jueves, 26 de diciembre de 2013

PREGUNTAS Y NOTAS A UNA DISCUSIÓN PERMANENTE



Nota. Nuestro amigo Carlos Mejía continúa la discusión que hasta ahora he tenido las siguientes intervenciones: SINDICATO Y POLÍTICA (Primera parte),   2) SINDICATO Y POLÍTICA (Segunda parte), 3) SINDICATO Y POLÍTICA: Isidor Boix responde a Riccardo Terzi, 4) DEBATE «SINDICATO Y POLÍTICA» (Habla Paco Rodríguez de Lecea con respuesta de Isidor Boix), 5) TODOS LOS LÍMITES DEL SINDICATO. (LUCIANO GALLINO TOMA LA PALABRA), 6)   SINDICATO Y POLÍTICA: EL DEBATE SUSCITADO POR RICCARDO TERZI (O como ve un servidor las cosas), y 7) HABLA ANTONIO BAYLOS. DEBATE «SINDICATO Y POLÍTICA».

 


Carlos Mejia


Hace una década atrás, cuando en Perú tratábamos de explicar las ventajas del diálogo social era inevitable referirse a las relaciones laborales en Europa. La experiencia de los sindicatos europeos que mediante grandes acuerdos nacionales lograban establecer pactos sociales en temas para nosotros inimaginables,  era un motivo de interés y curiosidad. Y más cuando todo esto lo hacían lúcidas dirigencias sindicales en una mesa de negociaciones mientras la masa afiliada esperaba en casa o en el taller. 

Viendo ahora la situación laboral y social de esa misma Europa uno no puede dejar de preguntarse por dónde andarán dichos pactos y acuerdos. Queda claro que el juego social construido alrededor del viejo estado benefactor ha concluido. Lo que era sólido nuevamente se desvanece. De amplias certezas pasamos a múltiples incertidumbres. 

En ese trance, el movimiento sindical europeo se ha radicalizado. Probablemente más en las bases y menos en las alturas como es habitual. Pero hay un cambio importante allí. ¿Cómo explicarlo y entenderlo? El artículo de Ricardo Terzi que el compañero López Bulla ha traducido es un buen intento por responder tangencialmente a esta pregunta. La discusión surgida luego con los agudos aportes de nuestro amigo Isidor Boix y otros sindicalistas europeos me parece imprescindible para todo aquel que ande interesado en el mundo del trabajo y sus derroteros.

Son temas importantes para nosotros, aquí en latinoamérica, porque nos permiten comparar experiencias y especialmente las respuestas europeas a problemas muy similares. Me permito, pues, tratar de apuntar algunas ideas y más que nada preguntas, todas siempre con el buen ánimo que hay entre tripulantes del mismo barco, más allá que tengamos lugares diferentes en el mismo.

Sin burocracia no hay democracia

 Efectivamente, para el sindicalismo europeo el tema de la burocratización es fundamental. Terzi, comparte la mirada pesimista de Michels sobre el impacto que tiene la lógica burocratica en instituciones que buscan el cambio. Las grandes burocracias que pueden convertirse en oligarquías sindicales, con lo que eso implica en conservadurismo y autojustificación. Su respuesta es clara y contundente: la cruzada anti burocrática y el poder sindical desde abajo.

Dos atingencias  Una primera considerando desde Perú, -donde sólidas y fuertes burocracias son tan escasas como un buen vino-, es que toda institucionalidad democrática descansa en un aparato burocrático como nos lo recuerda Weber. En el sindicalismo andino no existen grandes burocracias sindicales, pero no por eso tenemos una mejor democracia sindical. Sino todo lo contrario. Como señala Isidor, no se trata solamente de seguir las demandas de una asamblea. Las democracias plebiscitarias trasladadas al mundo sindical resultan inestables, veleidosas y proclives a la fractura.

Frente al centralismo Terzi señala un mayor poder de los mandos sindicales de abajo, con mayor autonomía y libertad.  En el sindicalismo andino,  a diferencia del europeo, los líderes locales tienen una amplia autonomía. Pueden firmar convenios colectivos de ámbito de empresa y algunas veces hasta de sección de empresa. El colectivo de un taller se autorepresenta muchas veces. Esa cultura de “sindicato de empresa” lo que nos ha traído es cacicazgos locales muy fuertes. Muchos de los cuales cumplen a cabalidad con representar los intereses de los colectivos que los han elegido. Pero nada más.  Y e, proceso de cambio y recambio, no es una fiesta, precisamente.

Asimismo, es mucho más difícil construir una lógica institucional nacional cuando tienes una miriada de liderazgos locales, todos autónomos y compitiendo entre ellos. En esa lógica concuerdo con Isidor que no basta ir por una crítica a todo centralismo, sino es necesario discernir aquello que debe descentralizarse y  aquello que no.

Toda ideología tiene rostro, brazos y piernas

El otro gran tema es el de la ideología. Tema sensible pues alude a los vínculos entre política y lo sindical. Terzi registra por un lado el mayor juego político que adquiere el sujeto sindical. Frente a esto, anota la necesidad de un ideología, más allá de lo que se entienda por ella. Pero a la vez nos recuerda aquello que tanto nos costó aprender allá y acá: las lógicas diferenciadas y autónomas entre lo político y lo sindical.

Es claro que nadie pretende regresar a las viejas y fallidas costumbres de las “vanguardias autoproclamadas”, pero también resulta claro que ni Terzi ni Isidor disponen de una alternativa real para articular lo político y lo sindical. Isidor entiende la ideología sindical como un doble “proceso de síntesis”. Bien. Muy de acuerdo. Pero no debemos olvidar que dichos procesos implican personas reales, con biografías muchas veces no sólo sindicales. No se  trata simplemente de una suma de experiencias, pues toda síntesis implica una reflexión previa que articule la diversidad en una estructura. Algo que probablemente tiene relación con lo que Gramsci llamaba “intelectual orgánico”. Un colectivo que puede moverse tanto en la política como en lo sindical. 

El celo europeo por separar a los políticos, de los sindicalistas pierde sentido cuando cruzas el Atlántico. En América latina, el traslape entre direcciones sindicales y políticas es mucho más amplio y consistente que en Europa. Evo y Lula son buenos ejemplos. Estas experiencias ciertamente tienen sus propias tensiones, pero han logrado un cambio sustancial en la correlación de fuerzas de sus respectivos países. Las relaciones entre PIT CNT y el gobierno del Frente AMPLIO EN Uruguay puede ser otro ejemplo en positivo. Ciertamente, en Europa también hay cambios. Tengo la impresión que hace una década hubiera sido imposible ver a un dirigente político de IU afiliarse públicamente a CCOO y ser bien recibido. Sin embargo, el año pasado en una ceremonia pública Cayo Lara recibe de Fernández Toxo el carnet de afiliado a CCOO. ¿Son estos cruces los que debilitan la autonomía de lo sindical? No lo creo.

