miércoles, 27 de noviembre de 2013

ESTA DEMOCRACIA AUTORITARIA Y LOS SINDICATOS




Parece evidente que hay una estrecha relación entre el tipo de políticas económicas y sociales y las medidas que se están tomando en el terreno de las libertades. El caso es que ambas están conformando lo que podríamos calificar, sin empacho, como una «democracia autoritaria». Este vínculo entre lo uno y lo otro no se refiere a la crisis económica; se trata de utilizar, sin embargo, esta situación angustiosa de amplias capas de la sociedad, especialmente las menos protegidas, para cercenar bienes democráticos desde el centro de trabajo hasta los derechos civiles, cuya expresión más sangrante es el telón de cuchillas, llamadas concertinas para no infundir sospechas o el proyecto de ley de seguridad ciudadana que atenta gravísimamente contra el ejercicio del conflicto social. Unos bienes democráticos que, no pocos de ellos,  son llamados, desde esa democracia autoritaria, privilegios. Es una contrarreforma en toda la regla que está distorsionando la lengua a partir de una sociolingüística impuesta desde arriba. Ya habló e ella el maestro de sindicalistas Vittorio Foa en su bello libro Las palabras de la política (1). Claro que sí: palabras de la política que se van trasladando a un garrulo sentido común. Algo de eso dejó escrito Andrea Greppi: «… están teniendo lugar intensos desplazamientos semánticos que vacían de contenido las categorías elementales del léxico político» (2). Unos desplazamientos impuestos, naturalmente, desde arriba. O que acaban dando pie al transformismo de la flexiseguridad en flexiprecariedad, como apunta agudamente Rafael Borrás en un artículo reciente en el Diario de Mallorca (3)    

Digamos, pues, que la reforma laboral no fue una operación que se orientaba solamente a demoler bienes democráticos del universo del trabajo sino el inicio de un itinerario de más calado: el cuaderno de bitácora de la democracia autoritaria. ¿Habrá que seguir insistiendo en que la potente ofensiva contra el sindicalismo confederal (y el Derecho del trabajo, no se olvide) es la punta más visible de un iceberg que se orienta a la deforestación del mayor caudal posible derechos?.

A mi entender, la estrategia es la siguiente. De un lado, romper la conexión entre el sindicalismo confederal y el conjunto asalariado y, de otro lado, convertir el sindicalismo en una «agencia técnica» que acompañe acríticamente –y, por lo tanto, de manera subsidiaria— las políticas actuales, llamadas impropiamente de austeridad. Pues, según los autoritarios, derechos, poderes y controles desde abajo estorban, interfieren ese dogma tridentino del «no hay alternativa». O sea, en esta gran fase de reestructuración capitalista y de revolución industrial se tiende, desde arriba, a la desertificación de los sujetos críticos. En otras palabras, hay que destruir la relación con los trabajadores como elemento distintivo de la constitución material del sindicalismo de matriz confederal. Porque ese «elemento distintivo» es la garantía aproximada de la independencia y autonomía del sujeto social, y como la forma básica de representación de los asalariados es su organización sindical en el centro de trabajo es ahí donde hay que poner el hacha. Pero ese hacha apunto al conjunto de elementos del cuadro democrático. Y ya no se trata sólo de impedir el avance hacía una mayor democracia sino a descuartizar una buena parte de lo conseguido.

La democracia no es imparcial o, al menos, no debe serlo. Es ante todo un contenido cualificante. No es simplemente una forma sino, en esencia, un contenido. Y hacia ese contenido es donde se apunta. Insisto: desde el centro de trabajo. En ese sentido, vale la pena situar en qué momento parece iniciarse el nuevo rumbo hacia otro modelo de democracia («modelo» en el sentido como lo entiende C.B. Macpherson en su celebrado estudio sobre La democracia liberal y su época). Sugiero que revisitemos el libro de un joven Antonio Baylos Derecho del trabajo: modelo para armar (Trotta, 1991) donde el autor centra su reflexión en lo que denomina el proceso de «autolegitimación de la empresa capitalista», de un lado, y el inicio del «destronamiento» del contrato de trabajo y la relación comunitaria de trabajo, de otro lado. Es la praxis neo autoritaria de la centralidad de la empresa capitalista que intenta imponer sus condiciones (y, en no pocas ocasiones, lo consigue) provocando negociaciones fantasma bajo el lema de «lo tomas o lo dejas». Pongamos que hablo de los diez últimos años de la dirección de Panrico y la solución última del conflicto reciente.   


En apretada síntesis: estamos ante una situación que se va exasperando hasta el día de hoy donde «triunfa una economía que mata», según el Papa Francisco: una frase inquietante que habrá provocado más de un retortijón en curias y covachuelas institucionales, en palacios del management y casinos de alto alterne (4). Aunque, tal vez, en vez de sentirse aludidos se han sentido adulados. Ahora bien, una economía «que mata» necesita un eje de coordenadas adecuado a tal objetivo: la democracia autoritaria. Este es el problema central que tenemos en no pocos países, y en lo que a nosotros nos afecta el carácter de Mariano Rajoy, el Aznar Chico. También en Europa. Pues bien, contra esa reducción del perímetro democrático se está movilizando el sindicalismo confederal y ese movimiento de movimientos al que hemos hecho alusión en otras ocasiones.

Querida Carme Casas,  Espérame en el cielo:   http://www.youtube.com/watch?v=uFAdhLlDyBk

 

(2) Andrea Greppi. Concepciones de la democracia en el pensamiento político contemporáneo. (Trotta, 2006)



lunes, 25 de noviembre de 2013

LOS SINDICATOS, LA CUMBRE SOCIAL Y RUBALCABA

Recuerdo a los amigos, conocidos y saludados que, en cierta ocasión –concretamente en puertas de unas elecciones autonómicas en Cataluña--   Artur Mas firmó ante notario que no pactará con el PP si gana las elecciones. De sobra saben ustedes en qué quedó aquella promesa. De ahí que podamos llegar a una conclusión (todo lo provisional que se quiera) de que una cosa es la «razón electoral» y otra, bien distinta, es el cumplimiento, incluso ante un notario, de la palabra dada. Y no les hablo de la nula relación entre razón electoral y la palabra dada en el Partido Popular. Mariano Termidor y sus parciales saben de ello lo suficiente –y nosotros también--  para no abundar en la materia. Viene a cuento esta introducción para resaltar la promesa, hecha por Rubalcaba, de que si gana las próximas elecciones generales pondrá patas arriba la agresiva legislación del PP en materias tan sensibles como la reforma laboral, de educación y todo lo atinente a las libertades.

