo, la desforestación del Estado de bienestar debe ir aparejada a la democracia de las élites.   

Este es, pues, el temporal que nos azota con mayor dureza desde 2008. Y, a decir verdad, todavía no sabemos qué va a ocurrir con el Arca de Noé. 

Séame perdonado el atrevimiento: entiendo que en el debate entre Fausto Bertinotti y Riccardo Terzi (en el libro La discorde amicizia) sobre el origen de la «crisis de la izquierda» han faltado estos detalles de infraestructura

En resumidas cuentas, Zavalita puede responder a la inquietante pregunta de cuándo, con perdón, se jodió la izquierda. Pero un servidor entiende que su respuesta debería ir acompañada de que esa jodienda es sobre todo un proceso, al que la izquierda debe dar un principio de respuesta.   

Punto (casi) final.--  Es legítimo preguntar cómo se sale de esta situación. En mi caso respondería para qué tengo que esforzarme si puede hacerlo un amigo querido. Su respuesta está en “Trabajo y ciudadanía”, la respuesta se encuentra en   http://capaspre.blogspot.com.es/2012/07/20-trabajo-y-ciudadania.html


Notas

(2) El lector tiene cumplida información en el original italiano La città del lavoro, sinistra i crisi del fordismo (Feltrinelli, 1997); en la versión francesa La cité du travail, le fordisme et la gauche (Fayard, 2012); y en castellano La ciudad del trabajo, izquierda y crisis del fordismo (Fundación 1º de Mayo, 2012). En formato digital:  http://metiendobulla.blogspot.com.es/       

(3) Citado por Claus Offe en “Partidos políticos y nuevos movimientos sociales”. Editorial Sistema (1988), página 39.


(4) Ibidem. Página 29 

sábado, 11 de enero de 2014

1) ¿CUÁNDO SE JODIÓ LA IZQUIERDA, ZAVALITA? Primera parte




Dos amigos míos, Fausto Bertinotti y Riccardo Terzi, han conversado epistolarmente «sobre la izquierda». El resultado ha sido la edición de un libro, que ha editado CRS – Ediesse recientemente: La discorde amicizia.  

En este intercambio epistolar hay un debate fuerte donde los desacuerdos prevalecen sobre los puntos de encuentro. En realidad, era lo que se esperaba. Eso sí, desde un sincero afecto y reconocimiento de la valía intelectual del interlocutor. También era lo que se esperaba. Hablaré con Paco Rodríguez de Lecea, también amigo de Fausto y Riccardo de tiempos antiguos, para ver si lo traducimos totalmente o aquellos pasajes (que no son pocos) de la mayor importancia. Uno de los aspectos de interés del carteo de nuestros amigos italianos es: cuándo empezó la crisis de la izquierda. Una izquierda que para Fausto ha sufrido un «mutamento genetico» y, por ello, es ya irreformable. 

Primero. Para Bertinotti el inicio de la crisis habría que situarlo en el bienio 68 – 69 del siglo pasado, bajo los efectos de Mayo del 68: la izquierda no es capaz, afirma Bertinotti, del carácter y el alcance de las luchas obreras y estudiantiles. Según Terzi «son las transformaciones ocurridas en la sociedad, en el modo de ser y pensar de las personas y en la organización material de sus vidas las que han determinado un desplazamiento de la izquierda; es toda una tradicional representación político-ideológica que no consigue captar los cambios, determinándose de esa forma una creciente separación entre la política y la vida real».    

Segundo. Ya sea por la amistad hacia ambos conversadores o bien por la importancia del tema que tratan –o tal vez por mi carácter entrometido--  el caso es que me siento concernido por la genérica invitación bertinottiana: «hay que seguir investigando». Y, más allá de lo que dicen los amigos italianos, propongo otra hipótesis de averiguación. Yendo por lo derecho: cuando la izquierda puso el empeño de la acción política en las «vías nacionales al socialismo». Que, en el caso italiano (este es el terreno que abordan Fausto y Riccardo) tiene su elaborador en aquel coloso que fue Palmiro Togliatti.

