lunes, 23 de julio de 2012

ESE REFERÉNDUM...




En junio de 1985 se perdió el referéndum sobre la escala móvil en Italia. Lo había propiciado el Partido Comunista Italiano que, como se sabe, contaba en las elecciones generales con más de diez millones de votos, gobernaba en las principales regiones y en los ayuntamientos de las grandes ciudades; un año antes el PCI –tras la muerte de Enrico Berlinguer--  ganaba las elecciones europeas sobrepasando a la Democracia cristiana (il sorpasso). Por eso, cada vez que oigo la palabra referéndum tengo muy presente aquel acontecimiento. La gigantesca fuerza afiliativa de los comunistas italianos, su enorme representación electoral y su audiencia en los sectores organizados de la sociedad no fue suficiente para ganar aquella consulta.

Lo que digo viene a cuento, tras la exigencia de Izquierda Unida, de reclamar un referéndum en España para que la población sancione su oposición a las tan injustas como inútiles medidas del gobierno del Partido popular. Y sobre ello me devano los sesos.

De un lado, tengo la certeza de que el Gobierno no convocará dicha consulta. Ni le interesa, ni se lo dejarán hacer las cancillerías europeas, menos todavía la Unión europea. De otro lado, me aproximo a la certeza de que el PSOE y los nacionalistas (catalanes y vascos) tampoco estarán por la labor. Así pues, de la certeza y de la aproximación a ello, cabe deducir que no habrá referéndum insitucional. Tampoco habrá dimisión del gobierno, que es la exigencia alternativa.

En esa lógica, la salida no sería otra que la ya manifestada por la dirección de Izquierda Unida: será convocada con los requisitos convencionales al uso, pero desde fuera de los aparatos institucionales. Lo que presupone una ingente movilización de personas, primero, en la explicación de masas, y, después, una enorme acupuntura organizativa en todas las fases de esa consulta.

Supongamos, así las cosas, que se lleva a cabo. La pregunta es: ¿se conseguirían los porcentajes –esto es los millones de adhesiones— que requiere la ley, aunque esta consulta no fuera de carácter institucional? ¿Qué sucedería si no se alcanzara dicho porcentaje, a pesar de la masividad de la participación? Si, como es de esperar, la respuesta –contraria a las medidas— fuera contundentemente masiva, sería lógico que la valoración fuese positiva, aunque no alcanzara los requisititos establecidos. Pero, entonces, los objetivos de ganar el referéndum no se habrían alcanzado. Y de lo que se trata en una consulta de este calibre no es tener muchos millones de adhesiones, sino ganarla. Ganarla cuantitativamente.    

¿Que se opta por el referéndum? Me olvido de lo dicho y, sacando del armario mis ardores juveniles, me pongo, en cuerpo y alma, a lo que se diga. Por mí no quedará.   

viernes, 20 de julio de 2012

EL PULSO DE LA CALLE


Homenaje a Manuel Serra i Moret 





Cerca de las diez y cuarto de la noche suena mi telefonillo móvil. Rafael Rodríguez Alconchel, de santaferina natío, me envía un mensaje: “en la Gran Vía del Azúcar somos más de treinta mil personas”. Es el pulso de la ciudad granadina del trabajo y sus amistades. Leo las crónicas, ya esta mañana, y en toda la ciudad del trabajo de España pasa tres cuartos de lo mismo. Como es natural, los medios hablan del gentío, aunque en el fondo lo que destaca es un cierto oscurecimiento de la participación, escondida en un genérico y equívoco “miles de personas”. ¡Ay gentes de letras, que aparentáis ignorar que, tras las unidades, vienen las decenas y, después de éstas, no menos engalanadas, vienen las centenas! ¡Ay gentes de letras que presumís de no conocer lo que viene después de la regla de tres simple!

Es natural que destaque en la información publicada el clamor de la ciudad del trabajo –o más bien, la ciudad de los trabajos— de las grandes capitales. Yo, como en otras ocasiones, me permito llamar la atención de la acción colectiva de esas pequeñas ciudades que, al igual que las grandes, se echaron a la calle. Pongamos que hablo de Pineda de Mar, a cincuenta kilómetros de Barcelona. Trabajadores de los diversos sectores –especialmente sanitarios y enseñantes, trabajadores de la administración local y carteros— lucían sus pegatinas, coreaban consignas y pitaban. A su paso por la calle Doctor Bertomeu, la arteria principal de la ciudad del trabajo, algunos turistas aplaudían a los manifestantes. Exactamente, el pulso de la calle de la ciudad del trabajo.

Por supuesto, vamos a valorar como corresponde esta oceánica manifestación en todo el país. Que no era una masa indistinta, sino personas concretas, de carne y hueso, que se sentían agredidas por las políticas económicas del gobierno y sus virreyes autonómicos. Que se sentían directamente implicadas en la respuesta al neoliberalismo de Estado, a sus contenidos y a sus formas. Cierto, vamos a valorar todo lo que ocurrió ayer, día 19 de julio. Pero, todavía es más importante, ese movimiento de acción colectiva sostenida que viene desarrollándose desde hace unos años en la ciudad del trabajo. Cuyos rasgos más visibles, desde mi punto de vista, son: la masividad in progress de ese movimiento, la unidad social de masas y la reunificación de lo que se iba moviendo por su cuenta en una acción colectiva común. Es decir, desde “por lo mío” y lo “nuestro” hacia por lo de todos. Más o menos lo que expresó Joan Manuel Serrat, un día antes de la manifestación de Barcelona, al lado de su compadre Joaquín Sabina: “Sí, es importante moverse por lo de cada cual, pero lo es más hacerlo por lo de todos”. O lo que afirmó esa gran dama del teatro que es Rosa Maria Sardá, al terminar la función de anoche, al dirigirse al público desde el escenario: “Si no hubiera tenido función, estaría ahora en la manifestación”.

La respuesta masiva de la ciudad del trabajo y sus amistades es claramente de respuesta a las medidas de la motosierra gubernamental y a sus formas de expresión. Pero no es ya una respuesta resistencial: tiene un componente de nobleza política en la exigencia de una consulta a la población, de ese referéndum que exigen los sindicatos. Estamos, pues, ante el nacimiento –todavía no explicitado lo suficientemente masivo,  pero ya claramente indicador--  de un vínculo entre la denuncia de las medidas (demoledoras para la condición concreta de la persona que trabaja, quiere trabajar y no puede, la de los jubilados) y del fraude de la victoria electoral del Partido popular: por la estafa del programa prometido y de las razones que están dando ahora para no cumplirlo. La denuncia de este fraude electoral es una novedad que indica que la ciudad del trabajo está in vigilando.