Quede claro: ni se me ha pasado por las mientes que todos los mentados sean iguales. Eso es tan falso como los viejos duros sevillanos, esto es, aquellas monedas de cinco pesetas de antañazo. Dicho lo cual, como elemento pedagógico, no puedo dejar en la cuneta que a mis años he visto muchas distorsiones entre la palabra dada y la razón electoral, muchos pelillos a la mar tras el cambio de la tortilla gubernamental. Por ello, sin relación alguna con la desconfianza, aunque sí con la cautela, me atrevería a plantear al PSOE algunas  amables consideraciones. Son las que vienen de seguida.

¿No sería pertinente que Rubalcaba hiciera llegar a los sindicatos y al conjunto de movimientos sociales –pongamos que hablo de la Cumbre Social--   un documento oficial sellando tan solemne compromiso? ¿No sería oportuno que, además, se indicaran las líneas maestras de en qué dirección irían las novaciones legislativas tras la derogación de toda la deforestación que ha puesto en marcha Mariano Termidor y los suyos? Por otra parte, comoquiera que no tenemos garantías de que Rubalcaba  liderará la alternativa en las próximas elecciones generales (ni un servidor es quién para decir quién debe serlo), parece conveniente que esa palabra dada por el primer dirigente del PSOE sea patrimonio de toda la organización. De aquí que la solemnidad del documento requerido deba ser no sólo personal sino «de partido».

Naturalmente, mientras tanto, habrá que seguir insistiendo en la famosa observación de William Shakespeare: «fuertes razones hacen fuertes acciones». Esta será la mejor garantía para frenar ahora todo lo posible el gran desmán del Partido Popular. Y mañana una aproximación al cumplimiento de Rubalcaba frente a los poderes intimidantes, y de esa manera desmentir tajantemente a otro inglés famoso,  Alexander Pope,  que escribió aquello de «los tontos se meten en sitios en que los ángeles titubean antes de pisar».

Repito: no es desconfianza. Es una llamada de atención a que lo prometido no puede ser un pronto para cargar mediáticamente, buscando a la desesperada un titular llamativo, contra Mariano Termidor y los suyos. Lo que propongo porque sería una descortesía si a alguna organización se le ocurriera descabelladamente pedir lo mismo.

      

domingo, 24 de noviembre de 2013

LA MOVILIZACIÓN DE ESTE FIN DE SEMANA: ESE MOVIMIENTO DE MOVIMIENTOS


El proceso de movilizaciones, que viene de muy atrás, remachado nuevamente en las movilizaciones de ayer y hoy, tienen como objetivo señalar de manera contundente la oposición ciudadana a todo el paquete de medidas del gobierno en materias muy sensibles. Es una respuesta tan contundente como pacífica. Que viene a incidir en la rentabilidad de la acción colectiva, cuya muestra más reciente ha sido la ya histórica huelga de las limpiezas y jardinería de Madrid, capital de la Gloria.

Este «movimiento de movimientos» es autónomo e independiente de los partidos políticos, incluidos los de izquierda, pero no es indiferente del cuadro político e institucional. Más todavía, es pacíficamente beligerante a favor de una nueva guía en la dirección política e institucional del país. Y lo hace en demanda de un cambio drástico de las medidas económicas y sociales y, vinculado estrechamente a ello, por la regeneración democrática del país. La masividad e insistencia de este movimiento de movimientos ya no es posible que sea ignorado o ninguneado. Está ahí, no sólo circunscrito a las ciudades más importantes sino extendiéndose a todo el territorio español. Más todavía, se trata de una alianza implícita entre el conjunto asalariado y las capas medias, que también están sufriendo un acelerado proceso de empobrecimiento. Esta «alianza» es un fenómeno nuevo, que conviene ser analizado con rigor y pormenorización.

Naturalmente, este proceso tiene una lectura social (o, si se prefiere, sociopolítica), pero nos empuja, naturalmente, a otra lectura, ésta de carácter político; a saber, la necesidad de que los movimientos sociales, desde su independencia y autonomía, compartan diversamente un paradigma de cambio con las formaciones políticas de izquierda partidarias de darle la vuelta a la tortilla. Cierto, no se trata de que el movimiento de movimientos sea la fiel infantería de nadie. Esto es algo que siempre hay que recordar (no sólo) a los partidos políticos.

En todo caso, me parece que algo es una verdad (siempre aproximada) a esto: el problema de fondo es de naturaleza eminentemente política. Porque este gobierno (y las derechas de diverso pelaje) no es sólo el propulsor de un acelerado proceso termidoriano sino la triste garantía del freno histórico en España en todos los terrenos.

Por lo demás, se debería tener en cuenta lo que Antonio Baylos apunta cuando vincula el proceso de movilizaciones a las elecciones europeas que están a la vuelta de la esquina:  En el territorio español, sin embargo, las elecciones europeas se interpretarán exclusivamente en su vertiente interna, y es previsible que este reduccionismo se extienda a la campaña electoral, como un aval o por el contrario un desmentido a la política del gobierno del PP. Esta "interiorización" del espacio electoral europeo es sin embargo un error, porque no permite discutir ni que se integre en el espacio de la publicidad que permite las elecciones, sobre las opciones concretas que se deben adoptar en la política europea y en la necesidad de una nueva institucionalidad de la misma, así como el significado y la relevancia de éstas. Tiempo habrá no obstante para abordar este y otros temas. (1)   

Como dice Baylos: tiempo habrá para abordar éste y otros temas. Vale




viernes, 22 de noviembre de 2013

LA LEY TERMIDORIANA DE SERVICIOS MÍNIMOS


Se ha dicho que la ley de servicios mínimos que propone Mariano Rajoy «es inoportuna». Esta expresión me parece aproximadamente ambigua porque no me aclara –lamento mi incapacidad de interpretación--  si dicha inoportunidad es coyuntural o de largo recorrido. Yo hubiera preferido una respuesta más templadamente contundente: «No ha lugar». Así, en mi opinión, se hubiera dado una contestación clara y sin ningún tipo de equivocidades.