Las vías nacionales al socialismo recuerdan un tanto a Jano bifronte: de un lado, sirivieron para que la izquierda se enraizara mucho más en las sociedades de su tiempo; de otro lado, significaron en la práctica un alejamiento gradual del escenario mundial. Y ello sucedió mientras el capital iba adquiriendo mayor trasnacionalización, que hoy diríamos globalización. Esto es, se originó al principio una asimetría entre la acción política nacional de la izquierda y el capital, que con el paso del tiempo se fue ampliando significativamente. Cuando apareció el neoliberalismo con su potente carga global, la izquierda ya estaba recluida en el recinto estrecho del Estado nacional. Hasta tal punto que la acción política de cada vía nacional se convirtió en la práctica en una variable independiente de lo global.

En un momento dado, Palmiro Togliatti (21 de agosto de 1964) pareció intuir que algo no funcionaba. A pocas semanas de su muerte escribió lo que conocemos como el Testamento de Yalta. Sobre chispa más o menos Togliatti dejó escrito el enorme retraso de las fuerzas del movimiento obrero y sindical internacional con relación a las grandes trasformaciones  del capitalismo. Pero el anciano dirigente comunista, ya gravemente enfermo, no pasa de  no pasa de ahí (1).

Ahora bien, el «retraso» era –en la hipótesis que torpemente insinúo--  la consecuencia natural de unas vías nacionales que en la práctica quedaban confinadas en el Estado nacional. Los posteriores intentos del eurocomunismo tampoco significaron una corrección de esa variable independiente. Es más, las fuerzas de izquierda fueron paulatinamente recluyéndose cada vez más en los cuarteles nacionales. Para muestra un botón: cada proceso electoral para el Parlamento europeo era visto como una palanca para el ajuste de cuentas en el terreno nacional. Las referencias a Europa eran sólo de carácter retórico y, por tanto, un solecismo.

Más todavía, debe suponerse que existe una relación entre vía nacional --entendida como variable independiente de lo global--  y la falta de vista sobre las mutaciones del sistema capitalista. Por ejemplo, la izquierda italiana tuvo oportunidad de corregir su vista cansada cuando Bruno Trentin habló largo y tendido de las mutaciones que el (entonces llamado) neocapitalismo había puesto en marcha. Lo hizo en su ponencia Le dottrine neo-capitalistiche e l´ideologie delle forze dominanti nella politica economica italiana,  en las Jornadas del Istituto Gramsci (1962), que la Editorial Ediesse publicó en una antología bajo el título "Lavoro e libertà". Los viejos leones del comunismo italiano (Amendola y Alicata, entre los más representativos) arremetieron contra la ponencia del heterodoxo Trentin defendiendo que poco o nada había cambiado en el capitalismo.

En resumidas cuentas, ni siquiera hacen caso de lo que apunta Pietro Ingrao: «la forma misma del Estado nación, típica de toda una civilización burguesa, parecía ya insuficiente para afrontar las dimensiones en las que las grandes empresas multinacionales procedían a su reestructuración para recuperar espacios a su desarrollo y poder» [Vías democráticas al socialismo. Congreso organizado por la Fundación de Investigaciones Marxistas, Madrid Octubre de 1980, Editorial Ayuso].  

Sigamos, pues, averiguando. Porque no es irrelevante saber cuándo, con perdón, se jodió la izquierda. Zavalita todavía no ha dicho la suya.  

(1)   Palmiro Togliatti. Memorando sobre las cuestiones del movimiento obrero internacional y sobre su unidad. Yalta, agosto de 1964. Ediciones Era (1971). México DF

    
Continuará ... 

viernes, 10 de enero de 2014

SOBRE LA TRANSICIÓN: A contracorriente



Homenaje a Cipriano García  


«La realidad se ha hecho guionista televisiva sin piedad; cada día entrega otro pedazo más del relato de una obsolescencia programada. La Transición no estuvo mal hecha; la Transición estuvo hecha para su tiempo y su tiempo se ha acabado hace ya una larga temporada. Y aunque la crisis económica y social haya sido el alcaloide que ha dejado a la vista su edad biológica, ha sido la victoria por mayoría absoluta de la derecha la que ha desatado sus formas más virulentas de desmontaje de un delicado equilibrio institucional». Este párrafo lo podemos leer en el contexto de un artículo reciente del profesor Jordi Gracia en El País.