A retener que, en dirección contraria, la relegitimación del sindicalismo es evidente en el terreno cualitativo. Ahora bien, ¿no es este el momento de enhebrar la aguja para proponer, con formas concretas, un incremento de la afiliación? ¿No es el momento de que cada afiliado lleve en la mano una libretilla solicitando al que tiene al lado que se afilie? Lo digo porque siempre tuve la siguiente obsesión: el éxito de los procesos de movilización, se miden también por los niveles de compromiso estable de hombres y mujeres con las organizaciones que están al frente de tales procesos, máxime cuando son sostenidos, casi fisiológicos.    
  

martes, 17 de julio de 2012

RESPUESTA A LOS HACHAZOS Y CONGRESOS SINDICALES




Conversación entre Paco Rodríguez de Lecea y un servidor sobre el CAPÍTULO 20. 2 TRABAJO Y CIUDADANÍA


Querido José Luis,
La quiebra del fordismo no ha significado nuestra entrada en la era del fin del trabajo, sino en la era del fin del 'trabajo como era antes'. El mundo del trabajo subalterno y heterodirigido no se encoge, sino al contrario: cada día que pasa es más amplio y diverso. También es más precario, más tramposo, más pirata; un tipo de trabajo que lacera la sociedad y deja llagas duraderas en quienes lo padecen.

Por eso, una tarea de la mayor urgencia para el sindicato y para las fuerzas políticas de la izquierda ha de ser apremiar, proponer y contribuir a una reelaboración a fondo de las leyes, los estatutos, los derechos y las tutelas que afectan a los trabajadores. Adecuar a los nuevos tiempos una panoplia protectora que hace tiempo que ha dejado de ser útil para promover la cohesión social en torno a los valores del trabajo. De hecho, la indefensión cada vez más completa de muchos colectivos de trabajadores está llevando ya, más allá de la destrucción de empleo (del empleo 'emergido', con garantías y derechos estipulados), a una regresión grave en la convivencia. Con las últimas reformas insensatas del mercado de trabajo se está destruyendo algo mucho más importante que un volumen de empleo cuantificable: la base misma en la que se sustenta la sociedad civil.

No bastan, argumenta Trentin, consignas de tono solidario pero que siguen ancladas en la lógica y en los presupuestos del fordismo. Por ejemplo, «trabajar menos para trabajar todos.» La reducción del horario de trabajo merece, en todo caso, argumentaciones de mayor consistencia. Porque ya no estamos en la concepción del trabajo como un fondo abstracto, fungible y mesurable según unos parámetros siempre idénticos. En la era en la que vivimos, tienen una importancia nueva la iniciativa personal, los saberes que cada trabajador puede volcar en su actividad, la calidad del trabajo, la libertad.

Esta realidad sigue en gran medida ignorada por el mundo de la política, incluidas las formaciones de la izquierda, que miran obstinadamente 'hacia otro lado'. La política se ha ensimismado. Se ha replegado, en palabras de Trentin, «hacia unas ingenierías institucionales enrocadas en el estado», y su última preocupación son ahora los problemas de la sociedad civil, sus expresiones asociativas y la reforma y mejora de las formas de representación y participación de los ciudadanos. Lejos de preocuparse por insuflar derechos de ciudadanía al mundo del trabajo, los políticos dejan cómodamente de lado a la 'fábrica' como un coto privado con sus propias reglas, y tienden a ocuparse en ese terreno únicamente de los problemas de la redistribución. Y cada vez más se extiende una actitud autoritaria por la que el estado, a la vista de la insuficiencia de recursos para atender a todas las demandas sociales, prioriza unas (las que entiende como rentables a corto y medio plazo) y condena sin remedio a colectivos cada vez más amplios a la desprotección y a la marginación social.

La traducción hacia el interior del sindicato de la actitud descrita es una tentación siempre presente, que ha de ser rechazada con energía. Si el sindicato centra sus esfuerzos, en particular los de la negociación colectiva, en la redistribución, y prioriza la tutela de los derechos legalmente reconocidos a unos segmentos del mundo asalariado, desconociendo las necesidades de otros sectores de menor tradición o arraigo, o carentes de una tutela jurídica eficaz, acabará por cristalizar la identificación del sindicato con una burocracia que 'barre para casa', y en último término esa situación llevará a su completo descrédito.

El gran objetivo en la etapa que se abre tendría que ser el de elevar los niveles de iniciativa, creatividad y libertad en el trabajo, y reelaborar y mejorar una protección suficiente para el conjunto del mundo asalariado. Sin parcelarlo, sin seleccionar, sin discriminar: es todo el paraguas que ampara al mundo laboral lo que necesita una profunda reconsideración y una reforma a fondo. Lo cual implicará además un esfuerzo sostenido del sindicato junto a otras instancias para impulsar la formación y la capacitación de nuevas generaciones de trabajadores-ciudadanos. Esa sería la clave para superar el bloqueo actual de la democracia.

Puede resultar del todo intrascendente que nos lo digamos el uno al otro, casi en tono de cuchicheo, mientras contemplamos consternados la zahúrda en que se está convirtiendo un país veraniego ensoñado en fastos deportivos. Pero, José Luis, alguien debería hacer algo.

Habla un servidor JLLB

Querido Paco,  vamos a ver cómo salimos de esta primera fase: la del enfrentamiento sin fisuras a ese conjunto de hachazos que el gobierno ha puesto en marcha. No recuerdo un conjunto de movilizaciones tan intermitentes y masivas como las que se están realizando desde hace, por lo menos, un año. Y ya veremos también si el hacha sigue talando árboles o qué. Lo que sí parece necesario es que, en un momento dado, el sindicalismo confederal perfile un camino que, por un lado, sea de respuesta a la motosierra, y, de otro lado, indique qué camino es el más apropiado. Ese momento puede ser el debate precongresual, al menos en lo referente a Comisiones Obreras.

El problema práctico podría ser cómo compatibilizar la respuesta a la motosierra (Toxo está hablando de otra posible convocatoria de huelga general en setiembre) con la necesaria discusión precongresual. En términos técnicos, si es que se me permite hablar de esa manera, o lo uno o lo otro podría resentirse. En términos teóricos, alguien diría que se puede estar en misa y repicando, pero se me escapa de qué manera.

Desde luego, lo prioritario sea la respuesta que, cada vez más, tendría que ser articulada con todo lo que se está moviendo contra las agresiones, que parecen ser el cuento de nunca acabar. Ahora bien, no concibo la manera de organizar (de seguir organizando, quiero decir) la presión social, con el esfuerzo que ello supone, al tiempo que se abre la discusión precongresual. Todavía hay tiempo para despejar la incógnita, pero tal vez no parezca descartado un retraso del congreso confederal. Que conste, esto es un comentario entre tú y yo.

