miércoles, 1 de septiembre de 2010

AQUELLOS DÍAS ANTES DE LA HUELGA



Pere Portabella.

Tuve la ocasión de cenar nada menos que con Giorgio Napolitano, actual presidente de la República italiana, en Barcelona dos días antes de la famosa huelga del 14 de diciembre de 1988. Fue en el Hotel Calderón; los asistentes (invitados por Rafael Ribó) éramos el propio Napolitano, Pere Portabella, mi compañero Quim González, dirigente de los químicos y textiles de Comisiones Obreras, un servidor y –atención al parche-- Josep Borrell, a la sazón Secretario de Estado de Hacienda. La presencia de Napolitano y Borrell se debía a una invitación de Rafael Ribó a unas jornadas de algo que ahora no logro recordar.


A media cena me espeta Borrell y, ni corto ni perezoso, dice: “Venga, explícale a Napolitano las razones de la huelga que se os ha ocurrido convocar”. Cosa que hice educadamente. Es más, no puse ningún adjetivo y, cosa rara en mí, expliqué las cosas con más sobriedad que Sthendal. Acabo y, para sorpresa de Borrell, Napolitano (considerado siempre un moderado) responde: È giusto. A Borrell se le pusieron los ojos como acentos circunflejos.


Como yo jugaba con ventaja, al final de la cena, propuse ir a una tabernilla (de esas postmodernas) que están casi al lado del Hotel. Sabía que estaban allí los periodistas. Llegó nuestra comitiva: sin Borrell, pero con Napolitano. La cofradía nos explicó que había aprobado en asamblea la huelga y que, desde ese momento, las redacciones estaban paralizadas.

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