Primer tranco


Sobre la transición se ha hablado hasta la angustia y, supongo, que su valoración todavía está pendiente de un juicio aproximadamente riguroso. Sirvan las líneas que vienen para que yo mismo reflexione al respecto. Entiendo que, hasta la presente, se han producido dos miradas sobre la transición. La más abundante parece ser la que le niega el pan y la sal; la minoritaria, especialmente la que viene desde los aledaños de quienes participaron en ella directa o indirectamente va en  dirección opuesta: la hipérbole más desparpajada. Me incomodan ambas interpretaciones. La primera elimina, tal vez conscientemente, la relación de fuerzas en presencia; la segunda recalca un tono triunfal, que no es el caso, pero no es sobre ésta sobre la que quiero hablar.

Entiendo que la mayor confusión se produce cuando los que niegan el pan y la sal a aquella situación le achacan los males del presente, haciendo abstracción de toda una serie de acontecimientos posteriores que nada tienen que ver con ella. En primer lugar, de un lado, la realidad de los grandes cambios y transformaciones tecnológicas y el acelerón que puso en marcha el proceso de globalización; por otro lado, la novedad que supuso en su día el ingreso de España en la Comunidad Económica Europea y, en otro escenario (aunque vecino), la desaparición del sistema soviético y sus alrededores. En segundo lugar, y simultáneamente a lo anterior, la colonización que el neoliberalismo ha hecho de la economía y la política.

Digamos, pues, que es un tanto chocante que en esos golpes de trabuco no aparezca que el capitalismo financiero globalizado haya derrotado al capitalismo del ciclo fordista-keynesiano, acentuando su incompatibilidad con la democracia tal como la hemos conocido. Digamos, consecuentemente, que en esta nueva fase no se produce una alianza entre política y esos nuevos y grandes capitales sino una cooptación de aquella por éstos. Lo que me lleva a decir que los lodos actuales vienen, esencialmente, de unos polvos más recientes, concretamente de la post transición. Los lodos de hoy vienen del capitalismo financiero global, que ha modificado la composición orgánica del capital y, por ello, es otra organización capitalista con respecto a la precedente, también capitalista, pero de otra naturaleza.   

Por otra parte, estos arcabuzazos tienen una consecuencia lógica: las responsabilidades (desiguales, ciertamente) de las fuerzas políticas de hoy en la situación actual quedarían exculpadas, porque lo que pasa ahora viene en realidad de la transición. Lo que, por extensión, podría llevar a las almas de cántaro a inferir que las crisis de principios de los noventa (la crisis de las punto com) y la del 2008, que sigue viva y coleando, tienen su origen en la transición. Algo en lo que sorprendentemente no han caído ni los verdaderos causantes de ambas catástrofes ni los gobiernos, de diverso carnet de identidad, que se han sucedido para, también ellos, endosar las responsabilidades a la transición. 

La argumentación de los golpes de trabuco tiene un problema de fondo: si los males de hoy vienen de la transición, ¿cómo se explica que, tras ella en una primera fase, se pusieron en marcha una serie de nuevas plantaciones del Estado de bienestar por la presión de los sindicatos y ahora se desmantela todo aquello? ¿No será que también ciertos analistas se han contagiado de la sarta de anacolutos de la mayoría de la jerga política?


Segundo tranco


La transición fue el resultado de una determinada correlación de las fuerzas en presencia.  Que se dio en un contexto que hoy, vaya usted a saber por qué se olvida, de extrema fragilidad: los diversos terrorismos actuando --¿habrá que recordar no sólo el de Eta sino el de las excrecencias del franquismo asesinando a quemarropa a los abogados laboralistas de Atocha—casi diariamente; y las diversas conspiraciones de los militares, cuya máxima expresión fue Tejero y sus secuaces.  

Entiendo, por supuesto, que  debemos someter a crítica la transición sin ningún tipo de reparo: obviando el patrimonalismo hagiográfico de quienes la protagonizaron y el adanismo de quienes entienden que con ellos empieza la verdadera historia o, si se prefiere, la historia más pura e inmaculada. Por último, para el debate historiográfico, ¡doctores tiene esa iglesia! Un debate necesario de una fase que finalizó hace tiempo. 
        






jueves, 9 de enero de 2014

SOBRE LAS ESPALDAS DE MARX




Escribe Riccardo Terzi


[…]  ¿Qué importancia debemos asignar hoy a Marx en nuestra reflexión? ¿En qué medida podemos llamarnos marxistas todavía? Por extraño que parezca son pocos los casos que han intentado dar una respuesta a estas interrogantes mediante un reconocimiento histórico riguroso y sincero. Ha prevalecido la eliminación, fingiendo que estábamos «más allá», que habíamos sobrepasado las antiguas categorías ideológicas del siglo XX.