Por otra parte --no quisiera exagerar--  pero percibo que los fastos deportivos están un poco lejos en la retentiva de la gente. Lo que ha puesto a medio país en tensión es la motosierra de los recortes y el obsceno ¡que se jodan!  de esa monja alférez. Paradójicamente esto último no les ha venido excesivamente mal al Partido popular y a los socialistas. De un lado, se entromete en la motosierra de Marianico; y, de otro lado, oscurece la inanidad del discurso de Rubalcaba en el parlamento.  Seguiremos hablando de ello.

Con relación a los planteamientos de Trentin sobre los problemas de la formación, quisiera sugerir un libro a nuestros amigos, conocidos y saludados. Se trata de Il sapere profesionale, competenze, diritti, democrazia (Feltrinelli) que me recomendó el maestro Umberto Romagnoli hace unos años vía Antonio Baylos. Su autor es Saul Meghnagi.

Hasta pronto, JL


lunes, 16 de julio de 2012

CC.OO. DE LA DICTADURA A LA DEMOCRACIA




Ciclos de protesta, militancia y sindicalismo democrático: Comisiones Obreras, de la Dictadura a la Democracia.

Javier Tébar Hurtado,
Director del Arxiu Històric de CCOO de Catalunya
(Fundació Cipriano García)


El historiador asturiano Ramón García Piñeiro, hace ya unos años, hacia el 2000, alertaba sobre la crisis de la “historia social obrera” en su artículo “El obrero no tiene quien le escriba”. Su diagnóstico en muchos sentidos era certero cuando establecía una relación entre la progresiva pérdida de protagonismo de la historiografía sobre el movimiento obrero y la crisis del mundo del trabajo que se arrastraba desde la década de los años ochenta del pasado siglo XX. No obstante, visto el volumen de trabajos que citaba el propio García Piñeiro, y a la vista de la posterior producción sobre el tema -que si no ha sido extraordinariamente numerosa, sí que es ciertamente consistente-, podría llegarse a una conclusión distinta de aquella. Me parece que no es un problema de escritura, sino más bien de lectores, la mayor parte de las ocasiones de “lectores especializados”. Estoy tentado de pensar que, en realidad, “Quien escribe sobre el obrero no tiene quien le lea”. Con ello, no niego la pérdida de centralidad en la historiografía, aunque no sólo en la española, de las cuestiones relacionadas con el trabajo, los trabajadores y sus organizaciones a lo largo de los últimos treinta años.

Esta cuestión, como es obvio, ha afectado a las investigaciones sobre el mundo obrero bajo la dictadura del general Franco. Pero esta evolución no sólo tiene relación con los grandes cambios históricos producidos en términos de sociedad desde los años ochenta –sucintamente: el paso del “fordismo” al “posfordismo”-, sino que también lo tienen con las propias transformaciones en la manera de concebir y de escribir la historia –simplificando: la tensión y la disputa entre la “historia social” y la “historia cultural”- que se ha producido a lo largo de los tres últimos decenios. Esta es un tema  que aquí no puedo abordar, pero que debe tenerse muy en cuenta, puesto que está en el trasfondo de muchas de las investigaciones que se presentan en este Congreso Internacional “Sindicalismo en España: del Franquismo a la estabilidad democrática (1970-1994)”, como en tantos otros congresos y jornadas.

Mi ponencia, con el título “Ciclos de protesta, militancia y sindicalismo democrático: Comisiones Obreras, de la Dictadura a la Democracia”, tiene por objeto presentar una interpretación de la trayectoria histórica de las Comisiones. No obstante, de manera previa, quisiera introducir dos consideraciones, una de tipo teórico y otra como hipótesis de partida. En primer lugar, la consideración teórica. Tal como planteó Antonio Gramsci para el estudio de la historia de un partido político, podría considerarse que escribir la historia de un movimiento, de un sindicato o de un partido significa escribir, desde un punto de vista monográfico, la historia de la sociedad de la que ese movimiento, sindicato o partido es un componente. En este sentido, puede decirse que la historia de las Comisiones Obreras sólo es inteligible si se analiza su relación con la clase obrera en su conjunto, no sólo con sus militantes y simpatizantes, así como con otras clases y grupos sociales. En definitiva, se trataría de saber inscribir su historia dentro del contexto político nacional -en el que existen diferentes fuerzas en presencia- del que forma parte. Me parece que hoy, siendo necesario, no podemos contentarnos con describir simplemente la trayectoria política interna de lo que fueron las Comisiones, o de lo que fueron otros movimientos y organizaciones políticas antifranquistas. La crónica exacta del número de afiliados o participantes, la forma de organización, las declaraciones programáticas, los líderes, etc. como unidad de análisis –si bien debe en muchos sentidos completarse-, responde a una visión del vértice del movimiento, a una visión exclusivamente “institucional”. Esta mirada, como se viene insistiendo desde hace tiempo, tiene que combinarse con una aproximación que permita poner en relación aquella parte organizada del movimiento obrero con la base social que fue capaz de movilizar. Es decir, desde un punto de vista metodológico, es conveniente plantearse el análisis de la cuestión tanto de “arriba a abajo” como de “abajo a arriba”; y también sería por completo recomendable hacerlo “desde lejos”, sin apriorismos previos.