Al final, la pregunta de cómo encontrar una acción sindical que tenga incidencia en la política sin ser subsumida por ésta sigue pendiente. En la zona andina no tenemos tampoco respuestas. El actor sindical tanto allá como acá, ni es ni dispone de una vanguardia, una locomotora o un timonel. Se parece cada vez más, a un surfista, que va aprovechando las diferentes olas que encuentra, sin poder encauzarlas ni dirigirlas, pero con algo de suerte avanza entre ellas. 

Postdata a la luz del texto de Baylos (1)

Luego de leer el texto de Antonio Baylos, me quedan claras muchas cosas y surgen nuevas preguntas. El tema de la eficiencia, por ejemplo. Tengo la impresión, que tanto Terzi como los demás participantes del debate, ponen el énfasis en los resultados materiales de la acción sindical. Y esto resulta claro cuando provienes de una cultura sindical como la europea cuyo estado de bienestar se ha construido bajo esta lógica de eficiencia. Pero el propio sujeto sindical puede construir diferentes escalas de valores para establecer lo que es importante en cada coyuntura. Es decir, esta aprehensión por un tipo específico de eficiencia es el reflejo de presiones concretas de sujetos concretos. Para explicarlo en términos muy sencillos: dentro del sujeto sindical existen diferentes “idiomas”. Los afiliados o representados hablan el idioma de los resultados concretos. Y está bien que así sea, pues constituye el motor principal de la acción sindical. Los representantes, necesitan dominar este idioma para poder comunicarse con sus representados, pero entre ellos su idioma es el de los “valores”, es decir, el de la ideología en un sentido amplio y no partidista.

Por estos lares, donde ejercer la representación sindical tiene más de riesgo que de privilegio, resulta más transparente esta distinción. Una huelga es un buen ejemplo para ilustrar las diferentes escalas de valores o de “idiomas”. Para los representados, el éxito de la misma se mide –como es lógico y sensato- por los resultados “materiales”. Resultados que muchas veces pueden expresarse en un valor monetario. Para los representantes, este logro es igual de importante, pero no es el único. Cosas como “fortalecer la organización”, “ejercicio de solidaridad”, “compromiso militante”, no son solo palabras o frases de un volante, es una ideología que se expresa en acciones concretas de personas reales que consideran que hay algo más importante que unas monedas más.
Pondríamos, entonces, dos maneras de entender la eficacia de una huelga.

Tanto por sus resultados materiales o monetarios, en el idioma de los representados; y por sus resultados “simbólicos” en el idioma de los representantes.

En este tema, tengo la impresión a partir del texto de Baylos, que probablemente junto a la crisis de representación sobre la que discutimos, es necesario darle algunas vueltas en el caso de Europa, a la crisis de representatividad. La distancia “social” que se va construyendo entre representantes y representados es un proceso inevitable en toda sociedad más o menos compleja. Offe ya explicó este proceso tanto para la socialdemocracia y los sindicatos alemanes. La democracia competitiva de partidos y la gestión de las demandas del trabajo van creando un cuerpo especializado de representantes que es socialmente diferente a los representados.

No se trata simplemente que los “dirigidos” desconfíen de los “dirigentes”, se trata que los representantes se han enajenado frente a los representados. Y aquí nuevamente necesitamos una teoría que explique estos procesos. ¿Puede una élite económica y socialmente representar con transparencia los intereses de un sector social diferente? Tengo la impresión que no basta hacer un acto de fe y confianza. Me queda claro, que salidas del tipo “revolución cultural” o de espíritu anarquista poco pueden aportar frente a ley de hierro de Michels. Se trata de pensar en diseños institucionales que garanticen continuidad y cambio, representatividad y representación.

Hace unos años, en América latina con el apoyo entusiasta de CCOO estuvimos discutiendo sobre la autoreforma sindical. Ahora con la crisis y otros cambios ese tema ha quedado algo relegado. Tal vez sea necesario retomarlo.


(1) HABLA ANTONIO BAYLOS. DEBATE «SINDICATO Y POLÍTICA».





miércoles, 25 de diciembre de 2013

HABLA ANTONIO BAYLOS. DEBATE «SINDICATO Y POLÍTICA».



Nota. Nuestro amigo Antonio Baylos toma la palabra y, desde su blog, interviene en el debate que nos traemos entre manos. Mañana intervendrá el sindicalista peruano Carlos Mejía.



En el blog hermano Metiendo Bulla se han ido sucediendo una serie de intervenciones a propósito de un texto de Ricardo Terzi sobre sindicato y política que han vertebrado un debate central en estos momentos (http://lopezbulla.blogspot.com.es/2013/12/sindicato-y-politica-el-debate.html ). Isidor Boix, Paco Rodriguez Lecea y el propio webmaster  Jose Luis López Bulla han ido desgranando una serie de aportaciones a mi juicio fundamentales a un debate que en el interior del sindicato se ha desarrollado en el  ámbito de la Fundación 1 de mayo en el 2011, pero que requiere una actualización ante el curso de las cosas en el sur de Europa o si se quiere, ante el gran proceso termidoriano que está llevando a cabo la gobernanza monetaria europea (*).

El texto de Terzi tiene mucho que ver desde luego con las relaciones entre la CGIL de Camusso y el Partido Democrático en el gobierno de amplios acuerdos con la derecha y la demolición de una posible alternativa de centro izquierda a través de la victoria electoral de Bersani. Los nuevos tiempos que surgen – a los que se ha referido en el mismo blog Luciano Gallino (http://lopezbulla.blogspot.com.es/2013/12/todos-los-limites-del-sindicato-luciano.html) - plantean grandes interrogantes a una relación sindicato – partido que se reduplica de forma también difícil entre la que establece la FIOM-CGIL con una izquierda deletérea y el espacio político-democrático de los movimientos y de las personalidades.

Pero este anclaje italiano de la contribución de Terzi no impide ver en sus palabras un discurso “acerado” y sugerente para nuestra realidad sindical y política, como han insistido los participantes en el debate. Por mi parte, solo algunos añadidos colaterales al eje del mismo, casi una glosa a algunos aspectos, que parten de la directa relación que esta problemática plantea con la de la reformulación de la noción de representación de los trabajadores como grupo o clase social, tradicionalmente escindida en representación sindical y política, que desemboca en una larga reflexión que ya a finales de los años 70 se estabiliza en torno a la noción de autonomía del sindicato respecto del partido político.

En la noción de representación es clave, como diría Umberto Romagnoli, definir quien representa a quien. En esa conexión el representado es la persona que trabaja y, desde las premisas culturales italianas, que se afilia al sindicato que le representa. También esa es la aproximación de López Bulla, y me parece que coincide con la cultura dominante en el sindicalismo confederal, que ha prescindido de los problemas de adherencia entre trabajadores en movimiento, en una dialéctica de la unidad y la pertenencia voluntaria a la organización sindical que gobierna ambas.

Esa persona trabajadora, para la que el sindicato debe ser un “sujeto próximo”, es el referente de la acción del sujeto colectivo, pero en la medida en que se integren en la organización de éste, constituyen el fundamento de la validez y de la legitimidad de las reglas y directivas que el sindicato efectúe. En ese sentido la “soberanía” sindical es equivalente al goce de una ciudadanía plena de sus afiliados en su interior, lo que requeriría un más amplio desarrollo de un posible “estatuto de la participación”. Todas éstas son las conclusiones – propuestas de López Bulla que “aguijonean” y provocan un desarrollo del “derecho a decidir” en el seno del sindicato de extraordinario alcance.