Mi opinión personal es que Marx sigue siendo una clave indispensable de acceso a la comprensión e interpretación  de la sociedad capitalista, de la que desvela su mecanismo secreto, las relaciones de poder y la distorsión alienante de las relaciones humanas. El capitalismo actual aparece como una extrema y abnorme ampliación de los caracteres que Marx intuyó entonces como una forma desplegada de dominio, de control autoritario sobre el trabajo y la vida de las personas; como una organización «total», que comprime todo espacio de autonomía  y pone fuera de juego cualquier forma de subjetividad alternativa.

Sin embargo, por otro lado, su mesianismo revolucionario y el anuncio de un futuro «reino de la libertad» no han superado las pruebas de la historia. Puede parecer paradójico, pero la idea de la revolución no está adecuadamente elaborada y pensada por Marx. Este fallo teórico es lo que ha posibilitado que las degeneraciones  hayan hecho descarrilar al movimiento comunista. Habiendo elaborado el momento de la negación y dejado totalmente en suspenso la futura organización política y social, se abrió así una brecha donde han podido transitar y reproducirse las antiguas lógicas de la opresión y el dominio sin encontrar ninguna resistencia eficaz.

Se trata de una auténtica inversión, y en este engaño todos nosotros hemos estado atrapados: en la ilusión de que el proceso revolucionario tenía, sin embargo,  in sé la manera de ir más allá de sus límites. No se trata solamente de las degeneraciones del estalinismo, sino del modo en que desde el inicio, con Lenin, se impuso el problema del poder y la organización del Estado. La «revolución cultural» china no es una excepción ya que fue una movilización manipulada desde arriba para ajustar las cuentas al conjunto de la oligarquía dominante.

¿Cómo podemos calificar todo este proceso histórico? Mi respuesta es que se trata de un «fracaso». He discutido recientemente con un amigo, que prefiere llamarlo «derrota». Son dos cosas muy divergentes: la derrota significa que hemos sido diezmados  por las relaciones de fuerza; sin embargo, el fracaso indica un vicio de origen en el proyecto político mismo. Si decimos solamente «derrota» estamos indicando que íbamos encaminados en la dirección correcta y que sólo unas razones externas interrumpieron aquel glorioso camino. Por eso yo pienso que debemos someter a crítica todas las formas políticas que se han realizado durante ese proceso. Es un extraordinario bagaje cultural que sigue siendo imprescindible para la comprensión del mundo actual, pero que cuenta con infinitas gangas de las que debemos liberarnos. No pueden liquidarse como desviaciones o contratiempos de la historia, sino que indican la existencia de un vulnus, una fagilidad de fondo. El vulnus es la ausencia de una teoría del Estado, sobre este punto comparto el juicio de Norberto Bobbio.

Del Estado sólo se ha cuestionado que debería extinguirse. Pero esta extinción queda como un evento mítico, imaginario. Y a la espera de que el mito se cumpla, todo queda justificado. De ese modo se concreta una brecha total entre el presente y el futuro: hoy, un dominio despiadado; mañana –quién sabe cuándo--  el final de todo dominio. Es la relación de los medios con los fines lo que está privado de coherencia. Esta es una tentación que retorna periódicamente; por ello, cada vez que se reclama la «primacía de la política» me parece advertir este impulso de extrema irresponsabilidad, que hace coincidir la política con lo arbitrario.

Es siempre peligroso proyectar a plazo excesivamente largo la propia meta en un futuro imaginario. Esta es la trampa de la idea de «progreso»: una idea que nunca está en el presente, siempre en una futura proyección histórica. Y, en esta óptica, la izquierda siempre está fuera del tiempo; es la imaginación de un mundo que debería ser, pero que nunca es capaz de plasmar nuestro presente, nuestra realidad efectual. Por eso, nunca he compartido los arrebatos líricos de la utopía y me mantengo fiel a Maquiavelo, a su realismo: un realismo que conecta estrechamente los fines y los medios como elementos indisolubles de un proceso único, como las articulaciones concretas de un proyecto político. Por otra parte, bastaría leer volver a leer las palabras despectivas de  Marx hacia los socialistas utópicos. [ … ]      

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Fragmento del libro La discorde amicizia. Lettere sulla sinistra (CRS Ediesse). Se trata de diez cartas que se dirigen entre sí Fausto Bertinotti y Riccardo Terzi. Traducción de JLLB. El título de esta entrada es de exclusiva responsabilidad del capataz de este blog.

