martes, 24 de diciembre de 2013

SINDICATO Y POLÍTICA: EL DEBATE SUSCITADO POR RICCARDO TERZI (O como ve un servidor las cosas)



Nota editorial. He pedido la palabra en el debate que se desarrolla en los siguientes trabajos: 1) SINDICATO Y POLÍTICA (Primera parte),   2) SINDICATO Y POLÍTICA (Segunda parte), 3) SINDICATO Y POLÍTICA: Isidor Boix responde a Riccardo Terzi, 4) DEBATE «SINDICATO Y POLÍTICA» (Habla Paco Rodríguez de Lecea con respuesta de Isidor Boix) y TODOS LOS LÍMITES DEL SINDICATO. (LUCIANO GALLINO TOMA LA PALABRA)   Sabemos que nuestro amigo peruano Carlos Mejía tiene pedida la palabra, su intervención se publicará cuando nos lleguen sus notas. Mañana interviene el profesor Antonio Baylos

 

 

José Luís López Bulla

 

Alguien dijo que las grandes organizaciones tienen una «tendencia natural» a su autoconservación de manera burocrática y las pequeñas caminan con cierta frecuencia a la grupusculización. Riccardo Terzi reflexiona sobre lo primero, partiendo de un estudioso en la materia como Robert Michels, al hilo de la convocatoria del congreso de su organización, la CGIL. Comoquiera que el ensayo de nuestro amigo italiano va más allá de la CGIL (sobre la que ahora no tengo los necesarios elementos de juicio), me permito intervenir de un modo general.

 

Me parece evidente que esa «tendencia natural» a la autoconservación burocrática (Isidor Boix apunta con atinado realismo que sería suicida que las organizaciones no conservaran su organización) guarda una relación estrecha con la naturaleza de sus estructuras. Esto es: la formación de los dirigentes a todos los niveles; los mecanismos de promoción de los grupos dirigentes; la capacitación de todos individual y colectivamente; la relación entre representantes y representados; los niveles de participación –o, si se prefiere, de hechos participativos--  que promueve la estructura… Y la praxis que todo ello pone en funcionamiento.

 

Séame permitido un inciso: damos por sentado que las organizaciones sindicales tienen un funcionamiento democrático que emana de sus normas estatutarias y de sus usos y costumbres. Pero no es de «democracia» de lo que estamos hablando, que damos por supuesto. Estamos refiriéndonos a qué tipo de democracia (participativa o no) existe, por lo general, en el sindicalismo. Lo que viene a cuento porque es notorio, en lo que atañe a este debate, que desde la democracia también se va a la burocratización. 

 

Me gustaría incorporarme al debate que ha abierto Riccardo Terzi que ha seguido con las valiosas aportaciones de Isidor Boix y Paco Rodríguez de Lecea, dos sindicalistas con los que da gusto conversar y debatir. 

 

Mis reflexiones, como queda dicho más arriba, nada tienen que ver con el congreso de la CGIL sino con algunas cuestiones que he abordado en otros momentos, aunque ahora vienen aguijoneadas por las aportaciones del amigo italiano. Se refieren a los siguientes aspectos: la participación en el sindicato y la convivencia (¿o es conllevancia?) del sindicato y la política. Vayamos por partes.

 

Primero. El sindicalismo es esencialmente en el centro de trabajo un sujeto más o menos próximo a los trabajadores; sin embargo, fuera de la empresa la cosa parece cambiar radicalmente. El problema, no obstante, es que el «sujeto próximo» puede ser un sindicato de-los-trabajadores o un sindicato-para-los-trabajadores. No se trata, por supuesto, de un gratuito juego gramatical; es una cuestión de fondo. Un sindicato de los trabajadores siempre se legitima desde abajo; un sindicato para los trabajadores se autolegitima a sí mismo y entiende la participación de los trabajadores como un estatuto concedido a utilizar esporádicamente. Digamos que ambas opciones son legítimas, aunque las dimensiones de uno y otro cambian de cualidad, son diferentes.  

 

De la lectura reposada del ensayo de Terzi se infiere que el autor, sin decirlo, opta por un sindicato de los trabajadores. Esta es mi opción. Ahora bien, necesitamos un argumento que lo justifique. El mismo Terzi apunta en esa dirección con claros acentos que recuerdan, como ya ha advertido Paco, a nuestro común amigo Bruno Trentín: «cada vez más la empresa tiene necesidad de la contribución activa y de la responsabilidad creadora de los trabajadores, porque es lo que exigen el nuevo nivel de las tecnologías y los más avanzados sistemas de organización del trabajo».  

