martes, 11 de enero de 2011

GLOBALIZACIÓN Y DESLOCALIZACIONES


Nota editorial. Esta es una conversación entre Ulrich Beck y nuestro amigo Riccardo Stalignò. La Escuela de Traductores de Parapanda se desvivió por traducirla al castellano. Quien lo ha hecho nos recomienda leer despaciosamente porque, estando de acuerdo con lo general, hay algunas cosillas que podrían haberse dicho mejor.



Riccardo Stalignò. A finales de los ochenta usted escribía que los riesgos globales son nuestros riesgos. Hoy la globalización entra en nuestras fábricas y cambia las reglas. ¿Podemos resistir? ¿Y cómo?


Ulrich Beck. Lo de Fiat es un buen ejemplo de cómo la globalización puede usarse como un nuevo juego de poder para cambiar las reglas del poder. Estamos viendo que la economía se está liberando de los vínculos nacionales y democráticos. Los Estados del siglo XIX crearon instituciones para reducir los daños que el capitalismo industrial podía provocar. Aquel matrimonio de entonces entre poder y política está acabando en divorcio. El poder es siempre menos democrático, menos legal, más informal y parcialmente transferido a un capital siempre más móvil y al mercado financiero. Y parcialmente a los individuos que tienen que protegerse ellos solos.



Pregunta. A juzgar como van las cosas no parece fácil defenderse solos…



Respuesta. Cierto, no lo es. Me viene a la cabeza un caso similar que ocurrió en Alemania. EN 2001 La Volkswagen quería que sus obreros trabajasen más tiempo con un salario menor y con menos derechos. O aceptaban entrar en una newco especial o se llevaban la producción a Eslovaquia o la India. Todos, desde los sindicatos al Canciller socialdemócrata Gerhard Schröder, dijeron que era una cosa maravillosa. Y se congratularon después porque, dijeron, se evitó una hemorragia al exterior. Sin embargo, veo una diferencia importante. En Vw hay un consejo internacional de trabajadores que interpelan a la empresa cada vez que intenta deslocalizar hacia países donde el coste del trabajo es menor. Un contrapoder al management que, aunque estando en la legalidad, está siempre menos legitimado con respecto a la comunidad nacional que lo expresa.



Pregunta. En Risikogesellschaft usted imaginaba una sociedad cosmopolita como “nexo global de responsabilidad donde los individuos –y no sólo sus representantes-- pudieran participar directamente en las decisiones políticas”. Aquí, sin embargo, nos encontramos con lo opuesto. ¿Es esta la relación entre capital y derechos?


Respuesta. Debo admitir que es un buen contraejemplo en mi optimismo de entonces. Creo todavía que los individuos –por ejemplo, los consumidores con consciencia política-- son un gigante durmiente. Si se agrupan y organizan sus decisiones de comprar o no comprar tal cosa puede valer casi tanto más que un voto. La misma acción coordinada vale para los trabajadores. A escala internacional hay una competición de sistemas económicos; muchos de ellos, como el chino, puede ser más eficiente que el occidental. Hay que inventar otros modelos.



Pregunta. Occidente se vanagloria de exportar la democracia, incluso a punto de bayoneta. ¿Por qué no exportamos también la democracia del mercado de trabajo que caracterizaba nuestra civilización?



Respuesta. La democracia del capital no se juega en el interior de una nación. Esta pregunta se debería hacer a la Unión Europea. Uno de los motivos por los que la UE tiene tantos problemas para ser aceptada por la población es que sólo se ocupa del mercado desde una perspectiva neoliberal. Su reputación se ampliaría si empezara a pensar cómo garantizar a los trabajadores de los Estados miembros un estado de seguridad.



Pregunta. Usted conoce la objeción de los managers: para ser competitivos hay que renunciar a algunos derechos. ¿Le convence?


Respuesta. Es un argumento inmanente, sólo bueno para contextos limitados. Sin embargo, pensando en los trabajos de mayor cualificación –aquellos sobre los que todavía podemos ser competitivos-- en la medida que se recortan los derechos más se reduce la identificación del empleado con la empresa, y con ello, la flexibilidad y creatividad que se necesita para prosperar. Al final, redefiniendo Estado y sindicatos en una dimensión trasnacional, también las empresas se darían cuenta de que democracia y productividad son dos lados de la misma medalla.


Pregunta. Mientras tanto asistimos a la desvalorización del trabajo, entendido sólo como contrapartida de un salario. Antes era otra cosa: o bien un instrumento de dignidad o de libertád. ¿Qué ha ido mal?


Respuesta. Quizás tengamos que recuperar de Marx la idea de la internacionalización de la clase obrera. Pero si queremos reinventar la política del trabajo en los albores del siglo XXI debemos darnos cuenta que vivimos en un mundo policéntrico e intentar nuevas alianzas entre trabajadores y consumudires, entre Estados, reorganizando la Unión Europea. Lo que falgta en este debate es una izquierda que no sea nostálgica del viejo welfare sino abierta a convertirse en la contraparte del actual capital trasnacional.


Pregunta. Por el momento hay quien, entre nosotros, critica esta insistencia en los derechos y lo etiqueta como conservador, como quien rema contra el progreso. ¿Es así?


Respuesta. No, diré que es justamente lo contrario. En las dos últimas décadas las políticas neoliberales se han presentado como el progreso, pero nos hemos dado cuenta que son categorías zombi. Nos prometieron “más mercado, menos pobres” y ha ocurrido lo contrario. Lo mismo con la crisis financiera. La visión neoliberal, que Europa también ha adoptado, ha fracasado en toda regla. Debemos intentar superarla con una visión socialdemócrata, añadiéndole una de tipo ambientalista. Y obviamente trasnacional.


Pregunta. La globalización se rige por la deslocalización hacia países menos desarrollados. De ese modo, las empresas ahora y se enriquecen. Pero, ¿por qué una parte de estos beneficios no se redistribuye, siguiendo un principio de vasos comunicantes, entre los trabajadores de los países en los que tienen la razón social?


Respuesta. En primer lugar porque las compañías están cada vez más globalizadas, también en su interior. BP, hoy, no es ya Britisn Petroleum sino Beyond Petroleum. O una multinacional que paga los impuestos en Suiza y opera en numerosos países. Es difícil decir dónde está la sede de esta compañía. En segundo lugar porque la redistribución de la riqueza ha sido tarea de los Estados nacionales. Sólo una Unión Europea más ambiciosa, con un presupuesto e impuestos comunes podría abordar este problema. Pero mientras que en Bruselas reine la ideología neoliberal estaremos en la enésima posibilidad desaprovechada.

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