jueves, 13 de septiembre de 2007

LAS PENSIONES Y EL REFERENDUM DE LOS TRABAJADORES


Homenaje en Calella a Bertomeu Barceló, maestros de sindicalistas de toda la vida.


Vuelvo al tema de las pensiones en Italia sobre el que tratamos antes de las vacaciones. El estado de la cuestión, antes de agosto, era, dicho en breve, como sigue: 1) después de muchas idas y venidas, los tres sindicatos confederales italianos firmaron un preacuerdo con el Gobierno Prodi que --aunque de contenidos insuficientes, según los sindicatos—globalmente era considerado, no con mucho entusiasmo, firmable; 2) según una reciente costumbre del sindicalismo italiano, este acuerdo debía ser sometido a votación por todos los asalariados, incluidos los precarios, y por los pensionistas. Ahora, nos encontramos con algunas novedades: de un lado, la dirección de la federación metalúrgica de la CGIL (FIOM) ha rechazado por amplia mayoría el mencionado preacuerdo, siendo ésta la primera vez que, en la historia de esta organización, se produce una situación de esta envergadura; de otro lado, el órgano unitario de todas las organizaciones confederales (CGIL, CSIL y UIL) lo ha aprobado por una amplísima mayoría y ha fijado la fecha de la convocatoria del calendario de asambleas (entre el 17 de este mes, o sea, el próximo lunes, y el 6 de octubre) y la fecha de la consulta, a mediados de octubre.


La primera consideración: es preciso destacar el coraje democrático del sindicalismo italiano a la hora de establecer el mecanismo de una consulta de tanta amplitud y sobre un tema tan delicado. Algo que, francamente, contrasta con la ramplonería del convencional quehacer político que está consolidando lo que podríamos denominar la democracia del bostezo. Naturalmente, no se está preparando un referéndum abnorme, esto es, a la buena de Dios: la consulta tiene sus normas para la participación, a saber, información previa y por escrito del texto del preacuerdo, calendario de debates para confrontar todas las opiniones, mesas electorales y sus respectivos colegios. Destaco el elemento de la información por escrito, porque de esa manera nos encontramos con: 1) el texto dice lo que dice, 2) los picos de oro –ya sean reformistas o antagonistas—pasan a segundo plano, porque la magia del verbo queda supeditada a la inteligencia de la lectura de cada cual. De suerte que los panglossianos (si los hay) y los fatalistas (si es que existen) deberán gobernar bien la lengua porque ante ellos está la lectura de lo que inequívocamente dice el documento. No quiero ocultar mi opinión, siempre limitada entre otras cosas por `la distancia´: comparto la opinión de los dirigentes del sindicalismo confederal y, más concretamente, la sobria valoración de Epifani. Lo que puedo decir porque yo no voto.


Naturalmente el patio político italiano está revuelto ante este preacuerdo y el referéndum. Los partidos de la izquierda antagonista le ponen la proa; las organizaciones reformistas (incluso el grupo de Fabio Mussi) apoyan sobriamente los contenidos. Todos, desde mi punto de vista, tienen el deber de opinar al respecto, y –dicho sea de paso— sus respectivos picos de oro también deberían gobernar adecuadamente la boca, porque el documento dice lo que dice. Sin embargo, algunos han empezado ya a pasarse de rosca. Un alto dirigente de Rifondazione Comunista ha declarado: “Tras la negativa de la FIOM, los comunistas y la izquierda alternativa estamos ante una encrucijada, a saber, o cambia la política de Prodi o salimos del Gobierno”. Uno que se ha ido de la lengua, porque sin quitar importancia a la FIOM y a su decisión, el panorama sindical es muchísimo más amplio, y –sobre todo— porque todavía los trabajadores no se han pronunciado. Esa lengua, Giannini, esa lengua...


Repito, todos los partidos deben hablar en la dirección que estimen conveniente. Por varias razones: porque la independencia de cada organización es un bien democrático y, además, porque el tema (las pensiones y el Estado de bienestar) es un tema político de primer orden. Es más, por ambas razones las organizaciones políticas no deberían actuar como la fiel infantería o los voceros (directos o indirectos) de las diversas posiciones sindicales. Éstas, por lo demás, deben ser independientes de los partidos y de las fracciones de cada partido.


La palabra la tienen los trabajadores, todos los trabajadores. Las cosas claras: el conjunto asalariado y los pensionistas no tienen ante sí un juicio a las organizaciones sindicales ni a las formaciones políticas, se expresen éstas en una u otra dirección. Están llamados a juzgar un documento y los contenidos que tiene relatados. Y, con toda seguridad, eso hará la inmensa mayoría del personal: estoy convencido que la participación será ejemplarmente altísima. Y, salga lo que salga, sin trampa ni cartón.


Por lo demás, es sabido que –en nuestros lares y fuera de ellos— se considera sindicalmente el referéndum con escasa simpatía. Es más diría que no es infrecuente que su uso sea instrumental. Por ejemplo, si una parte del comité de empresa (da igual a qué sindicato pertenecen sus miembros) ha quedado en minoría ante la decisión favorable a firmar el convenio llama a la convocatoria de una consulta. Lógicamente la mayoría (sea quien sea) dice que naranjas de la China, que no. O sea, existe algo así como un accidentalismo instrumental frente a la figura del referéndum. Como se puede ver, el caso italiano que estamos comentando no va por ahí. Se orienta a una participación inteligente de los trabajadores, previamente normada, precisamente para garantizar la contundencia icástica del hecho participativo. Ahora bien, el referéndum no debe ser visto como un fetiche; es simplemente un instrumento de democracia próxima, vecina: nada más y nada menos.

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