La relación entre esta propuesta (la ley de servicios mínimos) y la referente a la seguridad ciudadana forman parte inseparable del carácter termidoriano del gobierno del Partido popular. Se trata de reducir los derechos y controles democráticos a su más mínima expresión para acabar siendo un perifollo que, además, se tolera en clave de fastidio. No es sólo, ni principalmente, un pronto sobrevenido tras el fracaso de la huelga de las limpiezas y jardinería de Madrid: es el enésimo intento de convertir el sindicalismo en un sujeto paliativo, en una agencia técnica. De manera que esta acción madrileña ha sido tomada como excusa, y tal vez lo que ha irritado más a los termidorianos ha sido la muestra de simpatía y apoyo de la ciudadanía.

Entiendo que los sindicatos deben enfrentarse  a la propuesta gubernamental de dos maneras. La primera, dejando con claridad que nos oponemos sin ningún tipo de reserva mental; la segunda, planteando sin mayor dilación un código de autorregulación del conflicto. La primera tiene un carácter de «defensa»; la segunda, de «proyecto». Y es sobre ésta sobre lo que me permito aclarar las cosas.

La filosofía de la «autorregulación de la huelga» parte de la siguiente consideración: quien convoca un conflicto lo gestiona autónomamente en todos sus pormenores. Vale la pena aclarar que dicha autorregulación no significa no realizar el conflicto sino hacerlo en otras condiciones. Más todavía, la autorregulación de la huelga es un acuerdo, plasmado en un código de conducta, elaborado sólo y solamente por los actores del conflicto sin ningún tipo de interferencias externas. Así pues, en el mentado código debería dejarse claro en qué condiciones se ejerce el conflicto.

La «autorregulación de la huelga» sólo se refiere a los servicios esenciales de la comunidad; esto es, a los sectores donde se ven involucrados la ciudadanía. Pongamos que hablo de la sanidad,  enseñanza y algunos transportes públicos. Lo que excluye taxativamente a la industria. Se aclara a los poco informados: una cosa son los servicios esenciales a la comunidad y otra, muy diferente, los servicios mínimos.

Ya hemos dicho más arriba que quien convoca el conflicto debe gestionarlo autónomamente. Eso quiere decir, hablando en plata, que son los actores del conflicto quienes deben determinar, también autónomamente, qué servicios mínimos (o retén) hay que situar en los servicios esenciales a la comunidad que están haciendo uso de ese bien democrático que es el ejercicio de la huelga sin interferencias externas.

No es la primera vez que planteo este tema. Sobre ello vengo insistiendo desde los primeros tiempos de la democracia, y debo reconocer que sin ningún éxito (1). El sindicalismo, sin embargo, ha preferido ir por otra vereda. Es más, su desconsideración a la propuesta de  la «autorregulación» ha llevado en no pocos sectores a lo siguiente: una confusión entre servicios esenciales a la comunidad y los servicios mínimos; y una actitud confusa sobre los servicios mínimos. Sobre esto último diré lo siguiente: en ciertos sectores se han convocado huelgas esperando que la Administración dictara unos servicios mínimos desconsideradamente desproporcionados para justificar el escaso seguimiento del conflicto. El derecho al pataleo siempre fue, en estos sectores, el recurso a los Tribunales que, después de mucho tiempo, dieron la razón a los convocantes de aquel conflicto. Aunque también es verdad que, en otras ocasiones (las más e incluso las exitosas) los sindicatos combatieron corajudamente los servicios mínimos y, tras la denuncia, consiguieron repetidamente que los Tribunales reprocharan a los poderes públicos –algunas veces años más tarde— el abuso que conscientemente habían hecho.

En apretada conclusión: los sindicatos deben oponerse a la propuesta de ley de servicios mínimos vinculando esa oposición a un proyecto alternativo de código de autorregulación de la huelga.   

      
(1)                         JLLB. "L' acció sindical en els serveis públics". Nous horitzons, Abril 1979.

JLLB. Razonando el protocolo de servicios mínimos en:  http://www.comfia.info/noticias/37445.html


   

jueves, 21 de noviembre de 2013

LA PIRÁMIDE DE EDAD DE LOS SINDICATOS




Los demógrafos de toda condición afirman que cada doce meses que pasan somos un año más viejos. Ignoro cómo califican eso que los antiguos llamaban «ley de vida».  Pues bien, lo uno y lo otro queda fijado en esa convención de las pirámides de edad que, en un abrir y cerrar de ojos, nos dan cumplida información del estado de la cuestión.

De lo anterior podemos sacar una primera conclusión (tal vez estremecedora para algunos), a saber: cada doce meses, también, los sindicalistas tienen un año más. Lo que requeriría una atenta reflexión de quienes están ocupados preferentemente en las cosas organizativas, vale decir, en la representación externa del sindicato y en la estructuración interna de la organización. Lo que es esencial para el proyecto, entendiendo por tal «el programa-que-se-organiza» tanto hacia fuera como en el interior de la casa.

Así las cosas, parece conveniente que los sindicatos dispongan de una información veraz de los grupos de edad (etarios) de sus respectivas estructuras. Lo es tanto para el presente como, en especial, para el medio y largo plazo. Y, a partir de ahí, sacar las debidas conclusiones de trabajo. Si el sindicato,  hablando en prosa, es también una agrupación de intereses es de cajón que esté interesado en saber cómo está conformada su representación, ya que está comprobado empíricamente que el carácter de ella indica qué tipo de tutelas propone y a qué colectivos se dirige.

Si dispusiéramos de un estudio solvente de la pirámide de edad estaríamos en condiciones de saber qué relación existe entre población asalariada y población sindicada; qué relación hay entre representación exterior erga omnes y el conjunto de los asalariados; qué relación existe entre comités de empresa y dicho erga omnes. Naturalmente todo ello por grupos etarios y sexos. Porque ello nos daría una idea, no de la fotografía sino de la diapositiva  (o película, mejor) de cómo van cambiando las cosas cada año que pasa.