Esto plantea sin embargo problemas de articulación muy fuerte – que requieren sin duda “síntesis” sindicales virtuosas no siempre fáciles de conseguir – entre la estructura organizativa sindical, fuertemente enraizada en el fordismo como estructura de orden y en la burocracia de tipo weberiano como referencia cultural. Es decir, la estructura sindical alude a un sistema organizativo empresarial que se ha transformado de manera decisiva, fragmentándose, dislocándose, compartimentando la toma de decisiones en función de una externalización de funciones bajo un poder unificado. El sindicato no ha acoplado su ordenación interna a este cambio cada vez más decisivo de la organización post-fordista, que ha fragmentado asimismo a las personas que trabajan, precarizando su empleo y devastando identidades laborales en sujetos débiles y exánimes, privados de derechos. El tipo ideal del trabajador sindicado, que desempeña un trabajo con iniciativa, cualificado y formado, ideológicamente orientado, es negado por una realidad – y una normativa – que en la crisis hace de éste un sujeto precario, discriminado y mal remunerado en una situación de explotación extensa de la que culpabiliza a las instituciones reguladoras del estado y del mercado.

Y en ese punto, a mi juicio, se produce la convergencia de dos elementos también resaltados por el escrito de Terzi y sus dialogantes. De un lado, la eficacia sindical, su capacidad para obtener resultados tangibles para los trabajadores y trabajadoras como “barómetro de su utilidad”, es la condición de su legitimidad e influye de manera directa en su capacidad para “involucrar” a los trabajadores que forman parte del sindicato en una acción que obtenga resultados favorables o correctos a través del conflicto y del acuerdo como resultado del poder contractual del mismo. Resultados que deben ser sin embargo ser generales, extendidos al conjunto de los trabajadores. Por lo que la eficacia debe ser general y la valoración de la misma no sólo la realizarán los afiliados sino el ámbito colectivo de referencia. En el proceso actual de desconstitucionalización del trabajo que sufrimos en España, uno de los ámbitos centrales de referencia es el de la interlocución política. Y en este dominio, la eficacia sindical es nula si se interpreta como capacidad para obtener resultados apreciables para las relaciones laborales.

Y aquí interviene el segundo elemento, la relación viciada entre los trabajadores – afiliados y no – y la política entendida como un espacio de corrupción y de ineficiencia en donde se aprecia una clamorosa crisis de confianza. A lo que se une ciertamente una cierta hostilidad hacia el “verticismo” sindical como prolongación de la desconfianza hacia el proyecto del sindicato como sujeto político. La consideración negativa que entre muchos trabajadores tiene lo que se denomina el  “oficialismo” del sindicalismo confederal, ha permeado de manera muy intensa a la base social de éste, posiblemente porque estamos en una situación de “cambio de época” muy clara, en la que no se aprecia la capacidad de los sujetos políticos y sociales de explicitar un proyecto que tenga la fuerza moral y política para organizar una respuesta fuerte y colectiva que construya un bloque de dignidad y una posibilidad real de reforma. Los intensos procesos de movilización social que se están desarrollando se encuentran al final bloqueados por la dificultad de expresarse a través de un sujeto político cuyo proyecto tenga visibilidad y verosimilitud, y el sindicato no puede, por su propia relación medios / fines, sustituir este bloqueo. Paradójicamente, entonces, en vez de resaltar y desarrollar su posición de autonomía con un proyecto político propio que se podría definir desde el espacio de la producción y del territorio en su vertiente local-global, se renacionaliza y se empequeñece, asimilándose a posiciones partidistas que dificultan su comprensión como representante “general” del trabajo.

La vía virtuosa por el contrario debería ser, en efecto, la de construir hegemónicamente la centralidad del trabajo en la vida política y el sistema de derechos que explica la ciudadanía cualificada en el mundo de la producción, extendiendo esta aproximación a otros sectores sociales a la vez que se impulsa la movilización en torno a ese eje, interviniendo asimismo en los “lugares estratégicos” de la producción. Aunque ello implique una reflexión imprescindible sobre la eficacia de las formas de acción “clásicas”, las prácticas sindicales efectuadas y la revigorización del poder contractual del sindicato.  Como en los viejos tebeos, à suivre, amables lectores y lectoras, y felices fiestas navideñas.


* (1) SINDICATO Y POLÍTICA (Primera parte),   2) SINDICATO Y POLÍTICA (Segunda parte), 3) SINDICATO Y POLÍTICA: Isidor Boix responde a Riccardo Terzi, 4) DEBATE «SINDICATO Y POLÍTICA» (Habla Paco Rodríguez de Lecea con respuesta de Isidor Boix), 5) TODOS LOS LÍMITES DEL SINDICATO. (LUCIANO GALLINO TOMA LA PALABRA), 6)   SINDICATO Y POLÍTICA: EL DEBATE SUSCITADO POR RICCARDO TERZI (O como ve un servidor las cosas)



martes, 24 de diciembre de 2013

SINDICATO Y POLÍTICA: EL DEBATE SUSCITADO POR RICCARDO TERZI (O como ve un servidor las cosas)



Nota editorial. He pedido la palabra en el debate que se desarrolla en los siguientes trabajos: 1) SINDICATO Y POLÍTICA (Primera parte),   2) SINDICATO Y POLÍTICA (Segunda parte), 3) SINDICATO Y POLÍTICA: Isidor Boix responde a Riccardo Terzi, 4) DEBATE «SINDICATO Y POLÍTICA» (Habla Paco Rodríguez de Lecea con respuesta de Isidor Boix) y TODOS LOS LÍMITES DEL SINDICATO. (LUCIANO GALLINO TOMA LA PALABRA)   Sabemos que nuestro amigo peruano Carlos Mejía tiene pedida la palabra, su intervención se publicará cuando nos lleguen sus notas. Mañana interviene el profesor Antonio Baylos

 

 

José Luís López Bulla

 

Alguien dijo que las grandes organizaciones tienen una «tendencia natural» a su autoconservación de manera burocrática y las pequeñas caminan con cierta frecuencia a la grupusculización. Riccardo Terzi reflexiona sobre lo primero, partiendo de un estudioso en la materia como Robert Michels, al hilo de la convocatoria del congreso de su organización, la CGIL. Comoquiera que el ensayo de nuestro amigo italiano va más allá de la CGIL (sobre la que ahora no tengo los necesarios elementos de juicio), me permito intervenir de un modo general.

 

Me parece evidente que esa «tendencia natural» a la autoconservación burocrática (Isidor Boix apunta con atinado realismo que sería suicida que las organizaciones no conservaran su organización) guarda una relación estrecha con la naturaleza de sus estructuras. Esto es: la formación de los dirigentes a todos los niveles; los mecanismos de promoción de los grupos dirigentes; la capacitación de todos individual y colectivamente; la relación entre representantes y representados; los niveles de participación –o, si se prefiere, de hechos participativos--  que promueve la estructura… Y la praxis que todo ello pone en funcionamiento.