 

Pues bien, si la empresa necesita ese tipo de trabajador, es de cajón que el sindicato lo necesite tanto o más. Máxime cuando el sindicato, en tanto que agrupación de intereses, nace (o debería nacer) en el interior del centro de trabajo, siendo ahí donde radica su alteridad propositiva frente a lo que el mismo Terzi señala: «el  modelo totalmente autoritario que somete el trabajo a una posición de total subalternidad, con un ataque sistemático a todo el conjunto de derechos individuales y colectivos». Es la paradoja que Trentin ya señaló en no pocas ocasiones en su celebrado libro (como olvidado por tantos) La ciudad del trabajo, izquierda y crisis del fordismo: necesidad de las potencialidades del trabajador y negación de su condición de ciudadano en el interior del perímetro de la empresa. Sin embargo, tal vez no sea una paradoja, pues es bien sabido que las clases dominantes se reservan el acceso a los lugares de cristalización del conocimiento nuevo, incluso corriendo el riesgo de que ese monopolio del conocimiento nuevo (y, por tanto, el rechazo al conocimiento de los de abajo) les sea contraproducente como interferencia a su poder.   

 

El sindicato de los trabajadores quiere que sus afiliados tengan una ciudadanía plena en su interior. Mientras que el en el sindicato para los trabajadores los afiliados estarían en una especie de moderna «servidumbre voluntaria» en los términos que, para otros asuntos, relató Etienne de La Boétie. Avancemos, pues, por este camino.

 

La ciudadanía plena del afiliado en su sindicato precisa, en mi opinión, de nuevos condimentos. Para mi paladar, lo primero es plantear que la soberanía de la acción sindical reside en el conjunto de la filiación y no en los (siempre necesarios e imprescindibles) grupos dirigentes. Es más, dicha soberanía no va en detrimento de los atributos de los grupos dirigentes o estructuras, sino que más bien la legitima y refuerza. Es el nexo cotidiano entre legitimidad de origen y legitimidad de ejercicio. Lo segundo sería fijar mediante reglas, obligatorias y obligantes, algo así como el «estatuto de la participación» como desarrollo normativo de lo que hemos dado en llamar soberanía. De esta manera nos alejaríamos de un feo vicio del sindicato para los trabajadores: en determinadas ocasiones basta que se pongan de acuerdo Pedro y Pablo para hacer o no hacer una determinada acción sindical, mientras que para otros asuntos se exige un baño democrático.

 

Entiendo que el problema no está, como afirma Terzi, en situar el «baricentro» en la base, sino en situar la soberanía en el conjunto de la afiliación y en las normas que regulen la participación de los inscritos en el sindicato y, en su caso, en el conjunto de los trabajadores. Ahora bien, que el baricentro esté en la soberanía no implica, a mi juicio, negar la responsabilidad de los grupos dirigentes, ni mucho menos revisitar la famosa campaña de Mao: «apunten contra el Cuartel general». Un sindicato refundado no puede desdeñar a los grupos dirigentes, legitimados desde su origen y en su permanente ejercicio. La clave está en las normas que regulan la soberanía; unas reglas que deben dejar claro también las funciones de los grupos dirigentes y el terreno en el que no pueden decidir: aquí no reza para todo el principio de que quien puede al más, puede al menos; estamos hablando de la existencia de lo que Norberto Bobbio llamó  el terreno de lo indecidible.  

 

 

Segundo. Riccardo Terzi nos propone una nueva relación entre sindicalismo y política. A tal fin, parte de una consideración básica que parece estar asentada en el sindicato, aunque yo diría que no definitivamente: «Mi tesis es que puede evitarse la perspectiva de una decadencia general si los dos campos, el social y el político, se organizan en una relación de total autonomía, sin superposiciones ni invasiones de un campo en el otro», explica Riccardo. De «autonomía» que nosotros, españoles, decimos independencia. Por cierto, hay que recordar a nuestros amigos italianos que Giuseppe Di Vittorio utilizó este término, «independencia sindical» en una rara ocasión: en una postal de felicitación de Navidades a Palmiro Togliatti como respuesta a otra del dirigente comunista donde le recordaba la primacía del partido. Una extraña manera ésta de felicitarse en las Pascuas de esta manera.