Es cierto, hay algunos estudios al respecto, algunos de ellos muy valiosos. Por ejemplo, las investigaciones que hicieron en su día Ramon Alós, Pere Jódar, Joel Martí, Antonio Martín, Fausto Miguélez y Oscar Rebollo en La transformación del sindicato: estudio de la afiliación de CC.OO. de Cataluña (Viena Serveis Editorials, 2000). Dichos autores, reputados científicos sociales, son gente que conoce el paño. Pero dicha investigación –pormenorizada donde las haya— data del año 2000.  Se infiere, pues, que mucho ha llovido desde aquellos entonces en los campos de Parapanda. Por lo tanto, en estos últimos trece años, muchos de los encuestados entonces ahora, como dice el tango, «con el paso del tiempo platearon su sien». Y, si las cosas son de este modo (y no de otro), no hay más remedio que variar la tradicional contabilidad organizativa para convertirla en potentes instrumentos de adecuación a la realidad de los representados.

Hemos dicho más arriba que desde 2000 mucho ha llovido en Parapanda. Citaremos tan sólo las que más convienen a lo que estamos tratando: la estructura del empleo, las crisis desde hace cinco años, la desvertebración del mercado de trabajo y los nuevos agentes y movimientos sociales en presencia. Las preguntas que, como mínimo, me hago son: ¿en qué interfiere todo ello a la percepción que se tiene del sindicalismo por parte del mayoritario conjunto de la población no afiliada? ¿qué merma –si este es el caso—ha sufrido el sindicalismo en capacidad de control, poder e influencia en el último periodo, a pesar del gigantesco proceso de movilizaciones en curso? Y en todo ello, si es el caso, ¿qué responsabilidad tienen el carácter de la representación y la forma-sindicato? Vale. 

     

miércoles, 20 de noviembre de 2013

EL CONSEJO: CON ÉL LLEGÓ EL ESCÁNDALO Y EL CONCHABEO




Siento una profunda antipatía –es más, un enojo enorme— por el apaño para la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Vale que las derechas centralistas y periféricas hayan reeditado sus prácticas de ayer. Pero es suficientemente llamativo que, cuando las izquierdas (tanto la que «ha vuelto» como la que «no se fue») afirman que es necesario un proceso de regeneración de la democracia, éstas vuelvan a la tristemente célebre técnica de la consociación que en Italia la llaman lottizzazione y los antiguos denominaban conchabeo.

Las cosas tan claras como el agua clara: los partidos políticos nuevamente se han repartido en lotes (de ahí eso de la lottizzazione) sin ningún tipo de remilgos. O sea, lo que es de España es de los (partidos políticos) españoles. Vinazo peleón en odres de pexiglás.

Ahí están, ahí están –viendo pasar el tiempo como la Puerta de Alcalá--  las puertas giratorias: unas que vienen de antaño; otras, como la representante de Convergència i Unió, que deja el escaño para sentarse en el Consejo. Una institución que, tras la zarrapastrosa mano de pintura reciente, cuenta con una chocante estructura: simultanear la condición de juez en activo con la de miembro del poder judicial. Lo que me trae a la memoria los chicoleos de aquel Arlequín servidor de dos amos,  que nos dejó Carlo Goldoni. Que, en el caso que nos ocupa, se concreta en una confusa adscripción, simultáneamente, a lo público y a lo privado.

Una de las preguntas que me vienen a la cabeza es: cuando se habla de regeneración de la vida democrática y, por inclusión, de los partidos políticos ¿se está pensando en una operación lampedusiana? Porque, visto lo visto con relación al Consejo más parece que no se desprenden del feo vicio del todalitarismo (no hay que confundirlo, ¡ojo!) con el totalitarismo. El todalitarismo (meterse en todo) sería introducirse en todos los resquicios de la vida institucional para –lo diremos con suavidad terminológica--  no perder comba: es el bastardo acaparamiento de las instituciones.  

Apostilla.— Oigan, no hablen de regeneración en vano.

LA "HUELGA GENERAL" DE ESQUERRA REPUBLICANA DE CATALUNYA

Junqueras amenaza al Estado con parar la economía catalana una semana. Y, se supone, que tras ello se quedó tan pancho. Al día siguiente, agobiado por el aluvión de críticas que le vinieron (incluso desde sus aproximados socios de gobierno en Cataluña) utiliza la sintaxis de la politiquería instalada: «no, yo no me refería a una huelga general». Pero nos quedamos sin saber exactamente qué quería decir el presidente de Esquerra Republicana de Catalunya. Sin embargo, no será un servidor quien le lleve la contraria al primer dirigente de ERC cuando afirma que «no se trata de una huelga general». Pero entonces queda algo en el aire, si no se refería a ese tipo de acción, ¿por qué, en su primera intervención, se pregunta acerca de las repercusiones en el PIB de España de esa paralización? Más todavía, ¿no afectaría “lo que fuera” al PIB de Cataluña? Todo un desparpajo que todavía no ha sido aclarado.

Que Junqueras se sienta auto legitimado para convocar una huelga general –si este es el caso realmente--  no es cosa de ponerlo en duda. Porque cada sujeto político, en el pleno ejercicio de su autonomía, puede convocar una acción democrática. El problema es, en todo caso, qué le lleva a pensar que los agentes que verdaderamente, y no de forma retórica, pueden no sólo convocarla sino, sobre todo,   llevarla a cabo estarían por la labor. 

Afortunadamente el partido capaz de dictar a los movimientos sociales qué deben hacer (para qué, por qué y cuándo) ya no está ni se le espera.  Es más, las correas de transmisión son ya pura herrumbre y, según parece, son pocos quienes las añoran.

Mientras tanto, acusamos recibo de lo siguiente: el silencio de Junqueras en torno a una serie de conflictos de mucha envergadura, pongamos que hablo de Alstom y Panrico.



Radio Parapanda. Emitiendo una serie de trabajos sobre la huelga de la limpieza y jardinería de Madrid.