Está previsto que el libro sea presentado en la ciudad de Parapanda en breve a cargo de Joaquín Aparicio y Antonio Baylos. Moderará el debate Eduardo Saborido



Radio Parapanda.  UN DICCIONARIO INTERNACIONAL DE DERECHO DEL TRABAJO

martes, 7 de enero de 2014

EL SINDICATO: NUESTROS ACUERDOS Y NUESTROS DESENCUENTROS EN EL DEBATE



Homenaje a Carlos Vallejo



por José Luis López Bulla



Yendo por lo derecho: entiendo que dialogar sobre las relaciones entre sindicato y política es verdaderamente útil, naturalmente es cosa bien distinta si las conclusiones, o síntesis (si es que podemos) son útiles o no. Pues si no se habla, cabe la certeza de que no se llegará a conclusión alguna. Ahora bien, los que hemos intervenido en este debate éramos conscientes de que era más bien al lector a quien correspondía sacar las cosas en claro. Y, a buen seguro, habrá encontrado toda una serie de acuerdos en nuestros planteamientos y algún que otro desencuentro. Lo uno y lo otro son, en mi opinión, algo bastante saludable. En todo caso, nuestra conversación ha intentado situar la relación entre sindicato y política en un plano distinto al de la antigua discusión de las relaciones entre «partido» y «sindicato», aunque fuera inevitable hacer algunas referencias a ello. El mérito, si es que lo hay, está en el planteamiento que Riccardo Terzi hizo en su exposición inicial (1).

Isidor, en su último trabajo, nos pregunta si seguimos conversando. Pues claro que sí. Ahora bien, parece sensato que Riccardo Terzi, que fue sin quererlo el promotor de este debate resitúe la discusión. Es lo que mandan las reglas del protocolo. Pero, a la vez, también nos conviene, supongo, saber en qué estamos de acuerdo y cuáles son nuestros desencuentros.      


Los desencuentros 


No parece que haya sintonía sobre si el concepto a utilizar sea «ideología sindical» o «praxis sindical». Por mi parte, entiendo que no es lo mismo, pero tampoco podría afirmar que el resto de los contertulios, cuando utilizan la expresión ideología no  quieran decir lo mismo. Desgraciadamente no tenemos entre nosotros al famoso barbudo de Tréveris, siempre tan quisquilloso, para darnos un tirón de orejas. Aunque, ciertamente, no podemos echar sobre sus espaldas la responsabilidad de nuestras imprecisiones, si es que las ha habido. Ni en las de nadie.

Posiblemente tenemos otros desencuentros. Pero no se olvide que esto es sólo una conversación entre viejas amistades.  


Nuestras proximidades y algunas inferencias de las mismas


El tronco de nuestros acuerdos es: queremos que el sindicalismo tenga una personalidad propia, esto es, que sea un sujeto «independiente»: en su proyecto organizado que engloba los medios, incluidos sus recursos financieros. El concepto de independencia es, a mi entender, más claro y contundente que el de autonomía. Pues esta, la autonomía, no cuestiona en el fondo y en la forma una cierta dependencia de alguien.  Con todo, esa independencia no presupone indiferencia al cuadro político e institucional, que es juzgado por sus realizaciones concretas. Más todavía, la independencia no liquida formas de colaboración, entre los diversos, con «la política». Esto no aparece tan claro en el trabajo de nuestro amigo Riccardo Terzi, pero sí es diáfano en el resto de los contertulios.

Entiendo que si todos hemos puesto énfasis en la personalidad propia del sindicato es porque la concebimos como una conquista a salvaguardar cotidianamente. Se trata de una independencia muy celosa de sus prerrogativas y, especialmente, de su función. Paco Rodríguez, por ejemplo, aclara en ese sentido que: «un sindicato serio podría reclamar de forma genérica un “derecho a decidir” sobre lo que fuere, pero no, en cambio, reivindicar “un Estado propio”», en oblicua referencia a la batalla política que se libra en Cataluña. Pero hay otras referencias que, en el terreno sindical, tendría más calado en lo tocante a la función del sindicato. Dos muestras del mismo botón: uno, ¿deben los sindicatos formar parte de los consejos de administración de ciertas empresas, aunque sean públicas?; otro, ¿tuvo sentido que el sindicato americano UAW se hiciera con 55 por ciento del accionariado de la Chrysler? Mi respuesta es negativa en el primer caso; en el segundo lo considero una medida excepcional dada la situación en que se encontraba la empresa norteamericana. En todo caso, soy del parecer que ambas situaciones corren el riesgo de difuminar la independencia del sindicato.