 

Séame permitido un inciso: damos por sentado que las organizaciones sindicales tienen un funcionamiento democrático que emana de sus normas estatutarias y de sus usos y costumbres. Pero no es de «democracia» de lo que estamos hablando, que damos por supuesto. Estamos refiriéndonos a qué tipo de democracia (participativa o no) existe, por lo general, en el sindicalismo. Lo que viene a cuento porque es notorio, en lo que atañe a este debate, que desde la democracia también se va a la burocratización. 

 

Me gustaría incorporarme al debate que ha abierto Riccardo Terzi que ha seguido con las valiosas aportaciones de Isidor Boix y Paco Rodríguez de Lecea, dos sindicalistas con los que da gusto conversar y debatir. 

 

Mis reflexiones, como queda dicho más arriba, nada tienen que ver con el congreso de la CGIL sino con algunas cuestiones que he abordado en otros momentos, aunque ahora vienen aguijoneadas por las aportaciones del amigo italiano. Se refieren a los siguientes aspectos: la participación en el sindicato y la convivencia (¿o es conllevancia?) del sindicato y la política. Vayamos por partes.

 

Primero. El sindicalismo es esencialmente en el centro de trabajo un sujeto más o menos próximo a los trabajadores; sin embargo, fuera de la empresa la cosa parece cambiar radicalmente. El problema, no obstante, es que el «sujeto próximo» puede ser un sindicato de-los-trabajadores o un sindicato-para-los-trabajadores. No se trata, por supuesto, de un gratuito juego gramatical; es una cuestión de fondo. Un sindicato de los trabajadores siempre se legitima desde abajo; un sindicato para los trabajadores se autolegitima a sí mismo y entiende la participación de los trabajadores como un estatuto concedido a utilizar esporádicamente. Digamos que ambas opciones son legítimas, aunque las dimensiones de uno y otro cambian de cualidad, son diferentes.  

 

De la lectura reposada del ensayo de Terzi se infiere que el autor, sin decirlo, opta por un sindicato de los trabajadores. Esta es mi opción. Ahora bien, necesitamos un argumento que lo justifique. El mismo Terzi apunta en esa dirección con claros acentos que recuerdan, como ya ha advertido Paco, a nuestro común amigo Bruno Trentín: «cada vez más la empresa tiene necesidad de la contribución activa y de la responsabilidad creadora de los trabajadores, porque es lo que exigen el nuevo nivel de las tecnologías y los más avanzados sistemas de organización del trabajo».  

 

Pues bien, si la empresa necesita ese tipo de trabajador, es de cajón que el sindicato lo necesite tanto o más. Máxime cuando el sindicato, en tanto que agrupación de intereses, nace (o debería nacer) en el interior del centro de trabajo, siendo ahí donde radica su alteridad propositiva frente a lo que el mismo Terzi señala: «el  modelo totalmente autoritario que somete el trabajo a una posición de total subalternidad, con un ataque sistemático a todo el conjunto de derechos individuales y colectivos». Es la paradoja que Trentin ya señaló en no pocas ocasiones en su celebrado libro (como olvidado por tantos) La ciudad del trabajo, izquierda y crisis del fordismo: necesidad de las potencialidades del trabajador y negación de su condición de ciudadano en el interior del perímetro de la empresa. Sin embargo, tal vez no sea una paradoja, pues es bien sabido que las clases dominantes se reservan el acceso a los lugares de cristalización del conocimiento nuevo, incluso corriendo el riesgo de que ese monopolio del conocimiento nuevo (y, por tanto, el rechazo al conocimiento de los de abajo) les sea contraproducente como interferencia a su poder.   

 

El sindicato de los trabajadores quiere que sus afiliados tengan una ciudadanía plena en su interior. Mientras que el en el sindicato para los trabajadores los afiliados estarían en una especie de moderna «servidumbre voluntaria» en los términos que, para otros asuntos, relató Etienne de La Boétie. Avancemos, pues, por este camino.

 

La ciudadanía plena del afiliado en su sindicato precisa, en mi opinión, de nuevos condimentos. Para mi paladar, lo primero es plantear que la soberanía de la acción sindical reside en el conjunto de la filiación y no en los (siempre necesarios e imprescindibles) grupos dirigentes. Es más, dicha soberanía no va en detrimento de los atributos de los grupos dirigentes o estructuras, sino que más bien la legitima y refuerza. Es el nexo cotidiano entre legitimidad de origen y legitimidad de ejercicio. Lo segundo sería fijar mediante reglas, obligatorias y obligantes, algo así como el «estatuto de la participación» como desarrollo normativo de lo que hemos dado en llamar soberanía. De esta manera nos alejaríamos de un feo vicio del sindicato para los trabajadores: en determinadas ocasiones basta que se pongan de acuerdo Pedro y Pablo para hacer o no hacer una determinada acción sindical, mientras que para otros asuntos se exige un baño democrático.

 

Entiendo que el problema no está, como afirma Terzi, en situar el «baricentro» en la base, sino en situar la soberanía en el conjunto de la afiliación y en las normas que regulen la participación de los inscritos en el sindicato y, en su caso, en el conjunto de los trabajadores. Ahora bien, que el baricentro esté en la soberanía no implica, a mi juicio, negar la responsabilidad de los grupos dirigentes, ni mucho menos revisitar la famosa campaña de Mao: «apunten contra el Cuartel general». Un sindicato refundado no puede desdeñar a los grupos dirigentes, legitimados desde su origen y en su permanente ejercicio. La clave está en las normas que regulan la soberanía; unas reglas que deben dejar claro también las funciones de los grupos dirigentes y el terreno en el que no pueden decidir: aquí no reza para todo el principio de que quien puede al más, puede al menos; estamos hablando de la existencia de lo que Norberto Bobbio llamó  el terreno de lo indecidible.  

 

 

Segundo. Riccardo Terzi nos propone una nueva relación entre sindicalismo y política. A tal fin, parte de una consideración básica que parece estar asentada en el sindicato, aunque yo diría que no definitivamente: «Mi tesis es que puede evitarse la perspectiva de una decadencia general si los dos campos, el social y el político, se organizan en una relación de total autonomía, sin superposiciones ni invasiones de un campo en el otro», explica Riccardo. De «autonomía» que nosotros, españoles, decimos independencia. Por cierto, hay que recordar a nuestros amigos italianos que Giuseppe Di Vittorio utilizó este término, «independencia sindical» en una rara ocasión: en una postal de felicitación de Navidades a Palmiro Togliatti como respuesta a otra del dirigente comunista donde le recordaba la primacía del partido. Una extraña manera ésta de felicitarse en las Pascuas de esta manera.