En segundo lugar, presento algunas de las hipótesis interpretativas sobre la historia de la evolución del sindicalismo democrático en España entre el tardo-franquismo y finales de la década de los años ochenta. Ya que se ha hablado en otra ponencia presentada en este Congreso de la actual “crisis del sindicalismo” en el siglo XXI, partamos inicialmente de aquella otra “crisis” que atravesó el sindicalismo confederal durante los años ochenta, y sobre la que también se escribieron ríos de tinta. Pocos meses después del 14-D de 1988, el “paro general” -como lo denominaron los principales sindicatos que lo convocaron: CC.OO. y UGT- que pasó a constituir la “huelga general ciudadana” de mayor éxito en la historia de la democracia española, el historiador británico Sebastian Balfour apuntaba algunas cuestiones que me interesa traer a colación. Al preguntarse sobre una paradoja que siempre ha caracterizado al sindicalismo democrático español de la segunda mitad del siglo XX, a saber, la contradicción aparente entre el alto nivel de movilización del movimiento obrero durante la Dictadura (y en cierta medida después) y el bajo nivel de afiliación en el “posfranquismo”, Balfour mencionaba dos posibles interpretaciones de este fenómeno. La primera sería aquella que ofrecía una explicación a partir de la crisis económica que se desató en la segunda mitad de los años setenta; y, sin duda, hay razones para valorarla adecuadamente, por cuanto aquella recesión condicionó fuertemente el desarrollo del nuevo sindicalismo democrático. Un segundo tipo de interpretación, centrado ya durante la posterior etapa de “transición política” a la democracia, subrayaría los compromisos aparentemente necesarios para conseguir un consenso político (entiéndase, Pactos de la Moncloa, 1977), que, finalmente, no favorecían el avance del nuevo sindicalismo, por cuanto le hicieron perder protagonismo y ganar en subordinación respecto de los partidos políticos. Ambas hipótesis situaban las causas de explicación entre los años finales de la Dictadura y en el inicio de la Democracia en España. Sin embargo, Sebastian Balfour subrayaba la necesidad de ofrecer explicaciones a partir del examen del propio sindicalismo durante la época de la Dictadura. De no hacerlo, pudiera parecer que era “lógico” y “natural” que bajo un régimen de las características del Franquismo existiera un “sindicalismo obrero democrático”, como si se tratara de algo dado. Sin menoscabar la importancia de las anteriores hipótesis (crisis económica y “consenso” político), lo que se proponía era, en definitiva, un examen de la herencia de la Dictadura en el nuevo movimiento sindical, centrándose en particular en la experiencia de los trabajadores y en la estrategia y las prácticas de la oposición obrera organizada. De hecho, con este planteamiento introducía la dimensión histórica de la transición política. Algo que le permitía señalar que “la característica más marcada de la historia del movimiento obrero en España desde 1939 había sido la “discontinuidad”. Después de la Guerra Civil, se desmantelaron los viejos sindicatos y partidos obreros. Luego, los cambios socio-económicos después del año 1959 transformaron la estructura e identidad de la clase obrera. Y finalmente, la crisis económica de la segunda mitad de los setenta llevó a una profunda reestructuración que había disuelto a muchos de los colectivos que se habían organizado durante el boom económico (…). No es sorprendente que las formas de organización colectiva que se desarrollaron en la segunda mitad de la dictadura no hayan perdurado”. Así las cosas, el nuevo movimiento sindical español inició su construcción en un contexto nada favorable, en medio de la mayor crisis económica internacional desde los años treinta, con sus intereses subordinados al compromiso político y con una herencia altamente negativa del Franquismo. Visto así, y teniendo en cuenta todas estas circunstancias, Balfour concluía señalando que quizás fuera erróneo hablar de “crisis del sindicalismo”. Por el contrario, lo realmente sorprendente era la capacidad que había mostrado el movimiento sindical español para emprender la tarea de reconstruir un nuevo sindicalismo en unas condiciones sumamente desfavorables. De manera que la contradicción aparente entre un alto nivel de movilización del movimiento obrero durante la Dictadura y la transición política española y el bajo nivel de afiliación sindical (entre el 10 y 15%), tal vez no constituyera una paradoja si se tenía en cuenta el recorrido histórico del sindicalismo democrático.



sábado, 14 de julio de 2012

UN MATIZ AL PROFESOR JOSEP FONTANA



Conversando en torno al CAPÍTULO 20.1 TRABAJO Y CIUDADANÍA.


Habla Paco Rodríguez de Lecea

Desde el título, La ciudad del trabajo, hasta el encabezamiento de este último capítulo, Trabajo y ciudadanía, la idea que recorre el libro de Trentin que estamos acabando de comentar, José Luis, es la necesidad apremiante de conquistar para el mundo del trabajo subordinado y heterodirigido los mismos derechos que conforman el estatuto normal del ciudadano en una democracia moderna: derechos a recibir información y formación, a ser consultado, a participar en la forma y el nivel que se establezca en las decisiones que afectan al trabajo propio.

Porque esa es la contradicción sangrante en la que nos encontramos: el trabajador tiene garantizado en principio el acceso a la participación en el gobierno de la 'ciudad', o sea del estado; y en cambio se le niega toda participación en las decisiones que afectan a su propio trabajo y a la forma de desarrollarlo.

Si todo empezó con la invención de la ciudad, de la 'polis' como lugar de la 'política', en la Grecia antigua, habremos de convenir que en este asunto hubo una aberración, un pecado original contra natura, como lo consideró el joven Marx: la ciudad y la sociedad civil que la sostiene se edificaron sobre la base inamovible de la propiedad privada. La ciudadanía plena se configuró en la antigüedad a partir del censo de propiedades. Quienes tenían voto en las asambleas fueron los varones propietarios; los esclavos y las mujeres quedaron excluidos, y también, por ejemplo, los extranjeros, los artesanos y los mercaderes, que no tenían medios de producción suficientes.

Muchos siglos después, cuando la esclavitud ha sido abolida e impera el sufragio universal, todavía sigue abierta una escisión conceptual entre el trabajador, sujeto de derechos, y el trabajo que realiza, el cual tiene la consideración de una mercancía, un objeto 'abstracto' que el comprador de mano de obra maneja sin trabas, a su entera voluntad. El trabajador taylorizado no vende, como podía suceder en épocas enteriores, un producto acabado, ni una prestación de carácter personal controlada en las formas, las cantidades y los tiempos por su propio saber hacer, su experiencia y su diligencia; sino una actividad a la que toda su persona se ve sometida sin condiciones y que le exige una intensidad y una concentración al límite. Una actividad mecánica, fungible, parcelada y ciega. Deshumanizadora.

En general las izquierdas (por lo menos las izquierdas triunfantes, vuelve a precisar Trentin) han aplazado la superación de esa situación dañina hasta el momento futuro de la abolición de la propiedad privada de los medios de producción; y han confiado al estado todopoderoso la misión de conducir al conjunto de la sociedad, a través de un período de tiempo incierto, hasta ese punto de no retorno. En el proceso, medios y fines se han invertido: a la conquista de la libertad se ha contrapuesto la conquista del estado. Mientras llega la redención, las distintas teorías han ofrecido al trabajador heterodirigido paños calientes de naturaleza diversa: desde la 'autocoerción' hasta la 'felicidad' fuera de la fábrica.

Pero de la afirmación de Rosa Luxemburgo de que la única libertad que importa es la de quien piensa diferente, podemos extraer el corolario de que la libertad no existe si no es completa, para todos y en todos los aspectos de la vida. La exigencia de un trabajo más libre y creativo es razonable. «Más libertad y no más estado», es un lema que tiene sentido cuando la crisis del fordismo y la quema apresurada de etapas en la introducción de nuevas tecnologías ponen sobre el tapete una nueva importancia de la calidad del trabajo por encima de la cantidad. Y cuando, de otro lado, lo único que nos ofrecen hoy el estado y la unión europea a los ciudadanos es la desaparición masiva de puestos de trabajo, el crecimiento imparable del paro no subsidiado, los recortes de todas las prestaciones sociales, y sacrificios sin cuento para mantener al precio que sea una tasa de acumulación de beneficios que asegure la felicidad de los banqueros.

O eso me parece a mí.