Bruno Estrada: La huelga de basuras de Madrid

 

Héctor Maravall: La huelga de basuras de Madrid

 

José Luis López Bulla:  LA HUELGA DE LAS LIMPIEZAS DE MADRID, CAPITAL DE LA GLORIA

 

Antonio Baylos: ESTUDIO DE CASO: LA HUELGA DE LIMPIEZA DE MADRID

 


Joaquín Pérez-Rey.  Juego sucio en la huelga de la limpieza: http://www.eldiario.es/zonacritica/Juego-sucio-huelga-limpiezas_6_198490163.html

Marta Rojo. Los trabajadores de la limpieza viaria han vencido después de 12 días de huelga: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=6433



martes, 19 de noviembre de 2013

LA VISIBILIDAD DEL CONFLICTO SOCIAL



Mientras los trabajadores de limpieza y jardinería de Madrid estaban en huelga (de la que salieron unidos y victoriosamente) una serie de centros de trabajo del sector industrial estaban, igualmente, ejerciendo el conflicto (1). Pero mientras los primeros tuvieron una espectacular visibilidad en su acción colectiva, los segundos parecían confinados en el interior del perímetro de sus empresas. A simple vista, pues, parecería que las huelgas en la industria están destinadas a ser –por decirlo de alguna manera—ocultas a la opinión pública o no ser publicitadas. Y, sin embargo, esto no fue así en otros tiempos.

Hasta hace relativamente poco, los conflictos industriales han tenido una espectacularidad considerable. ¿Qué ha ocurrido? ¿Tal vez el la disminución de los trabajadores industriales es, en parte, la consecuencia de ello? ¿es quizás la inadecuación de la estrategia mediática de los organizadores de esos conflictos o es el propio sindicato quien adolece de una publicitación del ejercicio del conflicto en dichos sectores? Porque, ciertamente, en otros tiempos no siempre fue así.

Primero. Parto de la siguiente consideración: las huelgas en los sectores públicos o las que afectan a los sectores al público tienen como característica, a efectos de lo que me propongo decir, la tradicional confrontación entre la empresa y los trabajadores en conflicto pero a la vez sus consecuencias afectan, de una u otra forma, a la ciudadanía que usa tales servicios;  en la industria el conflicto se refiere a las dos partes de siempre, sin que parezca que hay terceros involucrados. De manera que, en el primer caso, por razones obvias la visibilidad está asegurada, mientras que en el segundo escenario, por lo general, el conflicto no pasa de las puertas del centro de trabajo.

Segundo.  Así las cosas, parece oportuno reclamar una mayor atención a cómo se arropa un conflicto industrial (nos estamos refiriendo en el centro de trabajo) a través de una llamativa técnica mediática. Cosa que, naturalmente, debería empezar por los trabajadores afectados. Tal vez buceando en el interior de la historiografía del movimiento sindical podamos encontrar unos referentes útiles al respecto. En todo caso, llamo la atención de un hecho evidente: es magnífico el derroche de ingenio que aparece en las redes sociales ante cualquier circunstancia. Busquemos también por ahí. 



(1)    LA HUELGA DE LAS LIMPIEZAS DE MADRID, CAPITAL DE LA GLORIA: http://lopezbulla.blogspot.com.es/2013/11/la-huelga-de-las-limpiezas-de-madrid.html



lunes, 18 de noviembre de 2013

LA HUELGA DE LAS LIMPIEZAS DE MADRID, CAPITAL DE LA GLORIA


Ahora toca lo siguiente: quitarse el sombrero, alzar la copa y brindar a la salud de los trabajadores y trabajadoras de las limpiezas de Madrid y sus familias. Tiempo habrá de los necesarios análisis que, en primer lugar, corresponden a los protagonistas; ahora es el momento de la alegría contenida. En todo caso, no me resisto a dar algunas pinceladas de celebración.

La primera: la plantilla se ha enfrentado, durante trece días, a ese mensaje tan rotundo como aborrecible del «es lo que hay», un constructo que alguien recalcó, en sentido contrario, durante el programa Salvados, dedicado al Precariado, dirigido por ese potente Jordi Ébole. «Es lo que hay» como símbolo de impotencia y resignación. La segunda: la plantilla sale de esta larga huelga unida y sintiéndose ganadora. Es más, constatando que un sector relevante de la ciudadanía madrileña le ha mostrado afecto y comprensión. Se trata, de una parte, de una unidad manifiesta entre los trabajadores entre sí y de ellos con los sindicatos; y, de otra parte, de una relación amable de todos con una ciudadanía que, en no pocos casos, ha tenido que verse representada por los protagonistas de la huelga. Así pues, se deberá reflexionar por qué en otras ocasiones similares, dentro del mismo sector, el conflicto no ha contado con la simpatía –es más, provocando bolsas de hostilidad--  de los vecinos. ¿Madurez o solidaridad de los habitantes de Madrid? ¿Hartazgo de ese fatídico «es lo que hay? Sea como fuere –o tal vez por ambas cosas a la vez--  unos y otros han escrito un jalón en la historia de la acción colectiva democrática.

Por lo demás, han sido trece días de lucha contra la impunidad. De una impunidad a la que querían acogerse las empresas que ofrecían unas condiciones de basura. Que planteaban con tétrico desparpajo ese «es lo que hay». Pues bien, como un espejo, los huelguistas, devolviendo la metáfora, se plantaron y dijeron: por nuestra parte, esto «es lo que hay».

Me permito un ruego: escribid el relato de los orígenes del conflicto, del desarrollo de la huelga, de los estados de ánimo, de todos esos pormenores que podríamos llamar la antropología de la huelga. Eso no puede quedar en el aire porque la memoria es frágil. Y algunos la retuercen, basta con decir que la alcaldesa, la Thatcher Chica, ha declarado que el resultado de que no haya despidos se debe a la reforma laboral. 

Desde Pineda de Marx os saluda José Luis López Bulla, que ha rejuvenecido cuarenta años.


domingo, 17 de noviembre de 2013

UN CAMBIO RADICAL HACIA OTRO CONTRATO SOCIAL


Homenaje a los libreros




Nota editorial.--  El lector tiene en sus manos la reflexión que nos propone Kemal Dervis (1), recientemente aparecida en el blog hermano En campo abierto. Como se verá más adelante, el autor propone cuatro cuestiones, orientadas a la reforma del Estado de bienestar, que a buen seguro interesarán a los sindicalistas y a las fuerzas de izquierda. De entrada, el lector notará unas potentes resonancias de nuestro amigo Bruno Trentin, que puede consultar en  http://baticola.blogspot.com.es/  Los elementos centrales son: la formación a lo largo de todo el arco de la vida y su vinculación el tiempo de trabajo, el tiempo de trabajo vinculado a la jubilación y la flexibilidad negociada.  Que el autor condensa en un audaz  planteamiento trentiniano: «una amplia y revolucionaria reformulación de la educación, el trabajo, la jubilación y el ocio». Y, sin más, damos la palabra al autor, no sin antes agradecerle dos cosas: una, haber seguido el consejo de nuestro Baltasar Gracián («lo bueno, si breve, dos veces bueno»); otra, no hablarnos de infinitas prioridades, en la línea del viejo filósofo de Parapanda («más de cuatro prioridades equivalen a ninguna»).    