 

En todo caso, tiene interés que Terzi afirme que «el concepto mismo de «autonomía» aparece como insuficiente, y se configura más bien como una especie de “alteridad”», una relación entre las dos esferas, no como signo de complementariedad sino de exclusión y conflicto». Leamos detenidamente: nuestro amigo italiano nos propone pasar de la autonomía a la alteridad. Que yo interpreto de la siguiente manera: de la alteridad del sindicato surge la independencia. Ahora bien, si he entendido bien: ¿por qué dar por sentado que dicha independencia conlleva, naturalmente, la exclusión y el conflicto? Damos por hecho que la alteridad del sindicato puede llevar a un conflicto con la política, ejemplos hay a espuertas. Pero, también es verdad, que uno (el sindicato) y otro (la política) pueden compartir, desde la autónoma e independiente personalidad de cada cual, diversamente unos determinados objetivos que favorezcan la tutela y promoción de los intereses del conjunto asalariado y de la población.

 

Mi punto de vista es que nada impide que ambos compartan diversamente unos determinados objetivos. Diversamente quiere decir: cada cual con sus propios planteamientos, medios e instrumentos; cada cual asumiendo que los partidos tienen un objetivo inmediato: la representación en clave política para acceder a la guía institucional del país. Una cosa es la independencia del sindicalismo que, por definición, rompe con la vieja correa de trasmisión y, también, el sucedáneo de «partido o gobierno amigo», y otra cosa (bien distinta) es la renuncia a compartir diversamente con la política una serie de objetivos. Esto es lo que o bien no parece claro en Terzi o yo no he sabido encontrarlo en su ensayo.

 

Es hora de acabar: entiendo, como Paco Rodríguez de Lecea, que esta «provocación» de nuestro amigo Riccardo es una notable aportación al sindicalismo, que va más allá del próximo congreso de la Cgil. Los sindicalistas no deberíamos echar en saco roto lo que expresa e insinúa este sindicalista que tiene fama de incómodo.  Por ello es recomendable leer a Terzi despaciosamente y, sobre todo, no achacarle cosas que no dice y ni siquiera sugiere.  

 

Queridos amigos Riccardo, Isidor y Paco: no me gusta la expresión «base ideológica» que utilizáis en la discusión. Acordaros de la diatriba del barbudo de Tréveris: «la ideología es la deformación de la realidad en la mente», de un lado; y la más atinada formulación del amigo sardo, Antonio Gramsci, que prefería el concepto de «praxis». Lo que viene a cuento por los matices y contramatices de lo que plantea Terzi, esto es, de la influencia exterior de la “ideología” en el sindicato. Dice Paco que esa base ideológica «contra lo que piensa Isidor, no desciende al sindicato desde el mundo de la política…», después aclarada por el mismo Isidor. Pues claro que, en no pocas ocasiones, viene de la política. ¿Será necesario recordar hasta qué punto, ahora sin ir más lejos, están apareciendo brotes de nacionalismo, en sus diversas variantes, en determinadas organizaciones sindicales, provinentes de una extraña relación entre sindicato y política?    

 

 

Pide la palabra Paco Rodríguez de Lecea



Muy bueno lo tuyo. A efectos hipertextuales, sospecho que el énfasis de Terzi en relación con el rechazo entre política y sindicato viene de la situación de ruptura en que se encuentran las centrales italianas, toda ella derivada en efecto de ideologías que descienden al sindicato desde el mundo de la política. Riccardo pide romper de forma drástica con esa dinámica y construir una “ideología” sindical propia, y no predicada desde las alturas sindicales (las “poltronas”, que decían los zorrocatas) sino elaborada de abajo arriba y, se supone, a través de diversas síntesis (tema al que aludía Isidor: hay dos momentos de síntesis, un en el interior del sindicato a partir de las diferentes experiencias puestas en común, y otro en la propuesta que el sindicato hace al mundo exterior de la política; en esta segunda síntesis, el sindicato, dice Terzi, debe esforzarse en proponer prioridades que, teniendo un origen “de parte”, contengan unos objetivos lo más generales y asumibles para la mayoría. Con ello trata de volcar en su favor la correlación de fuerzas, pero su planteamiento es propio, genuino, no tomado en préstamo de nadie (malament si no es así). Imagino que Isidor no se sintió demasiado cómodo, como me pasó a mí, al emplear en ese sentido el término “ideología”, porque los dos hemos leído con devoción al barbudo de Tréveris; pero era la expresión de Terzi, y no se nos cayeron los anillos por elucubrar sobre ella. “Praxis” habría sido perfecto, porque además recoge de forma muy plástica la forma como se genera y se desarrolla esa concepción e interpretación del mundo. Saludos, Paco. 

 

domingo, 22 de diciembre de 2013

DEBATE «SINDICATO Y POLÍTICA» (Habla Paco Rodríguez de Lecea con respuesta de Isidor Boix)


Nota editorial. Las referencias que se hacen en este artículo corresponden al debate que aparece en: SINDICATO Y POLÍTICA (Primera parte), SINDICATO Y POLÍTICA (Segunda parte), y SINDICATO Y POLÍTICA: Isidor Boix responde a Riccardo Terzi. Ahora ha pedido la palabra Paco Rodríguez de Lecea desde Atenas.  Y tras la intervención de Paco, Isidor Boix dice lo que verá el inquieto lector. 

 

 

Querido José Luis,

Estimo por mi parte que las críticas legítimas de Isidor Boix al texto de Riccardo Terzi conllevan el peligro de hacernos desechar de plano una propuesta afilada y polémica, sí, pero también valiosa y muy digna de ser tenida en cuenta. Por eso me atrevo a romper una lanza – una más, esta es ya una vieja costumbre mía – por Riccardo.

Vamos a las precisiones sobre lo social y lo político. Critica Terzi un cierto deslizamiento del sindicato hacia lo político, una “imitación de las formas de la política”. A ese “verticismo”, a esa tendencia cautelosa a la autoconservación de las estructuras y las jerarquías que resulta en esterilidad, le contrapone un “reencuentro” de la función del sindicato en el tema de la eficiencia. La eficiencia queda definida en el texto como “congruencia entre objetivos y resultados”.

La segunda parte del artículo de Terzi, que debe ser leída de corrido, sin pausa, a continuación de la primera parte, analiza la eficiencia que acaba de propugnar. Se refiere, por tanto, a dos cuestiones principales: la primera es delimitar los objetivos; la segunda, alcanzar resultados positivos congruentes con los objetivos propuestos.

En ese punto sale a relucir doña Correlación de Fuerzas, y Terzi saluda como una “tradición histórica” el trabajo del sindicato en afirmar en ella el interés “de parte” del conjunto de los asalariados como la expresión de un “interés general”, con el objetivo de conquistar apoyos externos a sus propuestas. Isidor ha desvinculado, a mi entender, la frase del contexto, pero su propia argumentación refuerza la idea de Riccardo. A saber, será necesaria una o más síntesis sucesivas para llevar adelante el interés representado por los sindicatos en una sociedad plural y compleja que debe ser ganada para esos apoyos.