Habla un servidor, JLLB

Totalmente de acuerdo con lo que explicas. Y, además de las contradicciones que señalas (“el trabajador tiene garantizado en principio el acceso a la participación en el gobierno de la 'ciudad', o sea del estado; y en cambio se le niega toda participación en las decisiones que afectan a su propio trabajo y a la forma de desarrollarlo”) nuestro amigo, el maestro Umberto Romagnoli, se interroga algo que tiene mucha miga. Esto es, la paradoja de los regímenes democráticos, basados en la alternancia, mientras que en la no existe ese recambio. Especialmente en los modernos centros de trabajo y en la empresa moderna que busca una relegitimación definitiva. En ese sentido te está esperando un libro magnífico de nuestro Antonio Baylos: Derecho del trabajo, modelo para armar. Que,  escrito hace dos décadas, tiene hoy toda su actualidad.

Y dándole vueltas a las cosas que están pasando hoy, que tú señalas al final de la carta, me permito un ligero contraste con Josep Fontana. En repetidas ocasiones, y muy en especial en su   MÁS ALLÁ DE LA CRISIS, viene a decir el maestro que, hace poco, la burguesía dejó de tener miedo a las clases trabajadoras. Yo, querido Paco, veo las cosas de otra manera. Me explico.

Las conquistas del movimiento de los trabajadores y de su expresión organizada más directa, el sindicalismo confederal –más allá de las limitaciones que siempre señaló Trentin--  consiguieron, tras la segunda posguerra, un amplio abanico de bienes democráticos, de poderes. No sólo en su aspecto cuantitativo sino en la nueva cualidad que representaba el Estado de bienestar. Así las cosas, tras la gran convulsión de la revolución tecnológica, el neoliberalismo sumergido se echa las manos a la cabeza y explica, pacientemente, que: las conquistas sociales han ido demasiado lejos, que es preciso un golpe de timón para que la nueva revolución tecnológica depare un nuevo proceso de acumulación capitalista, pero que los controles sociales deben ser eliminados para mayor gloria de los beneficios. Rizando el rizo, pues, pienso que esta ofensiva neoliberal es también una expresión –posiblemente parcial— del miedo o prevención de que la jugada no les salga bien.

En resumidas cuentas,  pienso que la reacción neoliberal tiene una pizca de miedo al avance del movimiento democrático: al control (cierto, insuficiente) del sindicalismo y de la legislación tuitiva así de los trabajadores individual y colectivamente (también insuficientes), además de los derechos sindicales.  

Acabo, también te espera una joya de primer orden: la parte de la biografía de Giorgio Amendola cuando, recién casado vuelve clandestinamente a Italia, y es detenido y deportado a Ponza. El libro se llama, precisamente, Un´isola. Muy refrescante para estas calores veraniegas.

Tuyo en los Refrescos, JL   

viernes, 13 de julio de 2012

SIMONE WEIL Y ENRIQUE MUÑOZ ARÉVALO


Homenaje al último alcalde republicano de Santa Fe, el socialista Enrique Muñoz Arévalo.



Conversación entre Paco Rodríguez de Lecea y un servidor sobre el CAPÍTULO 19.3 LOS OTROS CAMINOS. Simone Weil





Querido Paco, la lectura de la tercera parte de  este capítulo (¡que es el penúltimo!) me provocan algunas reflexiones que las expongo en clave de titubeos.  En todo caso, a lo largo de este capítulo podemos observar el impresionante acervo que crearon los exponentes de estas otras vías minoritarias en el quehacer del movimiento obrero del siglo XX. Esto es, el patrimonio inmaterial de los austromarxistas y los guildistas, de los woobblies y los federalistas italianos, además de las aportaciones de Korsch y Simone Weil, a quien conozco a fondo gracias a la insistencia de Alfonso Comín, que nos dejó hace tantos años. Unas referencias que, me atrevería a decir, tienen todavía en no pocos aspectos una gran validez.

De ahí que me interrogue sobre la necesidad de que, cuando se explique la historia del movimiento obrero y sindical (si es que alguien tiene esa idea en la casa sindical) ponga más atención en las reivindicaciones y planteamientos de nuestros antepasados que en la mera chanson de geste. Más todavía, ahora sabemos que muchas de las reivindicaciones –por ejemplo, las relativas al control— que preconizaban los guildistas no se quedaron en la teoría sino que se plasmaron en grandes “industrias metalúrgicas y sectores como la minería y los ferrocarriles en Gran Bretaña”  según nos explica Bruno Trentin. Todo eso habría que trasladarlo “del salón en el ángulo oscuro”, como el arpa de don Gustavo Adolfo, al lugar más abierto y público que pueda encontrar el sindicalismo de nuestros días. 

Lo que vale también para recuperar la relación de explotación, opresión y subordinación, en la que tanto insisten Korsch y Weil. Hace pocos años saltó el escándalo de los numerosos suicidios de los empleados en Télécom France; en uno de mis blogs-almacén publiqué una investigación del amigo Pino Ferraris al respecto: LOS SUICIDIOS EN EL CENTRO DE TRABAJO. El caso de France Télecom.  Pues bien, no recuerdo que a nadie, entre los nuestros,  le interesara saber qué y por qué había ocurrido aquella tragedia, y sin embargo era una ocasión propicia para debatir no pocas cosas de la estrategia sindical.

Otra de las cosas que llaman la atención es el tratamiento que la izquierda tradicional ha hecho de Simone Weil a través de una división de opiniones propia de zotes y majaderos. “Que si era una monja que le había dando un pronto”, “que si estaba majareta perdida”… Por no hablar de don León Trotski que, tras entrevistarse con ella, dejó sentado que –como estaba amargada— encontró consuelo defendiendo su personalidad contra la sociedad, amén de propinarla con los calificativos al uso: anarquista, pequeño-burguesa y “loca como un cencerro”. Me juego lo que quieras, Paco, que don León no estaba ahíto de orujo en ese momento. Que no supo ver, entre otras cosas, el potente mensaje (seguramente provinente de algunas compañera de taller, el lenguaje es femenino, desde luego) de “poner un poco de alegría en la máquina que nos aplasta”. Lo subrayo.

Lo que me lleva a otra consideración, también titubeando, ¿por qué las izquierdas han tenido esa rara habilidad para pelearse, en algunas ocasiones, con más saña que contra el enemigo? Otra, ¿a qué se debe la falta de un sastre que hubiera enhebrado, aunque fuera aproximadamente tantos retales sueltos?