Por Kemal DERVIS

Hoy en todo el mundo el persistente desempleo, la falta de correspondencia entre habilidades y oportunidades, y las reformas a los sistemas de pensiones se han convertido en elementos centrales de la política fiscal y los debates, a menudo feroces, que la rodean.

Los países desarrollados se enfrentan a un problema inmediato de envejecimiento de su población, pero la mayoría de las economías emergentes se encuentran asimismo en medio de una transición demográfica que tendrá como resultado en apenas dos o tres décadas una estructura etaria similar a la de las naciones avanzadas, es decir, una pirámide invertida. De hecho, China llegará a ese punto mucho antes.
El envejecimiento de la población (y los costes de salud relacionados) constituye el principal reto fiscal en estas sociedades. Para mediados de este siglo, la expectativa de vida a los 60 habrá aumentado en cerca de diez años con respecto al periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando se fijaron las actuales edades de jubilación.

Al mismo tiempo, el empleo se ve afectado por numerosos problemas. La debilidad de la demanda tras la crisis financiera global de 2008 sigue siendo un factor clave en Europa, Estados Unidos y Japón. Pero además en los mercados del trabajo están pesando problemas estructurales de más largo plazo.

El factor central es el hecho de que la globalización origina constantemente cambios en las interrelaciones de las ventajas comparativas, creando serios desajustes cuando los empleos que se crean en las nuevas actividades no necesariamente se compensan los que desaparecen. En todo caso, la mayoría de los nuevos puestos exigen habilidades distintas, lo que implica que quienes pierden sus empleos en los sectores en desaparición tienen pocas esperanzas de encontrar uno nuevo.

Más aún, los avances tecnológicos cada vez permiten “ahorrar más mano de obra”: los ordenadores y los robots reemplazan a los trabajadores humanos en ambientes tan diversos entre sí como los supermercados y las líneas de ensamblaje de automóviles. Considerando la volatilidad de las perspectivas macroeconómicas, muchas empresas se muestran reluctantes a contratar nuevos empleados, llevando a un alto desempleo juvenil en todo el planeta.

Del diagnóstico realista a las soluciones radicales

Es poco probable que los cambios menores que se puedan ir haciendo a los sistemas actuales, tal como están diseñados, sean suficientes para dar respuesta a las fuerzas tecnológicas, reducir las tensiones sociales y los temores de los jóvenes, ni solucionar las cargas fiscales en aumento. Se necesita una reevaluación radical del trabajo, la formación, la jubilación y el ocio. Varios principios son centrales para cualquier reforma global que se haya de emprender.

§                     Para comenzar, la formación y el desarrollo deben convertirse en un proceso que dure toda la vida, iniciándose con la escolaridad formal pero siguiendo con capacitación en el lugar de trabajo e intervalos de educación de tiempo completo en diferentes momentos. Los programas de inserción laboral para jóvenes se deben convertir en parte normal de la formación profesional y laboral, con exenciones de la obligación de aportar a la seguridad social durante los primeros uno o dos años laborales.

§                     Además, las políticas públicas deberían estimular una mayor libertad de opciones. Por ejemplo, cada diez años un trabajador podría tener la oportunidad de estudiar un año en el sistema formal, financiado en un tercio por el empleador, un tercio con fondos públicos y el otro tercio con sus ahorros personales (las proporciones podrían variar según la franja de ingresos a la que pertenezca).

§                     Un segundo principio es que la jubilación debería ser un proceso gradual. La gente podría trabajar un promedio de 1.800 a 2.000 horas al año hasta llegar a la cincuentena, bajar a unas 1.300 a 1.500 horas al inicio de los sesenta, y apuntar hacia las 500 a 1.000 horas a medida que se alcanzan los 70. Por ejemplo, una enfermera de hospital, un miembro de cabina de una aeronave o un profesor de secundaria podrían trabajar cinco horas a la semana hasta entrados los cincuentas, cuatro días a la semana hasta los 62 años, tres hasta los 65 y quizás dos al acercarse a los 70.

§                                 Empleadores y empleados deberían negociar una nueva flexibilidad social, pero con incentivos y apoyo financiero del gobierno, por ejemplo a través de impuestos a la renta y contribuciones a la seguridad social variables. Las vacaciones pagadas pueden ser de 3 a 4 semanas hasta los 45 años, elevándose gradualmente a las 7 a 8 semanas a fines de la sexta década de la vida. Las licencias por maternidad y paternidad deberían aumentar en países, como Estados Unidos, donde son bajas.

La imprescindible reformulación de un Nuevo Contrato Social

El objetivo general sería una sociedad en que, si la salud lo permite, los ciudadanos trabajen y paguen impuestos hasta cerca de cumplir los 70, pero de manera menos intensa a medida que avanza la edad y de un modo flexible que refleje las circunstancias individuales. De hecho, la jubilación gradual y flexible beneficiaría en muchos casos no solo a los empleadores y gobiernos, sino a los trabajadores mismos, ya que una participación profesional continua en el tiempo es a menudo fuente de satisfacción personal e interacciones enriquecedoras en lo emocional.

Utilizando la Encuesta Mundial Gallup, mis colegas de la Brookings Institution de Washington, DC, Carol Graham y Milena Nikolova, han visto que los grupos estudiados más satisfechos son aquellos que trabajan voluntariamente a tiempo parcial. A cambio de vidas laborales más prolongadas, los ciudadanos contarían con más tiempo para el ocio y la formación de habilidades, con efectos positivos sobre la productividad y la satisfacción existencial.

El nuevo contrato social para la primera mitad del siglo veintiuno debe combinar realismo fiscal, dar mucho espacio a las preferencias individuales y contar con grandes niveles de protección y solidaridad social frente a los embates originados por circunstancias personales o la volatilidad de la economía. Muchos países están dando pasos en esta dirección, pero de manera demasiado gradual.