Hasta donde he sabido leer, tengo para mí que los contertulios apostamos por unas estructuras eficaces, siguiendo la idea gramsciana de que la virtud (virtù) es eficacia, y la eficacia es la fuerza. Por eso, no se me caen los anillos al afirmar que sin estructuras sólo hay tumulto que será todo lo atractivo para no pocos, pero que, carente de pensamiento por lo general, acaba cediendo a la tentación de «regresar a las viejas y fallidas costumbres de las “vanguardias autoproclamadas”» como atinadamente señala Carlos Mejía.

Por cierto, que «el baricentro» de la acción sindical (según Terzi) esté situado abajo no implica desconsideración alguna ni siquiera hacia las estructuras de mayor responsabilidad dirigente. De ello se colige, por supuesto, cómo se concretan tales grupos dirigentes (a todos los niveles) y qué formación tienen de manera itinerante, justamente para ejercer sus responsabilidades de representación en línea con lo apuntado por Antonio Baylos, cuya reflexión hago mía (2)

Paco Rodríguez de Lecea apunta una consideración en lo tocante a  una buena parte de los grupos dirigentes: «una “composición” de elementos procedentes de las distintas áreas de influencia de las ideologías políticas en el sindicato, con concesiones escrupulosamente “tarifadas” de las mayorías a las minorías». Lo que implica, por exclusión, que los grupos dirigentes no se concretan sobre la base de la representación del trabajo que cambia, de las múltiples tipologías del trabajo asalariado. Peor todavía, que la independencia del sindicato se ve distorsionada, en principio, por una forma de conformar las estructuras excluyendo a la mayoría de las diversidades del tejido social. No escondo que esta forma de ser es una mala herencia que los sindicalistas de mi quinta hemos dejado a las nuevas generaciones. Por lo demás, esta tarifación no es una “burda injerencia” de los partidos en el sindicato, sino un estilo que nace del mismo sindicato. Un mal estilo, desde luego.

De mantenerse ese estilo habrá que convenir que el sindicato es menos general y tiene un déficit de confederalidad. Así las cosas, me pregunto hasta qué punto el instinto de auto conservación de unas formas que vienen desde hace demasiados lustros y que se consideran como definitivamente dadas tiene algo que ver con esos cupos tarifados de las componentes políticas en el interior del sindicato, de un lado; y, de otro lado, la relación entre esa auto conservación y los procesos de burocratización, no en el sentido weberiano al que se refiere el querido compañero Carlos Mejía, sino en el más coloquial y despectivo del término burocracia

Por último, parece evidente que ha quedado en el aire un asunto de tanta envergadura como lo es el hecho de la participación del conjunto de los afiliados. Más todavía, si esta ha de tener  un reconocimiento genérico o inscrita en un estatuto de la participación, reglado. Como algo inherente a una especie de ius sindicalismo. Tal vez un debate monográfico al respecto podría darnos algunas pistas.  


Postdata. El profesor Nuccio Ordine ha publicado un bello libro, que ha editado la prestigiosa editorial El Acantilado, La utilidad de lo inútil. En apretada síntesis, el autor arremete contra quienes despotrican contra la filosofía y el arte, tildándolas de cosa inútil. Por ello, cualquier persona inquieta o, incluso, quien esté provisionalmente adocenado, debería leer dicho libro despaciosamente. Absténganse los que han decidido no salir de la pocilga con sus correspondientes bellotas, o sea, los programadores de los actuales planes de educación y descanso.