Y acabo con una historia que recuerda, aunque vagamente, el compromiso ético de Simone Weil. En puertas de las últimas elecciones municipales de nuestro periodo republicano, don Fernando de los Ríos tuvo una idea: llamó a su amigo Enrique Muñoz Arévalo, socialista, que  a la sazón era un alto cargo de la Singer (la de las máquinas de coser) en Madrid. No hace falta que te diga que don Enrique, santaferino hasta las cachas, tenía un muy buen pasar en Madrid. Pues bien, don Fernando le dice, más o menos, “oye, Enrique, que estaría bien que te presentaras como alcalde de Santa Fe, mira que la derecha está apretando fuerte en la Vega”. Muñoz Arévalo deja Madrid, su alto salario y todo lo demás. Coge el tren y acepta encabezar la candidatura municipal de mi pueblo. La derecha, con Herrera Oria, antes de meterse a cura, (desde la prensa de Málaga y los periódicos de Granada) pusieron a don Enrique como un pingo. Cuando entraron los fascistas en Santa Fe lo despellejaron vivo; no es una metáfora, le hicieron tres cuartos de lo mismo que a Victor Jara, muchos años después en Chile.

Un héroe, por supuesto. Pero, ¿por qué los nuestros, rajaron tanto contra la Weil cuando se fue a trabajar a una fábrica? Con este interrogante te dejo, y saludo desde Parapanda. JL “dar un poco de alegría a la máquina que nos aplasta”.                              



Habla Paco Rodríguez de Lecea.
     


«¡Empuña el libro, hambriento! ¡Es un arma! Estás llamado a ser un dirigente. ¡No temas preguntar, compañero! ¡No te dejes convencer! ¡Compruébalo tú mismo! Lo que no sabes por ti, no lo sabes.»

Es un fragmento del poema “Loa al estudio”, de Bertolt Brecht, e imagino que se ajusta a tus reflexiones, querido José Luis, como se ajusta al talante y a la intención de nuestro Trentin.

Ningún obrero, ningún sindicalista, ningún militante de las izquierdas plurales puede hoy, ni (dicho sea entre nosotros) nunca ha podido, moverse por el mundo con el bagaje de un Nikitin, o un Afanasiev, u otro manual sea de quien sea. Y menos con la última consigna de la dirección, ni con una vulgata donde se alinean las preguntas posibles y las respuestas ‘correctas’ como en un catecismo. «Lo que no sabes por ti, no lo sabes.» Para estudiar, para buscar referencias en el «impresionante acervo» (cito tus palabras) de ideas, ensayos, iniciativas y reflexiones que nos han dejado nuestros antepasados, ortodoxos y heterodoxos, hace falta la humildad intelectual de un Trentin. «¡No temas preguntar, compañero!»

Ignoro las causas del cainismo tan extendido en la izquierda y de que no haya aparecido un sastre capaz de enhebrar los retales sueltos de todo ese inmenso fondo de pensamiento reformista y revolucionario, pero seguro que no es una fatalidad perdurable, inseparable de nuestra praxis. En el libro que estamos acabando de comentar hay muchos signos, indicios, pequeñas epifanías. Hoy no se fía, pero puede que mañana consigamos retirar ese cartel de detrás del mostrador del bar Raíz Cuadrada de menos uno, en la inmortal ciudad de Parapanda.

Un saludo, Paco

Radio Parapanda. LA UE Y EL PP DESTROZAN LA DEMOCRACIA EN ESPAÑA. Joaquín Aparicio.




jueves, 12 de julio de 2012

"LA CULPA DE TODO LA TIENE LA CONCERTACIÓN SOCIAL"




Mario Monti, jefe del gobierno italiano, ha afirmado recientemente que “la concertación ha generado los males contra los que luchamos hoy y los motivos por los que los jóvenes no encuentran trabajo”. Lo ha dicho en la asamblea de la Asociación Bancaria Italiana. Y no satisfecho todavía con lo dicho recalcó: “En las políticas económicas, los agentes sociales deben quedarse al margen”.

Recordemos que Mario Monti fue también director europeo de la Comisión Trilateral, un lobby de orientación neoliberal fundado en 1973 por David Rockefeller.  También fue miembro de la directiva del Grupo Bilderberg. Fue presidente de Bruegel,  asesor de The Coca-Cola Company. Atención: fue asesor de Goldman Sachs, durante el período en que esta compañía ayudó a ocultar el déficit del gobierno griego de Kostas Karamanlis.  

En suma, uno de los máximos representantes orgánicos de las prácticas que nos están llevando al desastre lanza desde la Torre del Homenaje del cogollo de la gran banca italiana el potente mensaje de que la crisis es debida a la concertación social. ¿Dirigida a los mercados? Claro que sí, pero fundamentalmente a la urbe y al orbe.

Me juego lo que sea a que, dentro de poco, estas mismas palabras se traducirán al lenguaje común de la clase política termidoriana de nuestro país, que ya hace tiempo que, sin decirlo, lo practica. Así las cosas, no es un infundio decir que de esta crisis se saldrá, según se colige de Monti y sus secuaces, cuando se haya liquidado todo vestigio de control social y la democracia sea un trampantojo.  

Como es natural, la CGIL ha contestado como corresponde.  

viernes, 6 de julio de 2012

EL COMUNISMO HUMANISTA





Conversación sobre CAPÍTULO 19.1 LOS OTROS CAMINOS: Rosa Luxemburgo, Karl Korsch y Pannekoek




Querido Paco, antes de que se me olvide: también te está esperando en casa un estudio sobre Rosa Luxemburgo a cargo de Peter Nettl. Se llama Rosa Luxemburgo y está publicado por Era, la legendaria editorial mejicana que fundara la familia (exiliada en aquel país) de nuestro amigo Quico Espresate, del que hace tiempo no sé nada. Naturalmente recomiendo la obra a quienes estén en condiciones de soportar soponcios varios. Desde luego, deben abstenerse quienes pueden tener un infarto si leen lo que dijo Rosa Luxemburgo sobre la libertad: “La libertad sólo para los partidarios del gobierno, sólo para los miembros de un partido –por numerosos que estos fueran— no es libertad. La libertad es siempre únicamente libertad para quien piensa diferente”. De ahí que sus encontronazos con Lenin y Trotsky nunca sentaron bien “a la dirección” de los partidos comunistas que hicieron, durante muchos años, todo lo posible por ningunearla. Eso del ninguno puede ser, en no pocas ocasiones, más perverso que el tratamiento que la santa madre iglesia (católica, apostólica y romana, por supuesto) hizo de personas como Arrio, Pelagio y otros más recientes.

Nos dice Trentin que Rosa captó un gran número de problemas que afectaban directamente a los trabajadores. Presumo que ello tuvo que ser, en gran parte, el resultado de muchas relaciones concretas con gentes de las fábricas. El estudio alejado de donde se cuecen las habas no da para tanto. Más todavía, ese conocimiento no viene de ir a una reunión con el ánimo de soltar un sermón (llamado informe general) sino –me imagino en el caso de Luxemburgo— de hacer muchas preguntas y escuchar atentamente lo que dicen los afectados. ¿Estarán por algún sitio las notas que ella tomó en esos encuentros?