Lo que necesitamos es una amplia y revolucionaria reformulación de la educación, el trabajo, la jubilación y el ocio.

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(1) Kemal Dervis ha sido administrador del Programa para el Desarrollo de las Naciones Unidad (UNDP), y vicepresidente del Banco Mundial, actualmente es Vicepresidente de la  Brookings Institution.

Artículo original aparecido en Project Syndicate y en  Social Europe Journal, (Traducido del inglés por David Meléndez Tormen)

Radio Parapanda. Isidor BoixCHINA 2013 - Informe de mi sexta visita

jueves, 14 de noviembre de 2013

PODER E INFLUENCIA DEL SINDICALISMO



José Luis López Bulla 




En su reciente artículo, ¡ADELANTE, SINDICATOS!Quim Gonzálezseñala entre otras cosas de gran relevancia lo siguiente: «Es preciso reflexionar sobre por qué las organizaciones sindicales son vistas muchas veces como organizaciones ancladas en el pasado, poco innovadoras, con escasa conexión con los jóvenes y casi nula relación con los trabajadores cualificados o con responsabilidad en las empresas. Los porqués de que nuestros sindicatos sean sólo o esencialmente reconocidos por su discurso político general y por su protagonismo en la concertación social central, autonómica y local. Y los porqués de que la influencia sindical sea percibida casi exclusivamente por su peso institucional, y sea sólo desde este espacio donde aparecen en los medios de comunicación» (1). Aclaro: he puesto la palabra «influencia» en cursiva (que no estaba en el original) para llamar la atención de lo que será el hilo conductor de mi razonamiento, a saber: la diferencia entre «influencia» y «poder». La una y la otra son términos familiares, pero no quieren decir exactamente lo mismo.

 

Podríamos definir, aunque sea esquemáticamente, el «poder» como la capacidad de dirigir o impedir las acciones actuales o futuras de otros. Y, también de forma somera, convenir en que la «influencia» intenta cambiar la percepción de la situación en sí, pero no la situación. Lo que nos llevaría a considerar la «influencia» como una subcategoría del «poder». El poder está en la primera división; lainfluencia está en segunda.  Conviene precisar, no obstante, que no hay desdoro alguno en el concepto y la palabra influencia. Es de cajón que nadie, en su sano juicio, impugnaría que el sindicalismo fuera influyente, en ser más influyente.

 

Por otra parte, el mismo Quim González nos apremia a dar respuesta a lo siguiente: saber «los porqués de que la influencia sindical sea percibida casi exclusivamente por su peso institucional, y sea sólo desde este espacio donde aparecen en los medios de comunicación». Vale la pena que se recalque --como he hecho tomándome esa licencia--  el término «exclusivamente» para enfatizar lo que es una obviedad: la influencia del sindicalismo se ha dado, a lo largo de su reciente historia, en el terreno institucional. Pero ya hemos hablado de la diferencia entre poder e influencia.  Lo que nos recuerda la siguiente paradoja: decimos que el sindicato es un sujeto que nace en el centro de trabajo, pero su influencia se opera exclusivamente en el terreno institucional. Ciertamente, no sería un sujeto influyente en ese ámbito si no contara con una base que, desde abajo, lo propiciara, pero ello no impugna la mayor.

 

Pues bien, ya nos orientemos a   “reinventar o repensar el sindicalismo” o, como dice Quim de una manera más austera a “adaptarlo a las nuevas exigencias” nos conviene darle vueltas a la cabeza a lo siguiente: ¿queremos circunscribir nuestra influencia sólo en el perímetro de lo institucional? Sabemos la respuesta a tan retórica pregunta: no, no queremos que solamente esté ahí la voz del sindicalismo. Pues bien, así las cosas, parece evidente que –en ese itinerario de situar la alteridad sindical en las nuevas exigencias--  es preciso que el sindicalismo se radique de verdad en el centro de trabajo que constantemente está mutando, y sea la expresión del trabajo que cambia aceleradamente. Del trabajo en todas sus diversidades. Sólo (y solamente) de ahí saldrá el «poder». Dispensen el símil tosco: de jugar en primera división. De ahí debe surgir el proyecto, en el bien entendido que un proyecto no es un zurcido.

 

Ello comportaría plantearse muy seriamente, entre otras cosas, qué representación es la más adecuada en el centro de trabajo. Mantenernos en el tran tran de lo que tenemos no nos lleva a vincular adecuadamente la relación entre influencia y poder.

 