La cuestión de las síntesis es harina de otro costal. El arte de la negociación y la presión no consiste en alcanzar finalmente una síntesis, la que sea, aceptada por las partes: hay síntesis positivas desde el punto de vista sindical, y síntesis desastrosas. Señala Terzi la importancia de una “sólida base ideológica” para desde ella ganar aliados y orientarse en las sucesivas síntesis en las que el impulso reivindicativo inicial puede quedar perdido y anulado. Esa base, contra lo que piensa Isidor, no desciende al sindicato desde el mundo de la política; Riccardo la contrapone al pensamiento neoliberal que se ha infiltrado también en la política de izquierdas, y señala como eje de una concepción del mundo, de su interpretación y representación, «la centralidad del trabajo, la conexión entre trabajo y derechos, entre socialidad y persona.» Estamos, advierto, en territorio Trentin.

A partir de esas premisas, viene lo más difícil: la capacidad para generar apoyos y movilización, porque «una estrategia de transformación solamente tiene valor cuando en torno a ella se organiza un movimiento real.» Y señala Terzi la necesidad de un impulso participativo muy fuerte, para que el medio (la burocracia) no se coma a fin de cuentas el objetivo común. Impulso, transparencia, revitalización del proceso democrático son tanto más necesarios hoy, remarca, porque ya no funcionan los mecanismos de identificación ideológica ni la confianza implícita en la organización. La representatividad del sindicato debe ganarse de nuevo cada día desde el comienzo, porque es un hecho que «nuestro sistema pierde fuerza y vitalidad si se quiere sustituir el pluralismo social por el dominio exclusivo de un poder tecnocrático.»

En conclusión, y no hay otra: la eficiencia del sindicato, su capacidad para obtener logros para el común de los trabajadores, será el barómetro más preciso de su vitalidad.
Un abrazo desde Grecia, Paco
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Isidor Boix pide la palabra


Algunas consideraciones, ahora, acerca de las aportaciones de Paco Rodríguez de Lecea en relación con el trabajo de Riccardo Terzi

Querido José Luis, gracias otra vez por esta tribuna libre que constituye tu blog, de lo que de nuevo da fe la conversación abierta a partir de tu publicación del trabajo de Riccardo Terzi sobre “SINDICATO Y POLÍTICA”. Quiero ahora comentar las consideraciones de Paco Rodríguez de Lecea al que también quiero agradecerle la suave polémica con las mías.

Quiero señalar para empezar que mis notas sobre el trabajo de Terzi no eran solamente “críticas”, sino que, compartiendo planteamientos del mismo, parten esencialmente de mi aplauso al estímulo que suponen para abordar esta vieja y siempre nueva cuestión como es la relación evidente y necesaria, aunque compleja y no fácil, entre sindicalismo y política. Quise poner el acento en los desacuerdos, o consideraciones complementarias a partir de su incitación.

Creo que el elemento esencial de mi reflexión, como una derivada de la relación entre política y sindicalismo, se sitúa  en la consideración sobre la “ideología” sindical, reclamada por Terzi, lo que comparto, y su construcción. Insistí, e insisto porque lo considero problema capital en este momento, expresado por ejemplo en la cuestión no menor de cómo el sindicalismo europeo ha abordado la crisis, en que la construcción de la ideología sindical debe partir esencialmente del propio sindicato. Pero no de sus “burócratas”, con sus diversas denominaciones y funciones que se dan en su interno y en su entorno, sino de la reflexión colectiva estrechamente ligada a su práctica. Dice Paco que la base ideológica del sindicalismo “no desciende al sindicato desde el mundo de la política”. Le respondería que desde éste y otros mundos se pretende, legítimamente, influir en el sindicalismo, y a veces lo consiguen, no siempre en beneficio de lo que el sindicalismo representa.

Muy ligado a lo anterior estaría el papel de la síntesis, mejor dicho de las síntesis. Porque las reflexiones de Paco me llevan a darme cuenta de que en mis notas he utilizado el concepto en dos ámbitos diversos, ambos reales, pero que podrían llevar a confusión. Por una parte la síntesis (como resultado del ejercicio de la contradicción en la acción y en el discurso) que debe realizar la política del gobierno diario de la sociedad entre los diversos intereses en juego, uno de ellos el sindical.

Y otra síntesis (mixta de adición y contradicción) es la interna en el sindicato, la que permite ir elaborando su práctica y su política, construyendo su ideología, en los diversos ámbitos y niveles de la organización, incorporando la propia historia sindical al proceso, para definir los intereses colectivos a partir de los particulares de los colectivos menores que integran cada colectivo mayor, y cómo impulsar su defensa.

Y termino esta ahora tercera incursión en el tema afirmando mi absoluta identificación con el último párrafo de Paco, al que mando un muy cordial abrazo a esta Grecia de hoy, en una realidad tan próxima y seguramente también tan distinta de la nuestra y en la que nuestras elucubraciones tienen sin duda plasmaciones concretas que desde la distancia solamente soy capaz de intuir. 


viernes, 20 de diciembre de 2013

SINDICATO Y POLÍTICA: Isidor Boix responde a Riccardo Terzi




Algunas otras consideraciones acerca del trabajo de Riccardo Terzi

Querido José Luis. Vista la segunda parte del trabajo de Riccardo Terzi, SINDICATO Y POLÍTICA (Segunda parte) ahí van mis segundas notas, que, como las primeras, son algunos apuntes sugeridos por el texto, consciente al mismo tiempo que lo planteado apunta en definitiva a cuestiones que afectan a la esencia del sindicalismo y sobre las que hoy como ayer sólo aporto una especie de guión de mi opinión al respecto.

Leyendo ayer la primera parte y su apunte sobre la relación de “lo social” y “lo político”, esperaba una mayor profundización del tema, más allá de la reiteradamente afirmada “autonomía” o “independencia” y más allá de la superación de la visión leninista y de su degradación estalinista. Pero confieso que me he quedado con las ganas e incluso decepcionado por lo que me parece una cierto regreso a los orígenes en sentido peyorativo. Dos expresiones de Terzi me sorprenden y me llevan a no aceptarlas, como son por una parte su referencia a la tradición histórica que parece asumir definiéndola como “ el interés de parte en tanto que expresión del interés general”, y otra la de que “sólo se puede vencer si se dispone de una sólida base ideológica”.

Considero el interés “de parte” como base de “lo social”, con una proyección a largo plazo, estratégica, y una de cuyas expresiones sería el “interés de clase”, es decir del colectivo que constituyen los trabajadores, los asalariados.  Mientras que el “interés general” sería la referencia de “lo político” entendido como propuestas y ejercicio del gobierno de la sociedad, como síntesis en cada momento, y no necesariamente equilibrada, de los intereses, no todos coincidentes, de los diversos colectivos sociales. Para aterrizar en “lo nuestro”, quiero añadir que es necesario que desde el sindicalismo entendamos que defendemos los intereses de una parte de la sociedad, muy importante, pero no única, que queremos traducirlos en conquistas reales de presente, y que para ello necesitamos influir en la política desde nuestra independencia, pero también desde nuestra conciencia de no poder imponerlos al conjunto, de la necesidad de negociarlos, a través de lo que Trezi define como “diálogo y conflicto”, con las representaciones de los demás colectivos sintetizándolos través de la acción política ciudadana.