Debo decirte, Paco, que me parece magnífico, como orientación general, el planteamiento que enlaza a Rosa Luxemburgo y Karl Korsch que yo calificaría de comunismo humanista: la preocupación por la persona concreta que trabaja, conquistando parcelas de humanización del trabajo contra la subordinación, la alienación y la explotación en un marco de libertades irrestrictas –especialmente para los que disienten--  que podía ser calificado, así lo mencionó Manuel Vázquez Montalbán, en el entierro de nuestro Cipriano García, el comunismo de los sueños y no el de las pesadillas.    

Los sueños, no quiméricos de Karl Korsch, son que ese proceso se corresponden  con “la dialéctica de los poderes”, la coexistencia de diversas formas de democracia, no excluyentes entre sí, y constituyen la única garantía de que la “socialización” –incluso antes de la conquista y la reforma del Estado— comporte una transformación del “modo de producción” y no sólo del modelo distributivo, mediante una transformación de la relación del trabajo subordinado realizada por los mismos trabajadores y no sólo de los que se auto envisten como sus representantes. Las distancias kilométricas con los bolcheviques y los consejistas están claras. También está más clara que el agua la distancia con la “autocoerción” à la Gramsci.  Por eso Korsch no está en el almanaque oficial de la izquierda, querido Paco.  

En otro orden de cosas, querido amigo, se considera que la participación es la implicación que la gente de abajo tiene en los quehaceres de la acción colectiva. Pero yo nunca he oído hablar de la participación de los grupos dirigentes cuando se relacionan con los de abajo. Tal vez sea porque, en el fondo y en la forma, salvo raras excepciones, “la dirección” no es un sujeto participante sino meramente informador. Eso no es el “cemento de la participación” del que habla Bruno Trentin.

Bueno, Paco, te informo que me quedan por traducir cuarenta páginas del libro. A ver si esto acaba porque esta noche he soñado que me tomaba unas copas con Pannekoek y con nuestro Juan López de la Fuente (sabio sindicalista) en el Bar Raíz Cuadrada de Menos Uno (de Parapanda) que tú bien conoces. Me desperté tras oir que Juan decía: “Échate un pulso, Pannekoek”. 

Desde esta entrañable tasca, te envío mis saludos, también a Carmen. JL



Habla Paco Rodríguez de Lecea

Rosa Luxemburgo fue ‘ninguneada’ del modo más efectivo posible en enero de 1919 por los sicarios, no del partido bolchevique con el que ella tenía amores y desamores alternativos, sino de la socialdemocracia mayoritaria y moderada que en aquel momento gobernaba en Alemania. Y durante largos años su obra teórica también fue ninguneada por el marxismo oficial, el del partido-Estado y el socialismo en un solo país. No había forma de que se publicara ningún libro suyo, existía un veto muy sutil e impalpable. De alguna forma se sugirió que su misma muerte, asesinada, era la prueba definitiva de su aberración teórica, de la ‘enfermedad infantil’ que padecía. Por eso, la frase que citas de ella es casi un testamento y casi un epitafio.

Y me gusta esa asociación de conceptos que aplicas a Luxemburgo y a Korsch: «comunismo humanista.» Comunismo y humanismo pueden formar una hermosa pareja de hecho. La etiqueta no implica que Rosa y Karl acertaran en todo lo que plantearon, pero sí pone el énfasis en su punto de partida y en el centro de gravedad de toda su búsqueda. Fueron comunistas humanistas y antidogmáticos.

Lo cual me trae a la memoria otra asociación de ideas inverosímil, que Vittorio Foa aplicó a Bruno Trentin. Cuenta Iginio Aremma que en sus Memorias Foa calificaba por dos veces a Trentin como un comunista «diverso», distinto. Aremma le hizo una larga entrevista pocos meses antes de la muerte de Foa, y en el curso de la misma le preguntó en qué veía ‘distinto’ al comunista Trentin. Bueno, dijo Foa, le pasa lo mismo que a Di Vittorio: quiere un partido a su imagen y semejanza. Sí, insistió Aremma, pero ¿en qué es Trentin un comunista ‘diverso’? Y Foa contestó, a regañadientes: «Bueno, es un comunista... libertario.»

Cambiando de tercio, quiero compartir contigo un recuerdo muy cariñoso para Juan López Lafuente, sindicalista aún en activo, formado en los talleres de la Editorial Bruguera que, como recordaba yo el otro día, cerró sus puertas a principios de los ochenta. Conseguimos convencerle entonces de que podía encontrar un futuro lejos de sus rotativas, en el trabajo sindical en la Federación, y eso ganó el sindicato. Sabiduría, tal como tú dices. Y un gran tesón, y una humanidad inmensa.
Tuyo, y también de Juan, en la diversidad múltiple de la Idea, Paco

JLLB


Me gusta eso de “la diversidad múltiple de la Idea”. 

miércoles, 4 de julio de 2012

VIDA DE GRAMSCI



Conversación sobre el CAPÍTULO 18.3 EL ESTADO COMO LUGAR DE LA POLÍTICA


  
Querido Paco, tengo muy presente lo que en anteriores comentarios decías sobre las difíciles condiciones de Gramsci en la cárcel. De un lado, su delicada salud que se iba deteriorando a marchas forzadas; de otro lado, las ásperas polémicas con algunos de sus compañeros de partido, pletóricos de sectarismo y que, a decir verdad, le hicieron la puñeta a nuestro amigo sardo. A ello también se refiere Trentin en esta tercera parte del capítulo que comentamos. Entonces me ha acordado de la biografía del gran dirigente comunista italiano. Se trata de Vida de Antonio Gramsci, escrita por Giuseppe Fiori y traducida magníficamente por Jordi Solé Tura. La publicó Península en 1968. Recuerdo que la leí en la cárcel de Soria; aquel ejemplar todavía lo conservo. Precisamente organizamos algunas conversaciones en el penal sobre dicho libro, siendo Angel Abad el padre superior de aquellas tertulias.   

Sería una lástima que ese libro estuviera descatalogado, así es que te propongo que nos convirtamos en una orden mendicante para que se volviera a reeditar tan preciosa y aleccionadora biografía. Tal vez Xavier Folch pudiera echarnos una mano. ¿Hace?

En todo caso, voy a poner en marcha una presión a través de las redes sociales –facebook y las otras—para que una cofradía representativa demande a quien corresponda la reedición de aquella biografía.

Tuyo, en la Idea, JL


Habla Paco  Rodríguez de Lecea

Hay un tema en esta tercera parte del capítulo 18, José Luis, de una trascendencia enorme para todo lo que estamos hablando. Trentin lo explica del modo siguiente: hay un momento en la historia del marxismo en el que se subvierten los medios y los fines. Lo que empezó siendo un medio, la propiedad pública de los medios de producción y la ocupación de los aparatos de Estado, se convierte en el fin último al que se puede y se debe sacrificar el gobierno de las condiciones de trabajo y de la creatividad de los hombres, convertido ahora en simple medio para alcanzar aquel fin.