ALGUNAS REFLEXIONES AL HILO DE LOS COMENTARIO DE QUIM Y JOSÉ LUIS
Ramon Alós 14/11/13


Una de las consecuencias de nuestra era digital es la sobreacumulación de mensajes y textos que diariamente nos invade, lo que ha dado pie a un cierto aprendizaje de generar filtros, que nos llevan a descartar o realizar lecturas rápidas y en diagonal. Hoy me ha llegado el texto de Quim González ¡Adelante, sindicatos! y debo decir que rápidamente me he involucrado en su lectura, con sus interrogantes, y no sólo, qué plantea. Uno de ellos se refiere a una cuestión que hace tiempo me preocupa, que es la imagen del sindicato entre los trabajadores.
Quisiera aportar unos datos al debate, que recoge José Luis. Según la última Encuesta de Calidad de Vida en el Trabajo, del 2010, el conjunto del colectivo asalariado (con empleo) valora en un 4,8 la representación y defensa de sus intereses por parte de los sindicatos, en una escala que va de 0 (muy mal) a 10 (muy bien); valoración que se reduce a 3,8 entre los asalariados de los centros de trabajo sin representación sindical y aumenta a 5,2 cuando ésta está presente. Es decir, el sindicato sólo y modestamente “aprueba” cuando se le conoce. En este último caso, sin embargo, la valoración va claramente de menos a más conforme entre los trabajadores aumenta el conocimiento de la actividad sindical. Romper barreras para aproximar la actividad sindical parece, pues, una tarea primordial, al objeto de ganar y extender legitimidad. Cabe considerar, además, que según la Seguridad Social en España en el año 2011 había cerca de un millón de empresas con menos de 6 asalariados, excluidos por tanto de la posibilidad de elegir representantes.  De los asalariados con empleo que teóricamente podrían elegir sus representantes, sólo la mitad han sido convocados, pues la otra mitad está en empresas o centros de trabajo sin representación unitaria. Eso sí, cuando los trabajadores son llamados a elegir a sus representantes, participa aproximadamente un 70% (o lo que es lo mismo, un 30% se abstiene). Si agregamos unas y otras informaciones, podemos concluir, en números aproximados, que no llega a uno de cada tres los asalariados con empleo que han votado en los procesos de elecciones sindicales.
He insistido en la referencia a asalariados con empleo, pues obviamente quienes están en paro, así como los falsos autónomos, no participan en las elecciones sindicales. Todo ello me permite decir que el sindicato en España tiene una baja afiliación, una audiencia moderada, sólo elevada allí donde los trabajadores son convocados a participar, y una influencia muy elevada dado el sistema de extensión de cobertura de los convenios colectivos. En otras palabras, la actividad del sindicato llega prácticamente al conjunto asalariado, pero son pocos los que participan (votando) y tienen conocimiento directo del sindicato, y menos aún los que se comprometen.
Sin duda, el sistema que en su día se diseñó, que da un plus de representación a los sindicatos, tiene sus ventajas y sus inconvenientes, como señaláis. Entre muchos otros, si por un lado permite que la actividad del sindicato llegue a cualquier empresa, sin necesidad de tener organización o representación en la misma, por otro estimula el comportamiento del gorrón.
Pero, ¿puede plantearse que la actividad del sindicato debería alcanzar sólo a sus afiliados? Desde luego, de entrada podría decirse que elimina el efecto gorrón, aunque deberá matizarse. Dos ejemplos de nuestro entorno pueden ser interesantes, Portugal y Alemania. En ambos la legislación se acerca al modelo del sindicato que actúa para sus afiliados. En Portugal, sin embargo, suele suceder que el empresario negocia con el sindicato que considera oportuno, lo que genera o puede generar enormes tensiones cuando se trata de un sindicato minoritario. En Alemania el sindicato llega a acuerdos con el empresario, y estos acuerdos suelen hacerse extensivos al conjunto de la plantilla; en fin, como en España, sin nuestro automatismo legal.
CCOO legal se organizó en una paridad entre estructuras federativas y territoriales.  Poco a poco las territoriales perdieron espacio dentro de la organización, y las federaciones entraron en un proceso de fusiones. Pero a mi entender, no se ha dado en el clavo de qué adaptaciónorganizativa se necesita. Por supuesto, yo no lo sé. Es mucho más fácil ver problemas que soluciones. Y entre los problemas a los que debe hacer frente el sindicato, destacaría los siguientes, todos ellos derivados de los profundos cambios que afectan al trabajo.
1.                 España tiene un tejido empresarial formado por un gran número de muy pequeñas empresas y de microempresas, que dan empleo a una parte importante de asalariados (y autónomos).  La proporción de estas empresas ha ido en aumento, y todo apunta que seguirá aumentando. ¿Cómo se estructura la representación sindical en dichas empresas?
2.                 Siendo muy esquemático, puede decirse que algunos asalariados tienen empleos de larga duración y otros, sobre todo jóvenes y no tan jóvenes, tiene empleos de breve duración, alternan de empleo a empleo, cuando no de empleo a paro. Si para los primeros las condiciones de empleo en su centro de trabajo son importantes, así como las mejoras que consiga el sindicato, para los segundo lo son bastante menos. Sus expectativas de mejora creo pasan básicamente por encontrar otro empleo mejor, no por la mejora de condiciones en un centro de trabajo que saben abandonarán. La mejora de sus condiciones de empleo no se percibirá, pues, como fruto del sindicato, sino de los contactos personales y de los pasos que cada uno dé para conseguir un empleo mejor. En otras palabras, “una mejora de mi salario lo conseguiré si consigo un empleo mejor”, en otra empresa. Por supuesto, la acción tradicional del sindicato ha ido orientada, y bien, a los primeros, a los asalariados con empleos de mediana o larga duración.
3.                 La subcontratación es un fenómeno ampliamente extendido y de múltiples dimensiones. Muchos procesos productivos están extremadamente fragmentados, nacional e internacionalmente. A menudo resulta una tarea más que ardua identificar qué es una empresa, cuáles son sus límites. En otros casos resulta difícil saber quién es el empresario, entendiendo por tal quien toma las decisiones que afectan al empleo. Es sabido que en una obra (un edificio) pueden trabajar más de cien empresas, que en un hospital pueden convivir también numerosas empresas, adscritas a 6 o 7 convenios colectivos distintos (y con más de una federación sindical implicada). Y la subcontratación también tiene su expresión territorial, cuando numerosas empresas distribuidas en un territorio trabajan para otra. ¿Cómo se representa los intereses del conjunto de trabajadores que, desde actividades parecidas o distintas, trabajan para una misma empresa y que dependen de las decisiones de esta última?
Me ha interesado señalar sólo estas tres cuestiones para resaltar tres ejes que me parecen deberían considerarse para, como dice Quim, adaptar el sindicalismo:
1.                 Hoy el sindicato tiene que ser diverso, organizativamente hablando, y con “menos paredes” que separen sus estructuras internas. Apuntaría que debería ser más confederal y menos federal; y estas últimas más maleables. Por supuesto, las federaciones tienen un importante papel, pero, por poner un ejemplo, ¿tiene sentido que intervenga más de una federación “autónomamente” en un mismo centro de trabajo en el que, como ocurre en numerosos casos, conviven varias empresas?
2.                 Creo que las estructuras territoriales son importantes, pues desde ellas se puede llegar mejor a pequeños centros de trabajo en polígonos industriales, o simplemente en zonas de aglomeración de pequeñas empresas, de diversas actividades.
3.                 La acción institucional del sindicato resulta hoy más esencial que en el pasado. Para quienes transitan de un empleo a otro, también para quienes trabajan en microempresas, no será la acción sindical en la empresa sino fuera de la misma la que pueda aportar derechos. En este sentido incidir en la legislación es importante, también intervenciones sindicales que contribuyan a mejorar la “empleabilidad”, como la formación, el tránsito a mejores empleos, etc.