 

En todo caso, tiene interés que Terzi afirme que «el concepto mismo de «autonomía» aparece como insuficiente, y se configura más bien como una especie de “alteridad”», una relación entre las dos esferas, no como signo de complementariedad sino de exclusión y conflicto». Leamos detenidamente: nuestro amigo italiano nos propone pasar de la autonomía a la alteridad. Que yo interpreto de la siguiente manera: de la alteridad del sindicato surge la independencia. Ahora bien, si he entendido bien: ¿por qué dar por sentado que dicha independencia conlleva, naturalmente, la exclusión y el conflicto? Damos por hecho que la alteridad del sindicato puede llevar a un conflicto con la política, ejemplos hay a espuertas. Pero, también es verdad, que uno (el sindicato) y otro (la política) pueden compartir, desde la autónoma e independiente personalidad de cada cual, diversamente unos determinados objetivos que favorezcan la tutela y promoción de los intereses del conjunto asalariado y de la población.

 

Mi punto de vista es que nada impide que ambos compartan diversamente unos determinados objetivos. Diversamente quiere decir: cada cual con sus propios planteamientos, medios e instrumentos; cada cual asumiendo que los partidos tienen un objetivo inmediato: la representación en clave política para acceder a la guía institucional del país. Una cosa es la independencia del sindicalismo que, por definición, rompe con la vieja correa de trasmisión y, también, el sucedáneo de «partido o gobierno amigo», y otra cosa (bien distinta) es la renuncia a compartir diversamente con la política una serie de objetivos. Esto es lo que o bien no parece claro en Terzi o yo no he sabido encontrarlo en su ensayo.

 

Es hora de acabar: entiendo, como Paco Rodríguez de Lecea, que esta «provocación» de nuestro amigo Riccardo es una notable aportación al sindicalismo, que va más allá del próximo congreso de la Cgil. Los sindicalistas no deberíamos echar en saco roto lo que expresa e insinúa este sindicalista que tiene fama de incómodo.  Por ello es recomendable leer a Terzi despaciosamente y, sobre todo, no achacarle cosas que no dice y ni siquiera sugiere.  

 

Queridos amigos Riccardo, Isidor y Paco: no me gusta la expresión «base ideológica» que utilizáis en la discusión. Acordaros de la diatriba del barbudo de Tréveris: «la ideología es la deformación de la realidad en la mente», de un lado; y la más atinada formulación del amigo sardo, Antonio Gramsci, que prefería el concepto de «praxis». Lo que viene a cuento por los matices y contramatices de lo que plantea Terzi, esto es, de la influencia exterior de la “ideología” en el sindicato. Dice Paco que esa base ideológica «contra lo que piensa Isidor, no desciende al sindicato desde el mundo de la política…», después aclarada por el mismo Isidor. Pues claro que, en no pocas ocasiones, viene de la política. ¿Será necesario recordar hasta qué punto, ahora sin ir más lejos, están apareciendo brotes de nacionalismo, en sus diversas variantes, en determinadas organizaciones sindicales, provinentes de una extraña relación entre sindicato y política?    

 

 

Pide la palabra Paco Rodríguez de Lecea



Muy bueno lo tuyo. A efectos hipertextuales, sospecho que el énfasis de Terzi en relación con el rechazo entre política y sindicato viene de la situación de ruptura en que se encuentran las centrales italianas, toda ella derivada en efecto de ideologías que descienden al sindicato desde el mundo de la política. Riccardo pide romper de forma drástica con esa dinámica y construir una “ideología” sindical propia, y no predicada desde las alturas sindicales (las “poltronas”, que decían los zorrocatas) sino elaborada de abajo arriba y, se supone, a través de diversas síntesis (tema al que aludía Isidor: hay dos momentos de síntesis, un en el interior del sindicato a partir de las diferentes experiencias puestas en común, y otro en la propuesta que el sindicato hace al mundo exterior de la política; en esta segunda síntesis, el sindicato, dice Terzi, debe esforzarse en proponer prioridades que, teniendo un origen “de parte”, contengan unos objetivos lo más generales y asumibles para la mayoría. Con ello trata de volcar en su favor la correlación de fuerzas, pero su planteamiento es propio, genuino, no tomado en préstamo de nadie (malament si no es así). Imagino que Isidor no se sintió demasiado cómodo, como me pasó a mí, al emplear en ese sentido el término “ideología”, porque los dos hemos leído con devoción al barbudo de Tréveris; pero era la expresión de Terzi, y no se nos cayeron los anillos por elucubrar sobre ella. “Praxis” habría sido perfecto, porque además recoge de forma muy plástica la forma como se genera y se desarrolla esa concepción e interpretación del mundo. Saludos, Paco. 

 

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