Quizás una cuestión clave sea el cómo se establece la “ideología” sindical, si importándola de los pensadores que se autoproclaman “vanguardia”, o a través de un particular ejercicio de la democracia cuyo objetivo no sea una cruzada antiburocrática sino un proceso de síntesis desde los intereses de los diversos colectivos que integran el de los asalariados.  Porque ello enlaza con otra gran cuestión y es la representatividad de los representantes, porque no se trata sólo de que la elección haya sido formalmente democrática, sino de que ejerzan adecuadamente su función, lo que supone no recoger y sumar las preocupaciones de su ámbito de responsabilidad, inevitablemente diversas, heterogéneas y en ocasiones contradictorias, sino saber definir los intereses colectivos en tal ámbito que por serlo han de poder tutelar los individuales sin ser la suma de éstos. Y ahí sí que se precisa “ideología”, pero sindical, construida desde la propia vida del sindicalismo, no importada, ni dirigida desde el ámbito de la política. Por ello además no me gusta el rechazo al “centralismo”, porque el problema estriba en mi opinión en determinar qué hay que centralizar y qué hay que descentralizar, cuestión más de contenidos que de formas. Porque dirigir no es sumar acuerdos asamblearios, sino estimularlos y recogerlos luego para devolverlos elaborados en torno a un objetivo común.


Y para finalizar otro desacuerdo. Sobre China. Calificarlo de “comunismo más capitalismo”, añadiendo que  están “ganando su desafío”, me parece que no se corresponde con las contradicciones que he podido apreciar en ese país y al papel que precisamente un sindicalismo “de clase” jugará sin duda en algún momento, quizás no demasiado lejano.  

SINDICATO Y POLÍTICA (Segunda parte)

Nota editorial. Esta es la continuación del ensayo que publicábamos ayer:  SINDICATO Y POLÍTICA (Primera parte)*


Por Riccardo Terzi


En el concepto de eficacia se entrelazan diversos temas, diferentes pistas de investigación que se deben explorar. Como es evidente, ante todo está el análisis de las relaciones de fuerza. Aquí nos encontramos en el interior de una gran tradición política, construída en torno a la cuestión de la hegemonía y las alianzas, de la capacidad de  afirmar la propia posición «de parte» en tanto que expresión de un interés general.  

En este trabajo  de desplazamiento de las relaciones de fuerza consideramos como un elemento central y decisivo el que se refiere a la esfera de las ideas, a la interpretación y representación del mundo, porque sólo se puede vencer si se dispone de una sólida base ideológica, de un punto de vista superior, capaz de integrar y absorver las múltiples parcialidades de los intereses y las culturas.  Este aspecto no es en absoluto extraño a la acción sindical, porque esta depende del contexto ideológico dominante, y toda su historia en estos últimos treinta años se ha caracterizado por la ofensiva victoriosa del pensamiento neoliberal y por la idea de que la igualdad quiere decir estancamiento y la desigualdad significa desarrollo.  Si la sociedad no existe, y sólo existen los individuos, el sindicato sólo puede ser el residuo de una época que ya  ha pasado.  

Con este objetivo de despiece definitivo de las organizaciones sindicales trabajan no sólo las culturas de derechas, sino también –con una subterránea convergencia--  todas las posiciones de izquierdas que substituyen la centralidad del trabajo por los derechos individuales de la persona, que ven la libertad como el espacio que se abre más allá de lo social en el campo de las necesidades inmateriales y de la pura subjetividad.  Cuando se impugna el sindicato desde sus mismos fundamentos, éste debe ser capaz de resistir el desafío y combatir en el terreno cultural para hacer nuevamente visible la conexión entre trabajo y derechos, entre socialidad y persona.

En segundo lugar, la eficacia es la capacidad de generar apoyos y movilización. Los objetivos de una estrategia de transformación no tienen valor en sí mismo, sino solamente cuando, en torno a ellos, se organiza un movimiento real. Entonces es cuando está estrechamente conectada a la democratización porque solamente la participación real de las personas puede concretar un determinado objetivo, vinculando teoría y práctica, pensamiento y la acción. Si se taponan  los canales de la democracia todo el proyecto político está privado de su fuerza expansiva. Así pues, la burocratización no sólo tiene un efecto retardatario; tiene como consecuencia directa la incapacidad estructural de conseguir resultados significativos.  

Como ya hemos observado, el medio se come el fin. Ello puede evitarse solamente si se pone en marcha  un impulso participativo muy fuerte, evitando que todo el proceso se cierre en la autoconservación de cualquier oligarquía dominante.  La revitalización y la transparencia del proceso democrático son hoy más necesarias, porque ya no funcionan los mecanismos de pertenencia, de identificación ideológica y de confianza en la organización. De manera que el que representa debe reconquistar diariamente su derecho a representar, sometiendo a la verificación democrática todas sus opciones; y debe tener siempre abierta la relación entre el arriba y el abajo con un movimiento circular que impida la cristalización de posiciones de poder. La representación no es más que esta circularidad de la relación, y entra en crisis necesariamente si la relación se substituye por el mando, por la decisión de arriba

Sin embargo, hay que afrontar un punto más neurálgico y más decisivo: el que depende de la idea misma de eficacia.  Hay un libro importante de François Jullien, Tratado de la eficacia (Editorial, Siruela, 1999) donde se comparan la cultura griega y la china, Occidente y Oriente. Allí se ponen en evidencia dos concepciones diversas de la estrategia política.  Basta recordar la famosa y paradójica fórmula de Sun Tsu en el Arte de la guerra, donde el gran estratega  es quien vence sin combatir. Lo que quiere decir explotar todo el potencial de una determinada situación, orientándolo hacia una dirección favorable de modo que se pueda vencer, no mediante una prueba de fuerza sino con una inteligencia superior en el curso de las cosas.  Es el “no intervenir” del pensamiento taoísta, donde la acción eficaz que se confía al proceso natural, a su evolución, sin forzarlo, sin interrupción violenta de una voluntad que actúa desde el exterior. Se trata de «jugar astutamente con la situación», trabajando sobre el potencial, sobre el equilibrio inestable de las fuerzas que están presentes y explotando todos los recursos posibles que la misma situación pone a disposición.  Es exactamente lo contrario  de toda la tradición política que pone en el centro la decisión, el acto de fuerza, la ruptura revolucionaria; es la negación del paradigma leninista de la «primacía de la política», en la que muchos de nosotros nos hemos formado, y en la que a pesar de todo estamos atrapados.

¿Este tipo de planteamiento tiene algo que decirnos a nosotros, hombres de Occidente, con nuestra crisis de identidad? Por un lado, nos encontramos en presencia de una teoría del oportunismo, de la adaptación al curso de las cosas, explotando pasivamente todas las ocasiones que se nos puedan presentar. Seguramente esta es una trayectoria presente en la cultura china, en su idea de sabiduría, en su modo de actuar; sin entrar nunca en un choque directo, incluso porque en esta milenaria tradición no hay espacio para la democracia, para el conflicto visible y reconocido sino solamente para una táctica de asedio y condicionamiento. Es lo que sucede en el actual fenómeno extraordinario de una China, simultáneamente comunista y capitalista, que se desarrolla a través de una línea ambigua, de compromiso, de sucesivos y retorcidos ajustes sin que haya posibilidad de proyectos alternativos.  No cuenta el conflicto de ideas, sino solamente el resultado. Ya lo decía Deng: «no importa el color del gato, sino que sepa cazar ratones». Y en esta caza de ratones, el resultado es que China está ganando su desafío. 

