miércoles, 14 de septiembre de 2011

SOBRE LOS LIBERADOS SINDICALES

Hay una ofensiva en toda la regla contra lo que se ha dado en llamar los “liberados sindicales”. Esta ofensiva tiene dos caras: una, de signo claramente autoritario; otra, que expresaría una tolerancia hacia tales cargos en clave de fastidio. La primera viene de quienes han fracasado en su reiterada intentona de convertir al sindicalismo en un sujeto subalterno. La segunda se expresa de manera bífida: no osan maldecir el sindicalismo en público, aunque en corrillos de allegados lo ponen como un pingo.


En mi modesto entender nunca el sindicalismo explicó razonadamente las razones de contar con una red amplia de los llamados liberados. Los sobreentendidos motivos parecen ser la noble aspiración a ser más fuertes, esto es, tener más instrumentos para la acción colectiva. No tengo dudas de que se trata de una explicación con fundamento. Pero se trataría de una argumentación necesaria, aunque no suficiente. Así pues, creo llegado el momento (aunque con mucho retraso) de pararse a pensar en la cuestión y proponer una justificación seria. El objetivo de este ejercicio de redacción no es otro que sugerir pistas y, ¿por qué no? un nuevo enfoque.


Lo primero: es muy difícil convencer a la derecha cavernosa de la necesidad y utilidad del sindicalismo, a no ser que se proponga un asociacionismo vicario de sus intereses. Cuando la praxis sindical expresa subalternidad, no hay problemas: se entiende que es un sujeto cooptado. Pero si ejerce su alteridad, a través de su independencia y autonomía, siempre se está añorando los tiempos en que Lord Mansfield, presidente del Tribunal Supremo del Reino Unido, declaró en el último tercio del siglo XVIII que los sindicatos “son conspiraciones criminales inherentemente y sin necesidad de que sus miembros lleven a cabo ninguna acción ilegal”. Ahora bien, que sea prácticamente imposible convencer a la caverna de la necesidad del hecho sindical no impide que el sindicalismo explique al público pacientemente su razón de existir y las consecuencias (en este caso, organizativas) de todo ello.


Yendo por lo derecho: la actividad sindical tiene la intención de tutelar, y tutela, al conjunto asalariado. Una actividad que se concreta en la dedicación militante de miles de personas.


Que, en los centros de trabajo privados y públicos, adquiere fisicidad con toda una serie de propuestas cotidianas así en el universo de la organización del trabajo como en la cuestión salarial. Por extensión, todo ello conlleva una mejora de la economía de cada país. ¿Cómo se compensaría, pues, esa aportación del sindicalismo a la vida general de cada país? Con más instrumentos para que, gradualmente, se amplíe la “riqueza de las naciones”. Los liberados sindicales son un instrumento más.


También fuera de los centros de trabajo podemos seguir con nuestro razonamiento. ¿Cómo se compensa la actividad de miles de personas que, proponiendo toda una serie de reformas cotidianas en los escenarios del Estado de bienestar, mejoran mutatis mutandi la vida de las personas y, por extensión, toda la economía, esto es, “la riqueza de las naciones”? Con más instrumentos. Richard Rorty se encontraría cómodo con esta filosofía pragmatista. Como puede verse no se trata de argumentaciones sofisticadas sino de utilidades generales.


No me resisto a contar una experiencia de hondo calado. En mi libro “Cuando hice las maletas” rendí homenaje a un chaval de catorce años. Le llamábamos Antoñito El Pestiñero, porque su padre hacía esos dulces que en Motril (de allí era esa familia) llaman pestiños y en Santa Fe conocíamos como borrachuelos. Al grano: Antoñito, harto de que su máquina (y la de sus compinches) hiciera estropicios en los dedos, ideó unos nuevos mecanismos para corregir tales desperfectos. La dirección de la empresa aceptó perpleja aquellas innovaciones tecnológicas del joven Antoñito. Pero ni siquiera le dieron las gracias, y por supuesto no le subieron la semanada ni un duro. La empresa ganó en rapidez y eficiencia, el botiquín no sufrió quebranto en vendas y esparadrapo, en mercromina y agua del Carmen. Antoñito siguió hablando a sus compinches de la guerra del Vietnam y silbaba, silbaba el incipit del Concierto de las dos trompetas de Vivaldi: la sintonía de Radio España Independiente, la legendaria Pirenaica. No sé si me explico … ¿Sería una exageración decir que el joven Pestiñero contribuyó a la eficiencia de la empresa y, por ende, a un menor coste de la Seguridad Social al reducir los accidentes de trabajo? Si no es así, dispensen ustedes por esta digresión que sólo es un desahogo personal.



Radio Parapanda.
Vivaldi: Concierto Dos Trompetas

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