Viene a cuento lo dicho anteriormente por la siguiente anécdota: el otro día, en el bar de la esquina, me dijo un caballerete que, con los problemas actuales, a qué viene esa discusión sobre «sindicato y política», que nos traemos entre manos, por orden de aparición en escena, Riccardo Terzi, Isidor Boix, Paco Rodríguez de Lecea, Antonio Baylos, Carlos Mejía y un servidor.  Pude darle algunas respuestas zafiamente contundentes, aunque educadas. Sin embargo, elegí alguna de matiz templado: los problemas actuales, que no son pocos, los abordan Terzi, Isidor y Carlos Mejía desde sus responsabilidades directas y, en su tiempo libre, hacen lo que les viene en gana, es decir, discutir sobre lo que están haciendo con sus amigos; en lo tocante a Paco Rodríguez y un servidor, ya jubilosamente retirados de la escena, hablamos de lo que nos apetece: desde la belleza de la demostración del teorema de Euclides sobre los números primos hasta las peripecias sindicales del hijo (no reconocido) de Karl Marx cuya paternidad el barbudo endosó a su amigo Engels, y de cuando en vez nos damos un garbeo por la inútil utilidad de las relaciones entre sindicato y política. Pues para lo cotidiano, doctores tiene la Iglesia, perdón: el sindicato. Pero ésta no es una explicación sino un exabrupto amable.






lunes, 6 de enero de 2014

SOBRE LA "IDEOLOGÍA SINDICAL". Siguiendo la conversación



Nota editorial.--  Los trabajos inmediatos de referencia son en este debate: ¿IDEOLOGÍA O PRAXIS SINDICAL? y SINDICATO ANTES, SINDICATO AHORA

 

Por Isidor Boix

Queridos amigos José Luis y Paco:

Vuestros comentarios a lo que habéis considerado, positivamente, como una “provocación” por mi parte, van más allá de lo pretendido. En cierta manera me retrotraen a positivas experiencias personales, sobre todo de finales de los años 60 y primeros de los 70 del siglo pasado, cuando en muchas reuniones las respuestas de los participantes en las discusiones iban más allá de lo conscientemente sugerido por quien las abría, enriquecían la discusión y con ello permitían (aunque no siempre sucedía) una síntesis (“resumen” lo llamábamos y algunas veces no era más que la repetición del “informe” inicial) que sin duda mejoraba el planteamiento inicial. 

Creo que coincidimos en que el sindicato, como organización del colectivo de nada menos que de la “clase obrera” (yo ahora prefiero denominarla “clase trabajadora” y no me importaría utilizar la que creo mejor definición francesa de “clase asalariada”) en defensa de sus reivindicaciones inmediatas, tiene entidad propia y no debe supeditarse a un partido político por muy “de la clase obrera” que se pretenda. Y también que siendo así, es decir un colectivo ciertamente importante pero que es sólo “una parte” de la sociedad, el sindicato no debe pretender suplantar las funciones del o de los partidos políticos ni de las instituciones democráticas.

José Luis plantea la cuestión de la “independencia” (mejor que la “autonomía”) del sindicato respecto del partido con referencia a la polémica Marx-Lasalle. De acuerdo. A ello quiero añadir que más allá de la necesaria independencia es también posible la confrontación apuntada por Lenin[1] en enero de 1921 en su polémica con Trotski, cuando éste preconizaba la militarización  de los sindicatos, teoría y práctica que por cierto aplicó a fondo Stalin. Lenin afirma la confrontación como necesaria nada menos que en la propia sociedad soviética. Dice Lenin que “los sindicatos… no podrán perder aún en muchos años una base como la ‘lucha económica’ no de clase en el sentido de lucha contra las deformaciones burocráticas de la administración soviética, en el sentido de defensa de los intereses materiales y espirituales de la masa de los trabajadores…”. No coincido con Lenin en que se trata de una lucha “no de clase”, pues entiendo que sí lo es todo aquello que les afecta colectivamente, pero lo esencial es en mi opinión la afirmada existencia de concretas contraposiciones de intereses del colectivo de los trabajadores (“en defensa de intereses materiales y espirituales”) con la “administración soviética”, de hecho el Partido que ejerce la “dictadura del proletariado”.  Supongo que no es casualidad que este aspecto de la teoría “leninista” no ha sido luego desarrollado por el marxismo-leninismo-estalinismo, tampoco estoy muy seguro de que sea coherente con el conjunto del propio pensamiento leninista.  

En la historia del movimiento obrero esta independencia se ha visto seriamente dificultada por el hecho de que partidos socialistas, socialdemócratas y comunistas, han compartido fundadores y dirigentes con los sindicatos. Hoy en España esto se plantea esencialmente en UGT (con todos los matices que se quiera a partir del liderazgo de Nicolás Redondo), ya que la crisis del espacio comunista nos ha dejado a CCOO en una aparente orfandad que se ha traducido en mayoría de edad (me refiero al aspecto organizativo, no tanto en sus contenidos y tradiciones).