No es precisamente una idea nueva la de que la patria está por encima de los individuos que la componen, y de que es bueno y decente exigir al ciudadano los mayores sacrificios en el altar de la dicha patria, incluido el sacrificio de la vida. Ha sido el trending topic utilizado en todas las guerras que en el mundo han sido, las de religión, las de sucesión, las de anexión y las de toda especie. Dulce et decorum est pro patria mori, decían los antiguos. Pero nunca hasta la implantación de la mecanización industrial –que yo sepa–, se había publicitado de la misma manera el deber patriótico de producir, hasta el punto de crear una sociedad de individuos cada vez más alienados por el doble trauma de un trabajo a todas luces ingrato y fatigoso y de una propaganda insidiosa que transforma ese mismo trabajo en ofrenda voluntaria y prenda de futuro de la «prosperidad» que llegará de la mano de un mayor desarrollo económico.

Como dicen que una imagen vale más que mil palabras, suspendo el hilo de mi razonamiento para darte esa imagen. Ocurrió hace diez o doce años. Un amigo mío, jefe de compras de una empresa metalmecánica, viaja a una de las repúblicas del Este europeo para concretar la adquisición de barras de una aleación especial de acero que le han ofrecido por catálogo a buen precio. Paso por alto el viaje, la noche en el ‘mejor’ hotel de la ciudad, donde la cama no tenía sábanas, y el viaje de madrugada en coche oficial hasta el kombinat, en compañía de un directivo de la empresa y un traductor. El momento al que deseo que atiendas en particular es aquel en que mi amigo desciende del coche en la gran plaza central del kombinat. Delante de él aparecen formados en fila los obreros y obreras, preparados para iniciar su jornada. En una pequeña tribuna, en posición de firmes bajo la bandera desplegada de la república, el director del complejo y su alto estado mayor. Detrás, un gran panel de unos 25 metros de longitud y 10 de altura, esculpido en relieve y policromado, muestra a Lenin con el brazo extendido señalado un punto del horizonte en el que se empieza a elevar un sol resplandeciente, y detrás de Lenin una multitud de obreros, campesinos, soldados, mujeres dando el pecho a sus rorros en brazos, tractores, camiones, grúas y otros medios mecánicos, todos ellos avanzando a una en dirección al lugar que Lenin señala. El director del kombinat hace un pequeño discurso alabando la cooperación económica entre países, los beneficios del comercio internacional, etc., que el traductor vierte en inglés al oído de mi amigo. Finaliza el breve pero emotivo acto, desfilan los productores hacia sus puestos de trabajo, se dirigen el director y su staff, mi amigo y el traductor a la sala de reuniones, circulan el té, el vodka y las pastas, y expone mi amigo por fin su petición: cuántas toneladas de aleación de acero en barras pueden proporcionarle, y a qué precio. Y el director contesta: «Hace ocho años que no fabricamos ese tipo de producto.»

La imagen a que me refiero no es el anticlímax final, sino el panel que ya bastantes años después del final de la Unión Soviética mostraba aún a Lenin señalando el camino de un futuro glorioso a los trabajadores. En Estados Unidos emergieron con fuerza en los años treinta, aún en plena Gran Depresión, los mitos del triunfador, el self made man y elamerican way of life (Arthur Miller los puso en solfa en “La muerte de un viajante”, un drama-panfleto perfecto contra los efectos letales del taylorismo combinado con la propaganda.) La Unión Soviética opuso el mito del buen obrero, el Stajanov, el hombre capaz de superar con su sobreesfuerzo las tasas de producción asignadas por el plan quinquenal, para mayor beneficio del Estado socialista. Ambos mitos tuvieron su contraparte en el número cada vez mayor de «inadaptados» o «saboteadores» que pasaron a engrosar la clientela de los consultorios psiquiátricos y/o los penales yanquis, más la población estable de la miriada de campos de trabajo y de reeducación ubicados en Siberia y otros lugares escogidos del extenso territorio soviético.

Uno de los textos más penosos de Gramsci (uno de los pocos textos penosos de Gramsci) es aquel en que compara el trabajo de los amanuenses antiguos y el de los linotipistas modernos para concluir con la afirmación des las ventajas de trabajar sin pensar, dejando simplemente que los haces musculares y nerviosos mecanicen el gesto físico y el ritmo impuesto. «Una vez consumado el proceso de adaptación», señala, «el cerebro del obrero, en vez de momificarse, alcanza un estado de completa libertad.» (¿Y qué?, argumenta el último pecador gramsciano de la pradera, que también es currista. Al Faraón de Camas le devolvieron al corral más de un morlaco, y no dejó por eso de ser quien es.)

Me parece una excelente idea que alguien reedite la “Vida de Gramsci”, José Luis. No sé si encontraremos un editor dispuesto a la aventura con la que está cayendo, pero, como comentabas hace unos días, el Manifiesto comunista bien se está vendiendo en el mercado libre. Es sólo un síntoma, si quieres. Pero ahí está.

Un caluroso saludo, Paco


martes, 3 de julio de 2012

LA INÚTIL REPRESIÓN CONTRA LOS MINEROS



La prensa nos da cumplida información sobre los incidentes que provocó la policía durante la marcha de los mineros a Madrid en Las armas se cargan en Ciñera. Se trata de una intervención condenable. Condenable sin paliativos. Que cuestiona, hasta la médula, la actuación del gobierno de Rajoy; pone en entredicho la autoridad ministro Fernández Díaz y toda la cadena de mando que ha estado, directa e indirectamente, implicada en tan salvaje operación; y, lo que es peor, emborrona la democracia española. Quien entienda que estas cosas afectan sólo a la cuestión social y, más concretamente, a la minería o se equivoca o quiere equivocar a la opinión pública. Este es un problema de la cabeza, el tronco y las extremidades de la democracia española.     

Entiendo que nadie, en su sano juicio democrático, debe escurrir el bulto en su denuncia, apuntando a lo más alto de la dirección política de nuestro país. Y, muy en especial, de la deriva represiva, con que bajo mil formas se ataca el conflicto social, que se está convirtiendo –como hemos dicho— en un real conflicto democrático, desde antes de la convocatoria y exitosa realización de la última huelga general.

Una cosa está clara: el gobierno de Rajoy no conseguirá, mediante la violencia, apaciguar este conflicto minero que cuenta con la simpatía de los trabajadores y de amplísimos sectores de la opinión pública española. Como no logrará impedir, tampoco, la marcha a Madrid, capital de la Gloria, y el recibimiento que la ciudad organiza a los mineros. Exacamente igual que la que expresan los pueblos y ciudades que acogen a estos trabajadores.