Sin embargo, en esta teoría de la eficacia –tan alejada de nuestro modo de pensar— hay un núcleo de verdad que me parece importante, y que nos puede ayudar a desenmarañar los difícles nudos de nuestra actual condición. En esta fase de intenso y vertiginoso cambio ¿de qué manera podemos hacer valer nuestras razones, nuestros valores de fondo, con una acción de resistencia, con un choque frontal o poniendo en juego, desde el interior del proceso, buscando intervenir  con todas las potencialidades que nos puede ofrecer la situación concreta?  En todos estos años, el sindicato ha sido esencialmente una fuerza de resistencia y de testimonio, conduciendo una desesperada batalla defensiva. Esto vale, sobre todo, para la CGIL, mientras que otros sectores sindicales han decidido simplemente no resistir y adaptarse a las nuevas relaciones de poder, recluyéndose en su estrecho espacio corporativo. ¿Es posible salir de esta situación de resistencia y actuar dentro de los procesos reales, no para sufrirlos sino para orientarlos?  ¿Es posible un juego de astucia con la situación? Este tipo de discusión y de investigación el que debería organizarse de cara al próximo congreso de la CGIL.

Parece que se ha evitado el riesgo de un congreso lacerante, de ruptura y contraposición. Sin embargo, también está el riesgo opuesto: el de una navegación demasiado tranquila con una línea de continuidad, sin rasgaduras ni innovaciones, sin ajustar verdaderamente las cuentas hasta el fondo con la caída de la eficacia que es el signo inquietante de nuestra historia reciente y de nuestra actual condición.  Sin una visible diferencia en el rumbo, parece difícil evitar la hipótesis de un declive de la acción sincal, de su progresiva marginalidad. Por ello, debemos poner en el centro de nuestra reflexión lo que está en el corazón de la actual fase de transformación: el trabajo, la empresa, el modo en que se está reorganizando toda la relación entre capital y trabajo.

O el sindicato tiene algo que decir y hacer al respecto dentro de la materialidad de este proceso o se adapta a ser solamente una «estructura de servicios», que interviene en las diversas emergencias sociales, habiendo renunciado a intervenir, con su propio proyecto, en los lugares estratégicos de la producción. Ahí es donde se mide la eficacia: estando dentro de los procesos reales y en el interior de sus contradicciones. Podemos, así, poner al día la famosa tesis de Marx, diciendo que no basta querer cambiar el mundo, sino ante todo conocerlo en su dinámica y dominar las técnicas que lo regulan.

No se puede ser una fuerza de cambio si no se dispone de todo el aparato del conocimiento necesario. He aquí un dato paradójico: cada vez más la empresa tiene necesidad de la contribución activa y de la responsabilidad creadora de los trabajadores, porque es lo que exigen el nuevo nivel de las tecnologías y los más avanzados sistemas de organización del trabajo y, al mismo tiempo, se está organizando en el sistema de las empresas –a partir de la FIAT--  un modelo totalmente autoritario que somete el trabajo a una posición de total subalternidad, con un ataque sistemático a todo el conjunto de derechos individuales y colectivos.  

¿Es posible trabajaar sobre esta contradicción y volver a proponer un proyecto de democracia industrial, de participación de los trabajadores en las decisiones? ¿Es posible orientar la misma potencia tecnológica en una dirección diferente, como ocasión de liberación del trabajo, en vez de su servidumbre? Para hacerlo, debemos orientar el baricentro de la iniciativa sindical al centro de trabajo, en la empresa, allí donde se pueden pensar y experimentar nuevos modelos de organización y gestión, evitando los riesgos de enclaustranos en la empresa (aziendalismo), con la convicción de que el sindicato debe estar en la frontera, allí donde suceden los procesos y no en en cuarto trasero.

Podemos hacer el mismo discurso para el territorio, para las dinámicas de desarrollo local, para las posibles formas de concertación, buscando aprehender, también en ese terreno, todas las oportunidades y espacios que se pueden abrir en una iniciativa sostenida del sindicato con un planteamiento innovador y experimental. 

El sindicato puede constituirse como una fundamental custodia democrática del territorio, interviniendo en las políticas de desarrollo, en la regulación del mercado de trabajo, en las formas de subsidiaridad social, en los trayectos formativos, en todo el tejido conectivo en el que se organiza el sistema territorial. Empresa y territorio, pues, debe ser vistos en su conexión como dos lados del mismo proceso junto a los derechos del trabajo y los de ciudadanía. 

Hay que afrontar una última cuestión, que es la premisa indispensable para que todo este trabajo de innovación y experimentación sea posible. Se trata de la estructura organizativa del sindicato. Si continúa siendo centralizada, vertical, jerárquica; si el baricentro está en el vértice, y no en la base, no será posible ninguna corrección significativa, y seguiremos prisioneros de un mecanismo burocrático, que gira alrededor de sí mismo.

Es necesario una nueva generación de cuadros sindicales que sepan ser «experimentadores sociales», inmersos en la materialidad del trabajo que cambia y de la sociedad que se reorganiza, con un nivel de gran autonomía; unos jóvenes que no sean valorados por el criterio de la fidelidad y observancia de las normas, sino por su creatividad y capacidad de producir resultados, haciendo de la eficacia el nudo estratégico sobre el que reorganizar toda la acción sindical.

Yo creo que las perspectivas de unidad entre las organizaciones sindicales están en esta posibilidad de una nueva iniciativa desde abajo, de una custodia democrática en la empresa y en el territorio: allí donde hay una relación directa con los trabajadores y sus demandas; allí donde tienen menos fuerza las lógicas de contraposición identitaria y de conflicto entre las organizaciones. Desde este trabajo de base es donde puede venir, en el próximo futuro, una respuesta de la iniciativa sindical unitaria, hoy bloqueada por un juego de vértices que tiene más motivaciones políticas que sindicales, de ese deslizamiento político del que hemos hablado anteriormente.

¿Hay recursos humanos para esta operación? ¿Hay en la sociedad una demanda de participación, de socializad, de organización colectiva? A esta apuesta debemos confiar nuestra perspectiva con un trabajo sistemático escavando en lo social para hacer emerger todas las potencialidades de la situación. No es el «final de lo social», sino una relación más compleja entre dimensión individual y dimensión colectiva, con un acento más fuerte sobre la subjetividad, sobre los derechos y la autonomía de la persona. Pero es nueva sensibilidad puede llevar a diversas salidas: puede ser una regresión hacia lo privado o puede ser una puesta en marcha de una nueva fase de movilización democrática. Y tal vez esté ahí, en la reconstrucción de una relación vital entre el yo y el nosotros, entre lo individual y lo colectivo, la respuesta posible para restituir eficacia y fuerza expansiva a la representación social.


·                                  http://lopezbulla.blogspot.com.es/2013/12/sindicato-y-politica-primera-parte.html



Traducción JLLB