Más allá de la “independencia”, Paco Rodríguez plantea en mi opinión otra cuestión clave cuando señala la necesidad de evitar “invasiones” mutuas de campos y competencias entre partido y sindicato. Lo que por otra parte no debe impedir que el sindicato tome posición ante los problemas de la política, pero se trataría de definir sus posiciones ante las cuestiones del momento y en función de los intereses concretos del colectivo que representa, la clase de los asalariados, y no de  los “objetivos generales a medio y largo plazo” en palabras de Paco.  Precisamente al hilo de estas consideraciones creo que podemos abordar mejor la cuestión primera, es decir “qué es y cómo se construye la ‘ideología’ del sindicato”.

Si partimos de la naturaleza del sindicato como resultado de su voluntad de organizar al colectivo de la clase en torno a sus reivindicaciones inmediatas, mientras que la del partido convoca a su adhesión-afiliación a partir de un proyecto a medio y largo plazo, resultará lógico que el sindicato pretenda integrar a personas asalariadas de las más heterogéneas opciones políticas, mientras que el partido exigirá una evidente coherencia política al colectivo que pretende organizar. Cuestión no secundaria si asumimos que el sindicalismo único (unitario) es compatible con un sistema democrático, mientras que resulta difícil que éste lo sea con el partido único.

Las anteriores consideraciones llevan a aterrizar al concepto de “ideología” del sindicato, que entiendo como los criterios de referencia para dar respuesta a los problemas de cada día de la clase trabajadora. Problemas de condiciones de trabajo en primer lugar, pero no sólo, pues, a partir de éstas, el sindicato, que no delega en partido político alguno, plantea sus respuestas a todos los problemas del momento. Y desde esta referencia creo que el qué y el cómo son indisociables: la ideología sindical como resultado de su propio proceso de elaboración.

Desechada la importación desde el espacio de la política, entiendo que el eje de la elaboración de los criterios sindicales debe partir de los intereses que se propone defender, lo que nos lleva a plantearnos la naturaleza del colectivo que pretende organizar y representar. De los colectivos que lo integran en los diversos ámbitos en los que se estructura la relación asalariada: departamento, sección, centro de trabajo, unidad empresarial, ámbito territorial y administrativo, país, región mundial, en planeta en su conjunto. De momento los límites son los de nuestro mundo, globalizado ciertamente, pero aún sin proyección transplanetaria.

Constituiría también ideología sindical la consciente interrelación entre los intereses de los diversos colectivos y los criterios para su defensa colectiva en los diversos ámbitos, asumiendo que puede haber intereses contradictorios en el seno de cada uno de ellos, pero convencidos de que los hay comunes, que la síntesis de unos y otros en todos los ámbitos destila intereses colectivos que resultan prioritarios sobre los particulares, que constituyen el cuerpo que da sentido a la organización colectiva unitaria y que además se convierten en tutela para el desarrollo de los intereses de los colectivos de menor ámbito. Para esta labor de síntesis y de la organización de la defensa de sus resultados resultan imprescindibles órganos de dirección en cada ámbito con capacidad de efectiva representación. 

Ideología, criterios para la acción, que no se limitan a lo que pueda resultar de la propia acción, pero que se alimentan permanentemente de ésta, que van acumulando una línea de actuación, un patrimonio de ideas y experiencias, que no parten pues cada día de cero, sino que se van enriqueciendo, matizando, modificando, en base a la propia evolución de los hechos, de la realidad.

Releyendo lo escrito veo que en los términos empleados hay una cierta confusión entre lo que es y lo que debería ser, y quizás no es, pero de nuevo creo que de ambos tenemos suficientes muestras.

¿Seguimos conversando?    





[1] “Insistiendo sobre los sindicatos”, Obras Escogidas, Tomo III, pagina 583, Editorial Progreso, Moscú 1961, Instituto de Marxismo-Leninismo del CC del PCUS. Esta misma cuestión es abordada por Roger Garaudy en su librito “Lenin” editado por PUF, remitiéndose al Tomo XXIII de sus Obras Completas, lo que tuve ocasión de comprobar en verano de 1969 ante primero el escándalo y luego la estupefacción de mis anfitriones, los dirigentes del SED en la RDA.